Un baño para el apestoso Señor Basura

Ilustración: Daniela Martagón.

Ilustración: Daniela Martagón.

Ilustración: Daniela Martagón.

Ilustración: Daniela Martagón.

Por DANIELA MARTAGÓN

Aunque estoy muy orgullosa de mi engendro basuril Arccimboldesco animado, la verdad es que en la vida real no tendría nada de simpático. Todos sabemos que separar los residuos es importante, pero también hace falta dedicarles un poco de tiempo y atención. Sin embargo, honestamente, ¿quién se pone a lavar y mimar la basura?

Ahí está la clave quizá, en no llamarle basura a lo que en realidad son recursos a menudo perfectamente recuperables.

Uno tiene la mejor intención colocando diferentes cubos de reciclar en casa, pero al final los tubos de cartón del papel higiénico acaban en la papelera del baño mezclándose con los desechos sanitarios. Los frascos de vidrio están aceitosos y, como no quieres que escurran, les dejas las tapas, que en realidad van en la sección de envases. Te gustaría apilar los vasos de yogures para que ocupen menos espacio, pero tienen restos putrefactos adheridos y el olor te supera. Y así… El caso es que cuando es hora de bajar las bolsas a los contenedores todo está apestoso y empieza a cobrar vida propia. Es lo lógico para los restos orgánicos, pero para el resto de lo que desechamos (el 62% aproximadamente) no debería ser el caso. El problema es que no se nos ocurre dedicarle tiempo a lo que queremos tirar, a quitar los restos de comida de los envases, enjuagarlos y procurar llevarlos a reciclar de una forma ordenada y limpia. Le pasamos el problema a otros cómodamente, porque ¿quién se va a poner a revisarte las bolsas que echas al contenedor?

¿Cómo serían los contenedores, la ciudad y la recolección de residuos si dejáramos de pasarle el marrón a otros?

Hace falta cambiar el chip y empezar a ver los residuos como lo que son, recursos de los que somos responsables. No son basura.

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