¡Basta ya de distopías! Creamos en la utopía
“Este libro está lleno de derrotas amargas, de sueños utópicos que fueron ahogados por la represión. Pero también está lleno de algunas de las victorias más hermosas que ha visto la humanidad. El futuro es nuestro”. Esas palabras cierran la nueva publicación de la escritora, editora y traductora Layla Martínez: un catálogo de mundos mejores en ‘Utopía no es una isla’. Porque 2020 se nos llenó de distopías que nos bloquearon, “con el efecto terrible de apuntalar el proyecto neoliberal al hacernos pensar que no hay futuro”. Porque es necesario crear utopías… Y creer en ellas.
Utopía no es una isla (Episkaia, 2020) es una apuesta tan cuidada como completa, que se vertebra mediante un lenguaje sencillo pero literario, en el que el aspecto ensayístico aderezado con una constante visión retrospectiva y actual de la Historia consigue crear un ambiente de reflexión emancipatoria.
Si siempre se ha dicho que es más fácil imaginar una invasión extraterrestre que el fin del capitalismo, esta publicación calla las bocas de aquellas personas que han aceptado como propio ese “realismo capitalista”, concepto esbozado por Mark Fisher, que viene a significar la asunción de que el capitalismo no es solo el mejor sistema económico existente, sino también el único posible. Cientos de relatos literarios paralelos al dominante nos preceden, y algunos de ellos, los más importantes e inspiradores, bailan al son de una música tan evocadora como necesaria. Es el sonido que se escucha al pasar las páginas de este libro de reciente publicación. Un lugar donde soñar, además de estar permitido, se convierte en obligación. Imaginar es el primer paso para cambiar el estado de las cosas. Vamos a darlo.
La Utopía de Thomas More, o Tomás Moro en castellano, se configura como el génesis de todo un índice de sistemas, lugares, métodos, ideas y experiencias prácticas que la autora ha logrado transmitir abarcando desde el siglo XVI hasta nuestros días a lo largo de 200 páginas que configuran el volumen. Antes de todo, una premisa: “La forma en que imaginamos el futuro está fuertemente condicionada por los productos culturales que consumimos”, relata Martínez al inicio de su monografía. Aunque esto siempre fue así, ¿qué otros mundos ideaban en el pasado y cuáles son nuestros referentes utópicos actualmente?
Todos contra la propiedad privada
“Me parece súper significativo que la abolición de la propiedad privada de los medios de producción esté presente desde el primer momento. Se la identifica como un problema que produce desigualdad e injusticia social hasta por parte de autores conservadores, como Tommaso Campanella”, responde la escritora a El Asombrario. Y es que en el tiempo que abarca desde el siglo XVI hasta el XVII todo estaba por imaginar. “Una cosa muy curiosa es cómo esos posibles mundos conjugan aspectos muy innovadores y que actualmente pueden ser abanderados por los sectores más progresistas, como la jornada laboral de seis horas y la vivienda pública que propone Moro, con otros aspectos que nos parecerían totalmente descabellados, como la existencia de esclavos o la configuración de un sistema patriarcal”, ejemplifica Martínez tomando como referencia Utopía.
Superados esos primeros siglos en los que nuevas vidas podían ser soñadas, pero que en la práctica no habían conseguido cambiar el devenir histórico, aparecen Marx y Engels teorizando sobre la cuestión. “La aparición del marxismo supone un cambio fundamental en la historia de la búsqueda de una sociedad ideal y en la concepción del futuro. De una primera etapa (…) en la que esa sociedad ideal se situaba en el presente pero en lugares lejanos y legendarios, se pasa en el siglo XIX a la idea de que esa sociedad podría construirse en el momento y en el lugar presentes a partir de una pequeña comunidad que viviese y trabajase de forma comunal. (…) Sin embargo, la aparición del marxismo abre una tercera etapa. La sociedad ideal deja de ser algo que pueda construirse en el presente y pasa a estar situado en el futuro”, explica Martínez en el libro.
En cierta forma, la aparición del marxismo rompe con la tradición anterior. Ciencia versus utopía, siguiendo la tesis del socialista Engels. Pero el tiempo pasa, y aunque estos dos ideólogos sentaron las bases de un camino estrechamente marcado por la necesidad de esos cambios violentos necesarios para transformar la Historia, después de ellos vino Galeano y la actualización de este razonamiento: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Y así lo entiende la escritora cuando afirma que “la utopía ha dejado de ser la sociedad perfecta final, para entenderla como un camino que recorrer hacia un mundo mejor”.
Obligados a pensar en un nuevo mundo
Si imaginar otro sistema de vida es el primer paso para conseguirlo, plasmarlo en cualquier producto cultural, como el cine, los videojuegos o los cómics, podría ser una de las herramientas más potentes para los movimientos emancipadores. Ya lo hicieron las feministas de la primera ola y los bolcheviques, antes y después de la revolución de 1917. “En la actualidad y aunque quizá no fuera su propósito, el efecto combinado de tantísimas distopías en tantos ámbitos culturales ha provocado un efecto terrible al apuntalar el proyecto neoliberal al hacernos pensar que no hay futuro”, agrega la autora del libro. Como si se autocumplieran esos eslóganes de Margaret Thatcher, malintencionados a la par que irreales. Porque sí hay futuro, lo imaginaron y podemos volver a hacerlo.
La coyuntura actual, en un plano de crisis climática y automatización estremecedora de los puestos de trabajo, aboca a la sociedad a repensar hacia dónde se dirige. “Es importante destacar que el sector servicios, el menos cualificado, es el que más está aguantando la tecnología porque precisamente es el más difícil de sustituir, como el cuidado de ancianos. Una vez más, el fondo de la cuestión se centra en quién posee los medios de producción, si los empresarios o los trabajadores. Que hace siglos pensaran que el sistema que aún perdura fuera una fuente profundísima de injusticias tan solo nos indica la necesidad de crear otro sistema, uno nuevo, y mucho más rápido”, agrega Martínez.
Ella misma destaca que la ambición debe ser primordial. Los manifiestos, enunciados, demandas, tienen que ir más allá de la realidad actual. “A mí me gusta mucho el movimiento por la abolición de las prisiones en Estados Unidos y la potencia de su discurso. Ni quieren una gestión diferente, ni que se gestione mejor, ni pensar en otro tipo de cárceles. Quieren la abolición. Aunque es una pretensión maximalista, ya tendremos tiempo después de ser pragmáticos, lo importante es no olvidar hacia dónde queremos ir”, comenta.
La utopía real o la realidad utópica
“Aquel verano todo saltó por los aires. La vida en el gueto era insoportable. Las viviendas se caían a pedazos, los apagones eran constantes (…). Los colegios públicos no estaban mejor, los niños se hacinaban en las aulas entre mesas rotas y cubos para las goteras. También estaba el paro, claro. No había trabajo para nadie, la gente se ganaba la vida como podía haciendo chapuzas o revendiendo lo que se conseguía sacar al descuido de un camión o de un almacén”. Este extracto de la obra, que inicia el relato de las experiencias reales, ¿no es lo que lleva sucediendo meses en la Cañada Real?
La creación del Revolutionary Action Movement (RAM) (lo que después serían las Panteras Negras), las utopías decoloniales (como la mexicana) y la idea de un panafricanismo fraternal dan paso al Standing Rock (un campamento popular levantado para frenar la construcción de un oleoducto que Estados Unidos pretendía llevar a cabo en una reserva natural) y a la lucha indígena. Estas experiencias, que la autora desarrolla en la obra, anteceden en el índice de la misma a la lucha ecologista, el decrecionismo, el ecosocialismo y la renaturalización de la Tierra. Tras ellas, todo lo conseguido por parte del Nuevo Ejército del Pueblo, el brazo armado del Partido Comunista Filipino fundado en 1968, que lucha en un país que sufrió la dictadura de Ferdinand Marcos durante 21 años y cuyo régimen asesinó a más de 3.000 personas. Las cosas no han cambiado para ellos. Ahora, con Rodrigo Duterte, organismos internacionales calculan que su Gobierno ha asesinado a 27.000 personas en los primeros cuatro años de mandato. Hay veces en las que la utopía, además de una necesidad en el largo plazo, es una obligación en el corto.
Al fin y al cabo, la utopía siempre estuvo ahí. No es casualidad que RTVE publicara allá por 1987 el documental Anarquismo: vivir la utopía para tratar, de la mano de sus protagonistas, qué y cómo se organizó la vida en algunas regiones del Estado español desde 1930 hasta 1939. O los cuentos de Isaac Rosa, como la antología Toda esa furia (La Marea Ediciones, 2018), donde los relatos dejan un sabor de boca que solo grita “ojalá”. Tal y como concluye Martínez en su libro, “ser ferozmente optimistas y a la vez radicalmente pragmáticos es nuestra única opción”. Es la hora de imaginar, construir y demostrar que utopía solo significa no-lugar para aquellos que no creen en ella.
Comentarios
Por José Luis Bermejo Montero, el 02 enero 2021
De acuerdo con el planteamiento del artículo y del libro. Yo también soy partidario de la idea de que hay que ser optimista (el optimismo de la voluntad, aunque haya razones contundentes para no serlo) y tener confianza en que un mundo distinto es posible. Es lo que nos mantiene en movimiento, un movimiento de búsqueda constante hacia ese mundo distinto y mejor. Lo contrario nos condenaría a la impotencia y, por tanto, a la inacción. La distopía debería servir para prevenirnos y encender nuestras alertas, no para levantar muros en nuestra imaginación y paralizarnos ante la idea de que es imposible sobrepasarlos. Me parece que es un artículo estimulante y que nos invita a seguir adelante.
Por VICENTE GUTIERREZ RUBIO, el 02 enero 2021
Maravilloso artículo, muy aleccionador, es muy bonito ver a gente que piensa y siente como uno, es el nosotros, no el yo. El mundo se mueve y siempre he sido un optimista luchador y esperanzado Claro que va a cambiar el mundo, por dos cuestiones no nos queda otra, y porque la alternativa es la extinción como especie. No creo que optemos por la segunda, se llenaran las calles, los pueblos, las ciudades diciendo BASTA YA. Como en el cuento «COMPAÑEROS»de Máximo Gorki, los que permanezcan en sus casas ceraran sus ventanas, el pánico les invadirá, no entenderan lo que sucede, ya empiezan a saber que no son distintos, pero ya es tarde para ellos. Hay que imaginar y creer, porque podemos y queremos.