Basurama: tu basura te define más que tus rasgos físicos

Nuevo proyecto de Basurama en Senegal: ‘Somos lo que tiramos’

Analizar el consumo y el residuo resultante es una de las tareas artísticas que se propone el colectivo Basurama, esta vez en Senegal, trabajando con vecinos y vecinas de Dakar, para una exposición participativa en el marco del Festival Partcours. ‘Somos lo que tiramos’, algo que han comprendido quienes aquí se retratan, para dar cuenta del viaje de los propios desechos.

Basurama lo ha vuelto a hacer, esta vez en Dakar (Senegal), donde han instado a los vecinos a ir conservando sus residuos no orgánicos para tratarlos como objetos de colección, posar con ellos y exhibirlos, a fin de dejar testimonio artístico de los hábitos de consumo contemporáneos. Con el auspicio de la Agencia Española de Cooperación y la embajada de España en Senegal, en estos días puede verse su exposición Trashlation, en la sede del Instituto Cervantes de Dakar, fruto del trabajo de los últimos meses de este colectivo español con medio centenar de personas de diferentes barrios y asociaciones vecinales y deportivas de la capital senegalesa.

Pocas almas hay tan aficionadas a la basura como las de los arquitectos y artistas de Basurama (quizá el otro gran referente en la materia sea Vic Muniz, el artista plástico brasileño que plasmó su trabajo en las favelas en la película Waste Land). Ellos vienen trabajando en medio mundo, develando el valor artístico y social de los residuos, desde inicios de este siglo XXI. Así, tras sus experiencias en España, Rusia, India, Australia, Brasil, Perú, Níger, Senegal y EE UU, saben que “hay una ciudadanía global que está marcada culturalmente por modelos de consumo que nos afectan a todos”, según nos explica el cofundador, Juan López Aranguren, antes de volar a Dakar.

Lo que los desechos dicen del territorio, su contexto social y urbanístico, así como de la imagen, la identidad y la memoria de las personas que lo habitan es tan valioso que ni siquiera hace falta una denuncia en forma de proclama. Porque todas estas capas de significado de la basura posibilitan experiencias creativas y lúdicas que dan lugar a la reflexión.

Los residuos que generamos sostienen un proceso global que deja su impronta de época: “Hay que entender que hay un ciudadano universal que es un consumidor global, en todas partes y a diferentes escalas”, manifiesta López Aranguren. “Evidentemente, no es la misma la basura que se produce en Lavapiés que en el barrio de Salamanca (tampoco es lo mismo, para nosotros, trabajar en el museo Guggenheim que en una favela) y, sin embargo, el proceso y el modelo son similares”.

¿A qué se refiere concretamente el portavoz de Basurama cuando habla de estas similitudes en el modelo? Evoca, por ejemplo, la incomodidad que siente la gente enfrentada a la basura, y a su basura: “Por ejemplo, trabajamos en Níger recolectando esas bolsas negras de plástico que hay por doquier. A la gente le daba vergüenza recoger basura de la calle y ese es el mismo estigma con el que te encuentras en un barrio europeo”.

Esta vez, y para mostrar en el marco de la 11º edición del Festival Partcours de Dakar, los Basurama han querido hablar de Trashlation, que “es un poco el juego de palabras de estar perdidos entre un estado y otro (de la basura-trash)”, según López Aranguren. El trabajo con asociaciones barriales y deportivas ha consistido en que la gente recolectase sus desechos no orgánicos y los cargara durante 24 horas (con la molestia que eso genera), para finalmente fotografiarse junto a ellos. El resultado son unos divertidos dípticos en los que cada rostro se completa con la contracara de lo consumido (o lo que cada uno quiera mostrar como consumo propio): “La gente selecciona con mucho mimo qué basura fotografía”, agrega el comisario.

El proyecto, pues, trabaja sobre tres ejes: la memoria, o los residuos como el recuerdo de una actividad en un tiempo; la identidad, porque esos restos dibujan también el retrato de una persona (“eres lo que tiras”), que, además, puede estar asociada a los productos de consumo local, y, en tercer lugar, la condición de ciudadano-consumidor global de cada individuo.

El trabajo de Basurama en Senegal incluye el envasado al vacío de toda la basura que cada participante ha aportado, a fin de conservar estos objetos de carácter histórico e icónico de una civilización y una época, y recoger lo que llega a las playas, como corolario del proceso de consumo. Eso que, sumado, “abruma”, se convierte luego en un knolling (composiciones de basura ordenada), gracias a la ayuda de organizaciones ambientalistas locales como Zéro Déchet y de la Fundación SurfRider, que normalmente trabajan en la sensibilización de la producción de basura.

Hoy resulta difícil adivinar si una basura es de Nueva York o de Níger

¿Es verdad que la basura de los pobres es más húmeda y chorrea?, le consultamos al especialista, en un intento por averiguar los datos socio-antropológicos que puede arrojar una bolsa de residuos. “Los modelos de consumo han cambiado mucho; por lo tanto, cuando llega el producto importado a un pequeño pueblo de Senegal, llega con el mismo packaging que a Estocolmo”, responde.

De ahí que el envoltorio sea hoy el protagonista (problemático) de las vidas de estos ciudadanos universales que somos: “En el Amazonas, antes se enterraban residuos orgánicos y, en tres años, en ese pozo no quedaba nada, pero cuando se empieza a incorporar el plástico a sus vidas, ese agujero se llena de basura que, a los diez años, sigue allí, intacta”, explica López Aranguren.

En este modelo de consumo global, las distancias entre las basuras se han acortado porque, además, los países desarrollados están volviendo a lo orgánico, a incorporar la venta a granel y el cartón, aunque siguen enviando los productos manufacturados, envueltos en plástico, e incluso sus basuras, a los países en desarrollo: “El país en desarrollo conoce la gestión de la basura orgánica y no tiene la capacidad de reciclar (o esconder, como suelen hacer los países desarrollados) todo los residuos del embalaje”, agrega.

Por el momento, mientras seguimos pensando cómo acabar con la plastificación del mundo, lo que podemos admirar son las composiciones coloridas que crean personas que ya saben que el consumo les define más que cualquier rasgo físico.

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