De Basurama a Vik Muniz, artistas que convierten la basura en arte
Hoy, Día Internacional del Reciclaje, hacemos un viaje por la obra de artistas que parten de la basura para crear sus obras y, de paso, lanzarnos un efectivo y original mensaje frente a comportamientos despilfarradores, frente al hábito de ‘usar y tirar’ sin más conciencia. Así es el trabajo del colectivo español Basurama, del artista portugués Bordalo II y de los brasileños Vik Muniz y Bispo do Rosario. Todos tienen grandes y verdes historias que contar. Arrancamos aquí una nueva colaboración de ‘El Asombrario’ desde el compromiso de dar cada vez mayor visibilidad a los temas de medioambiente: con la Fundación Ecolec , encargada de la gestión eficiente de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos.
Uno de los signos distintivos de la época que nos ha tocado vivir es que el mundo se está convirtiendo en un inmenso vertedero. Una sociedad de consumo sin conciencia nos lleva a desechar objetos, a convertirlos en basura, cuando quizá no lo son. El mundo del arte no es ajeno a esta paradoja que tiene en jaque la supervivencia del planeta y numerosos creadores llevan años trabajando para convertir en arte, para dar nuevo valor a los objetos que hemos apartado por inservibles. Con sus obras parecen decirnos que la basura en realidad no existe.
“Basura es el estatus que las personas adjudican a los objetos cuando deciden que ya no son útiles. Pero no es algo que tenga que ver con el objeto. Un objeto que no sirve a una persona puede servir a otra. No es una característica del objeto, sino que es consecuencia de la mirada que los humanos tienen hacia ellos”, nos explica Manuel Polanco, uno de los integrantes del colectivo Basurama.
Radicado en Madrid aunque con sedes repartidas por varias ciudades como Barcelona y Milán, Basurama es el resultado de un sueño y del tesón para conseguirlo, como todo lo que tiene que ver con el arte. Nació en la Escuela de Arquitectura en los años noventa. En pleno boom económico, con políticos empeñados en dejar constancia de su paso por la vida pública con proyectos arquitectónicos megalómanos, un grupo de estudiantes pensaron que no era ese el futuro que querían tener como profesionales y para lo que les estaban formando en la Escuela.
“Nos formaban para diseñar arquitectura icónica, de grandes equipamientos, los estudios estaban empezando a crecer rápidamente y se buscaba entrar cuanto antes en esa cadena de producción. Pero como estudiantes pensábamos que había otras vías posibles que entonces no existían. Y si no existían teníamos que generarlas nosotros. Entre otras actividades, así nació Basurama”, recuerda con un poso de nostalgia Polanco.
Al principio era solo un festival de una semana de duración. Tras varias ediciones y aprender algo de gestión, les contrató un centro cultural. Y a partir de ahí empezó a consolidarse el colectivo.
“Ninguno de nosotros viene de las artes plásticas. No hemos entendido nuestras práctica desde la pintura o la escultura, quizá más desde la performance. A nivel personal, no tengo tan clara la línea de lo que hacemos cuando es arte o no. Más allá de definiciones, para nosotros lo que ha supuesto el campo del arte es la brecha perfecta para entrar con una serie de prácticas que no hemos podido desarrollar desde la arquitectura”, asegura Polanco.
Como ciudadanos se sienten aludidos y concienciados por la crisis ecológica: “Nuestro trabajo no es tanto una mirada crítica al señalar que algo está mal, como visualizar lo invisible: las acumulaciones de basura”. Los cartones abandonados pueden convertirse en un árbol de Navidad para llamar la atención sobre el despilfarro energético durante esas fechas. Un libro del poeta Ben Clark puede convertirse en mensajes dentro de una botella de vidrio. Neumáticos que pueden transformarse en parte de un parque infantil. Instalaciones, performances, exposiciones, libros… Desde su nacimiento, oficialmente desde 2001, Basurama ha intervenido la basura en numerosas ciudades y pueblos del mundo para que veamos lo invisible, aunque esté delante de nuestros ojos.
Su forma de trabajar es horizontal y participativa, alejada del ego de otras expresiones artísticas. Y siempre con materiales locales. “No tiene sentido hacer una exposición en Berlín y traer materiales de otros lugares. Lo importante es trabajar con lo local. Lo primero que hacemos es conocer el contexto donde vamos a intervenir, tener la oportunidad de saber qué está pasando allí, qué tipo de basura se produce. Por ejemplo, hay un tipo de basura que lo vas a encontrar siempre, como un neumático; son subproductos del consumo global”, nos explica el artista.
La experiencia les ha afilado la mirada y siempre parten de los materiales que tienen y luego deciden qué pueden expresar con ellos, no al revés, como haría un artista convencional.
En la actualidad, están muy interesados en los materiales que almacenan los ayuntamientos. “Son materiales a los que no suelen darle salidas: farolas, equipos electrónicos, bombillas, esculturas… En los ayuntamientos suelen contar con un sistema de gestión de sus bienes que muchas veces les lleva a tenerlos almacenados. La pregunta que nos hacemos es: ¿cómo podemos acceder a materiales que están ahí, abandonados, y darles una salida?”, se pregunta Polanco.
La mirada que tiene Basurama hacia la basura es similar a la del joven artista portugués Bordalo II. Este lisboeta logra darle una nueva vida a chatarra, neumáticos, plásticos o materiales abandonados en la calle o en los vertederos. Después de trabajar con ellos en su taller, que en ocasiones es la propia calle, los transforma en animales (gatos, nutrias, loros, conejos…) gigantes que sorprenden a los viandantes. Al otorgarles esa nueva vida a los materiales es como si de alguna forma reingresaran en la naturaleza de la que proceden y de la que tal vez nunca debieron salir. A través de sus esculturas callejeras Bordalo II pone el dedo en la llaga de la sociedad de consumo, nos alerta del despilfarro y de las consecuencias que tiene en la vida de los animales y del planeta. En un vídeo en el que nos muestra su trabajo, su arte efímero (como le gusta llamarlo), Bordalo recoge los restos de lo que en su día fue una mariposa de hojalata: . Ahora le falta un ala, pero no importa porque ha servido para visibilizarla.
Los integrantes del colectivo Basurama o Bordalo II son jóvenes, pero el interés del arte por el reciclaje y la reutilización viene de lejos, con casos sorprendentes como el del brasileño Bispo do Rosario. Aunque nunca se consideró un artista, la historia de Bispo do Rosario da para escribir una novela. Después de ejercer trabajos de todo tipo para ganarse la vida, de ser arrestado por insubordinación, en 1938 sufrió una especie de iluminación que le llevó a pensar que había visto a Dios. Lo encerraron en un manicomio y fue allí, durante sus 50 años de encierro, donde desarrolló su actividad artística a partir de objetos cotidianos, en una fusión entre la vida y la obra. Los hilos azules con los que tejía, por ejemplo, y que son muy característicos de su trabajo, los sacaba de los uniformes que llevaba.
Comparado en su día con Marcel Duchamp, artista inclasificable, la obra de Bispo do Rosario destila una honda espiritualidad. No en vano pensaba que era el mismo Dios y los ángeles quienes se la “dictaban”. Trabajaba con materiales de la basura y chatarra. Todo lo que le rodeaba en su pequeño espacio podía ser un material para su obra, en la que subyace una crítica a la sociedad de masas.
Empezaba este artículo diciendo que el planeta se ha convertido en un vertedero. El más grande se encuentra en Río de Janeiro e inspiró al artista brasileño Vik Muniz. Durante tres años convivió con los habitantes de este inmenso vertedero, símbolo de una sociedad desigual y despilfarradora. Gente que se gana el pan con los desechos de los demás, con lo que nadie quiere ya. A partir de esa experiencia Muniz creó la serie fotográfica Imágenes de Basura (2008). Tomaba la chatarra y los residuos, creaba un collage, y luego lo fotografiaba y componía imágenes a gran formato. Ese es su método de trabajo, con el que quiere abrir una cierta distancia entre lo que el espectador ve y se imagina. El resultado son composiciones poéticas, misteriosas y reveladoras de lo cotidiano, cuando lo cotidiano es vivir en un vertedero, por ejemplo. La crítica a la sociedad de consumo y las paradojas de un mundo terriblemente injusto subyacen en estas fotografías que acabaron vendiéndose en Nueva York, ciudad en la que reside en la actualidad. Le llevó a esta ciudad desde su Río natal el azar. Una bala perdida le hirió en la pierna y, a cambio de no denunciar, Muniz recibió una cantidad de dinero que le permitió viajar a Nueva York. El material con el que se trabaja forma parte de lo que quiere contar. De ahí que Muniz también recurra al chocolate o al azúcar para pintar. Muniz busca en sus creaciones la complicidad del espectador, que “rellene” lo que no se ve en el cuadro.
¿Nos atrevemos a mirar? ¿Nos atrevemos a mirar la basura de otra manera? ¿Nos atrevemos a mirar lo que desechamos como algo que sigue teniendo valor?
ECOLEC se suma a ‘El Asombrario’ #SúmateAlReciclajeResponsable
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