Berenice Abbott, esa magnífica loba solitaria de la fotografía
“Lo último que quiere la gente son mujeres independientes”. “Tantas mujeres han tenido que renunciar a sí mismas para cuidar de su familia, su marido, sus hijos…”. “Para mí el trabajo es lo más importante de mi vida. Siempre he sido un lobo solitario”. Cosas así dice, con más de 90 años, la fotógrafa estadounidense Berenice Abbott (Springfield, Ohio, 1898 / Monson, Maine,1991) en el documental que forma parte de la extraordinaria muestra que le dedica la Fundación Mapfre en Madrid hasta finales de agosto, ‘Retratos de la modernidad’, integrada en la nueva edición de PhotoEspaña.
Este documental, Berenice Abbott: A view of the 20th century, de Kay Weaver y Martha Wheelock, se suma a la exposición sobre esta magistral fotógrafa que la Fundación Mapfre ya ha mostrado en Barcelona y ahora trae al verano madrileño. Ha sido comisariada por Estrella de Diego, que en la presentación a la prensa destacó la modernidad del trabajo de esta mujer del MidWest norteamericano, que supo estar en los años 20 del siglo pasado en el neoyorquino Village (adonde llegó con solo 18 años), con todo su movimiento bohemio y LGTBI+ con el que ella tanto se identificó; en los años 30 en el París de la vanguardia y la creatividad, y en los 50 y 60 en los laboratorios más pioneros en investigación científica. Una mujer que cada década supo reinventarse para vivir por y para su pasión, la fotografía, que le sirvió para romper muchas de las barreras que en esas décadas se imponían a las mujeres. Berenice Abbott, valiente y profesional, supo saltarse esas limitaciones empleando una cámara como escudo y arma feminista. Cuando le dijeron que “las chicas bien” no pisaban Bowery, un barrio de Manhattan que en los años 30 y 40 se convirtió en sinónimo de ambiente empobrecido y peligroso, con las más altas tasas de criminalidad de la ciudad, lleno de vagabundos y alcohólicos, ella contestó sin pensárselo: “Es que yo no soy una chica bien, soy una fotógrafa. Y quiero ir a Bowery”.
El nuevo hombre y la nueva mujer
La exposición –con casi 200 obras, la mayoría copias vintage– se estructura en torno a las tres grandes temáticas que abordó Abbott: retratos, ciudades y experimentos científicos.
En la sala de los retratos, la primera, podemos apreciar su trabajo por extraer el interior de personajes que a ella le interesaban especialmente, como Joyce y Atget, su admirado maestro (dedicó buena parte de su energía y tiempo a dar a conocer el archivo de este excepcional fotógrafo francés; y a él se le ha reservado la sala en rotonda de la Fundación de Mapfre); a captar iconos de lo que ella ya supo ver como nuevas masculinidades, como Cocteau y Gide; y a empoderar el mundo femenino –aquí también podemos decir que fue pionera y visionaria- a través de las poses y miradas de mujeres que mostraban actitudes de no ser las hijas y esposas dóciles que entonces se pedía, mujeres cuyos retratos subrayan personalidades poderosas, como Janet Flanner, Peggy Guggenheim, la princesa Marthe Bibesco, Audrey McMahou, Djuna Barnes y Sylvia Beach.
Abbott aprendió el oficio y comenzó a hacer sus primeros retratos trabajando como ayudante de Man Ray, que se instaló en París en 1921. No pudo caer más de pie en la capital francesa. “Realizaba un retrato al día, con 5 o 6 negativos”, cuenta Berenice en el documental. “Si quieres mostrar a las personas, tienes que implicarte con ellas”. Explica que “hacer un buen retrato es agotador”; pues has de mirar muy dentro de ti y del retratado para sacar algo bueno, algo distinto, algo que exprese bien a quien está posando. Y cuenta el caso de un compañero de profesión que en una ocasión le dijo que tiraba cientos de disparos en un día para retratar a alguien, y que ella le contestó con sorna: “¿y te salió alguno bueno?”.
El Nueva York de los rascacielos
En las paredes dedicadas a Nueva York, la parte más amplia de la exposición y la más conocida de Abbott, quedan claros su pulso y pasión por documentar la transformación de esta ciudad en los años 30, sobre todo a través de los gigantescos rascacielos y puentes que comenzaban a emerger. Lo cuenta ella. Cuando regresó de París a Nueva York por una temporada, asistió al extraordinario cambio que estaba experimentando la ciudad y sintió que debía quedarse y no regresar a Europa, que debía estar para captar la “locura de Nueva York”, “su ritmo tan rápido”. “Tengo que quedarme en Nueva York, documentar su extraordinario cambio de los años 30”. Registrar lo nuevo que emerge y lo viejo que aún permanecía.
Así, en las salas de la Fundación Mapfre podemos contemplar sus famosas tomas del Manhattan de los rascacielos –impresionante y conocidísima esa vista aérea nocturna de la Gran Manzana- junto a las fachadas y escaparates de anticuarios, barberías, ferreterías, cordelerías, quioscos, queserías, panaderías… Siempre con una cuidada composición, en la que suele buscar una distribución equilibrada de los focos de atención de cada imagen, tanto en la parte superior como en la inferior, a la izquierda como a la derecha.
Cómo documentar la ciencia
Estrella de Diego recalca que Abbott, aunque compartía territorios con personajes de vida bohemia, pero bien respaldados por holgadas situaciones económicas, su caso no era ése. “Ella no podía permitirse el lujo de ser una bohemia sin más, ella tenía que ganarse la vida, y decidió ganársela con su pasión, la fotografía”. De hecho, en otro momento del documental que repasa su trayectoria, confiesa: “Prefería dedicarme a mi arte y ser pobre, a prostituirme”. Por eso, en los años 50 se plantea: ¿Qué es lo más interesante que está pasando ahora? Algo que atrajera la atención del mundo, como el París de los 20 o el Nueva York de los 30 y 40. Buscando siempre dónde encontrar algo nuevo en fotografía, le da otra vuelta a su carrera con convicción y autoridad, y comienza a colaborar para los laboratorios de Física de uno de los centros científicos más prestigiosos, entonces y ahora, del mundo: el MIT, Massachusetts Institute of Technology. Una extraordinaria reinvención.
En Retratos de la modernidad podemos contemplar varias decenas de modernísimas tomas de experimentos físicos, auténticas obras de arte que daban el sorpasso a muchas de las creaciones de dos de sus referentes de la vanguardia como Duchamp y Man Ray. “Son fotografías”, dice el dossier de prensa de la exposición, “que documentan fenómenos físicos (se utilizaron, de hecho, para ilustrar libros de texto), pero muestran al mismo tiempo la exquisita imaginación y creatividad de Abbott. En cada una de ellas ofrece soluciones inesperadas para esa tarea de documentar –manejando con increíble sagacidad un juego de luces ambiguo y poderoso- que, de algún modo, nos traslada a sus antiguas imágenes de Nueva York”.
Para Estrella de Diego, Berenice es una de las mujeres artista que mejor representa el siglo XX; “una mujer que tuvo la suerte de saber buscarse la suerte, y estar en el lugar adecuado en el momento adecuado”.
Berenice Abbott se crio en un ambiente muy humilde, sola con su madre, a la que su marido expulsó de casa por una infidelidad. Ese ambiente de resistencia en Ohio, a solas con su madre, y uno de los primeros libros que leyó, Jane Eyre, la novela de Charlotte Brontë que es toda una declaración contra la estructura patriarcal para educar mujeres pacientes y abnegadas, le hicieron desde el principio una mujer valiente, trabajadora, peleona, que tenía claro lo que quería: sobre todo, no depender de nadie. Concluye al final del documental: “Soy el siglo XX. Nací en 1898, y quiero llegar a los 102 años para vivir el siglo completo”.
No pudo ser. Falleció en 1991. Pero en 2019 seguimos contemplando su obra como un extraordinario compendio documental y artístico de la energía de progreso en Europa y EEUU, progreso que no hay que entender solo por la capacidad de levantar majestuosos puentes y rascacielos, sino también por traer la dignificación de las mujeres y el colectivo LGTBI+.
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