Bergman: ¿Qué ocurrió para convertirme en un inválido emocional?
Se han publicado en español los ‘Cuadernos de trabajo’ I y II del gran cineasta sueco Ingmar Bergman, donde el artista se muestra dubitativo, desnudo a ratos, y donde también exhibe los pasos de cualquier proceso creativo, desde la aparición de la primera imagen hasta la construcción de una escena. ¿Cuánto hay de persona y cuánto de personaje en un artista de su talla?
“5.4.68. Viernes por la mañana. Martin Luther King asesinado. Un día gris frío ventoso. Toca el rostro del asesino. Tengo que salir de mi aislamiento. La única misión del arte es la de, con las modestas posibilidades del arte, recordarles a los seres humanos que pese a todo son seres humanos”, escribe Ingmar Bergman en su cuaderno de trabajo. Como veis, hay noticias de actualidad, la descripción de una imagen que puede llegar a ser el punto de partida de una escena fílmica, una confesión personal y una reflexión de humanismo universal, en apenas cuatro líneas.
“¿Qué es lo que me ha ocurrido en mi vida que me ha convertido en un inválido en el plano de los sentimientos?”, leemos en otro pasaje de sus “diarios”, como él alguna vez los menciona.
Nunca sabremos si las notas que contienen estos Cuadernos de trabajo I y II (el primero, de 1955 a 1974; el segundo, de 1975 a 2001) pertenecen a la persona Bergman, a su personaje o a alguno de los personajes de las futuras obras o películas que el director sueco va entreviendo en sus mañanas cobijado del viento de la Isla de Farö, en el mar Báltico, o en su estudio de Múnich. Ambos cuadernos han aparecido en castellano, este otoño, gracias a Nórdica Libros, con traducción de Carmen Montes Cano.
Tampoco sabremos nunca si el propio cineasta quiso que estas notas se publicaran, porque contienen pensamientos fragmentarios acerca de sus miedos íntimos y las proyecciones de estos en las ideas creativas; su ánimo cotidiano por situaciones banales; descripciones de paisajes, papeles y nombres de futuras (potenciales) piezas; melancolías varias acerca de la pareja (en cada viaje, extraña a Liv Ullmann, con quien estuvo de 1965 a 1970), mientras apenas dedica una línea a la muerte de un nieto de 4 años al que no conocía. Con todo, confiesa que en sus obras únicamente quiere concentrarse en lo que es “sentimiento, sentimiento y solo sentimiento, así no habrá nada que no sea verdadero y justo”.
“El yo del Cuaderno de trabajo puede ser el Bergman biográfico que está pensando algo, pero también puede ser el Bergman que se ha metido dentro de otro. Esa capacidad para lo ilimitado era uno de los principales rasgos del talento de Bergman (…) como ser humano que se mueve en el mundo, Bergman era huraño, y no solo eso, sino insensible a los demás”, escribe el autor noruego Karl Ove Knausgard, en el prólogo del segundo libro.
Creo que el lector tampoco puede dejarse llevar por la literalidad de unas letras sobre papel. ¿Cuánto hay de sincero sentimiento en lo que uno puede poner en palabras articuladas por un corsé externo como la sintaxis? Además, por qué no reconocer la carga de sentimiento artificial que un creador debe poner en un personaje para transmitir en la ficción algo que, en el fondo, no siente.
He aquí las subjetividades en pugna. Expuestas, las condiciones de la creación y las contradicciones de otro –con más razón si se trata de un ser talentoso– nos reconciliamos con las propias vacilaciones. Entender la creación a partir de ese abismarse en preguntas tan desasosegantes nos ayuda a entendernos. A perdonarnos las flaquezas.
En abril de 1956, preparándose para ir a Cannes, el director de El séptimo sello (1957) se confiesa “muy afligido e inquieto” por la “manera odiosa” en que lo han criticado en una revista. “¿Tan mal escritor soy? Qué será lo que me falta (…) Lo que escribo es la base de una película o de una representación teatral, ni en sueños me planteo publicarlo en forma de libro (¡bueno, sí, sí que sueño con ello!), pero sé que para eso no sirvo, mi fortaleza radica en el diálogo escénico (…) Yo siempre busco la vida, tiene que haber vida en cada instante”. Nos vuelve a enseñar, aun “cansado e inseguro”, en sus propias palabras.
“Estoy sentado en mi torre y ahí fuera transcurre la vida”, ilustra el cineasta.
Quiere escribir sencillo, que todo el mundo lo entienda, y tiene vergüenza por poner “furiosas a esas personas”. Hay en mí, dice, “un rasgo de criatura herida, de confusión extraña con la que siempre tengo que luchar y que me irrita”, explicita quien dio a luz a clásicos como Fanny y Alexander, con esos niños que algunos ven inspirados en su propia infancia reprimida por un padre pastor, castigador.
Es una asquerosidad… conyugal
“Ya no quiero seguir dándole vueltas a los conflictos matrimoniales. Me aburre lo indecible y es un tema tan espantosamente falto de humor y tan serio y grave y tan revelador y excesivo sin estar motivado de forma sincera y convincente. Toda esa basura me produce un sentimiento espontáneo de aversión. Es una asquerosidad”, deja escrito, en febrero de 1957, quien luego escribiría una serie tan emblemática de la pura vida como Escenas de la vida conyugal, condensada para la gran pantalla en Secretos de un matrimonio, ambas firmadas por él a principios de la década del 70.
“Por qué no va a poder jugar uno un poco, como el autor de melodramas que soy”. La autoburla que se permite el autor de Sonata otoñal (1978) y el opus filosófico Persona (1966), cuyas escenas sirvieron a tantos pensadores como disparador de los porqués en una mujer que ha dejado de hablar, y a tantos artistas, por sus imborrables imágenes de pieles, bocas, frentes y mares del Norte.
Alguna de esas imágenes, como premoniciones físicas, llegaron a Bergman durante alguna mañana de luz blanquecina, mientras se atormentaba con sus obsesiones sobre lo falso y lo verdadero. “Bergman escribe repetidas veces acerca de lo falso que siente que es, de cuánto fraude y cuánta artificiosidad hay en su arte (…) Que la verdad es una cualidad interna que se ve corrompida por lo externo es una idea que recorre todo lo que escribe”, según Knausgard. Sin embargo, no deja de afanarse por “encontrar ese punto tan cargado de sentido y tan colmado de contradicción que no se deja vaciar, al contrario, crea material nuevo, produce más”, según interpreta el escritor noruego.
“El valor de los Cuadernos de trabajo no radica tanto en el emblemático nombre de Bergman (…) sino al contrario, creo yo, lo que ocurre en este libro ocurre por debajo del nombre, fuera de su alcance, y por tanto representa y muestra los procesos creativos per se: ¿Qué es crear? ¿Qué se precisa para crear? ¿Cómo abrir campo para una obra, cómo mantenerlo abierto, cómo ampliarlo? (…) ¿Cómo utilizarse a uno mismo cuando la obra también ha de ser relevante para otros?”, sostiene Knausgard.
Frente a las certezas de lo mucho que ha hecho, siempre se erigen los paredones de incertidumbre y la necesidad de hacer cosas que le den paz, afirma Bergman… Aunque, antes que nada, uno deba saber “qué es lo que yo quiero”. Y en este caso se trata de un mortal lleno de los mismos pecados que muchos, y que aun así está llegando a los albores de la maravilla de Saraband (2003).
“Mientras tenga nuevas películas que hacer y ganas de hacerlas no hay nada que pueda afectarme de verdad”, escribió también el cineasta, que murió el 30 de julio de 2007, el mismo día que el otro gran artista del amor y las relaciones, Michelangelo Antonioni. Mientras tenga algo que crear, un sentimiento por amasar…
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