Bill Viola en Madrid, “debemos dejar que nuestras conciencias respiren”

A la izquierda, Water Martyr, Martyrs Series, 2014 @ Bill Viola Studio. A la derecha, Air Martyr, Martyrs Series, 2014 @ Bill Viola Studio.

A la izquierda, ‘Water Martyr’, Martyrs Series, 2014 @ Bill Viola Studio. A la derecha, ‘Air Martyr’, Martyrs Series, 2014 @ Bill Viola Studio.

Con el título ‘Espejos de lo invisible’ el Espacio Fundación Telefónica expone en Madrid una retrospectiva de Bill Viola con más de 20 obras emblemáticas que recorren las cinco décadas de creación de este pionero del videoarte, cuya obra profundiza en cuestiones como la vida y la muerte, la soledad o el efecto en nosotros del paso implacable del tiempo.

Así nos recibe Bill Viola en esta exposición: encerrado en un viejo televisor monocromo, mirándonos fijamente, sin pestañear, mientras escuchamos su respiración dentro de la caja, tan fuerte que te sobrecoge. Un contador luminoso de dígitos rojos va registrando cada inspiración y expiración; cuando tenga nueve cifras, se explica en el panel informativo, equivaldrá a una existencia humana de 85 años. Y recoge la frase del persa Rumi, un místico sufí del siglo XIII: “Mientras respiramos el alma se nos escapa poco a poco de la cárcel de este mundo”.

Se le ve más joven al artista en esta imagen del televisor porque esta obra, Incrementation, es de 1996. Bill Viola nació en 1951 en Nueva York en el barrio de Queens y estudió Bellas Artes en la Universidad de Siracusa. Enseguida empezó a experimentar con el sonido y las imágenes electrónicas, con las posibilidades para ralentizar la realidad y extraer sus detalles que le brindaba el slow motion o los efectos del montaje en bucle, que después le permitirían manipular el tiempo para expresar en sus videocreaciones ideas acerca de la condición humana con su característico tono filosófico o impregnado de espiritualidad, presente ya en sus primeras obras. Como en The reflecting pool (1977-79), instalada en la siguiente sala, donde él mismo se lanza desnudo a un estanque y queda detenido en el aire hasta borrarse integrándose en el bosque que le rodea, mientras mediante un efecto asombroso para la época en la que fue creada, la superficie del agua se mueve y cobra vida como si la única presencia real en la escena fuera la suya.

Ese matiz fantasmagórico impregna muchas de sus obras componiendo una metáfora de la muerte, o de lo que no ha muerto pero irremediablemente desaparece o nos es arrebatado. Como en Los inocentes (2007), dos figuras flotantes que caminan atravesando la nieve del televisor aunque apenas avanzan, se diría que atrapadas para siempre en el barrido electrónico del aparato. Esa misma sensación claustrofóbica impregna su obra Tres mujeres (2008), donde una madre y sus dos hijas consiguen cruzar la barrera monocroma del televisor a través de una cortina líquida; primero la madre, que recupera su imagen en un mundo colorido y aparentemente real, tendiendo desde ahí la mano a cada una de sus hijas para sacarlas a través del agua, como en un alumbramiento. Pero poco después la madre regresa, y la hija mayor tras ella. La más pequeña permanece deslumbrada por el nuevo medio -¿nuestra realidad?-, y parece dudar durante un instante. Antes de volverse te mira, y esa mirada se queda en ti como si hubieras presenciado algo secreto pero que ya conocías, como si fueses cómplice de su cautiverio o no supieses qué hacer con lo que sus ojos te han dicho. Y cuando el bucle acaba dejas su narración ahí encerrada, igual que un relato o un poema, abriendo en tu mente múltiples significaciones.

‘Walking on the Edge’, 2012 @ Bill Viola Studio

‘Catherine’s Room’, 2001 @ Bill Viola Studio

Cuando era niño Bill Viola se cayó de una barca y estuvo a punto de ahogarse, pero en esos minutos que pasó sumergido hasta ser rescatado no tuvo miedo, sino que el resplandor líquido que le rodeaba y la sensación placentera de ingravidez transformaron el accidente en una revelación, el hallazgo de un lugar donde por un momento quiso permanecer para siempre. Por eso el agua está presente en muchas de sus obras como una metáfora del tiempo, o representando una frontera entre el mundo terrenal y el espiritual, que en este artista se impregna de las tradiciones del budismo zen, el sufismo islámico y el misticismo cristiano.

A Bill Viola le han llamado ‘el Rembrandt del videoarte’ por la estudiada iluminación y la composición pictórica de algunas de sus piezas. En las cinco secuencias fijas del retablo Catherine’s room (2001), inspirada en una pintura de Andrea de Bartolo Cini que representa a Catalina de Siena, la textura luminosa que irradia la habitación parece la imitación de un Vermeer. “En muchas de mis obras cojo la forma de una pintura y la transformo en imagen en movimiento; no es exactamente que las copie, el contenido es mío”, ha dicho Viola al respecto. Todo en su compleja escenografía está medido pero fluye, preparado para que lo observes con atenta calma. Por eso, ante algunas de sus piezas como Ánima o El quinteto de los sobrecogidos puedes descubrir los cambios que de un modo casi imperceptible se están produciendo en el rostro de sus protagonistas, y sabes que si desvías tu atención solo un segundo puedes perderte un detalle esencial que exprese esa reflexión que alguna vez te hiciste sobre el tiempo, o que te haga preguntas sobre tu lugar en el mundo, porque en sus obras el artista registra y expone ante ti la conciencia misma de sus actores para que te reconozcas en ella. “Las emociones humanas tienen una resolución infinita: cuanto más las ampliamos, más infinitamente se expanden”, dice.

A la izquierda, ‘Fire Martyr’, Martyrs Series, 2014 @ Bill Viola Studio. A la derecha, ‘Three Women’, 2008 @ Bill Viola Studio

Ahora me doy cuenta, recorriendo esta muestra, de que alguna de las extrañas escenas que he visto durante las semanas de confinamiento podrían ser escenografías para las piezas de Bill Viola: personas que daban vueltas obsesivamente en el perímetro de sus azoteas, espectrales calles vacías donde solo el viento movía algún papel que rodaba por el suelo, ventanas cerradas en edificios enteros que parecían deshabitados, aunque viviera en ellos la gente. Atrapados en la burbuja rara de esos días, estas extrañas visiones han hecho que nos hagamos preguntas acerca del sentido del tiempo que vivimos, de la energía desperdiciada en todo lo que creíamos tan importante y, de pronto nos dimos cuenta, no lo era. Esas preguntas estaban ahí antes porque llevamos siglos haciéndolas y el arte ha buscado siempre la forma de expresarlas, pero quizá es que ya no las oíamos. “Debemos recuperar el tiempo para nosotros y dejar que nuestras conciencias respiren y que nuestras abarrotadas mentes estén quietas y en silencio. Esto es lo que el arte puede hacer y lo que los museos pueden ser en nuestro mundo actual”, expresó Viola como en una premonición.

En sus obras nos coloca ante nuestra frágil condición porque quiere enfrentarnos a ella; quiere, como alguna vez ha dicho, que solo existan en la mente misma del espectador.

‘Bill Viola. Espejos de lo invisible’. Espacio Fundación Telefónica, Madrid. Hasta enero de 2021.

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