‘Body Horror’: el cuerpo femenino como pesadilla para Halloween

La historia de horror, crueldad y rabia femenina de ‘Carrie’ no ha perdido ni un ápice de fuerza aunque hace 50 años que la escribió Stephen King.

Se ha diseccionado, maltratado y pervertido tanto que hemos acabado por convertirlo en territorio de pesadilla. El cuerpo femenino es el protagonista indiscutible de las narraciones y las películas de ‘body horror’, ese subgénero dentro del terror, vuelto a popularizar gracias al éxito de la película ‘La sustancia’, protagonizada por Demi Moore. Os diseñamos un escalofriante y perfecto plan para estas noches de fin de semana de Halloween.

Decía la artista estadounidense Barbara Kruger en la que seguramente sea su obra más conocida que nuestro cuerpo es un campo de batalla. ¿Qué clase de cuerpo? Una mujer, capturada en un primer plano en blanco y nego, nos mira desafiante. El cuerpo femenino, por supuesto. Me cuesta pensar en algo que esté más sujeto a discusión, a escrutinio, a crítica, a censura, a legislación.

Ya sea la actriz Ester Expósito teniendo que defenderse a sí misma en una entrega de premios: no me he metido botox, mi cara está más hinchada porque soy una persona viva y he engordado. Ya sea Estados Unidos, retrotrayéndose varias décadas en los derechos reproductivos de las mujeres y negándoles el acceso a un aborto seguro. Ya sean estas cantantes pop que en sus letras te animan a amarte a ti misma pero luego, ¡sorpresa!, han perdido casi 20 kilos en apenas un par de meses a base de Ozempic. Se me acaba de venir a la mente el recuerdo de la revista femenina Cuore, que consumí durante un par de años en mi adolescencia. Aquellos “ARGGG!!!” escandalosos cuando una famosa llevaba las uñas mal pintadas, o el pelo sucio, o, por supuesto, tenía celulitis asomándose por debajo de la minifalda. Lo que no sé es cómo no padecemos un grave problema de dismorfia corporal todas las mujeres que crecimos a finales de los 90 y los tempranos 2000.

Es un problema no ser bella. Pero también es un problema ser demasiado bella. Una no sabe qué hacer con este envoltorio extraño que es el cuerpo: si cuidarlo con una esmerada combinación de comida saludable y mucho ejercicio; si no prestarle demasiada atención y vivir despreocupada; si convertirlo en su templo sagrado; o si reclamar su derecho a -mal- tratarlo como le dé la gana. Y lo cierto es que rara vez miramos nuestro cuerpo a través de nuestros propios ojos, sino que lo hacemos a través de la mirada masculina. Cómo nos ven los demás –cómo nos ve la sociedad patriarcal– nos da una imagen más completa acerca de nuestro físico que la realidad que vemos reflejada en el espejo.

Esta constante hipervigilancia, esta batalla, ha provocado que muchísimas mujeres, si no casi todas, tengan –tengamos– una relación complicada con nuestro cuerpo. Y puede llegar al punto de que seamos nosotras mismas quienes lo maltratemos. ¿Cómo? Cirugías plásticas de pómulos, de labios, de pechos, de nalgas para responder a estándares antinaturales. Niñas que se echan corrector y retinol con 11 años. Dietas estrictas que no persiguen la salud, sino la talla 34 a toda costa. Qué chica no ha pensado alguna vez, mientras se retorcía en la cama víctima de una gastroenteritis odiosa: “Bueno, por lo menos voy a perder un par de kilos”.

Pero esto no va solo del tema estético: hablemos de violencia sexual, del deshonor en determinadas religiones patriarcales, de embarazos y maternidades –tanto deseadas como no deseadas– y de violencia obstétrica, de una medicina que no estudia las particularidades de la fisiología femenina. Esa sensación de que tu cuerpo no te pertenece del todo, de que podría desatar un desastre a tu alrededor sin que tú seas consciente de haberlo provocado, de que es un arma que otros podrían usar contra ti. En qué momento tener un cuerpo deja de ser algo natural y a la vez maravilloso y se convierte en una maldita historia de terror.

“Ser mujer es habitar un cuerpo que por naturaleza es vulnerable a la invasión forzosa”, escribe Joyce Carol Oates en el prólogo de Perversas (Horror Vacui, 2024), la antología de relatos de body horror recopilada por ella misma. ¿Y qué es el body horror? Seguramente os hayáis topado con esta expresión varias veces en las últimas semanas. ¿La culpable? La sustancia (2024) – FilmAffinity, la película de terror dirigida por Coralie Fargeat y protagonizada por una Demi Moore de la que todos nos empeñamos en decir que está fantástica a pesar de su edad y por una Margaret Qualley insoportablemente joven, flaca y bella. El body horror es un subgénero de la literatura y el cine de terror en el que lo terrorífico, muy habitualmente asociado a lo gore, sucede en el cuerpo del ser humano. Mutilaciones, enfermedades extrañas, transformaciones monstruosas. El cuerpo violentado es el síntoma físico de algo terrible que le sucede a la mente. En el caso de la protagonista de La sustancia, el edadismo impuesto por Hollywood y la desesperación por encajar eternamente en unos cánones de belleza inalcanzables para la inmensa mayoría de la población.

En los relatos recogidos en Perversas hay cuerpos poseídos por antepasados que te hacen bailar hasta la muerte, hay gemelos ectópicos que toman el control de tus manos, hay conversiones en hombres lobo o caracoles, hay pistolas que brotan en el útero. Lo que tienen en común todos los textos –salvo uno– es que están protagonizados por mujeres. Si el body horror es un subgénero de terror especialmente prolífico en autoras y directoras, así como en protagonistas, es porque –repito, una vez más– el cuerpo femenino es un campo de batalla. Se ha diseccionado, maltratado y pervertido tanto que hemos acabado por convertirlo en territorio de pesadilla. Escribir o dirigir body horror es, en cierta parte, una forma de apropiación y reclamo de esta pesadilla.

Arpías. Furias. Sirenas. Gorgonas. Todas ellas son una proyección de la imaginación masculina acerca de uno de sus mayores temores: la perversión de la belleza, la mujer que se vuelve extraña y temible, que no encaja en “su papel tradicional de sumisión”. Dice Carol Oates que nuestra querida Medusa (recientemente revisitada por la escritora Natalie Haynes en Las miradas de Medusa (Penguin Libros) protagoniza la que seguramente sea la primera historia de body horror de la literatura occidental. Por su belleza es, primero, agredida por el dios Poseidón y, segundo, castigada por la andrógina Atenea. Su rostro se desfigura, su mirada petrifica, sus cabellos dorados se transforman en serpientes. Pero, ¿y si en este cuerpo horroroso reside una nueva forma de poder?

Me vienen a la cabeza dos películas estrenadas en la primera década de los 2000 que, vueltas a ver recientemente, me parecen dos joyas infravaloradas: Ginger Snaps y Jennifer’s Body. En ambas nos encontramos con un patrón típico del cine más pop: la historia de dos adolescentes –hermanas en la primera, mejores amigas en la segunda–, una de las cuales es un patito feo y la otra, una belleza explosiva. La triste y fea se convertirá en la heroína del cuento básicamente dando caza y muerte a la reina del instituto que, corrompida por su belleza, se ha convertido o bien en un hombre lobo o bien en un demonio. Una vez más, la ausencia de belleza como tormento, la belleza excesiva como castigo, el cuerpo transformado como arma de destrucción.

Poder. Sangre. Muerte. Reinas del baile y adolescentes que caen como moscas. No puedo acabar este artículo sobre body horror sin dedicarle unas líneas apasionadas a la que seguramente sea una de las mejores historias del subgénero que se han escrito, y lo hizo un hombre, pero no uno cualquiera. Carrie (Penguin Libros), de Stephen King, cumple 50 años este 2024, y su historia de horror, crueldad y rabia femenina no ha perdido ni un ápice de su fuerza. Gracias, gracias infinitas a Tabitha King por sacar aquellas hojas de la papelera.

La historia empieza así: una adolescente ve un reguero de sangre escurrir entre sus piernas, está aterrorizada porque la fanática religiosa de su madre nunca le ha hablado de la regla y sus malvadas compañeras de instituto le arrojan tampones y compresas como si fuese un animal del zoo. La llegada de la menstruación, lo que implica en nuestra vida a nivel físico, psicológico y social, es la primera experiencia de body horror compartida por todas las mujeres cis. King supo representar el desconcierto, el miedo, la sensación de pérdida de control sobre nuestro propio cuerpo que, a partir de ahora, podrá ser usado para uso y disfrute de otros y, como castigo, verse sometido a enfermedades venéreas y embarazos no deseados. En este punto de nuestras vidas, las mujeres empezamos a tenerle un miedo terrible a nuestros cuerpos, siempre al borde de la traición.

¿Cómo continúa la historia? Esta transformación en el cuerpo de Carrie desata un poder terrible que había permanecido aletargado en su interior: sus habilidades de telequinesis, que la desgraciada muchacha usará para… Bueno, mejor lo dejo aquí, no vaya a ser que os haga spoiler de vuestro plan para estos días de Halloween.

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