Bondad y maldad en uno de los mejores cuentistas, Saunders

El escritor George Saunders. Foto: Shawn Miller/Library of Congress.

George Saunders es, junto a Lorrie Moore, uno de los grandes cuentistas de la literatura norteamericana actual. Creo que pocos como él saben manejar el humor, la crítica social, la originalidad literaria, la voz inconfundible que tiene y la empatía que muestra siempre hacia todos sus personajes, a los que mira con ternura. He releído estos días algunos de los cuentos de El día de la liberación’, publicado por Seix Barral.

Empecé a leerlo hace muchos años, con la novela breve Gerracivilandia en ruinas (DeBolsillo), una crítica despiadada al capitalismo y nuestras vidas encadenadas. Fue gracias a una recomendación, tal vez de Rodrigo Fresán en el ABC Cultural; ahora no lo recuerdo. Pero sí que a partir de entonces leí todo lo que se fue publicando en castellano de este autor (Pastoralia, 11 de diciembre), relatos editados en Alfabia, un sello que hoy no logro saber si ha sobrevivido o no y al que estaré eternamente agradecido.

En su último libro de cuentos, El día de la liberación, Saunders vuelve a mostrar esa capacidad para narrar el presente con relatos ambientados en el mundo actual o en un futuro próximo (me niego a decir distópico), pero distorsionado, como ya hizo en Pastoralia o en 11 de diciembre.

Muchas de sus historias, adictivas, transcurren en parques temáticos y sus personajes, nosotros, han de representar un papel, somos meros figurantes. Así es el mundo de hoy, nos viene a decir, con esa habilidad inmensa que tiene para unir el drama y la comedia.

Saunders, como Cervantes, utiliza el humor y la ironía para mostrar la fragilidad del ser humano. Por dura que sea la realidad que muestra, suele mirar a sus personajes con compasión y empatía, sin juzgar nunca. Creo que porque como autor, y también como individuo, Saunders apuesta por la bondad, en lugar de por la maldad, tan de moda hoy.

Confieso que me cansan un poco los libros que en la solapa repiten el tópico de que la novela indaga en la búsqueda del mal y cosas parecidas, y se alude a Hannah Arendt y a la banalidad del mal, que ha terminado por banalizarse también. La realidad nos ofrece tantos ejemplos que sobra la ficción. Basta abrir un periódico o encender la televisión para encontrarse con Benjamín Netanyahu, por ejemplo, y toparnos con el rostro del Mal, autor de un genocidio realizado en nombre del Holocausto, capaz de asesinar a niños, bebés, de matarlos con las bombas o dejarlos fallecer por inanición. 

Aparte de una novela, Lincoln en el bardo, la editorial Seix Barral publicó en 2020 un librito impagable de Saunders, Felicidades, por cierto. Algunas reflexiones sobre la bondad. Es el discurso que dio en la ceremonia de graduación de la Universidad de Siracusa y que se publicó en inglés en 2014, al parecer por el éxito que tuvo en las redes sociales. Supongo que los alumnos no estaban acostumbrados a que un escritor de éxito les hablase de tú a tú, con un lenguaje cercano y nada ampuloso, y escuchar este consejo (dar consejos a las nuevas generaciones forma parte del ritual de estas ceremonias): “Así pues, he aquí algo que puedo decir con certeza, aunque resulte un poco cursi y yo no sepa muy bien qué hacer con ello: / De lo que más me arrepiento en mi vida es de las situaciones en las que no fui amable./ De aquellos momentos en que tenía delante a otro ser humano y reaccioné… con prudencia. Con reservas. Con moderación”. Y cita a otro inmenso escritor, Henry James: “Hay tres cosas importantes en la vida: la primera, ser amable; la segunda, serlo siempre; y la tercera, nunca dejar de serlo”. 

George Saunders es budista. Y el otro día fui a ver el documental sobre el Dalái Lama, Sabiduría y felicidad, producido por Richard Gere y dirigido por los suizos Barbara Miller y Philip Delaquis. La película mezcla escenas del pasado (la invasión del Tíbet, por ejemplo, o la propia niñez y juventud de este líder espiritual) con una entrevista al Dalái Lama.

La película, que evita momentos controvertidos, es muy potente desde el punto de vista visual, con imágenes bellísimas, muy cuidadas. La propia escenografía de la entrevista lo es, en su sobriedad. Cuando terminó el documental, le pregunté al amigo con el que fui qué le había parecido. “Bueno”, me dijo, “bien, pero nos cuenta cosas que ya sabemos, ¿no?”. Me quedé pensativo. Es verdad que el mensaje del Dalái es muy sencillo, conocido. Apela a la igualdad entre todos los seres humanos, a la compasión, al amor, al respeto de la naturaleza y a la lucha contra el cambio climático. Recuerda que cuando era niño las nevadas en el Tíbet eran permanentes. De ellas nacían varios de los ríos asiáticos. Hoy el calentamiento global las ha diezmado. Recuerda a las mujeres. Confiesa que si él mismo tiene un lado más sensible y bondadoso, se lo debe a su madre. De hecho, le gustaría que el próximo Dalái Lama fuese una mujer. Si viviéramos en un matriarcado, viene a decir, tal vez no habría tantas guerras. Y creo que lleva razón, pues la guerra y la violencia siempre las han realizado los hombres. El Dalái Lama nos recuerda la importancia de la cooperación, de la compasión, de la ayuda al prójimo. Es verdad que todo esto es muy básico. ¿Pero acaso no lo hemos olvidado?

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