La novela presagio de Bolaño
Joan Losa reseña la novela de Bolaño El espíritu de la ciencia ficción, en la que se apuntan elementos que más tarde configurarían su universo literario.
JOAN LOSA
“Ojalá el arcón de Roberto Bolaño nunca se cierre”. Así zanja el crítico Christopher Domínguez Michael el prólogo de El espíritu de la ciencia-ficción. Un anhelo que, a tenor de la profusión de textos que se esperan —restan todavía tres novelas llamadas primerizas y una veintena de cuentos—, queda saciado al menos a corto plazo. La pregunta sería, en todo caso, si conviene seguir escarbando en él, si el obvio interés por todo aquello que tuvo a bien pergeñar el chileno ha de ver la luz.
Pero al lío; la novela. Empezaré por el final, por esas fotografías que a modo de apéndice cierran la edición y muestran cómo trabajaba Bolaño, hasta qué punto se autoeditaba —apenas hay tachones— y mantenía al escribir una perfecta equidistancia entre renglones. La pulcritud del documento y la data final —Blanes, 1984— nos hace pensar en una novela acabada, no en un experimento. Si bien es cierto que el chileno, llegado el momento, decidió olvidarse de ella, no lo es menos que cualquier lector interesado en Bolaño puede encontrar aquí la simiente de obras como Los detectives salvajes o Estrella distante, así como un buen puñado de tramas y personajes en los que más tarde ahondaría. Y es ahí, en ese limbo entre la reliquia y el borrador donde opera El espíritu de la ciencia-ficción.
La trama, grosso modo, sigue a dos jóvenes escritores emigrados durante la dictadura que malviven en el DF de los años 70: Jan y Remo. La voz cantante la lleva este último, que describe con esa prosa envolvente marca de la casa una ciudad en plena efervescencia lírica, plagada de talleres literarios y en la que Remo —junto con el poeta motorizado José Arco— constata la existencia de un documento que registra medio millar de publicaciones líricas de poca monta, lo que les llevará a la correspondiente y atropellada pesquisa. En un segundo plano queda Jan Schrella, paradigma del vacío y la obsesión por la literatura, dedicado en cuerpo y alma a remitir alucinadas misivas a sus autores de ciencia-ficción predilectos.
Fetichización de la literatura, claves detectivescas, poética de la subversión y melancolía a espuertas… Les suena, ¿verdad? Todavía a tientas, el chileno parece haber encontrado las coordenadas básicas desde las que irá tejiendo su particular universo, el mismo que le llevará al olimpo de la literatura y que, en El espíritu de la ciencia-ficción, parece que empieza a encajar. Es quizá esa promesa cumplida, ese descomunal presagio lo que confiere a esta obra un valor especial más allá de lo puramente literario. Así, cuando Roberto Bolaño —a través de su alter ego Remo Morán— se revuelve contra la casta literaria reinante: “Qué triste, pensé en un relámpago de lucidez o de miedo, algún día yo contaré historias acerca de poetas-lúmpenes y mis contertulios se preguntarán quiénes fueron esos infelices”, lo que hace es vaticinar un nuevo orden literario, un farol en toda regla proveniente de un vate sin oficio ni beneficio que se la juega en cada verso. Sobra decir que el tiempo le dio la razón.