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Reality Things

Por bonsauvage, el 27 de marzo de 2017, en Buensalvaje Opinión

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Imagen de uno de los realities más conocidos: Pawn stars (La casa de empeños).

 

Guillermo Aguirre opina sobre la veracidad de los realities, programas que dicen representar la realidad mientras sirven de evasión para el espectador.

GUILLERMO AGUIRRE

 

Ya me lo he callado demasiado tiempo y considero que va siendo hora de nombrarlo en alto, decírselo al resto y así también a mí mismo, hacerlo público y aceptarlo: soy Guillermo Aguirre y soy adicto a los realities. Los veo a puñados, uno detrás de otro, temporada a temporada a lo largo de tardes de cerveza y lobotomía, haciendo zapping como quien hace rapel.

Veo a los camioneros en Australia, el día a día del hombre en Alaska, las reformas extremas en Boston, en las Vegas, en Detroit. Donde sea que se derribe y se restaure yo lo veo. Veo las casas a juicio de Vancouver, las de los lagos, los tipos que compran guardamuebles en el sur, en la costa este, en la oeste, los hombres que pujan por containers que vinieron en barcos desde el mar. Soy como el jodido Whitman en Hojas de hierba: veo las casas de empeños, allá donde alguien empeñe algo yo estoy con él, lucho con el precio de la historia. Veo a los niños que batallan entre fogones a lo largo del mundo para ser masterchefs diminutos, los padres que cocinan por orgullo y porque han tenido una vida difícil, los restaurantes de pesadilla que se salvan a última hora de la muerte: donde sea que una empresa sufra, yo sufro con ella. Veo los realities de las casitas en los árboles, los tipos que levantan porches, las minicasas construidas en armarios sobre ruedas: si alguien en algún lugar pone un clavo, yo quiero verlo, mirarlo, sentir que el clavo al fin penetró en su madera y a su alrededor el universo se ordena.

No sé si es por viajar a través de América o son sus gentes, sus vidas, los míseros asuntos de la simple humanidad entregada a sus quehaceres. No sé si es esa hombría barata de las pujas, los tablones, los camiones, el polvo de las reformas… o acaso la suculencia de los platos, los fogones, su estirado cientificismo de sabor. No sé si es esa manera de honrar las labores comunes y enaltecerlas en el altar televisivo o el capitalismo que palpita bajo la apariencia de cachorro de los realities. No sé qué es lo que me lleva a ellos como va el sediento a Cristo y de Cristo al fin a las aguas, pero aquí estoy, mirándolos mientras escribo.

Lo que sí sé es que hay algo mágico en su narrativa, algo que se salta las leyes básicas y que, sin embargo, funciona, una vez y otra y otra, siguiendo el patrón sin desplazarse un milímetro. Dicen que a la hora de contar una historia conviene que el lector o el espectador no sepa qué va a ocurrir, cómo acaba, uno lee o ve historias para saber y, sin embargo, en los realities uno ya sabe. Sé perfectamente cómo acaba la historia de este camionero que llega tarde a un porte a través del desierto, sé cómo acaba la reforma de esta casa que se cae a pedazos y tiene humedades y moho, cómo la pesadilla de este restaurante lleno de irresponsables. Acaban bien y a tiempo una vez y otra, y así, pese a tratar supuestamente con personas reales y problemas reales, los realities se alejan tanto de la realidad en su maravilloso final que están aún más de espaldas a ella que las novelas o las películas, que las supuestas ficciones. Y sin embargo los amo, amo esta placentera sensación de saber que al final todo saldrá bien por más que el mundo ponga en medio sus impedimentos y desgracias, esta perfección circular, este modo de susurrarme que el mundo está en orden y de servirme en bandeja el verlo todo, ser un Dios omnipresente que se cuela en los lugares, un Dios omnipotente desde mi sofá, un Dios omniterreno, uno que tiene la cocina por barrer, diez llamadas por hacer, una cisterna que gotea y una puerta que cierra mal y que al parecer jamás reparará.

 

Guillermo Aguirre (Bilbao, 1984) es autor de las novelas Electrónica para Clara, Leonardo y El cielo que nos tienes prometido. Ha participado en diversas antologías, entre las que cabe destacar Diez bicicletas para treinta sonámbulos, Bajo treinta o Última temporada. Actualmente es coordinador de cursos en Hotel Kafka y coordinador de Ámbito Cultural.

 

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