Bruce LaBruce: fotos subversivas, sin pudor ‘contra la cultura’
La editorial Cántico publica, por primera vez en castellano, ‘Contra la cultura’, el ensayo del polémico Bruce LaBruce en el que se aúnan sus fotografías más procaces con una selección de textos en las que diserta sobre distintos aspectos de la cultura contemporánea como el cine, la literatura o las drogas.
Carece de la luz barroca de Robert Mapplethorpe, pero no de su sadomasoquismo. También de la mirada social, tremendista, de fotógrafas como Diane Arbus, aunque no deja de lado la crudeza. Adolece de la cotidianidad de Vivian Maier o de la dolorosa crítica social de David Wojnarowicz, aunque su propio contexto no le sea ajeno. En definitiva, lo que no encontramos en sus imágenes es aquello que el establishment ha dado en llamar siempre «alta cultura». A cambio, lo que encontramos es el poso que el mundo underground deja cuando sube del subsuelo para ser abrazado por el poder e ingresar definitivamente en el universo más mainstream.
La obra de Bruce LaBruce está exenta de todo pudor, de toda cursilería (hay quien dice que lo cursi es fascista) y no se preocupa en dignificar las partes más subversivas, casi sórdidas, del cuerpo humano. La Editorial Cántico ha sido la encargada de publicar, por primera vez en español, Contra la cultura, la recopilación de fotografías y textos del autor de Southampton. En el volumen, palabra e imagen se alternan ofreciéndonos un mosaico particular, que sólo quedará completo a la vista de pájaro de quien lo tenga entre las manos. Entre ellas pasan cuerpos eminentemente masculinos, que a veces cumplen y a veces no con el canon de belleza establecido, imágenes que en ocasiones abruman por la crudeza de su fetichismo –un hombre trajeado, que cubre su rostro con una máscara de cerdo y solamente muestra sus pies, en alto– y en otras traspasan de lejos el límite entre lo erótico y lo pornográfico con representaciones explícitas de varones que mantienen relaciones sexuales, anales y orales, hombres que por sí mismos y por el tratamiento que la fotografía hace de sus cuerpos, romperían cualquier algoritmo tiktokero.
Publicados durante la década de los 90 y los 2000, es en los textos donde la pericia del autor brilla sin ambages, especialmente cuando encuentra los binomios capaces de reflejar a nuestra sociedad. Destaca la brillante comparación –sumamente pop– que hace entre el triángulo Reynolds-Fisher-Taylor (incluimos también aquí a Burton) y el mucho más actual Aniston-Pitt-Jolie, ambos a su modo espejos de dos épocas ya extintas: las del Hollywood dorado y las de la ingenuidad de los 90. También encontraremos la simetría entre los filmes Erin Brockovich y Música del corazón o la radiografía certera en el –ahora gracias al Ripley, de Netflix, tan actual– análisis de los estereotipos homosexuales. El autor es capaz de cifrarlas en un repertorio fílmico que, al formar parte de la cultura popular, va moldeando nuestra percepción de la realidad. Algunos de los textos se aproximan más a su obra fotográfica al abordar LaBruce también el mundo de la droga, no ya en una loa sobre su uso, sino también en la normalización de su abuso dentro de la comunidad homosexual, alejándose, –pero paradójicamente acercándose también– al estigma que en su generación dejaron el VIH y la heroína.
Es ahí donde reside la grandeza de este intelectual polifacético. Es capaz de extraer de los elementos más populares del cine comercial y de sus intramuros las partículas que configuran nuestra mirada. Con su análisis nos ayuda a definirnos, a encontrar en nosotros mismos una crítica no siempre velada, pero exacta, con la que es capaz de transgredir. La conjunción entre la crudeza y la abrupta sexualidad de sus imágenes arrastra a los escritos hasta un lugar subversivo, que parece medrar sólo debajo del pavimento, contra las normas establecidas, contra los criterios del canon y mientras no sea absorbido por el sistema también contra la cultura.
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