Buenos cuentos con Carver, Chéjov, Borges, Duras, Delibes y Camus

El escritor y periodista Javier Morales. Foto: Sole González.

Javier Morales, escritor y periodista, que mantiene su sección ‘Área de Descanso’ con recomendaciones de lecturas en ‘El Asombrario’ desde que echamos a andar, tiene nuevo libro de relatos: ´La moneda de Carver’ (Reino de Cordelia) es un paseo por la soledad del alma humana, las muertes prematuras, los tormentos de grandes escritores que le han influido de manera decisiva. Con Morales, viajamos hacia el universo de Carver, Chéjov y Borges, Camus, Delibes, Aldecoa y muchos otros…  

Tu nuevo y fabuloso libro de relatos, Javier, me parece un gran homenaje a la literatura y a tus icónicos escritores, a los que tantas veces has mostrado agradecimiento por cómo han encauzado tu vida profesional y personal: Chéjov, Berger, Richard Ford, Munro, Borges, Duras, Cheever, Camus, y, por supuesto, quien da título al volumen, Carver. Dame una frase de cada uno de ellos, de por qué han sido tan cruciales para ti.

La lista es larguísima, en realidad. Pero respecto a los autores que citas, te diría que de Chéjov aprendí a darme cuenta de que no se necesitan grandes tramas para contar una buena historia y, sobre todo, su tremendo humanismo. Antes que yo lo aprendieron Cheever, un gran estilista capaz de convertir en poesía una tarde de lluvia mientras se hilvana una historia, Ford, Munro o el propio Carver. Todos ellos, de una u otra manera, han seguido la estela del gran maestro ruso y nos han enseñado a los demás a leerlo mejor. Borges es un género en sí mismo, un autor inagotable que, aunque escribió en el siglo XX, su literatura es casi más del siglo XXI. De Duras me gustó siempre su enorme capacidad para la elipsis y la sugerencia. Berger y Camus me enseñaron a mirar el mundo de otra manera y la idea de que la belleza y la literatura pueden acompañarnos en el proceso para cambiarlo.

¿Y españoles? Dinos por quiénes te sientes más influido. Sé de tus debilidades por Aldecoa, Chirbes, Delibes, Gabriel y Galán (protagonista de uno de los relatos)…

Desde el punto de vista estrictamente literario, y si hablamos de autores actuales, quizás me sienta más cercano a Aldecoa y Delibes. En ambos me atrae la sobriedad de su lenguaje, su mirada hacia lo más cercano. Aunque Gabriel y Galán es un gran autor, su influencia, creo, es más personal que literaria (si es que ambas cosas se pueden separar). Chirbes nos ha mostrado a todos a ver las sombras del mundo actual, devastado por el capitalismo. Y aunque también la lista de deudas es larga, citaría a una poeta, Chantal Maillard, por su extrema sensibilidad y esa mirada metafísica y empática hacia los seres más vulnerables.

Hablando de Delibes, creo que hay que destacar en tu libro ese lenguaje claro, conciso, sin galimatías ni alharacas, con imágenes precisas, y adjetivos, los justos… tan castellano, tan Delibes… Tú que enseñas a escribir en distintos centros, ¿crees que es un desvío habitual de quien quiere ser escritor hacerse el enigmático y ponerle tantas capas al lenguaje que a veces nada se entiende?

Pues te agradezco esa comparación porque Delibes es un maestro del lenguaje y su sobriedad tiene mucho que ver también con su mirada hacia el mundo, tan adelantada para su tiempo. Fue un precursor del ecologismo y pensaba que se puede vivir mejor con menos. Con el lenguaje ocurre algo parecido, ¿no? Desde luego, ser oscuro por ser oscuro no aporta nada. Creo que al principio, cuando empezamos a escribir, todos somos un poco pretenciosos, queremos deslumbrar. Pero poco a poco te das cuenta de que lo verdaderamente difícil es contar más con menos. Puedes ser muy poético, como Marguerite Duras, con un lenguaje preciso y contundente, con palabras que resuenan en tu cabeza después de leerlas.

Siguiendo con el oficio/arte de escribir, quiero detenerme también en la frase de Natalia Ginzburg con la que abres el libro: Escribir “es un oficio bastante difícil, como veis, pero es el oficio más bonito del mundo”. Desarróllanoslo un poco en cuanto lo que supone para ti. ¿Qué sacrificios te exige, qué satisfacciones te da?

Si puedes dejar de escribir, hazlo, aseguraba Kafka, un autor que también ha sido fundamental en mi vida y en mi visión de la literatura. Y creo que esa frase lo resume un poco todo, ¿no? Como dice Paul Auster (otra referencia, ya digo que la lista es inmensa), escribir no es que te haga más feliz, pero si no lo hiciéramos seríamos más infelices. En este sentido, escribir es un acto de supervivencia, una manera de estar en el mundo diría yo. Y exige un esfuerzo, un sacrificio. Si uno fuera rentista, podría dedicarle todo el tiempo del mundo a escribir. Pero la mayoría de los escritores, salvo una élite, tenemos que tener otro trabajo que nos dé de comer. Creo que hay a veces una idea muy romántica de la literatura que pasa por el deseo de ser famoso y que te inviten a festivales y saraos. Pero una cosa es la literatura y otra el mundo literario, dice Aira, y estoy de acuerdo. Si alguien busca la fama, que se dedique a otra cosa. Yo creo que a los escritores, al menos a mí, lo que nos hace felices de verdad es más bien leer buenos libros. En eso me siento un humilde heredero de Borges.

Cuando hablas de escribir, ¿meterías ahí también la parte, tu parte, periodística?, porque tú estudiaste Periodismo y como tal has ejercido y ejerces también, alternando con la literatura. Además, algunos de estos relatos me parece que tienen mucho de crónica periodística, pues cruzan realidades y ficciones. ¿Cómo ves el periodismo ahora, Javier?

Yo firmo la idea de Manuel Rivas, otra referencia en muchos sentidos para mí, de que el periodismo es un cuento. El periodismo, el buen periodismo, es literatura, sin duda. Y no habla del articulismo, que siempre ha estado ahí, sino del reporterismo. Manuel Chávez Nogales, Gatziel, Capote, García Márquez… El periodismo narrativo que tanta fuerza tiene hoy en América Latina, con autoras como Leila Guerriero. Emmanuel Carrére. Creo en una literatura anfibia, híbrida, donde se mezclen los géneros y donde no existan las fronteras. No deberían existir tampoco en el mundo real.

Y sobre el oficio de periodista, pues por desgracia está muy devaluado, al menos por lo que yo conozco en España. La precariedad laboral, trabajar gratis, que las empresas periodísticas no respeten a sus trabajadores, ha llevado a una crisis sin precedentes. La calidad de lo que se publica es cada vez peor, pero a las empresas periodísticas les da igual mientras alguien haga clic y el anunciante pague. Solo piensan en contenidos que propicien ese clic. Por supuesto que existen grandes excepciones, periodistas que hacen su trabajo contra viento y marea, incluso a costa de su vida. Reporteros Sin Fronteras nos alerta todos los años de que el periodismo se ha convertido en una profesión de riesgo. Una sociedad que no tenga un periodismo de calidad, diverso y que sea crítico con el poder, no es una sociedad democrática. Por eso es imprescindible apoyar el buen periodismo. Si no lo hacemos, nos estaremos autodestruyendo.

Hay cuatro materias que recorren los relatos de ‘La moneda de Carver’ y a las que te acercas con desnudez y sinceridad. Una es la figura del padre y, de algún modo, la necesidad del hijo de obtener la aprobación de su progenitor. ¿Algo de eso recorre tu vida?

Esa figura del padre es verdad que aparece en los dos primeros cuentos, centrados en el paso de la infancia a la edad adulta. Más que la necesidad de la aprobación paterna, los personajes de estos relatos se enfrentan de alguna manera a esa autoridad, ¿no? No acaban de reconocerla o la consideran excesiva. Se rebelan a su manera. Como para la mayoría de la gente, supongo, mis padres fueron fundamentales, claro, y lo siguen siendo aunque ya estén muertos. Pero no diría, al menos no soy consciente, je, je, que haya un conflicto con mi padre que necesite una salida literaria. La realidad es que solo puedo estarle agradecido porque siempre tuve la certeza de que podía contar con su apoyo, y con el de mi madre, para las adversidades de la vida. Que me acompañarían pasara lo que pasara. Que no te sientas solo en este camino que es la vida creo que es lo mejor que puede hacer un padre por su hijo. Es algo que me gustaría que pensara de mí mi propio hijo.

Junto a la figura del padre, la soledad y el sentido de pérdida. Veo a tus personajes muy solos…

Es verdad. Esa sensación de soledad recorre a casi todos los personajes, y lo cierto es que no me había dado cuenta hasta ahora que lo has mencionado. Puede que tenga que ver con mi propia experiencia personal, mis vivencias, no sé. O quizás es que todos nos sentimos así aunque estemos acompañados o tengamos a nuestro alrededor personas que nos amen. El amor de los otros puede mitigar esa soledad, hacerla más llevadera, pero al final todos nos sentimos extraños y solos. Quizás no debería haber leído tanto a los existencialistas en mi adolescencia.

Y la muerte, los últimos días de las biografías. De hecho, tu editorial titula la nota de prensa que nos envía a los periodistas así: “Una visita literaria a los grandes escritores que murieron demasiado pronto”.

Creo que vivimos en una sociedad que elude la muerte y la enfermedad, aunque por desgracia ahora la pandemia nos ha recordado algo evidente: que nacemos y morimos, a veces demasiado pronto. Es lo que le ocurre a los escritores protagonistas de la parte central del libro. Nos dejaron cuando estaban en la madurez de su potencial creativo. Como lector, uno piensa en qué podrían haber escrito, con qué obras nos podrían haber sorprendido.

En el caso de Carver esa desenlace fue doblemente trágico. Como sabe quien haya leído su obra o su biografía, hasta más o menos los 40 años no dejó de ser un “working poor”. Se casó muy pronto con Maryann Burk, su primera mujer, y tuvieron una relación compleja que se tornó tormentosa, entre otras cosas por las dificultades para salir adelante. Ella le ayudó muchísimo a convertirse en escritor, pero la convivencia se tornó insoportable y el alcohol estuvo a punto de matar a Carver en varias ocasiones. Y cuando finalmente consigue dejar el alcohol, salir de la miseria, el reconocimiento literario y la paz matrimonial junto a su segunda esposa, la escritora Tess Gallagher, se lo lleva una enfermedad terrible. En ese cuento cito una conocida frase de Scott Fitzgerald, cuando dijo que no hay segundas oportunidades en la vida de los norteamericanos.

El cuarto punto que quería comentar contigo, Javier, atañe a la primera parte del libro, ‘El tiempo del tabaco’, que es, por cierto, la que más me ha tocado. Cómo retratas el mundo campesino, el ambiente rural, la virilidad y dureza que flotan en el ambiente de las familias en el campo… ¿Qué hay de ti ahí?

Durante algunos años, básicamente los del final de la niñez y la adolescencia, tenía que ir en verano a trabajar a una plantación de tabaco. De sol a sol. Era un trabajo duro e ingrato, más para alguien tan joven como yo era entonces. Mi padre tenía una manera de trabajar tan entregada y perfeccionista que nos irritaba a todos. Antes me preguntabas por la figura del padre, pues quizás esa faceta suya es una de las que menos entendía. Mientras mis amigos se iban a bañar al río o a la piscina, yo me pasaba las vacaciones allí. Para colmo, la tierra no era nuestra, sino de un terrateniente venido a menos. Había una caballeriza, y mientras nosotros trabajábamos bajo un sol abrasador entre plantas que eran más altas que yo, a veces paseaban por allí los hijos de las familias bien. Para entonces yo ya tenía conciencia de clase y esa visión se me ha quedado grabada para siempre.

Javier, últimamente se habla mucho de la España ‘vacía’ / ‘vaciada’, de si unos la idealizan y otros se aprovechan de ella para pintar una imagen que no se corresponde con la realidad, con su cultura de maltrato animal y poco respeto a la naturaleza. ¿Cuál es tu opinión? ¿Dónde crees que está y hacia dónde va esa España?

La vida en el campo es dura. Eso lo sabes tú muy bien. Y no creo que haya ningún romanticismo en ella; yo mismo lo padecí hace miles de años. Cuando era joven, después de leer Puerca tierra, de Berger, decidí pasar unos años en un pueblo, y aunque la experiencia fue hermosa y enriquecedora, a la vez fue durísima porque no estaba preparado. Hace unas semanas, conversando con una ilustradora que se fue a un pequeño pueblo con su marido, me contaba que ha visto cómo mucha gente, atraída por la esperanza de una nueva vida, ha tenido que regresar. Aunque he nacido en el entorno del mundo rural y he trabajado y vivido allí, sigo teniendo una mentalidad de urbanita, que necesita el campo eso sí.

Creo que las propuestas para esa España desangrada de gente, que no de vida, la tienen que hacer quienes viven allí. Está bien que quienes vivimos en las ciudades nos acerquemos, intentemos conocer, incluso que escribamos. Pero eso no es relevante, en mi opinión. Fíjate que alguien como John Berger, quien ya analizó en los años setenta la desaparición del campesinado, tenía muy claro que él no era un campesino, o al menos no en el sentido estricto. Vivió en Quincy casi toda su vida, trabajaba en las faenas agrícolas y ganaderas como el que más, se ganó el respeto de sus vecinos, pero él tenía claro que siempre podría marcharse. Ahí estriba la diferencia.

La supervivencia del campo, más que del mundo rural, es imprescindible. Su despoblamiento viene de lejos, pero el neoliberalismo y esta manera salvaje y suicida de entender la producción y el consumo lo han ido arrinconando cada vez más. Creo que la solución, en todo caso, no pasa por llenar de macrogranjas los pueblos, ni en convertir los terrenos en campos de golf, ni siquiera en el turismo, por muy sostenible que sea. En mi opinión, la cultura campesina o agraria tradicional es una manera de entender el mundo y algunas de las respuestas que nos acechan están ahí.

También me ha llamado la atención que en varios relatos adoptas la voz de una narradora, ¿por qué meterte en piel femenina?, ¿te sientes cómodo?, ¿te exige un esfuerzo mayor que el narrador hombre, notas un cambio en la narrativa?

No es la primera vez que lo hago. Una buena parte de mis narraciones están protagonizados por mujeres. Siempre he tenido más amigas que amigos y quizás eso me ha permitido ponerme en su piel con más libertad y seguridad. No creo que afecte a mi narrativa, pero sí, claro, al punto de vista. La empatía me parece fundamental para escribir y narrar y si no eres capaz de ponerte en el lugar del otro tienes un problema.

Termino con una invitación a que hagas de crítico literario de ti mismo y nos digas brevemente qué cambios notas respecto a tu anterior libro de relatos, ‘Ocho cuentos y medio’. Leo que algunos han destacado que ya no resuelves los textos de forma tan abrupta ni dejas los finales tan abiertos. ¿Quizá sea una necesidad de encontrar más certezas a tu alrededor y que no quede todo tan en suspenso, que harta incertidumbre tenemos ya en la realidad…? Bueno, no te interrumpo. Hazte tú esa autocrítica literaria.

No sé si soy yo el más apropiado para analizarme, je, je, aunque por mi trabajo me paso media vida comentando textos de compañeros en los talleres y en los artículos. En casa del herrero, ya se sabe… Lo de los finales abruptos tenía que ver con un alejamiento de la epifanía que cerraba gran parte de los cuentos que se escribían en una época. Con esos finales he buscado la complicidad del lector, que la historia resuene en su cabeza después de leerla. No sé si ahora son menos abruptos, pero en todo caso no será debido a que tenga más certezas que antes, que no las tengo. De hecho, se pueden contar con los dedos de una mano. Quizás por eso escribo, para hacerme preguntas para las que sé que no hay respuestas.

Javier Morales presentará su libro junto a Eloy Tizón hoy, 9 de octubre, a las 19.30 h, en la librería Cervantes y Compañía de Madrid. La conversación se retransmitirá vía streaming.

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Comentarios

  • Felicitas sanchez

    Por Felicitas sanchez, el 10 octubre 2020

    Me encanta lo poco que he leido de este escritor
    .Hoy he sabido que vivio de niño en el feudalismo,igual que yo.

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