En busca de una biblioteca propia para las mujeres
Si conseguir un cuarto propio fue tarea intrincada para la escritora feminista Virginia Woolf en 1929, casi cien años después, poco ha mejorado el panorama ante la legítima y admirable pretensión de Marisa Mediavilla, poseedora de un tesoro que, por más que se empeña, no consigue compartir del todo. La ecuación que define el trabajo de Marisa Mediavilla en busca de un lugar adecuado para la Biblioteca de Mujeres está tardando más de la cuenta en resolverse. ¿Por qué costará tanto encontrar un lugar para albergar de manera ordenada y a disposición del público los más de 30.000 títulos que lleva compilando primorosamente desde 1985?
Lectora, bibliotecaria, documentalista y feminista de alma y oficio, Marisa Mediavilla es una activista de las librerías. “Cualquiera de esos perfiles que has citado me definen. Si no fuese lectora, no me habría enterado de la existencia del feminismo. Si no fuese feminista, no hubiera echado en falta la información sobre mujeres, y si no fuese bibliotecaria, nunca habría podido reunir una colección especializada, organizarla y conservarla para su consulta y difusión”, explica.
¿Qué libros manejó de niña? “La verdad es que no lo recuerdo. De pequeña no recuerdo libros en casa y en el colegio de monjas, donde estuve interna los seis años del bachiller, tampoco nos animaban a leer salvo los libros de texto. Supongo que empezaría a leer más cuando fui a la Universidad, y sí tengo un recuerdo muy especial de Jane Eyre, de Charlotte Brontë, que me regalaron a mis 16 o 17 años”.
Cuando decidió activar la creación de La Biblioteca de Mujeres, llevaba muchos años rastreando títulos que pudieran ayudar a escribir la historia del feminismo en España; desde las plumas más liberadoras hasta las barreras impuestas por la hostil misoginia. “Es el modo de saber contra qué luchamos”, explica Mediavilla. La idea maduró entre las filas de Movimiento Feminista. Las mujeres ya nos cuestionábamos muchos comportamientos sociales, pero nos faltaba información. Como bibliotecaria, se me ocurrió que podía ser interesante atesorar tantos libros de y sobre mujeres que otras bibliotecas no guardaban”.
Publicaciones del siglo XVIII, muchas del XIX y otras tantas de primer y segundo tercio del XX, algunas descatalogadas, han llegado a sus manos visitando librerías de viejo y ferias del libro antiguo. “Rastro y Cuesta de Claudio Moyano, en Madrid, y el extraordinario Mercat de Sant Antoni en Barcelona. Ya, ya sé que hoy día se venden muchos libros por internet, pero los tesoros solo se encuentran paseando por las librerías”, explica Marisa Mediavilla. Antropología, arte, política, salud, ciencia, derecho, deporte, usos y costumbres, historia, multitud de manuales para moldear a la mujer, en los que perfección y sumisión se dan como sinónimos, y mucho amor romántico, ¿cuál si no?
Sabemos de su admiración por Clara Campoamor, Carmen de Burgos o Concepción Arenal, pero hay más nombres. “Toda la pléyade de mujeres del primer tercio del siglo XX. Científicas, pedagogas, escritoras y tantas maestras de pueblo”, recuerda Mediavilla. “¡Cómo se le iluminaba la cara a mi madre hablando de su maestra doña Cristina, supongo que depurada en el franquismo”.
Le pedimos que diseñe la estancia perfecta para su soñada Biblioteca de Mujeres: “Un espacio para guardar y conservar no solo los 30.000 actuales sino los 300.000 o 3.000.000 que tendría que llegar a tener con el paso del tiempo. Un lugar donde compartir experiencias y conocimiento, organizando conferencias, presentaciones de libros, talleres, exposiciones permanentes y otras que ayuden a difundir su contenido. En La Biblioteca de Mujeres deberíamos facilitar a investigadoras e investigadores la información específica en lugar del genérico masculino. Sería fantástico poder colaborar con universidades, centros de enseñanza y organismos de igualdad, como intercambiar eventos con otros centros de documentación y bibliotecas especializadas”. Contando para todo ello con un presupuesto propio que facilitara sus fines y objetivos como tiene cualquier biblioteca especializada. “Con trabajadoras”, añade Mediavilla, “que sean bibliotecarias-documentalistas y feministas. La importancia de una biblioteca se debe tanto a su colección como al conocimiento de la misma, lo que es imposible si no son trabajadoras especializadas y fijas. El hecho de ser mujer no es algo aleatorio, pues a la vez que realizamos la búsqueda de la información solicitada, nos enriquecemos con dicho conocimiento, no solo como trabajadoras sino como mujeres al conocer la existencia de mujeres de otras culturas y pensamientos diferentes, no reflejadas en la historia que nos han contado”.
El periplo de Marisa y sus tesoros arranca en las sedes madrileñas de las calles Barquillo a Villaamil allá por 1977, hasta que en 2005 las apreturas forzaron otra mudanza y llegó el momento de donar la colección al Instituto de la Mujer para evitar que se esfumara el proyecto. “Aceptaron en noviembre de 2006, y en 2012 los fondos se trasladaron al Museo del Traje, donde están ahora mismo 20.000 títulos, por suerte bien conservados”.
«Nuestras herramientas son las mismas que tenían las mujeres en la época de Virginia Woolf. Para salvar la Biblioteca de Mujeres, han de ser las jóvenes quienes la asuman como suya. El feminismo no es un pedigrí que alguien te tenga que dar. En el momento en el que tienes conciencia crítica de nuestra situación, ya eres feminista», concluye Marisa Mediavilla.
«Démosle una habitación propia y quinientas libras al año, dejémosle decir lo que quiera y omitir la mitad de lo que ahora pone en su libro y, el día menos pensado, escribirá un libro mejor«. (Virginia Wolf)
En 2016, el Gremio de Libreros de Madrid concedió a Marisa Mediavilla el Premio Leyenda 2016 por “su apasionada e incansable búsqueda del legado literario de las mujeres”. En esa labor ha conseguido reunir una biblioteca de más de 30.000 volúmenes compuesta por estudios y ensayos feministas, femeninos y misóginos (tanto de autoras como de autores), “que ahora duermen en los sótanos del Museo del Traje”.
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