C Pam Zhang: “¡Las familias son lugares profundamente traumáticos!”
Cuánto oro esconden estas colinas es la primera novela de C Pam Zhang (1990), aunque esto no ha sido obstáculo para que haya resultado finalista del prestigioso Premio Booker y del Center for Fiction First Novel Prize en 2020. En este desgarrador y polifacético neo-wéstern seguimos los pasos de Lucy y Sam, dos hermanas, hijas de inmigrantes chinos, que, tras la muerte de sus padres en plena fiebre del oro, se ven enfrentadas a un mundo hostil que las mira como a extrañas. Hemos hablado con la autora.
Puedes seguir al autor, Miguel Garrido de Vega, en twitter, aquí.
C Pam Zhang nació en Pekín y, a los cuatro años, se trasladó a Estados Unidos con su familia; desde entonces, ha vivido en un total de 13 ciudades de cuatro países distintos. Con ocasión de la reciente publicación en castellano de su novela por la editorial Gatopardo Ediciones El Asombrario ha tenido el placer de charlar con esta autora inclasificable a propósito, entre otros, de temas como la identidad, el arraigo, la familia, la visión de género y la literatura.
A lo largo de la novela, una pregunta sobrevuela muchas de las escenas más significativas: ¿Qué hace que un hogar sea un hogar? ¿Por qué un hombre es hombre? Podríamos definir ‘Cuánto oro esconden estas colinas’ con una sola palabra: identidad. La protagonista y su hermana, insumisas –cada una a su manera– y sin nada que perder, cuestionan los postulados de un mundo moderno que creen desear, pero que no las entiende. En tu opinión, ¿qué define realmente nuestra identidad? ¿Donde nacemos o donde vivimos? ¿La sangre? ¿El color de nuestra piel? ¿Las personas con las que nos juntamos?
La identidad es lo más privado e íntimo que hay. La gran tragedia de formar parte de una población marginada es esa fricción vital entre quien realmente eres –cuando estás a solas con tu mente– y cómo el mundo te etiqueta. Y de veras que detesto esa moda del pensamiento de derecha de burlarse de cómo la gente marginada usa su «política identitaria», porque créeme, a nadie le apetece tener que estar discutiendo todo el tiempo sobre su raza o su sexualidad. Sería mucho más fácil no tener que hacerlo. Pero fingir que vivimos en una sociedad sin prejuicios raciales, por poner un ejemplo, solo lleva a sentirse más atrapada. La nuestra es una sociedad blanca, colonialista y patriarcal. Así que estamos obligadas a discutir, a luchar contra el racismo, el sexismo y la homofobia, o esas fuerzas opresoras nos harán desaparecer. Sam es Sam. Lucy es Lucy. La violencia de base que hay en esta novela es la de un mundo que trata de deformarlas hasta convertirlas en versiones menores, más pequeñas de sí mismas.
Ba, el padre de las hermanas, cuenta historias legendarias, y Sam parece haber heredado ese don. ¿Son las historias que contamos, y que nos contamos a nosotros mismos, el aspecto definitorio de quiénes somos?
Nos contamos historias para vivir, como dijo Joan Didion. Los períodos más dolorosos de mi vida han sido aquellos en los que temía haber perdido la trama.
Cada una de las hermanas experimenta su propio proceso de autodescubrimiento y transformación en algo distinto, pero puede que sea Sam –que viste como un hombre, se comporta como un hombre y desempeña tareas comúnmente asociadas a los hombres con mayor eficacia que ellos– quien entra en mayor conflicto con su personalidad. El Viejo Oeste no estaba preparado para personajes deslumbrantes e indómitos como ella. ¿Lo está el mundo actual? ¿Es superior nuestra necesidad de clasificar todo lo que vemos a nuestro deseo de libertad?
De hecho, ni yo misma utilizaría el pronombre ella para este personaje, aunque siempre me provoca curiosidad ver cómo los lectores se refieren a Sam. Esa ambigüedad es producto de los límites de la clasificación, como señalas. En el mundo de la novela no existen palabras para las personas no binarias, transgénero o de género fluido. En 2021, el mundo sigue teniendo sus propios límites (basta con ver la reacción transfóbica en el Reino Unido contra Detransition, Baby: a novel, de Torrey Peters). Aun así, tengo esperanza de que nos estamos moviendo en la dirección correcta. La generación más joven es brillante, y está hambrienta de más y más etiquetas inclusivas. He aprendido mucho enseñando a estudiantes de Secundaria.
En la novela, el arraigo, la necesidad de reclamar un lugar como propio tiene un papel preeminente dentro de la conformación de la identidad. ¿Necesitamos, como animales que somos, pertenecer a un trozo de tierra, por pequeño que sea, o la verdadera libertad se encuentra en prescindir también de esas ataduras casi físicas?
El animal humano necesita estar muy ligado al lugar físico. Creo que una de las razones que nos han traído hasta donde estamos –devastación climática, arrecifes agonizantes, salvajes incendios forestales– es que muchos de nosotros vivimos lejos de la tierra. En los núcleos urbanos en los que he vivido, los aparatos de aire acondicionado ocultan la subida global de las temperaturas, y hay agua en abundancia cuando abro el grifo, pese a los años de sequía. Así que no nos vemos muy presionados por los horrores que le hemos causado al medioambiente. Nuestra relación con la Tierra debería ser más íntima, y, como cualquier relación saludable, mutua: no solo podemos tomar y tomar. Deberíamos preguntarnos cómo le devolvemos el favor a la naturaleza, cómo podemos convertirnos en sus mayordomos.
Otro de los aspectos que parecen quedar claros para Lucy y Sam es que no existe la Arcadia soñada: allá donde vayamos siempre llevaremos una mochila –mayor o menor– cargada con piedras de nuestra misma procedencia. Y, una vez lleguemos, puede que sintamos que aquello no era tan duro, y esto tampoco tan idílico. ¿Está en nuestra naturaleza no conformarnos con el lugar de partida, pero tampoco con el destino? ¿O es otra de las historias que nos han contado?
Pude escribir este libro debido a un período de tiempo en el que viví fuera de Estados Unidos. Creo que movernos nos permite ver mejor los lugares que dejamos atrás; tanto que incluso podemos sentirlos distintos cuando volvemos.
En este «viaje hacia el núcleo» que es ‘Cuánto oro esconden estas colinas’, el concepto de familia también está sometido a escrutinio a través de los ojos y recuerdos de Lucy, e incluso a través del testimonio directo de otros personajes. ¿Es la memoria familiar una de las formas de arraigo más relevantes, y, al mismo tiempo, uno de los antifaces más difíciles de eliminar, incluso cuando es nociva para nosotros?
¡Las familias son lugares profundamente traumáticos! En el caso de esta, y de muchas familias de inmigrantes, el trauma proviene de lo que no se dice. En la novela, los padres pretenden proteger a los hijos no hablando nunca sobre el pasado; pero ese silencio, y el vacío que se crea por debajo, solo perpetúa el ciclo. Es demasiado simplista decir que reconocer un trauma familiar puede curarlo, pero es cierto que, sin reconocimiento, no hay curación posible.
La novela introduce varios personajes femeninos fuertes e independientes, y, por si fuera poco, provenientes de minorías étnicas. Teniendo en cuenta cómo se escribe la historia y que, probablemente, te hayas enfrentado a una desoladora ausencia de fuentes escritas, ¿cómo te has documentado para perfilar a Lucy, Sam o Ma, la madre de las hermanas?
Documentarse es importante, pero un novelista no es un historiador. Tenemos las herramientas de la empatía, el oficio, y, en este caso, la inteligencia del cuerpo. Las instituciones occidentales suelen considerar los registros escritos como las únicas fuentes fiables, pero en los registros escritos se borra de facto a todas aquellas personas que los que están en el poder entienden preciso. Aunque puede que no haya registro escrito de personas como Lucy o como Sam, yo puedo rellenar esos huecos. Yo, como novelista y mujer estadounidense de ascendencia china, puedo imaginarme cómo debieron de ser esos largos días de viaje bajo el sol y el calor, puedo imaginar la textura emocional de las vidas de estos personajes, puedo sentir su cansancio, su soledad, su coraje y su alegría.
Aunque la figura del padre está presente en todo momento, el libro plantea una profunda reflexión sobre la feminidad: su diferencia con lo masculino, las virtudes y peligros derivados de la condición de mujer, etc. Y, en este contexto, Ma nos dice que «la belleza es un arma», y que «así te ven, así te tratan». ¿Estás de acuerdo con tu personaje?
No del todo. La belleza puede ser un arma, pero es un cuchillo de mantequilla en un mundo de pistolas. Ma es una mujer nacida en una sociedad que niega su verdadera voluntad o poder. Es lo bastante astuta para utilizar su sexualidad –uno de los pocos aspectos de ella que sí se aprecian– para recuperar un poco el control, pero, en realidad, no puede ganar un juego que, de base, está en su contra. Como decía Audre Lorde, las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo.
En tus páginas, hay una crítica clara al ‘self-made man’ y el incipiente ‘american way of life’: nadie llega a la cima desde la nada, y el progreso nunca es igual –ni se produce al mismo tiempo– para todos, pero porque nunca todos jugamos con las mismas cartas de partida. ¿Cuánto de esto ha cambiado en la actualidad? ¿Crees que la aparición de Internet ha supuesto un mecanismo democratizador fundamental? ¿O es el intercambio cultural y artístico la única forma de nivelar la balanza?
El arte nunca es suficiente por sí solo. Este último año, durante el movimiento Black Lives Matter, me molestó la cantidad de gente que parecía creer que leer libros antirracistas era un progreso. El arte e Internet son herramientas increíbles para difundir ideas e imaginar futuros distintos, pero solo son semillas. El cambio real debe cultivarse a través de la protesta, la financiación y la acción política. Y hacen falta años. Guardo esperanzas de que, después de todo este caos reciente, haya más gente dándose cuenta de la desigualdad que subyace en los sistemas en los que vivimos; pero todavía estoy esperando a ver qué viene a continuación.
A la hora de evaluar el nivel de desarrollo económico de un país, pocas veces se reconoce públicamente el papel de la inmigración, y ‘Cuánto oro esconden estas colinas’ es un buen ejemplo: junto a otros, los inmigrantes chinos obraron el ‘milagro del ferrocarril’ que domesticó al Salvaje Oeste y permitió una mayor explotación de recursos en EE UU. ¿Por qué, entonces, ese miedo al diferente?
Bueno, probablemente, porque la clase dominante siempre ha inventado formas de división para enfrentar a grupos que deberían estar alineados. Pero ¿honestamente? En la actualidad, no estoy interesada en gastar energía tratando de entender a los intolerantes.
En los últimos años, cada vez son más los autores de todo el mundo que revitalizan el wéstern y lo eligen como vehículo para tratar temas universales: aparte de ti misma, se me ocurre ‘A lo lejos’, de Hernán Díaz, o ‘La encrucijada del roble’, de Elizabeth Crook (y, en España, ‘Basilisco’, de Jon Bilbao). ¿Qué tiene el wéstern que lo hace tan idóneo como herramienta para analizar al ser humano en toda su complejidad moral? ¿Volverás a tratar el género en el futuro?
El wéstern es un género de contradicción y destrucción: expandiéndote hacia la naturaleza, destruyes esa misma naturaleza que tanto aprecias. Es un género que representa un mundo tambaleándose al borde de dos versiones de sí mismo. Cosa que hoy no deja de ser relevante. Dudo que escriba otro wéstern. El próximo libro es muy diferente; de otro modo, yo misma me aburriría.
Por último, hablemos de tu estilo. En la tradición de narradores norteamericanos como Cormac McCarthy, puede decirse que escribes de manera seca y concisa, pero no tienes miedo a adentrarte en lo poético, y tampoco a ‘arriesgar’ formalmente con estructuras menos convencionales. ¿Cuáles son tus influencias literarias?
Angela Carter, Toni Morrison, Amy Hempel, Anne Carson y Michael Ondaatje son mis hadas madrinas literarias. Y Ottessa Moshfegh, Raven Leilani, R. O. Kwon, Daisy Johnson y Maggie Nelson están escribiendo algunas de las prosas más emocionantes de la actualidad.
Comentarios
Por María, el 30 mayo 2021
Hola,
Muy interesante la entrevista. Pero me ha chirriado mucho la traducción que se hace de la muy conocida frase de A. Lorde, que cambia su significado. No es el maestro sino el amo. Las herramientas del amo nunca destruirán la casa del amo.
Saludos.
Por Miguel, el 30 mayo 2021
¡Muchas gracias por tu comentario, María! Tienes toda la razón. Tomamos nota para modificarlo.