Los últimos caballos salvajes atlánticos, contra la invasión eólica
Viajamos a las montañas más marineras: los montes costeros de Galicia, bastión de los últimos caballos salvajes. Un lugar tan lleno de contrastes que parece mentira y que a poco veremos correr por el mar las liebres y por el monte las sardinas. Hogar de ganaderos y pescadores, ha sobrevivido a la especulación costera. Hasta hoy… La burbuja eólica que ya satura el interior gallego amenaza ahora también su litoral. Hablamos con uno de sus mayores defensores para reflotar todo el valor que subyace a eso que llamamos patrimonio inmaterial.
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A pocos pasos de los escarpados rompeolas, la tierra se ablanda cediendo al milagro de la fertilidad: prados verdes, frondosos bosques y cauces de agua dulce. Las algas abonan los huertos, el salitre que arrastra el viento del mar impregna los bosques, y las playas huelen a pinar. Altos montes costeros custodian así las rías gallegas como baluartes o últimos apéndices del continente en el océano, y la vida se aferra a ellos. Hace décadas, los caballos salvajes bajaban del monte y podían verse a veces trotar por la orilla del mar. Mucho antes, hasta los lobos. Presidiendo estas vistas, en lo alto de esos montes resisten las piedras que hace miles de años erigieron nuestros abuelos, los pobladores: megalitos, petroglifos, altares, castros… Orientados a los astros o consagrados a los dioses. Dioses naturales como el sol, el viento o el agua. Los únicos verdaderos para la ciencia, que hoy, ante la crisis climática y el fracaso de tantos relatos, los herederos vuelven a abrazar para defender su pedazo de tierra.
Los nombres de la tierra
Los nombres de esos dioses todavía perviven en el paisaje llevados por algún río o algún monte, pero para quienes los recuerdan, porque la cultura GPS los va borrando y el paisaje pierde así su significado y su sentido: «Ir por el monte sin saber lo que ves es como leer un libro con las páginas en blanco», arranca Xosé Lois Vilar, arqueólogo e intérprete todoterreno del Val de Miñor y la Serra da Groba, en el extremo Suroeste de Pontevedra, junto al Camino de Santiago portugués. A medida que subimos al monte señala y va nombrando todo lo que nos rodea: “Está todo lleno de significado. Un significado que es mudo. Fíjate cuántos zootopónimos”, muestra de la riqueza animal que hubo y de la estrecha relación local con ella: «Aquello de allí abajo se llama A Regueira Onde Bebe o Lobo, y aquello O Outeiro do Coello (conejo), más allá están As Pedras da Culebra y As Pedras da Raposa (zorra). Allí A Laxe da Besta (caballo autóctono) y A Regueira do Chan da Lebre (llano de la liebre), y a aquel alto del monte lo llaman O Niño do Corvo (el nido del cuervo)».
A las cimas de los montes que nos rodean los llama lombos, como el dorso de un gran animal tumbado, dormido. Pero no es animismo. Es que cuando un paisaje rebosa vida, la vida reverbera en el paisaje. Cuando Hemingway llegó por barco a la Ría de Vigo en 1921 dijo que “sus montañas se desplomaban en el mar como viejos dinosaurios vencidos”. “¿Ves aquella hendidura del monte?”, continúa Xosé señalando el horizonte. “Allí está A Portela de Armada. ¿Y qué es una armada? Una trampa para cazar animales y así evitar que bajaran a la aldea”.
Desde los techos de Galicia, la civilización global ocupa muy poco, apenas unos kilómetros urbanizados en comparación al mar de montes que la rodea. ¿Con qué frecuencia nuestra vista abarca tal perspectiva o contexto? ¿Y nuestra cultura? La libertad también se mide por la extensión de territorio y de experiencia potencial que frecuenta la mirada.
Xosé Lois Vilar habla un gallego tan de la tierra como del mar, nutrido por las voces de marineros y labradores a los que conoce bien, no solo por ser paisano sino por patearse todas las ferias y mercados de la comarca, pues combina la investigación y el activismo cultural con la gestión de una frutería familiar. Por eso presume de “informantes”, sus fuentes: “En la Serra da Groba hay indios. En vez de ser indios americanos, son aborígenes de la montaña, que si suben contigo aquí arriba pueden nombrarte la sierra entera. En Torroña tenemos a un hombre de ochenta y tantos años que nos dio 900 y pico nombres. Tenemos otro en Baíña con más de 700. ¿Pero por qué? Porque desde que dejaban de mamar y aprendían a hablar, en paralelo aprendían toponimia sin saber que se llamaba así. Estos hombres eran labriegos, cazadores, y por necesidad su conocimiento profundo de la sierra es inmenso, porque la función de la toponimia es geolocalizar y describir. Si vas por la Serra da Groba y en vez de mirar eucaliptos, pinos, piedras y tojos, te voy diciendo que esto se llama O Alto Onde Ferven os Feixóns (donde hierben las alubias), que vamos luego por O Carballoso (robledal) hasta A Regueira do Foxo, que se llama así porque aunque la gente no lo sepa hay un foso abandonado de cazar lobos… ¡Eso es poesía pura!».
Los nombres del mar
Si en su interior la sierra da refugio a bosques, ríos y cascadas, en su exterior se abisma al océano. Desde los confines peninsulares, en el monte Santa Tecla, frontera con Portugal, hasta las Islas Atlánticas (Cíes, Ons, Sálvora), que guardan las Rías Baixas, divisándose de día la brillante arena de sus playas y de noche el centelleo de sus viejos faros. Esa vertiente marinera enriquece el patrimonio inmaterial de la sierra: “¿Ves aquella baliza?”, pregunta Xosé señalando la costa. “A aquellas rocas que sobresalen, donde rompe el mar y aúlla el viento las llamaban Os Lobos de Aguión. Ese nombre sale ya en las Cartas náuticas de hace 300 años. Aguión es el viento del Norte, que en latín era el dios Aquilón”.
“Cuando salimos en barco por la costa explicamos talasonimia, los nombres del mar”, continúa. “El marinero tenía que combinar muchos saberes y un conocimiento perfecto de la franja intermareal, donde todas las piedras tienen nombre, porque son un peligro para la navegación: O Centuliño, Rapacarallos, Sansón… Tenían todo el mar zonificado por nombres y conocían sus brazas de profundidad y el tipo de fondo. ¿Por qué? Porque si voy a pescar en arena, tengo que preparar el aparejo para pescados planos, que son riquísimos, como el lenguado, o para nécoras y langostas en la confluencia de la arena con la piedra, que llaman beirada. El origen de los nombres es apasionante, como los naufragios, que también dejaron nombres en el mar. ¿Por qué? Porque donde se hunde un barco crían los peces, se crea un muy buen pesquero”.
Luego están las marcas de pesca y navegación, que desde la Antigüedad transmiten otra forma de mirar el paisaje. “Los cuadernos de marcas ya son el monumento a la bibliografía marinera: cuando vas navegando, tanto a vela como a remos, la tierra se va moviendo, así que los marineros hacían mapas mentales con dos coordenadas muy precisas que se cortaban en el mar, y todos esos montes que nos rodean eran las marcas que usaban para situarse de memoria en el mar. Es un patrimonio inmaterial potentísimo. De manera que si dejaban el aparejo largado podían ir a tierra sin dejar la boya para que no le robasen la pesca, o lo más importante, el sitio de pesca, que a lo mejor era un secreto familiar. En Baiona quedan 4 o 5 marineros que conocen todo esto, pero desde que llegó la localización digital ya no importan ni los nombres ni nada, porque tiran de GPS y la riqueza que se perderá es impresionante”.
Voces de piedra
En las brumas de la historia, los fenicios se adentraron en estas costas en busca de metales codiciados como el estaño, cuidándose de revelar su ubicación a griegos y romanos, que fabularon con ellas durante siglos. Las tribus nativas inmortalizaron sus barcos en las piedras de esta sierra. Muchos estudios apuntan a las Islas Atlánticas como las míticas Cassiterides, y el comercio mediterráneo en las Rías Baixas ha quedado acreditado, siendo incluidas en el itinerario cultural de la Ruta de los Fenicios que promueve el Consejo de Europa. Estos barcos de piedra aparecen representados entre ciervos o caballos… Todo este patrimonio rupestre es frágil. Sus relieves a cielo abierto se camuflan en el paisaje como jeroglíficos y destacan solo al salir y ponerse el sol.
“Ahora te voy a enseñar otro de los secretos de la sierra», dice Xosé llegando a un pedregal. Al darle la vuelta a un pedrusco revela una superficie tallada: «Es un molino navicular, tiene miles de años. Y hay muchos más alrededor, sin catalogar ni promocionar. Se desconoce si los usaban para moler grano o mineral”. Un poco más adelante, bajando la ladera interior y adentrándonos en el bosque, me enseña una mámoa, y un poco más abajo, los vestigios de unas minas de oro romanas cubiertas por la vegetación
“En la Serra do Galiñeiro hay la mayor concentración de petroglifos de armas de todo el Noroeste peninsular, y en Baiona el mejor panel de arte esquemático de toda la península, con 100 caballos grabados”. Diseminados por los montes hay castros, vestigios de castillos medievales y Pedras do Acordo, pero hay que saber interpretarlas. Al pasar junto a un alto llamado O Facho, Xosé comenta: «Hay otros montes que se llaman así, como en Donón, porque facho viene del latín fasces: haz, de paja o de leña, que prendían con fuego en lo alto del monte como un faro o señal luminosa”.
El caballo atlántico, prehistoria viva
¿Había lobos tan cerca del mar? La feracidad de los montes costeros ha retrocedido vertiginosamente, y más desde los últimos incendios. Por eso las Islas Atlánticas son un precinto al maridaje de estos dos ecosistemas. Y por eso los milenarios caballos que todavía campan en libertad por estos montes, hijos del mar y del viento, son un último reducto de aquella vida silvestre. Y su mayor orgullo: «Sentarte a mirar manadas de caballos de 30 o 40 yeguas con un único garañón, el macho, es un espectáculo. Y cuando nacen los potros… ¡Esto es como si fuera África! Y darte cuenta de que esos caballos que estás mirando están grabados en las piedras que te rodean hace 4.000 o 5.000 años, en grabados rupestres desde el río Oitavén al río Lima. Es una reliquia. Tenemos unos 150 sitios con caballos grabados. Caballos montados, cazados, matados…».
Esas escenas parecen reflejar el ritual ancestral del Curro o Rapa das bestas, celebración popular en la que el olor a tierra y ganado marida con el del pulpo y las sardinas, como recuerdan en Finca Moreiras, dinamizadora local de la raza. El zoólogo Felipe Bárcena defiende que ésta es la última población equina genuinamente salvaje del mundo.
Hace unas semanas, el diario británico The Times se hizo eco del riesgo medioambiental que supone la diezma del caballo gallego y la necesidad de ayudas públicas para preservarlo, en el marco del proyecto GrazeLIFE y Rewilding Europe, de la Unión Europea. Jacobo Pérez, presidente de la Asociación Pura Raza Galega, explica que estos resistentes caballos pertenecen al Tronco celta atlántico europeo junto al asturcón o el losino, y que la raza gallega se concentra en la Serra da Groba y el Norte de Lugo, aunque se han introducido también en la deshabitada Isla de Sálvora: “Se han aclimatado muy bien. En cuanto los soltamos dieron una vuelta por la isla como para reconocerla y localizaron la fuente de agua potable. Lo más curioso es que al seguir su actividad por geolocalización vimos que siempre se detenían en un punto muy concreto de la isla, al Norte. Se reunían allí, donde parecía no haber más que dunas y vegetación. Preguntamos al director del Parque Nacional qué había en ese lugar y dijo que justo allí se había documentado un antiguo asentamiento humano.
Las connotaciones del paisaje
“En la Antigüedad”, sigue Xosé, “cuando no había estas religiones monoteístas que asfixian al mundo entero y quieren dominarlo y complicarnos la vida –judíos, musulmanes, cristianos– las fuentes de agua eran vitales y estaban rodeadas de mitología. Eran los dioses de la tierra fértil y paridera, del sol, de la luna, que identificaron con los ciclos del mar, de las mujeres”.
César González-García, investigador del Incipit-CSIC especializado en arqueoastronomía, explica la relación de estas culturas megalíticas con el cielo: “En Galicia es muy llamativo porque hay miles de mámoas, y de las que se han podido medir, todas sin excepción están abiertas de forma que están mirando hacia la salida del sol o la luna en algún momento del año. Pero no de forma aleatoria, sino muy enfocadas a una parte del horizonte, hacia el Sureste, sobre todo hacia la salida del sol en torno al solsticio de invierno”. Como se lamenta Xosé: “La mitología que conocen las nuevas generaciones es el Hércules de Hollywood, pero nosotros tuvimos una mitología que machacó el imperio romano y luego remató la Iglesia Católica. Galicia, y esto no se pone en valor, tiene una diosa de las aguas. Es Navia. Como el río Navea, en Ourense, como Navia de Suarna, en Lugo, o el río Neiva en Portugal. ¿Qué pasó? Que vinieron los romanos y le metieron sus diosas del agua, y cuatro días más tarde viene la Iglesia Católica y todas estas fuentes pasaron a ser Santa María o Santa lo que sea”.
Parece como si tuviéramos que desnudar el paisaje de toda esa costra cultural y moral, desbrozarlo de prejuicios para percibir el ancestral vínculo biológico que nos une al territorio. Llamarlo por los nombres que describen ese vínculo es como hablar otro idioma, invocar otro mundo semántico que se despliega ante los ojos, cambiando las categorías con las que percibimos. “Al final volveremos a las raíces”, opina Xosé. “Desde la revolución industrial para aquí hay que aprovechar las comodidades, pero la Tierra no soporta más y ya dijo basta”.
Nuestra experiencia del territorio ha cambiado tanto en tan poco tiempo… A diferencia de las generaciones previas, embebidas de naturaleza, vivimos desarraigados y fuera del contexto, rodeados de materiales nuevos, y circulamos por autopistas que trocean y deforman el ecosistema fragmentando nuestra comprensión del medio. Sólo al salir de esa burbuja, tomando altura en los montes, empezamos a hilar y recomponer el rompecabezas que nos rodea en un mosaico histórico y natural con sentido.
Sin transición cultural no puede haber transición energética
La amenaza de la eólica ya no es solo al ecosistema, sino a todo este patrimonio inmaterial. “Para instalar los molinos tienen que abrir vías y reventar el monte, fragmentando -aún más- este patrimonio que debería estar protegido. Pero no interesa”. Xosé Lois Vilar es miembro del Instituto de Estudos Miñoráns y de la plataforma SOS Groba.
, contra los proyectos eólicos de Acciona en la sierra. Su activismo cultural se concreta en xeiras (jornadas) para divulgar esta riqueza invisible para propios y ajenos, más interesados en la playa.
«Hacemos xeiras por los montes o por el mar. Si el tiempo lo permite, hacemos rutas en barco de noche. Llevamos intérpretes de signos apostando por un turismo accesible. Hablamos del patrimonio submarino, con la cantidad de naufragios que hubo en la costa. Nuestras rías no solo están llenas de peces, sino de pecios. Mira, la riqueza que hay en la Ría de Arousa es un universo en sí mismo. ¡Ahí hay inframundos, submundos! Ese turismo cultural existe, pero ¿quién lo tiene que promocionar? Yo soy frutero. Si no lo fuera, montaría una empresa para divulgar todo esto”.
A la pregunta de cómo pueden ponerse en valor esos recursos frente a la especulación, responde: «Sociedad civil organizada. Aquí en Baredo hace años intentó hacerse un campo de golf que era una aberración. Pues la sociedad civil organizada, acompañada por nosotros, el Instituto de Estudos Miñoráns, congregó a partidos políticos, vecinos, comunidades de montes, de aguas… Y el alcalde de Baiona tuvo que echar el campo abajo. Pero es el tercero que echamos abajo. Y ahora los eólicos nos va a costar mucho porque Feijóo lleva adecuando las leyes al gran capital, que es la mayor desgracia que hay, porque viene la noticia estos días de dar miles de millones a empresas privadas para la producción de energía. ¿Pero por qué no te la dan a ti o a mí para producir energía doméstica en casa?».
Cristóbal López, portavoz de Ecologistas en Acción Vigo, cree que en cualquier momento pueden meter las máquinas. “Nuestra posición es sí a la eólica, pero no así: sin tener en cuenta este impacto y excluyendo la participación de las comunidades afectadas, poniendo todo en manos de un oligopolio que lo único que quiere es beneficios rápidos. Los políticos dicen que las grandes empresas deben ser responsables, pero no le vamos a pedir al tiburón que no muerda. Sin la democratización de la energía el problema no se va a resolver”.
Hace unas semanas el Consello da Cultura Galega presentaba un duro informe tras evaluar el Plan eólico de Galicia, advirtiendo de «daños irreversibles» si la Xunta no frena este «boom sin precedentes» y revisa su estrategia, desoyendo las directrices europeas. De no hacerlo, ¿para qué servirán tantos molinos cuando ya no queden caballos ni nadie que recuerde por qué los lobos y el viento dieron nombre a unas piedras?
Comentarios
Por Eduardo Beiras Garcia, el 25 enero 2022
Esplendido reportaje. Debemos saber que Feijoo es el «mamporrero» de las grandes multinacionales contra la naturaleza en Galicia. ENCE, Endesa, Repsol, mineria, etc…foráneas, que extraen materia prima(si ,el viento tambien es nuestro). ´Desctruccion del bosque atlantico, contaminacion, y casi sin puestos de trabajo. Abonado por una red de caciques- muchos alcaldes del PP, etc . Que por que lo votamos? No es un misterio.;Miserias, intereses , incultura, y¿por que no hay eolicas en La Sierra de Ayuso?
Por Paco, el 25 enero 2022
Bello reporte y gran trabajo y mucha tristeza por este capitalismo salvaje que quiere destrucción de nuestro pasado tan bonito y interésante y bello
Por Alexandro Benvenuto, el 26 enero 2022
Gracias por sus Artículos.
En este planeta que habitamos y destruimos es un Bálsamo esperanzador compartir con otros el combate frime y soñador con que comunidades silentes pero audibles en distintos Continentes .
Defendemos la Tierra y habitantes de todos los tres reinos contra la maquinaria política o privada de los oscuros poderes sin conciencia.
Reciba usted y sus compañeros nuestro firme apoyo y gratitud.
Por Carlos Manuel elizondo, el 26 enero 2022
Mis caballos y vacas están en un parque eólico sin ningún plobrema a contrario nos venificiado para la sostenibilidad dela ganadería extensiba
Por Segundo, el 26 enero 2022
Quiero felicitar y agradecer al autor por este mágico y real reportaje.
Que será de nosotros cuando hayamos perdido o adulterado este maravilloso patrimonio , cuando salgamos al monte o a la costa marítima y no podamos ver o reconocer estos valores que la naturaleza nos ha regalado.
Que será de nosotros cuando salgamos a estos lugares y no seamos capaces de observar para identificar y conocer ,y sino conocemos ,no valoramos, y si no valoramos no respetamos , y si no respetamos no conservaremos. Triste pero real proceso.
Ánimo Alberto aún quedamos muchos que pensamos y sentimos como tú.
Un saludo cordial.
Por Jose pastor miguez martin, el 26 enero 2022
Que pena,estropear la naturaleza ,naci y vivo en sevilla,hijo y nieto de GALLEGOS,comence yendo a Mavia,cuando no habia luz,con 8.años,tengo 73.hoy y voy todos los veranos,a saludar familia y amigos,y cuando ha fallecido algun conocido,he recorrido todos esos montes,a pie,he ido a los curros,la Valga,torroña,y otros,Super Enamorado de esa Tierra,y mis hijos,sociosdel Lar Gallego de SEVILLA,por mi me iria a morir a MAVIA..
Por Cristina Salgado, el 27 enero 2022
Un artículo estupendo na forma e no fondo…
Por M.Isabel de Amézaga, el 29 enero 2022
Bravo. Gracias. Ojalá te tuviéramos por aquí, por los Monegros (Huesca) y nos iluminaras.