Caillebotte, las pasiones del jardinero pintor
Caillebotte, el pintor jardinero, como Monet, hizo de su pintura una oda a la naturaleza, a la belleza de las flores y al rumor del agua del Sena. La exposición del Thyssen descubre la figura de un impresionista poco reconocido.
El Museo Thyssen, en colaboración con el Museo de los Impresionismos de Giverny (Francia), ha organizado una exposición monográfica del pintor francés, la primera en España, que ya se vio en la ciudad normanda y ahora llega a Madrid con 64 obras. Hay préstamos de los herederos del artista y de coleccionistas privados; también del Marmottan Monet de París, del museo de Brooklyn y la National Gallery de Washington.
Habla Marina Ferretti, comisaria de la exposición y directora de Exposiciones e Investigación del Musée des Impressionismes de Giverny, de cómo Gustave Caillebotte (París, 1848 – Petit Gennevilliers, 1894) quedó escondido en “un largo purgatorio” y su obra pasó desapercibida, al contrario que la de sus amigos Monet, Renoir, Sisley, Degas y Manet, los impresionistas a los que él cuidó, expuso y protegió y de los que atesoró una importante colección que, tras su muerte, legó al Estado francés, una donación en la que no incluyó ninguna obra suya y con la que consiguió que los impresionistas estuvieran presentes en las colecciones nacionales.
Caillebotte salió del limbo artístico en 1994, cuando, en el centenario de su muerte, las exposiciones de sus cuadros le colocaron por fin en su sitio. El ninguneo al que le sometió Francia hizo que cuadros como los Acuchilladores de parqué (1875) –hoy en el Museo D’Orsay-, del que en el Thyssen se puede ver el boceto previo, dejaron boquiabiertos a quienes desconocían todo acerca de sus obras.
Pintor y jardinero, como su colega Monet. Ambos compartieron la pasión por las flores, los parterres y la pintura al aire libre, pero sus caminos no llegaron al mismo punto, posiblemente por la temprana muerte de Caillebotte. Ambos se contaban sus descubrimientos florales y la calidad de la tierra utilizada para la horticultura.
Mientras Caillebotte amaba el orden en su jardín del Petit Gennevilliers, el otro buscaba la luz, los efectos de los rayos del sol, en su finca de Giverny, en Normandía, a orillas del río Epte. Los dos compartían el gusto por las sinfonías de iris que despliegan sus tonos amarillos, las petunias y anémonas mezcladas en una cascada de rosas intensos; gencianas, narcisos y margaritas punteaban con su colorido los arriates verdes.
Los primeros jardines de Monet se parecen mucho a los de Caillebotte, de hecho éste pinta en 1878 un pequeño cuadro con un almiar, precedente de los 25 cuadros realizados entre el verano de 1890 y la primavera de 1981 por Monet en el campo de Giverny. Ése y otro cuadro, Ninfeas en el estanque, remiten a los celébres nenúfares del normando. Coincidían en temas y en flores. Ambos cayeron rendidos ante las dalias, capuchinas, glicinas azules y la reina de las flores, la orquídea: “Mi querido amigo», escribía el 11 de noviembre de 1890 Caillebotte a Monet para disculparse por no poder visitarlo, «estoy pintando una stanhopea aurea (orquídea) que ha florecido esta mañana, y no puedo dejarla porque la flor no dura más de tres o cuatro días y no vuelve a salir hasta el año que viene”. ¿Era o no auténtica pasión, compartida de jardinero a jardinero, la de esas pocas horas del estallido de una flor?
El color es sólo un añadido, afirmaban los pintores clásicos, pero para los impresionistas es el rey del cuadro. Cuando Monet pinta en 1873 el amanecer en el puerto de El Havre, con un sol rojo que se eleva provocando reflejos rojizos en el agua, lo titula Impresión, salida de sol. El cuadro, hoy en el Museo Marmottan de París, es un estandarte, un símbolo del nuevo movimiento artístico que entronizaba la impresión al percibir un paisaje, un motivo, durante breves instantes.
Hijo de buena familia, Caillebotte tuvo una educación exquisita. Se desconoce qué le llevó a la pintura, pero en París pronto se relacionó con Degas, De Nittis y Rouart. Es el primero quien le introduce en la lista de participantes en aquella primera exposición de los impresionistas, aunque finalmente Caillebotte no acudió. A partir de entonces, en 1875, Caillebotte inicia su colección de lienzos de sus amigos. Tiene dinero de sobra, no depende de la venta de sus obras y se convierte en mecenas de los impresionistas.
La pintura de Caillebotte difiere de la de Monet en la pincelada; la suya es más reposada, académica. Hace dibujos y bocetos preparatorios y da los toques finales a los cuadros en su estudio. Cuando pinta París, los nuevos bulevares, lo hace trasladando el color gris, mineral, apagado, de las flamantes construcciones y avenidas diseñadas por Haussmann. No retrata multitudes, sino burgueses con chisteras o bombín, también obreros con los clásicos blusones. Hay oficios, tiendas, una ciudad elegante, clasista. Descubre la naturaleza en la casa familar de Yerres, cercana a París. Allí se entusiasma con el paisaje y entra en escena su pasión por el agua y las canoas. Regatista, diseñador de veleros (la vela es una de sus grandes pasiones, junto con la jardinería, el coleccionismo de arte y de sellos), le gusta reflejar las ondas del agua, los tonos verdosos, la figura de los señoritos con canotier. Se autorretrata con el fondo del Baile en el Moulin de la Galette, de su íntimo Renoir. Por esa época compra, junto con su hermano Martial, una propiedad que iría ampliando en Petit Gennevilliers, cerca de Argenteuil, con el Sena a la puerta y el mayor puerto de vela de la región de París.
Su jardín en Petit Gennevilliers es el Giverny de Monet. Pinta el huerto, las coles, los girasoles. Se hace llevar en gabarra por el río tierra de la buena que necesita para plantar flores y hortalizas. Se cartea con Monet, uno pide semillas de girasoles, el otro detalla con exactitud los progresos del invernadero.
Crisantemos, rosas y orquídeas le llenan de gozo. Prepara paneles para las puertas y el salón con estas flores y otros con margaritas que deja inacabados. La idea era prolongar el placer que le proporcionaba la naturaleza en el interior de su casa. Hoy, al contrario que Giverny, la propiedad de Caillebotte ha desaparecido engullida por la zona industrial. Quedan sus óleos de flores y jardines que dan el frescor necesario en el verano de Madrid que achicharra a los visitantes. Las pasiones de Caillebotte se han dispersado en el tiempo. Su legado permitió que el impresionismo entrara en los museos nacionales de Francia. Parte de la fantástica colección de sellos que atesoró con su hermano se encuentra en el Museo Británico. Sus planos de veleros son la codicia de los constructores de barcos. No está nada mal lo que queda del desconocido Caillebotte.
‘Caillebotte, pintor y jardinero’, en el Museo Thyssen hasta el 30 de octubre. Más información www.museothyssen.org
Otras exposiciones en el Thyssen: Caravaggio y los pintores del norte.
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