‘Calderón’: la obra teatral de Pasolini ambientada en la España franquista
Los Teatros del Canal estrenan este fin de semana ‘Calderón’, una obra de Pier Paolo Pasolini ambientada en la España franquista. Dirigida por Fabio Condemi y producida por Emilia Romagna ERT, esta obra es un ejemplo significativo de la faceta menos conocida del intelectual italiano: la escritura dramática. En ella, convierte nuestro país en una metáfora de “la relación que cada uno tenemos con el poder”.
El público español ha visto, o al menos oído hablar, de las películas de Pasolini, por lo que para la mayoría se trata de un cineasta. Sólo algunos pocos se han adentrado además en su literatura, que, sin embargo, comenzó mucho antes que su filmografía. En las novelas Chavales del arroyo (1955) o Una vida violenta (1959) el autor presenta el mismo universo social de la periferia de Roma que más adelante descubrimos en Accattone (1961). Lo hace con su estremecedor sentido de la misericordia, el mismo que surca toda su obra poética. Si bien su primera poesía es muy aplaudida por los especialistas, en muchas ocasiones ha resultado complicado, o casi imposible, traducirla al español, puesto que está escrita en dialecto friulano. Más accesibles para el lector son dos poemarios soberbios: Las cenizas de Gramsci (1957) y La religión de mi tiempo (1961).
En sus numerosos artículos de prensa y ensayos destacan sus posiciones a contracorriente, su compromiso con los más pobres y su denuncia de la clase política. Pero el teatro es prácticamente desconocido, incluso para quienes tienen más interés en su obra. E incluso en Italia. Me comenta Fabio Condemi en conversación telefónica que Pasolini sólo vio montada Orgía (1968) y fue un fracaso de público y crítica. “Existía la idea de que era un teatro difícil. Hay fotos y vídeos de la puesta en escena que se llevó a cabo en una fábrica de Turín, con Laura Betti en el papel de la mujer. A mí me parece muy interesante. Propuso una suerte de oratorio en el que los personajes casi ni se mueven y dicen unos versos que, por el contrario, son muy violentos. Con dicho estatismo propuso otra lectura del texto. Después de su muerte en 1975, el actor y director Luca Ronconi entendió que este teatro debía montarse de una manera más dinámica, porque era mucho más hermoso de lo que el propio Pasolini había imaginado”.
En total escribió seis obras; entre ellas, Calderón (1973). Su interés estriba en que nos muestra sus impresiones de la España franquista y convierte nuestro país en una metáfora de “la relación que cada uno tenemos con el poder”, como apunta Fabio Condemi, joven director galardonado con el premio Ubu de las Artes Escénicas, considerado el más prestigioso de cuantos se conceden en Italia.
Calderón es un laberinto de espejos en el que pasamos de un plano a otro: el sueño, la realidad, la historia en mayúsculas y las historias anónimas. Los personajes tienen los mismos nombres que los de La vida es sueño, pero se ambienta en la España de la década de 1960. Cuando en toda Europa se sentía que algo estaba a punto de cambiar, Pasolini analiza cómo era la vida social durante el franquismo a través de las visiones de Rosaura, que se despierta sucesivamente en tres ambientes distintos: la clase alta madrileña, los suburbios de Barcelona y la pequeña burguesía.
En la obra se cita a Luis Buñuel –estos sueños encadenados podrían recordarnos a los de El fantasma de la libertad, estrenada un año más tarde– y a Rafael Alberti, a quien pudo conocer en Roma.
Cuando le pregunto a Fabio Condemi por la interpretación conservadora que históricamente se ha hecho de la obra de Calderón me explica que Pasolini fue un pensador muy libre que razonaba sin el corsé de las ideologías, criticado tanto por la izquierda como por la derecha. Al igual que Lorca, que montó el auto sacramental de La vida es sueño con La Barraca, el italiano se embarcó 40 años después en este homenaje al escritor español del Siglo de Oro, paradigma de la espiritualidad católica. Los marxistas no vieron en el texto de Pasolini ningún valor político, porque era demasiado pesimista y porque no daba respuestas a los problemas de la realidad, como ellos esperaban. Su mirada siempre es compleja y, por ejemplo, en esos mismos años se mostró muy crítico con Mayo del 68.
Desde el comienzo de su carrera como director en 2015, Fabio Condemi ha trabajado en numerosas ocasiones con la obra del escritor italiano. Se graduó en la Academia Nacional de Arte Dramático de Roma Silvio d’Amico con Bestia da Stile. Eligió este título porque admiraba a Pasolini como poeta y como cineasta, pero entonces todavía no había leído su teatro. “Es un teatro extrañísimo, antinaturalista, poético, que asume una enorme libertad respecto a lo que se hacía en la década de 1960. Aunque es una propuesta muy intelectual, cuando los autores saben interpretarlo o atravesarlo se convierte en un texto extremadamente vibrante. Esto me ha impresionado desde el principio. Contiene una emoción muy particular”.
Después, en 2019, a partir de los guiones de las películas de Pasolini, que tienen en sí mismo un enorme valor literario, Condemi compuso para el actor Gabriele Portoghese el monólogo Questo è il tempo in cui attendo la grazia. Tuvo la genialidad de incluir también el guion de una película sobre San Pablo que no llegó a realizar y en la que quería contar con Marlon Brando en el papel principal.
No es sin embargo la única vez que Pasolini se interesó por la obra de Calderón. Fabio Condemi me cuenta que con 17 años Pasolini escribió una carta en la que decía haber quedado conmocionado con La vida es sueño, una referencia que vuelve una y otra vez en su obra. Ya su primera novela se titula El sueño de una cosa, escrita en 1950. En su cortometraje ¿Qué cosa son las nubes? (1968) la referencia al dramaturgo español del Siglo de Oro es inevitable cuando hace una reflexión sobre los límites, a veces confusos, entre la realidad y la ficción. Además Totò y Ninetto Davoli, dos de sus actores fetiche, interpretan a dos marionetas que visten a la moda de Felipe IV y los títulos de crédito aparecen escritos sobre unos carteles que reproducen cuadros de Velázquez. ¿Qué es la verdad? parece preguntarse Pasolini, que según su biógrafo Giuseppe Zigaina, dijo reconocerse a sí mismo en el personaje principal de La fragua de Vulcano durante su visita al Museo del Prado en 1964.
Las referencias a la cultura española ya habían aparecido antes en su cine. En Mamma Roma (1962) Anna Magnani y Ettore Garofalo bailan al ritmo del Violín gitano de Joselito, el niño prodigio español que en la década de 1950 alcanzó una enorme popularidad en la gran pantalla. Luego, al editor Carlos Barral le interesó tanto la película que le encargó a José Agustín Goytisolo traducir su guion para publicarlo en España, pero al ver la dificultad que entrañaba el dialecto romanesco se fue a conocer a Pasolini y entablaron una gran amistad. Las malas lenguas, recuerda Román Gubern, decían que el cineasta se enamoró de su hermano Luis Goytisolo y le propuso el papel de Jesucristo en El evangelio según San Mateo (1964) porque tenía “cara de poeta”, pero que este último no se sintió cómodo con la invitación a participar en la película. Él era rubio y de ojos azules, le puso como excusa, y la iconografía siempre había representado a Cristo moreno y con barba. Terenci Moix también alardeaba de haber resistido a las insinuaciones de Pasolini que, al verse rechazado por el entonces muchacho, le dijo: “Tú no tienes polla entre las piernas, tienes una cinemateca”. Lo recordaba Miguel Dalmau en una crónica publicada hace un par de años en La Vanguardia.
Poco después apareció por Roma otro joven español, Enrique Irazoqui, militante antifranquista que había viajado a Italia en busca de fondos para el sindicado universitario clandestino. Al principio se negó, porque cómo iba un comunista a representar a Jesucristo en la gran pantalla, pero finalmente accedió a cambio de que el intelectual viajara a Barcelona para dar una conferencia. Con este propósito, Pasolini visitó la ciudad condal en 1965 y, aunque las autoridades competentes cancelaron la conferencia que tenía programada por miedo a que se convirtiera en una exposición de proclamas marxistas, los estudiantes consiguieron que la impartiera en la sala de autopsias del Hospital Clínic. Quienes asistieron a aquella suerte de performance recuerdan el olor a formol que lo envolvía todo y la enorme expectación que había por escucharlo. Por lo visto, cuando todavía era un estudiante de letras, Pasolini había dedicado un número entero de una revista fundada por él mismo a la literatura en lengua catalana, que consideraba un modelo para el friulano.
Pasolini vino a España en varias ocasiones durante la década de 1960. Los que le conocieron dicen que mostraba una enorme curiosidad por todo lo que veía. Pasolini en Barcelona, un documental de Hilari Pellicé, explora su relación con los integrantes de la gauche divine que le recibieron y que se reunían en la mítica sala de fiestas Boccaccio, pero se sentía más cómodo en las calles, tras las huellas de la represión franquista. Después de un paseo por el cementerio de Montjuïc, donde están tumbas sin nombre de Durruti, Ferrer i Guàrdia y Companys, escribió un poema titulado Negociaciones con Franco que casi podría ser un prólogo de Calderón, la obra que ahora se estrena en los Teatros del Canal. “Un viaje de mil horas / para encontrar un cementerio / y un puñado de barracas. // Es necesario venir a España / para ver el silencio / de un hombre que no es hombre”.
`Calderón’, de Pasolini, con dirección de Fabio Condemi, se representa en los Teatros del Canal, Madrid, este próximo fin de semana, días 24 y 25 de febrero.
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