¿Cómo escapar del ‘Capitalismo Coñazo’ que nos acorrala?
Es el Capitalismo Coñazo, estúpidos. Es coger la meditación y llamarla ‘mindfullnes’, los batidos ‘detox’, la profusión de festivales ‘indies’ en cada pueblo, aldea y pedanía de España donde siempre tocan Lori Meyers, Iván Ferreiro y Vetusta Morla. Capitalismo Coñazo es la ubicua obligación de innovar cuando ni siquiera sabemos apañarnos con lo que actualmente existe. Capitalismo Coñazo es el ‘coworking’, el ‘networking’, el puro ‘working’. ¿Cómo escapar a esta amenaza global?
Pero si a mí me flipa el mentoring y despliego mi know how allá por donde voy, tal y como me aconseja el coach psico-corporal… Creo en la creatividad, la competitividad, la singularidad y la flexiseguridad, si es que tal cosa existe. De Josef Ajram me lo he leído todo, así que sé que no limits, man, que los limits te los pones tú mismo, y que, como dice el patrón, el contrato indefinido es una rancia idea decimonónica. Emprendo siempre que puedo (al menos emprendo la siesta cada tarde) y no tengo miedo a fracasar. Fracasar es experiencia. Y el despido es una oportunidad para reinventarme. Para probar cosas nuevas.
Pero si soy un moderno de la virgen, que adopta el freelancismo con una sonrisa en los labios y un diazepam entre las convoluciones cerebrales. Me mola lo escalable, lo multidisciplinar, los cupcakes y las fiestas que celebra Converse, por decir solo una marca comercial. Amancio Ortega, amén, vísteme deprisa, que tengo ídem. Porque ahora lo transgresor es ser pijo, así que allá vamos todos, con nuestro consumo responsable y nuestro comercio justo: la política es mentira y los cambios los hacemos los ciudadanos comprando, más que votando. Daría mi vida por implementar cosas guays en alguna parte.
Bien. Todo esto me lo he creído, ¿vale? Me he adaptado con vaselina al engranaje más contemporáneo y neoliberal.
Entonces ¿por qué no me dejan en paz, en esas sobremesas en las que duermo mi siesta autónoma mientras Siri me arrulla, y vuelve a llamar a la puerta por enésima vez el enésimo comercial de Gas Natural rogando (o incluso ordenando) que me vuelva a pasar a Iberdrola?
– Es usted el único en todo el edificio que está en esa compañía. Pero es que, además, con nosotros… ¡le saldría más barato!
Se supone que el homo economicus, esa idealización del ser humano que utilizan los economistas, siempre busca, de manera racional, el máximo ahorro, la máxima rentabilidad y otras cosas bonitas, pero eso no se cumple necesariamente. Un ejemplo es la gente que vota a quien le va a perjudicar económicamente, como los trabajadores pobres estadounidenses que votaron a George W. Bush porque era cristiano y patriota, aunque luego les crujió a impuestos mientras se los bajaba a los ricos. Otro ejemplo soy yo, que me da igual no tener la tarifa de gas, electricidad o teléfono más ventajosa.
– Mira, Dimitri, que estoy hasta los güevos de que las compañías me asedien como si fuera una piñata a punto de romperse y soltar millones de euros. Pero siempre me llaman, y me llaman, y me llaman, y hablo con los simpáticos teleoperadores radicados en Marruecos o en Colombia, y siempre me ofrecen los mejores descuentos, tarifas de ensueño, regalos milagrosos, un mundo de luz y de color en cada factura. Pero lo peor no es eso, lo peor es cuando se presentan insistentemente en la puerta de mi propia casa, invadiendo mi intimidad, para pelearse mi contrato. Me joden la siesta, ¡caray!
Eso les digo (excepto lo de caray), pero no creo que lo entiendan. Dicen: «¡Pero es que está usted pagando de más!». Y entonces yo cuelgo o cierro la puerta amablemente. Deberían inventar una tarifa que se llamase Tarifa Por Favor Déjame Vivir que, a cambio de un pequeño (o un gran, me da lo mismo) recargo te asegurasen que nadie jamás de los jamases volvería a molestarte con sus tentaciones descuentiles. ¿Se imaginan ustedes que el frutero o el carnicero se presentase en su casa a horas intempestivas para ofrecerle las lechugas o las salchichas a mejor precio que la competencia? Cada vez que un encorbatado de estos viene a atraerme hacia el seductor calor de su empresa estoy más a favor de la nacionalización de todo, o de irme a Corea del Norte, como el señor ese de Reus, que parece muy feliz con sus brillantes medallas y su gorra de plato.
La miserias del capitalismo se llevan enunciando desde antes de Karl Marx: la plusvalía, el fetichismo de la mercancía, el imperialismo, la desigualdad, la pobreza, la explotación, la destrucción del medioambiente, los niños esclavos o el negocio de la guerra. Pero no menos importante que todo eso es lo que llamo el Capitalismo Coñazo, esas estrategias dentro del libre mercado que te hacen la vida imposible. Una temporada de infausto recuerdo me estuvieron llamando de Movistar tres veces cada día para hacerme unas ofertas maravillosas en technicolor. Yo no se lo cogía o directamente les colgaba, pero aquellos teleoperadores -los remeros de galeras del s. XXI- eran inasequibles al desaliento, tanto que comencé a sentirme acosado y cuando salía a la calle miraba cada poco hacia detrás, no fuera a ser que estuvieran siguiendo. Eso es Capitalismo Coñazo.
Capitalismo Coñazo es cuando en cualquier evento al que asistes hay indefectiblemente un superchef supuestamente famoso y te mete la ensalada en el gin tonic después de esperar 25 minutos de cola. Capitalismo Coñazo es el propio gin tonic. Capitalismo Coñazo es cuando El Código Da Vinci triunfa y empiezan a publicar novelas con títulos clónicos como La ecuación Dante o El enigma Vivaldi o La incógnita Newton. Capitalismo Coñazo es que cada vez que algo tiene éxito, como los realities o los programas de cocina o los programas de entrevistas con entrevistador carismático, te lo intenten endilgar con infinitas variaciones infinitesimales como si en vez de personas fuéramos cerdos a los que hay que cebar. Y las barberías. Capitalismo Coñazo es coger la meditación y llamarla mindfullnes, los batidos detox, la profusión de festivales indies en cada pueblo, aldea y pedanía de España donde siempre tocan Lori Meyers, Iván Ferreiro y Vetusta Morla. Capitalismo Coñazo es la ubicua obligación de innovar cuando ni siquiera sabemos apañarnos con lo que actualmente existe. Capitalismo Coñazo es el coworking, el networking, el puro working y todos los anglicismos Coñazo. Esto, joder, hay que ponerlo en la Wikipedia.
Comentarios
Por Nely García, el 23 junio 2016
En efecto: no se puede construir algo nuevo si no cambiamos el interior de nosotros mismos con valores diferentes. Para que eso se produzca es necesario que las sociedades tengan las primeras necesidades cubiertas pues «el que carece de lo indispensable para vivir no puede dedicar su tiempo a otra cosa que no sea el cubrirlas» y en ese contexto, una política que lo garantice es el primer paso a seguir como inicio de evolución.
Por César, el 01 septiembre 2016
Totalmente de acuerdo con el artículo y además muy divertido de leer.
Sin que nos hayamos dado cuenta hemos entrado en el engranaje y ya no somos capaces de salir de él.
Bueno ahora lo comparto para que todos vean lo guay que soy y sigo buscando en Amazon algo que no necesite…