‘Cápsula de aislamiento. Cuidado de las cobayas’

Una de las ratas. Henry Louis Stephens. 1851. Foto: Metropolitan Museum of Art, New York.

Una de las ratas. Henry Louis Stephens. 1851. Foto: Metropolitan Museum of Art, New York.

“Junto a algunas tareas menores, mi labor principal sigue siendo el cuidado y la reproducción de las cobayas. Me encantan esas caritas de dibujo animado y su textura de peluche. Lo malo es que para alimentarlas tengo que relacionarme con mi hermana. ¡En qué hora se nos ocurrió solicitar la misma cápsula de aislamiento!”. Terminamos con este inquietante texto nuestra serie ‘Relatos de un Extraño Verano’ en colaboración con el Taller de Escritura Creativa de Clara Obligado. Han sido 31 textos surgidos de la dramática emergencia sanitaria y económica en que vivimos. Buen septiembre, buen comienzo de curso (no será menos extraño).

POR GEMA MORATALLA

Día 183. Hemos pasado el ecuador de la misión. Junto a algunas tareas menores, mi labor principal sigue siendo el cuidado y la reproducción de las cobayas. Me encantan esas caritas de dibujo animado y su textura de peluche. Lo malo es que para alimentarlas tengo que relacionarme con mi hermana. ¡En qué hora se nos ocurrió solicitar la misma cápsula de aislamiento! El director del proyecto tenía que haber dicho “no”.

Creo que las cosas en el invernadero no van tan bien como ella quisiera. Está racionando la comida y el agua para nosotras y para mis bichitos. Esto me obliga a extremar el control de población. Ya he tenido que sacrificar a 17. Siempre me pareció mentira que una tarea así estuviera en la lista general y que solo hubiera que marcar una casilla para registrarla. Ahora tengo claro que es una prueba psicológica y que por preservar la neutralidad del experimento, no me dan más información.

Día 252. Anoche volvimos a jugar a “verdad o reto”. Fue ella quien lo propuso. Pensé que quería hacer las paces, aunque era un poco raro teniendo en cuenta lo que pasó la primera vez. Al rato noté que solo quería sonsacarme más información, como si eso fuera a cambiar el pasado. No puedo arreglar algo que hice cuando teníamos 15 años. Además, aquel idiota seguro que ni se acuerda de nosotras. No tiene sentido que ella siga dolida por eso.

Lo que sí me duele son los músculos de las manos. No olvidan los 17 cuerpecillos que he tenido que retorcer hasta que dejaron de moverse.

Día 253. Acabo de eliminar a una nueva camada. Qué sencillo resulta y al mismo tiempo qué difícil. Me pregunto qué pensarán quienes están al otro lado de las cámaras. Si pudiera usar alguna planta venenosa del invernadero no tendría que hacerlo de esta forma, pero hace meses que mi hermana cambió la contraseña y no me da permiso para entrar. No es justo que se pase los días en ese vergel y yo, sin apoyo de nadie, tenga que tirar a estas criaturas al tanque de reciclaje. ¿De verdad me está haciendo pagar por aquello?

Día 290. Hay dos hembras preñadas. Va quedando menos para terminar la misión y, como nuestro botiquín sigue bien provisto, he pedido autorización para usar Diazepam y otros sedantes humanos. Me lo han denegado después de la pantomima de los veintipico minutos entre mensaje y mensaje. Casi una hora con ataque de ansiedad. Todo lo que saben decir es “no”, como cuando pedí reutilizar materiales para construir una segunda jaula o sacrificar a todas las cobayas del mismo sexo.

Aunque esta vez tengo la sensación de que ahí afuera está pasando algo. A mi hermana no se lo he dicho, está más hermética que nunca. Tendré que ser yo quien proponga otro “verdad o reto”, pero con mis reglas. Porque ella también me hizo cosas. ¿O no se acuerda de lo que lloré cuando dejó escapar a mis periquitos? Pensará que fue cosa de crías, no como que me enrollara con aquel imbécil. Hace siglos de todo eso.

Pienso en lo emocionadas que estábamos al firmar este contrato y ahora me parece absurdo. No hay mucha diferencia entre un simulacro y un juego. Si al menos al final del viaje estuviera Marte…, pero después de vivir esta pesadilla simplemente volveremos a casa. La casa que compartimos mi hermana y yo. O compartíamos.

Día 340. He estado revolviendo su taquilla. Se me ocurrió que tal vez se hubiera traído una foto de aquel chico en el viaje de fin de curso o de cuando los del periódico hicieron un reportaje sobre la Semana de la Ciencia.

Día 363. Nos han obligado a sentarnos juntas frente al monitor de comunicaciones, es la primera vez que no respetan la distancia que hemos pactado. La transmisión ha durado una hora, más que todas las transmisiones anteriores juntas. La situación afuera está mal. Esto no es como aquello del COVID-19. Se ha extendido aún más rápido y ya hay seis millones de muertos.

Día 370. Han pasado cinco días del tiempo de misión, es oficial que de momento no nos sacan de aquí. Mi hermana ya no cierra la esclusa del invernadero y puedo caminar entre las plantas. Hablamos poco. Vuelvo a pensar que ojalá estuviéramos rumbo a Marte.

Día 411. En la última entrada escribí “de momento” y ahora suena a broma cruel. He sacrificado a todas las cobayas. Quiero evitar la tentación de que pensemos en ellas como comida, aunque obviamente van al reciclado. Aquí no se puede desperdiciar nada y el invernadero ha de seguir produciendo. Las medicinas no serán un problema si no ocurre nada raro.

Me tiemblan las manos, pero se debe a lo que he hecho y eso no se cura con pastillas.

Día 485. No hay conexión con el centro de mando del proyecto. Por extraño que parezca, seguimos teniendo energía y agua. A veces interceptamos transmisiones aleatorias. Captamos cifras. Cada vez son más altas.

El tiempo transcurre de forma distinta, ahora que no sabemos cuánto más estaremos confinadas. Tenemos de todo, eso sí, e incluso parece que nos tenemos la una a la otra.

Echo de menos a mis cobayas.

Algunas noches hemos cenado juntas en mi cubículo. Ayer se quedó dormida y durante un largo rato le acaricié el pelo, que tenía textura de peluche.

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