Viaje con el cineasta Carlos Casas a tres de los parajes más extremos del planeta
El cineasta Carlos Casas ha presentado recientemente su doble vinilo ‘Mutia’ en directo en Madrid. Una exhibición a la que, para darle más fuerza visual, añadió tres pantallas con proyecciones del paisaje que grabó para documentales anteriores y que ha realizado para DocumentaMadrid, el festival de cine documental que por primera vez en España le ha dedicado una retrospectiva. ‘El Asombrario’ aprovechó para hablar con él de su obra ‘End Trilogy’, que documenta la vida en tres de los parajes más despoblados de la Tierra: Patagonia, Siberia y Mar de Aral. La puesta en escena de ‘Mutia’, con sonidos subliminales a partir de un cementerio de elefantes, se representará en Matadero Madrid hasta finales de junio.
“Si tú visitas la Patagonia, hay una presencia de la naturaleza tan profundamente fuerte que te invade y sobrecoge. Entras en un ritmo físico totalmente diferente al de cualquier otra parte”, apunta Carlos Casas, buen conocedor de este estado. Este director de cine ha recogido en End Trilogy los tres parajes más despoblados de nuestro planeta: la Laponia, el desierto de Aral y Siberia. Una naturaleza que te invade y que, ante la falta de contacto humano, funciona como un agente social más. (O esto es lo que concluye este periodista tras escuchar sus palabras). “Los tres son parajes que influyen mucho en la manera de ser. Esto tiene que ver mucho con la distancia a la civilización: estos parajes te permiten tener esa distancia no solamente como cuestionamiento de la naturaleza y ver cómo la naturaleza se protege a sí misma, sino también alejarte; eres realmente víctima de esa naturaleza y estás un poco como en nuestros orígenes, teniendo un respeto absoluto hacia ella. Quiero remarcar esas cuatro palabras: respeto absoluto hacia ella. Quizá lo que nos pasa es que al alejarnos tanto de la naturaleza, se nos ha olvidado socializar con ella”. (Bonita expresión: socializar con la naturaleza)
Resulta interesante hablar con Carlos Casas de este proyecto. Se podría decir que su expresión dice más al respecto de lo que siente que la limitación obligada de sus palabras. “Yo creo que lo más interesante de la gente que va allí es que buscan un exilio voluntario, un estado puro”. Algo que él va rastreando también en estos parajes. “Siempre me interesa entender, llegar a vivir en lugares y situaciones que no son mi propio contexto. Me gusta cuestionarme mis propias raíces, mi propio origen. Creo que para ello la mejor manera es llevarme lo más lejos posible”. Así, anda a la captura de esos lugares, de esas comunidades que viven en situaciones extremas para encontrarse a sí mismo, para cuestionarse. Y conseguir transmitirlo a través del cine. “Pero, sobre todo, lo que más me interesa es cómo transmitir eso al espectador; cómo hacer una creación poética de un producto entre cine, arte y etnografía que considero que debería conectar con el público. El trabajo es una carrera a buscar cómo entrar en contacto con el público”.
Medio año sin contacto con otros
Es aquí donde surge el mayor tormento, pero también el arte: conseguir captar las vidas de personas que están más de medio año sin contacto con el otro. Romper esa soledad y ser capaz de transmitirlo a través del vídeo. Introducir al espectador en ese ritmo de soledad casi infinita. Que se identifique con ella. “En la Patagonia lo que se intentó es documentar estas vidas que están en completa soledad: algunas veces 6, 7, 8 meses sin contacto con otra gente. Yo me quedé fascinado cuando conocí a estos personajes. Al entrar en contacto, fue una labor complicada ver cómo captábamos eso y cómo lo transmitíamos a través de una película”. Y añade: “En ese sentido, para mí era muy importante ese encuentro; fue muy impactante. Son personas con las cuales no tienes un contacto de calidad social: no tienen el mismo acceso a la cultura que tú tienes, a tu sistema…, entonces eso te hace que te saques de encima mucha grasa que te produce la civilización, el mundo contemporáneo. Una de las esencias de mi trabajo es ese: llevarme a lugares donde puedo sacudirme esto”. Los choques culturales, que limpian a uno de todo lo previamente establecido. O más bien lo desnudan y lo obligan a vestir con otros trajes con los que mirar de forma más crítica sus principios.
“A veces es duro volver a la civilización”
Y claro, cuando te has cuestionado todo, la vieja costumbre aprieta. “Hay veces que es bastante duro volver a la civilización. Una de las cosas interesantes del documentalista es que si tienes un sistema ético muy anclado es muy complicado, ya que entras en contacto con una realidad y luego te vuelves, y en cierta medida pierdes ese contacto”. “Ponme un ejemplo en que tu ética se haya visto confrontada”, le plantea el periodista. “Por ejemplo, en Siberia. Iba a hacer un documental con cazadores de ballenas, lo que para mí era una situación ética muy difícil. La ballena seguramente es uno de los animales que más me interesan, que más me impactan, pero al mismo tiempo, me tuve que cuestionar éticamente a mí mismo ya que ellos son auténticos cazadores, sobreviven a través de ella. Esto me rompió un bagaje occidental y me mostró el auténtico sentido de la caza, el más primario. Olvidemos la caza deportiva, la terrible que existe en Europa, en África… y hablemos con el auténtico cazador”.
“¿Y cómo son esos auténticos cazadores?”, incide este periodista. “Como uno en Siberia que me contó que cada uno forma parte de lo que caza, que hay una relación, un sacrificio, un diálogo casi simbiótico con la otra especie. Eso sólo lo puedes vivir en ese tipo de comunidades. Eso es una necesidad que sólo puedes hacer cuando te enfrentas con estas comunidades”.
“Otro ejemplo es el de la cinta de los pescadores del desierto de Aral”. ¿Pescadores y desierto pueden complementarse?, se puede preguntar cualquier lector. En este caso, sí. Aral era uno de los cuatro mayores lagos del mundo, el lugar de donde salía la mayor cantidad de pescado en lata para la URSS. Pero por culpa “del cultivo radical de algodón en esa zona, se diversificaron todos los accesos fluviales impidiendo que se regenerase”. Así, a día de hoy, quedan pequeños lagos donde es casi inimaginable que antes hubiera un mar interior de 68.000 km2. “La película intenta iluminar su espíritu: cómo siguen creyendo que hay solución y alimentando esa energía. Sobreviven pescando en esos pequeños lagos que hay en la zona de manera muy precaria. A mí me interesaba mostrar esa fuerza que manifiestan ante la adversidad”.
Escuchando a Carlos Casas, leyéndolo, uno pierde cierta grasa occidentalizadora. Quizá uno ahora se siente un poco más incómodo en este traje. Un traje que ya ha cogido polvo.
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