Carlos Frontera, nunca pasa nada hasta que pasa
Más vale prevenir que currar… Es más lo que nos hunde que lo que nos separa… Aunque lleva media vida escribiendo, Carlos Frontera (Jerez, 1973) ha publicado ahora su primer libro de 17 relatos titulado Andar sin ruido (Páginas de Espuma), donde encontramos perros azules, esqueletos de papá sentados a la mesa, charcos de lluvia donde hacer pesca submarina o personajes que meten la cabeza dentro del horno como la poeta Sylvia Plath, que se suicidó de esa manera. “Quizá escribir nos salve de los hornos de veras, de ésos que les dan razón de ser a las esquinas tontorronas de las cocinas”, sentencia este escritor, que tira constantemente de humor, ironía y juegos de palabras para dar forma a un mundo creativo original.
Esa voluntad literaria de ruptura y transgresión, de poner en jaque el sentido común, de encarar esos “días cabrones hechos de puro plomo”, la encontramos también en el propio lenguaje, con sus continuos giros y juegos de palabras no sólo en este libro, ‘Andar sin ruido’, sino también en tus publicaciones en redes sociales. Así, encontramos sentencias del tipo “me he dado un atracón de melocotones y ahora tengo sentimiento de pulpa”, “las perlas están condenadas al ostracismo”, “más vale prevenir que currar”… Utilizando una de ellas para referirnos al momento actual político y social que estamos viviendo, ¿es más lo que nos hunde que lo que nos separa?
Menuda pregunta. Me temo que el momento actual político y social es demasiado complejo como para resumirlo en una frase. Yo al menos no me veo capaz de hacerlo. En todo caso, no sé si usaría la palabra hundimiento para describirlo. Personalmente, veo comportamientos que me asustan y me entristecen, posturas tan intransigentes y tan poco empáticas que ni idea de adónde conducirán, demasiada violencia verbal, demasiadas manipulaciones y muy poca intención de escuchar al otro e intentar comprenderlo. No sé. Retomando la primera parte de la pregunta, para mí el lenguaje es también un terreno de experimentación, de saltarse las reglas, un terreno de juego y de rebeldía. La creación literaria, según la veo, debe ser irreverente, provocadora y juguetona desde sus cimientos: las palabras.
La realidad, con sus repeticiones, sus obligaciones, cargas y rutinas, sus soberanismos, nacionalismos y demás, está un tanto aburrida, un tanto atrofiada, pero en la tuya, en la que inventas como escritor, confieres a lo cotidiano altas dosis de humor y originalidad, hasta tal punto que el lector va a encontrar en tu escritura todo tipo de elementos fascinantes tales como perros azules, charquitos de lluvia donde hacer pesca submarina, ceniceros que se quedan suspendidos en el aire, el esqueleto de un papá sentado en la mesa del salón, cafés preparados con cenizas… ¿La escritura, en definitiva, es una salida, una escapatoria hacia mundos más felices, con menos ataduras, mundos donde podemos sentirnos más creativos?
Hum… Una escapatoria hacia mundos más felices diría que no, no al menos en mi caso. En no pocas ocasiones escribir duele, hace pupita, me lleva a recovecos del pasado o del subconsciente que no son precisamente agradables ni mullidos. Una escapatoria hacia mundos con menos ataduras, sin duda alguna —vuelvo a referirme a mi caso particular, que es el único que medio conozco—. La realidad, o eso a lo que llaman realidad —no estoy de acuerdo con que la realidad sea tan sólo eso que sucede de piel hacia fuera, lo que nos sucede dentro también es realidad—, eso a lo que llaman realidad, decía, tiene cada vez más restricciones, más prohibiciones y censuras. En este sentido, la escritura sí que es para mí un espacio más libre, menos atado a esa pamplina de lo políticamente correcto, más desvergonzado y juguetón.
Las mamás lo vienen vaticinado desde hace varias vidas: “Nunca pasa nada hasta que pasa”, la cita que abre su obra…
Cuánta sabiduría en las madres y cuánto tardamos en darnos cuenta. Es así, uno nunca se puede confiar, porque en cualquier momento todo puede saltar por los aires. No es que haya que vivir en un permanente estado de alerta ni percibir todo como una amenaza, pero, qué diablos, cuánto cuesta mantener la ilusión de la felicidad, qué trabajera y qué poquito hace falta para desmoronarla.
Las novias cuando nos dejan, dices en el primer relato, lo ponen todo patas arriba, “lo mismito que un terremoto”… aunque en tu caso fueron dos ex novias las queprecisamente te insistieron en publicar este primer libro, a pesar de que llevabas más de dos décadas escribiendo cuentos, escribiendo relatos…
Sí, más lindas ellas… No lo negaré, las novias cuando nos dejan provocan un terremoto de aúpa en nuestras vidas, con frecuencia nos quedamos trastabillando entre los escombros, temblorosos, incapaces de mantener el equilibrio entre tanta ruina. Ahora bien, las novias cuando nos quieren a rabiar nos animan, nos dan el empujoncito que nos hace falta, nos hacen mejores, más altos, más listos, más guapos. De no haber sido por ellas no habría publicado Andar sin ruido, eso seguro; seguiría guardando mis cuentos en un cajón, en una carpeta o en una nube. Ellas, ambas, insistieron en que esos cuentos merecían tener visibilidad y, gracias a su insistencia, armé el libro, lo dejé más o menos resultón y lo envié al mundo exterior, hala, ahí te apañes. Sin el aliento de ellas, sin sus palmaditas en la espalda no creo que hubiese superado el miedito a publicar, ese miedito y respeto que me producía la lectura de no pocos libros para quitarse el sombrero y la pregunta subsiguiente: ¿qué necesidad hay de publicar lo mío?
Rimbaud, cuando publicó su segundo libro, con 19 años, dejó la escritura, lo abandonó todo y se fue a vivir aventuras. Se convirtió en un Bartleby. ¿Te ha gustado eso de publicar o, tras su estreno, guardará silencio otros 20 años?
Me ha gustado eso de publicar, sí, me está dando muchas alegrías, aunque sigo sin tener prisas ni necesidad ni urgencia por volver a publicar. Tengo dos o tres proyectos de libros en marcha, en gran parte ya escritos —llevo muchos años rellenado papeles de izquierda a derecha y de arriba abajo—, pero eso no significa que los acabe publicando. No serían los primeros libros que escribiese y tirase a la basura. En esto lo tengo claro: sólo si estoy realmente satisfecho con el resultado, si de veras estoy convencido de que un yo futuro no se avergonzaría al releerme al cabo de, pongamos, cinco años, volvería a publicar —o a intentarlo—. Y eso es algo que podría ocurrir dentro de unos meses, dentro de 20 años o nunca. Escribir seguiré escribiendo, eso seguro, pero lo de publicar es otro cantar, u otro contar.
“Escribir es de cobardes. Escribir está sobrevalorado, siempre lo ha estado”, señalas en el cuento ‘Una ligera sensación de puaj’. Y leer, ¿es de valientes?
Eso de “escribir es de cobardes” lo dice un personaje de uno de los cuentos que atraviesa por unas circunstancias un tanto especiales. Yo no estoy seguro de si lo es. A raíz de algunas entrevistas en las que han resaltado esa frase, sí creo que, en un momento dado, el hecho de encerrarse a escribir puede tener una pizca de cobardía o ser una suerte de huida: en lugar de enfrentar según qué problemas con nuestras parejas, con nuestras familias, con amigos, nos encerramos a escribir. Pero, por otro lado, como dije antes, en ocasiones escribir hace pupita, hace emerger capas del subconsciente llenas de aristas y pinchos, y para enfrentarse a eso hay que tener su mijita de coraje, de valor.
En cuanto a si leer es de valientes, que a fin de cuentas es la pregunta, yo no diría tanto. No manejo datos ni domino gráficos con quesitos de colores, pero me da la impresión de que hoy en día se lee más que nunca. No libros, desde luego, pero sí leer en general: tuits, estados de facebook, ristras de whatsapp… Una lectura inmediata y sin trasfondo por lo general, pero lectura al fin y al cabo. La inmediatez que caracteriza esta época y la cantidad de alicientes atractivos que tenemos al alcance de la mano —videojuegos, series de televisión, centros comerciales…—, hace que cada vez sea más complicado conquistar a nuevos lectores o recuperarlos. En este sentido, leer libros, leer literatura con mayúsculas, puede ser, más que de valientes, un acto de resistencia o de rebeldía.
¿Cómo es tu proceso de escritura, de dónde extraes las imágenes, la base de tus relatos, la esencia de tus cuentos?
Por lo general, escribo tal que así: de pronto se me presenta una imagen venida de quién sabe dónde —una imagen poderosa, o desconcertante, o llamativa—, o bien el tipo que dicta las frases que aún no existen me regala una para enderezar una tarde tontorrona. Cuando esto ocurre, me hago el interesante —o sea, el longui—, lo dejo estar y, si transcurridas unas semanas la imagen o la frase me siguen rondado la cabeza, tomo cuaderno y boli y empiezo a escribir sin más, automáticamente que diría aquel, sin planificación ni censuras, y de esa improvisación resultan a veces gérmenes de cuentos. La clave está, en mi caso, en dejarme expresar libremente y arrinconar al pensamiento en esa primera etapa de escritura —luego hay que ponerlo a trabajar a base de bien, claro, pero ése vuelve a ser otro contar—.
En tus relatos encontramos referencias a Cortázar y a poetas como Sylvia Plath, que se suicidó metiendo la cabeza en el horno, un gesto que también hace uno de tus personajes: “Me arrodillo frente al horno y meto la cabeza dentro. Lo hago pausadamente, a paso de tortuga. No hay prisas. ¿Para qué?”. También de joven escribías poesía, pero no acabaste con la cabeza en el horno y el pan con mantequilla que Plath le preparó a los niños mientras dormían…
No acabé con la cabeza en el horno pero acabé haciendo que alguien la metiese por mí. Quizá escribir desde cierto lugar también sea eso, meter la cabeza en hornos metafóricos. Quizá escribir nos salve de los hornos de veras, de ésos que les dan razón de ser a las esquinas tontorronas de las cocinas. O quizá no acabé con la cabeza en el horno porque dejé de escribir poesía y me limité a leerla. Vaya uno a saber. En cualquier caso, siempre es bueno tener a mano a personajes que puedan meter la cabeza en el horno por uno si de repente un día nos da la ventolera.
Los padres, las madres, las novias, los maridos, los hijos, la familia en sí, protagonizan tus cuentos, que a veces tienen ese punto de surrealismo y otras una fuerte carga de dureza. Así, encontramos “a una mamá que al final ni era fantasma ni era mamá, la pobre”; o ese padre enfermo: “No sabía que te estabas muriendo, papá. Pero las noticias vuelan, ya ves”; o ese marido que espera “como se esperan las cosas importantes”. La familia que al principio está y luego se rompe, cambia, es con los años otra…
La familia es un organismo que se las trae, un organismo vivo con sus dependencias, sus reacciones osmóticas, sus intercambios, sus enfermedades y tumores, sus membranas y adaptaciones. Para lo bueno y para lo malo, nunca somos más auténticos, más nosotros, que tras la paredes de casa, nunca somos tan adorables ni tan crueles, tan pasionales ni tan muermos, tan como unas castañuelas ni tan valiente hijo de puta. A medida que nos vamos alejando de casa y lleno por favor, y quiero el informe encima de la mesa para antes de ayer, y el gol fue en clarísimo fuera de juego, vamos agregando capas, abalorios, estratos, y vamos siendo progresivamente menos nosotros. Es de puertas adentro cuando la familia se manifiesta en todo su esplendor, cuando el organismo que es se explaya a sus anchas y que Dios nos pille confesados.
Y además de la familia, de la muerte, encontramos el amor. El amor está muy presente en tu mundo literario. “No tiene sentido dejar de quererse. Es un disparate dejar de quererse, una aberración. Que hayas querido tanto y ya no. Que te hayan querido tanto y ya no”, dices en ‘Te q’. ¿Podemos hacer algo en condiciones sin amor?
Se puede hacer algo en condiciones sin amor —no son pocos los artistas de vidas desgraciadas e infelices que han parido obras maestras—, pero en qué condiciones. En este libro he querido poner la lupa en esa frontera en la que una relación se desmorona y empieza a ser otra cosa distinta, aún sin definirse del todo, ese espacio incierto y resbaladizo en el que lo mismo te puedes dar un trompazo que salir con más impulso. Ese umbral en el que lo mismo puede darse una cosa o su contraria lo encuentro muy atractivo por lo que tiene de inesperado, de imprevisible. Me gusta transitar esa tierra de nadie en la que ambos extremos son posibles y las reacciones no obedecen necesariamente a la lógica de una concatenación en la que si A entonces B de todas, todas. El desamor y la infelicidad, maldita sea, creativamente hablando son un filón.
¿Qué pasa cuando las palabras se quedan sin pilas?
Que no llegan a tiempo, como dice la niña que protagoniza el cuento Andar sin ruido. Hay un aspecto de la comunicación que me interesa mucho: las palabras no tienen el mismo significado para todos, por mucho que el diccionario se empeñe en ofrecer una única definición. O, más que el mismo significado, las palabras no tienen la misma carga emocional para todos. El modo en que encajamos las palabras depende mucho de cómo y de quién las hayamos recibido en un momento dado. A ver si me explico. Pongamos que X tuvo un padre maltratador que regularmente decía tal o cual expresión para ridiculizarlo, para empequeñecerlo. Pues el modo en que X interprete tal o cual expresión en adelante estará terriblemente influenciado por la decodificación que su cerebro —o su corazón, vaya uno a saber dónde ocurren estos procesos— hará al escucharla. Lo mismo ocurre con palabras cargadas de connotaciones felices. Si la primera novia de X, ésa a la que tanto quiso, le llamaba de tal forma, en adelante, cada vez que X escuche aquello en boca de otros, su subconsciente le hará cosquillas en algún punto entre el esternón y la rabadilla, chispa más o menos. Así, la comunicación se complica, ya que el modo en que un receptor decodifica las palabras puede diferir notablemente de cómo lo hace el emisor, y pueden llegar a destiempo o distorsionadas y ya tenemos el follón montado.
Comentarios
Por Israel Manuel, el 05 noviembre 2017
No conzco al autor del que se comenta y al que se entrevista, pero este trabajo periodístico me sirvió para tener un acercamiento al mismo.
Bien escrito, en las dos primeras líneas te atrapa, por la sagacidad del escritor y la del periodista.
Gracias y un cordial saludo.
Por Israel Manuel, el 05 noviembre 2017
No conozco al autor del que se comenta y al que se entrevista, pero este trabajo periodístico me sirvió para tener un acercamiento al mismo.
Bien escrito, en las dos primeras líneas te atrapa, por la sagacidad del escritor y la del periodista.
Gracias y un cordial saludo.