Carmen Conde, por fin reivindicada gracias a la obra ‘El sillón K’

Manuela Velasco y Estela Merlos protagonizan ‘El sillón K. Cartas desde el olvido: Carmen Conde y Katherine Mansfield’, en el Teatro de la Abadía.
Aunque fue la primera mujer que ingresó en la Real Academia Española, la escritora Carmen Conde todavía es una desconocida para muchos lectores. El Teatro de la Abadía presenta en Madrid hasta el 2 de marzo un espectáculo dirigido por Paula Paz que aborda su trayectoria literaria a partir de las cartas que dirigió a la escritora neozelandesa Katherine Mansfield y que la editorial La Bella Varsovia publicó en 2019.
Hace unos años Paula Paz encontró por casualidad Las cartas a Katherine Mansfield en una librería. Entonces le sorprendió no saber más sobre Carmen Conde (Cartagena, 1907-Majadahonda, 1996), considerada por los especialistas una de las autoras más relevantes de la Generación del 27. Estas epístolas habían aparecido publicadas en el diario El Sol y más tarde fueron recogidas por la editorial Doncel de Zaragoza en 1948. Carmen Conde nunca se las envió a Katherine Mansfield (Wellington, 1888 – Francia, 1923), a quien leyó traducida del francés, porque la autora neozelandesa había muerto dos décadas antes.
En el prólogo del volumen de La Bella Varsovia, el investigador en estudios hispánicos Fran Garcerá traza una genealogía de escritoras que hunde sus raíces en el tuétano mismo de la tradición. Escritoras que dialogan a lo largo del tiempo en busca de otras mujeres que puedan ser sus interlocutoras. Menciona en concreto las cartas que Emilia Pardo Bazán dirigió a Gertrudis Gómez Avellaneda. Ambas fueron candidatas a ocupar un sillón en la Real Academia Española, pero ninguna consiguió los votos suficientes, pese a su enorme prestigio. El árbol de la sororidad extiende sus ramas mucho más allá. También podríamos hablar de Ernestina de Champourcín y María Cegarra, con quienes la propia Carmen Conde mantuvo una intensa y fructífera relación epistolar, que en estas ocasiones sí se concretó en un ir y venir de misivas.
Nada más comenzar la función, Carmen Conde se dirige a los espectadores como si fuéramos los miembros de la Academia. Cuando no nos mira, habla con Katherine Mansfield y consigo misma. Reflexiona en voz alta sobre el valor de la poesía y sobre el largo viaje que hacen las palabras hasta formar parte del diccionario, pero también toca temas más íntimos, como el amor, el aborto y el suicidio. Distintos fragmentos de su obra se van entremezclado con los diarios y las cartas de la neozelandesa, reproducidos en inglés y proyectados sobre la escenografía. También se hace referencia a la relación de pareja que Carmen Conde mantuvo con la escritora Amanda Junquera Butler, con la que vivió en el piso de arriba de la casa que Vicente Aleixandre tenía en la calle Velintonia de Madrid. Se obvia, sin embargo, su matrimonio con el poeta Antonio Oliver, con quien había fundado la Universidad Popular de Cartagena. Debido a esta iniciativa fue políticamente depurada, pero prefirió quedarse en España durante la dictadura de Franco.
Manuela Velasco, en el papel de Carmen Conde, pronuncia con mucha naturalidad un texto difícil, salpicado de metáforas y con largas digresiones, que la autora no concibió para su puesta en escena. Su dicción es exquisita y logra iluminar pasajes que exigirían una lectura más atenta. Los momentos más dinámicos llegan cuando la actriz interactúa con la bailarina Estela Merlos, que encarna el fantasma de Katherine Mansfield. Quizá el mayor logro de Paula Paz es conseguir que, sin mirarse apenas a los ojos, sin tocarse casi hasta el final, ambas tracen un diálogo que va más allá de la lengua. Son fantásticas las escenas en las que Estela Merlos traduce con su cuerpo las palabras de ambas escritoras, como si dibujara poemas en el escenario. Este recurso no resulta en ningún caso gratuito, porque la propia Carmen Conde definió la poesía como una danza y fueron muchas las bailarinas de la primera mitad del siglo XX que ilustraron poemas con sus movimientos. Pensemos, por ejemplo, en Isadora Duncan, Doris Humprhrey o La Argentinita.
Mientras Carmen Conde (Manuela Velasco) aparece retratada bajo la penumbra pesada de la posguerra española, Katherine Mansfield (Estela Merlos) refleja la fluidez sensual de los prerrafaelitas. El vestuario de Alejandro Andújar nos habla muy bien de ellas: la primera con su falda plisada, la segunda con su vestido vaporoso, que sin duda evoca el cuadro de John Everett Millais Ofelia ahogada entre las flores. No podemos ignorar el trágico destino de la escritora neozelandesa, a la que Carmen Conde compara con las suicidas del Sena, es decir con las mujeres de sensibilidad extraordinaria que decidían quitarse la vida al enfrentarse a la crueldad extrema de este mundo.
Katherine Mansfield sufrió un aborto natural cuando estaba escondida en un balneario en Alemania para ocultar su embarazo. Debido a una infección de gonorrea tuvo artritis durante toda su vida adulta y con solo 34 años murió en Fontainebleau (Francia) a causa de la tuberculosis. Si suele relacionarse a Carmen Conde con la Generación del 27, a Katherine Mansfield se la inscribe en el Grupo de Bloomsbury, dada su relación de amistad con la escritora Virginia Woolf. Las cartas, a las que Manuela Velasco da voz y Estela Merlos cuerpo, son un ejemplo de lo que se conoce como corriente de conciencia, una técnica narrativa que trata de mostrar la forma en la que los pensamientos se solapan dentro de nuestras cabezas y, en este caso, sobre las tablas de La Abadía.
Carmen Conde se mereció el sillón K de la Real Academia Española, del mismo modo que ahora se merece su sitio en el canon literario. Para la escritora Elena Medel (fundadora de La Bella Varsovia), se trata de una de las autoras más significativas del siglo XX. Con libros como Brocal (1929) o Mujer sin Edén (1947), publicado por la editorial Torremozas, renovó la poesía escrita por mujeres. Cabe recordar que en sus comienzos Carmen Conde también fue autora teatral, por lo que tal vez en el futuro alguien se anime a llevar a escena sus textos dramáticos.
‘El sillón K. Cartas desde el olvido: Carmen Conde y Katherine Mansfield’, dirigido por Paula Paz e interpretado por Manuela Velasco y Estela Merlos puede verse hasta el 2 de marzo en el Teatro de la Abadía de Madrid, que acaba de cumplir 30 años reivindicando el poder de las palabras.
No hay comentarios