Cazadores furtivos, granjas de visones y la desaparición de un hombre…

El escritor Gijs Wilbrink, en una azotea del centro de Madrid. Foto: Ana Máñez.

“No quiero decir mucho, pero creo que las cosas empezaron a irle mal a Tom Keller cuando esos dos tíos lo llevaron al bosque por la noche y lo obligaron a hacer cosas que un niño de nueve años no debería hacer. Así comienza ‘Las Bestias’. En todos los pueblos pequeños, ya sea en la parte más aislada de Países Bajos o en la España profunda, se habla de alguna familia cuya historia se conoce por el boca a boca durante generaciones y que ha llegado a convertirse en leyenda. Este es el caso de los Keller, los protagonistas de la primera novela de Gijs Wilbrink (1984), que se ha convertido en todo un fenómeno de ventas en su país y en Bélgica, alcanzando hasta 16 ediciones y se ha situado durante 13 semanas en la lista de los más vendidos. 

Tras haber sido traducida al macedonio, al francés y al alemán, llega ahora a España gracias a Bunker Books y al trabajo de Catalina Ginard Féron, la traductora. Su esfuerzo por mantener los matices del dialecto del neerlandés propio de la zona de la que procede el autor, ese registro agreste, vulgar en parte, ha contribuido a la construcción de esa atmósfera inhóspita, ruda, que sobrevuela la novela.

Este thriller se aleja de la autoficción, tan presente en los escritores de su generación españoles, para presentar, como el propio autor indica, “una historia de la desaparición de una persona que no termina cuando ésta es encontrada”, que era su objetivo, si bien reconoce que él mismo vivió de cerca la desaparición de alguien conocido. Eso le hizo entender que ésta resulta muy diferente a como la vemos en el cine, que no es nada heroico, y que, al contrario de lo que pueda parecer, el verdadero trabajo comienza cuando la persona es hallada. Esta experiencia se une junto a la recopilación de una serie de anécdotas familiares acontecidas tras la guerra, que le han resultado de gran ayuda para abordar el tema de la caza y de la importancia del catolicismo en las zonas más rurales.

Así, en Las bestias se superponen distintos planos temporales y narradores para presentar la historia de los Keller, una familia temida en el pueblo, con la que todos mantienen las distancias. Está protagonizada por Isa, una joven que se marcha a finales de los 90 a la capital para estudiar, muy interesada en la música –aquí Wilbrink introduce todos sus conocimientos musicales, tras formar parte durante años de una banda de punk– y comprometida con causas como el feminismo, la inmigración y la defensa de los derechos de los animales. La desaparición de su padre, una estrella del motocross que sufrió un terrible accidente cuando era joven que truncó su futuro, hace que tenga que regresar a su pueblo natal. Es así como el autor da pie a todo el periplo que nos llevará a emprender un recorrido por la historia de la familia Keller, en la que, aunque los protagonistas de la acción son masculinos, la narración se realiza a través de los ojos de las mujeres, especialmente los de Isa. Como escenario, una atmósfera rural, opresiva, ruda, en la que la violencia se palpa en el ambiente, con el ruido y el olor incesante de los visones que crían en condiciones deplorables.

“Con esta atmósfera corría el riesgo de que quedara un libro muy masculino; de hecho, hay muchos hombres que simplemente lo leen por el tema del motocross, aunque es una historia feminista; así que me decanté por que hubiera una heroína mujer con la que el lector pudiera empatizar. Además, tenía la responsabilidad de hacerlo bien, así que se lo di a leer a muchas mujeres amigas para contrastar su visión, y una en concreto jugó un papel importante en la versión final y acabó convirtiéndose en la joven Isa”, explica el autor en la entrevista realizada por El Asombrario durante su estancia de promoción en Madrid.

Diez años le ha llevado escribir esta novela. Esto ha propiciado el buen trazo del carácter de los personajes y su evolución a lo largo de esta novela coral, que destaca por su compleja estructura –cuenta que le llevó dos años dar con ella, así como con el tono exacto–. Aunque el contexto y el argumento pudieran hacernos creer que Las bestias se aproxima al realismo sucio, al country noir que tanto fascina a su autor –con Thomas Mann y William Faulkner como principales referentes–, el juego de voces femeninas hace que se aleje de él y presenta momentos de verdadera ternura e, incluso, toques de realismo mágico.

La violencia, opresión y la agresividad contenida, in crescendo a lo largo de la novela, se palpan en el ambiente y dan lugar a metáforas muy bellas y cinematográficas, evidenciando la influencia de éste en el autor. La conjunción de los distintos puntos de vista, perfectamente perfilados pese a la complejidad de su estructura, propician que el lector componga su propio caleidoscopio y sostenga durante la lectura posibles teorías sobre lo acontecido, que lo mantienen en tensión y hacen que no pueda abandonar la lectura.

Con Las bestias, Wilbrink ha demostrado que la maestría literaria no sólo sirve como vehículo para contar historias únicas, sino para hacer que el público no pare de hablar de ella, al tiempo que pone sobre la mesa temas de tremenda actualidad (la importancia del respeto de los derechos de los animales, el feminismo, el activismo…) y demuestra que estos ya estaban ahí hace 20 años.

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