Celos: cómo entender y afrontar sus ocho patas
El amor, que nos salva de la mediocridad de lo cotidiano, nos empuja también al temor de que la mirada de ese objeto salvador se desvíe. Los celos no son el mal, sino el síntoma de que algo pasa. En lugar de arrancarnos la inseguridad o el miedo al abandono, profundizan el vacío. Habría que evitar negarlos e intentar entender de qué lugar de nosotros surgen. Otra entrega de esta sección quincenal a dos voces. Diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado. En este espacio se alternan dos textos abordando un mismo asunto: el amor o su imposibilidad en tiempos de turbocapitalismo.
“Cuando amo, soy muy exclusivo”, escribe Freud. Amor y exclusividad han ido de la mano durante mucho tiempo, y es que, si el Objeto Amado es aquel objeto que se señala con una baliza brillante que lo vuelve único, que el Amado se fije en alguien más nos duele.
Piénsenlo: a lo largo de nuestras vidas habremos visto, de media, más de mil películas. De ellas, la grandísima mayoría narra historias de amor. Amores que nos salvan, que nos redimen y nos alzan al cielo.
El amor, contemplado como aquello que hace nuestras vidas más dulces y nos arrebata de la mediocridad de lo cotidiano, envuelve a nuestro Objeto Amado con un halo místico de Divinidad. Esa persona no puede ser alguien más del mundo. Es única, y que sea única nos convierte a nosotras en únicas si nos devuelve el amor. Somos especiales porque nos miran.
Como dice Roy Galán certeramente en su capítulo del libro [H]amor3, el amor es el reconocimiento que nos salva de la herida de la vida. Y esto es por lo que no deberíamos moralizar tan fácilmente los celos: no son el Mal. Si le atribuimos al amor la cualidad de salvarnos, los celos aparecerán casi inevitablemente: si el Objeto Amado solo puede mirar a una persona por vez y nos sentimos como niños desamparados cuando su mirada se desvía de nosotras, aunque sea por un momento, los celos serán pan de cada día. Y eso no sale gratis.
El sufrimiento y el remedio
Roland Barthes, en uno de mis libros favoritos, Fragmentos de un discurso amoroso, habla de cómo, cuando celamos, sufrimos cuatro veces: “Porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro y porque me dejo someter a una nadería”. Sufrimos porque estar celoso es estar loco. Sufrimos porque estar celoso es incorrecto. Sufrimos porque estar celoso es agresivo. Sufrimos porque estar celoso es ordinario.
Así, trataremos los celos como una tara, como una enfermedad de la que hay que salir. Miguel Vagalume, en su capítulo del libro [H]amor3, relaciona esta idea con una mirada medicalizadora de la vida social que genera muchos problemas. Tomar los celos como una enfermedad parte de una lógica simplista que plantea binomios en términos de problema-solución. Si los celos son una enfermedad, bastará con conseguir el remedio adecuado. Y ese remedio tomará la forma de nuevos acuerdos, de prohibiciones, de nuevos límites, pero pocas veces se optará por una visión más compleja que tome los celos como algo real que es necesario entender.
La necesidad de comprensión se muestra, por ejemplo, cuando vemos que a veces los celos resultan funcionales en la relación. Como contaba Analía en su último artículo, hay ciertas perversiones cotidianas que flexibilizan el sentido de los celos para hacerlos atractivos: así, cuenta la anécdota del hombre que vive los celos de la mujer como una forma de recibir cariño y atención. Los celos se revelan como una realidad compleja, un tejido emocional complejo.
Mi gran amiga psicoterapeuta Beatriz Cerezo, miembro de Indàgora, cree que los celos son como la ansiedad, como el amor (o como la deconstrucción, como defiendo en este artículo): son palabras comodín que están compuestas por elementos muy dispares. Ella nos invita en un curso sobre los celos a dejar de tomarlos como una enfermedad para verlos más bien como una señal de algo más profundo. Los celos, dice, lejos de ser el problema en sí, son una lucecita de un panel de mando que parpadea indicando que algo pasa.
Las patitas de los celos
Las raíces de los celos pueden ser muy amplias. Beatriz, en su curso, recoge la teoría de las ocho patas del pulpo de los celos de Reid Mihalko. El educador sexual habla de que los celos se encuentran apoyados en varias patas. Él nombra ocho, pero reconoce que puede haber muchas más y que uno puede estar a distintas alturas de la pata. Hay grados y hay tipos de celos, tantos como personas que los sienten. Lo importante sería entender qué se esconde detrás de este sentimiento. A saber:
- Posesión y control. La más conocida y la razón por la cual los celos son estigmatizados. Celamos para controlar. Vivimos la atención del Objeto Amado como un “bien escaso”, así que cualquier cosa que desvíe su mirada de nosotros nos hace sentir menospreciados.
- Inseguridad. Podemos estar celosas cuando tenemos relaciones inestables donde la otra persona no nos hace sentir seguras. Si percibimos el vínculo como frágil, la inseguridad ante la supervivencia del mismo podría motivar que los celos despertasen.
- Miedo a la pérdida. La pérdida es parte de la vida porque la vida es cambio. Pero, a veces, determinadas personalidades o determinados momentos de vulnerabilidad pueden motivar ver el cambio como un vacío y eso nos puede generar un miedo a que las cosas “cambien para siempre”.
- Miedo al rechazo. Si vivimos el abandono como un cuestionamiento de nuestra valía, tendremos pánico cada vez que la mirada del Otro se posa sobre un objeto nuevo. “No soy lo suficientemente bueno”, “no soy guapo”, “no soy interesante”…
- Miedo a la soledad. Hay personas que viven la soledad como un problema. Es normal. Estar solos suele enfrentarnos a nosotras mismas, además de que puede entenderse como un fracaso social. Así, cualquier momento de soledad causado porque el Objeto Amado tiene otros planes nos generará celos.
- Sensación de injusticia. Pueden darse celos cuando consideramos que nuestra situación no es igual a la de nuestro Objeto Amado. Cuando no disfrutamos igual o cuando no tenemos redes equilibradas de personas en las que apoyarnos. Las comparaciones y la sensación de injusticia pueden despertar los celos.
- Sensación de inferioridad. Nos podemos sentir inferiores a nuestros Objetos Amados en muchos sentidos. Los celos podrían estar enraizados en un sentimiento de envidia y de miedo a la vulnerabilidad.
- Sensación de escasez. Los celos pueden estar directamente escondiendo escasez de cuidados. Como dice Kali en su taller sobre los celos: muchas veces nos sentimos mal por sentir celos, pero podemos estar sufriendo carencias de cuidados y necesidades no cubiertas. Los celos a veces pueden ser simplemente el resultado de relaciones de mierda.
Como vemos, los celos pueden estar enmascarando sentimientos muy diversos. Estos sentimientos se pueden retroalimentar unos con otros (miedo a la soledad, al abandono y al rechazo van muchas veces de la mano), se pueden reemplazar con el tiempo (inferioridad e inseguridad puede mutar en miedo al abandono en relaciones largas) o pueden malinterpretarse (pensamos que tenemos miedo al rechazo, pero solo tenemos relaciones con carencias o sentimiento de inferioridad).
Realpolitik emocional
La clave, como dirá Vagalume, será evitar negar la emoción. Los celos forman parte de nuestra vida, como la tristeza. Rechazarlos o sentirnos mal por sentirlos puede desviarnos de lo que debería ser nuestro principal interés: entenderlos. Entender lo que sucede, saber qué sentimientos alimentan los celos, qué intenciones fundamentan y qué intereses movilizan. Y esto es importante: los celos pueden ser fruto de un caos emocional sin maldad de fondo (miedo al abandono o sensación de inferioridad), pero pueden esconder/motivar manipulaciones y coerciones.
Y aquí es crucial entender cómo se pueden articular estos celos con las desigualdades de género. Las relaciones de violencia que se pueden estar justificando con los celos complican la situación. Sobre todo en una sociedad que confunde celos con amor. Sobre todo, cuando tenemos ese lado perverso que puede incluso vivir el control con cierta satisfacción, como el hombre de la historia de Analía. Ahora bien, en su anécdota, el hombre se siente querido por una mujer celosa, pero sabe que su vida no corre riesgo. En cambio, el hombre celoso tiene más recursos para ejercer la violencia y sus celos pueden llegar a ser más peligrosos que los de la mujer.
Así, los celos no se quitan haciendo malabares con las relaciones. Se moldean entendiéndolos y viendo qué papel juegan en nuestras relaciones. Intentar trabajarlos con el fin último de que permitan revelar qué carencias y qué miedos los mueven puede fundamentar una posición más realista para con nosotros mismos. No somos perfectos, no somos superhéroes morales. Pero hay margen de maniobra. Y ahí está la clave.
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