Centro Botín: cautivos, bufones y viajes al Infinito
El Centro Botín de Santander celebra hasta el 31 de mayo una nueva edición de ‘Itinerarios’ que, en consonancia con el siglo en que vivimos, corresponde a la número XXI. La institución cumple así más de dos décadas desarrollando, exponiendo y mostrando este ambicioso proyecto de creación llevado a cabo entre artistas, comisarios y gestores. ‘Itinerarios XXI’ se compone de estos nueve artistas: Carles Congost, Albert Corbí, Patricia Esquivias, Jon Mikel Euba, Rodrigo Oliveira, Wilfredo Prieto, Julia Spínola, Justin Randolph Thompson y Jorge Yeregui.
La iniciativa parte de un generoso programa de becas que permite a los artistas materializar en un espacio expositivo lo que en el papel sólo serían bocetos, apuntes o notas aisladas. Lo explica quien apenas lleva un año y medio como director artístico del Centro Botín -antes había pasado por la LABoral de Gijón-, Benjamin Weil, que tiene una idea delimitada sobre el cometido global de esta exposición: financiar la labor de los artistas, promocionar su trabajo y ceder el espacio de la Fundación Botín (www.fundacionbotin.org) para contribuir a su desarrollo profesional. Más que la obra resultante, lo verdaderamente importante es el proceso de gestación. Así que entremos en vereda.
Una de las obras más impactantes de Itinerarios XXI, alojadas en la primera sala, la firma Justin Randolph Thompson. Cautivos, bufones y portador de bandera pretende- empezando por el título- reelaborar la pintura de Mantegna y añadir ciertos ingredientes políticos, en su caso, tomados de la historia de África y Norteamérica. El atractivo es que, además de utilizar como pigmentos betún y productos de calzado, ha aprovechado el reverso de los lienzos para crear otras estructuras, los bastidores, evocando en ellos la tradición tardorromana formando antiguos arcos de triunfo: son la huella de la colonización y la conquista, la sumisión durante más de 3.000 años. Ambicioso, familiar y reivindicativo, con una intención marcadamente antropológica. Nada que ver, por ejemplo, con el Viaje infinito de Wilfredo Prieto, que más que una obra plástica es un relato utópico en torno al turismo y los índices demográficos. Proyecta una obra de circunvalación en una zona agrícola del centro de Cuba con la intención -o supina ironía- de construir una carretera que permita a no se sabe muy bien qué o quién la comunicación con algo misterioso todavía por descubrir. El artista la llama escultura, remitiendo al land-art, pero en realidad es una planimetría medida de la inviabilidad y el desengaño políticos. Ya ven, todo no se reduce a un vaso de agua. Luego está Patricia Esquivias y su mapeo ornamental urbanístico: una serie de fotografías complementadas por un vídeo en el que, gracias a Google Street View, la artista camina por un suburbio de Colombia, recuperando así patrones decorativos en aceras y paredes. A decir verdad, parece una investigación sociológica, no artística, mientras que Juan Antonio Álvarez Reyes convoca a Adolf Loos para explicar la degeneración moral y estética contra la que Esquivias reacciona. Disensiones al margen, un interesante ejercicio sobre la memoria.
Subiendo las escaleras llegamos a No ser imagen, de Albert Corbí, que parte de la consigna narrativa por antonomasia, cómo narrar lo inenarrable. Una obra sugerente que parte de objetos que han perdido su naturaleza y que dan cabida a otro tipo de lecturas: la de las realidades que carecen de luz, de imagen. Cinco libros de edición única que pretenden acuñar otro estadio de la temporalidad y un precioso vídeo que alterna el silencio y una voz en off que nos impele a detenernos. Enfrente, el proyecto alarmista y contestatario de Jorge Yeregui, que mete el dedo en la llaga de la inflación inmobiliaria y nos ofrece un paisaje hecho con las ruinas de esa memoria tan nuestra y reciente que todavía escuece. Un canto elegíaco a la malversación del suelo en España y al nuevo paisaje político de nuestras ciudades. Por último, Jon Mikel Euba y Cómo leer el valor de una resistencia, un frustrante despliegue mental en papel donde el artista ha impreso el proceso de gestación del proyecto (245 páginas) para después plastificarlo sobre las paredes de la sala. Si Corbí nos incitaba a tocar las imágenes y, por tanto, a mancharnos las manos con sus relatos fotográficos, Euba propone aquí una relación cerebral, aséptica e imposible con la realidad escrita de la obra. Un ensayo de la mente en libertad, un proceso verdaderamente inabarcable para el que además ha dispuesto unas sillas que no se corresponden con la función primigenia del sentarse, sino con la del acto de leer.
Las restantes propuestas son las de Carles Congost, que esta vez se sumerge en una investigación sobre la gestación del sonido Sabadell y la importación musical de diversos estilos europeos que fueron llegando a España, algo puramente documental; la de Julia Spínola, con un diálogo costumbrista a medio camino entre el bodegón y la intervención performativa; y Rodrigo Oliveira, del que señalo dos fotografías basadas en un estudio sobre el desarrollo urbano de viviendas a gran escala que ponen de manifiesto un mundo hecho a la medida de algo que no es el ser humano. Influenciado por las teorías de Le Corbusier y su injerencia en la arquitectura sudamericana, Oliveira crea obras interactivas que se tocan, se traspasan, se caminan, como las enormes escaleras de madera. Pero las condiciones del espacio, al menos en este caso, no permiten el dinamismo bajo el que están concebidas.
Haciendo glosa y una breve visión de conjunto, la de este año es una edición compuesta por artistas consolidados con una línea de trabajo reconocida. La generación más joven no rebasa el año 79. Hay ejemplos como el de Lara Almárcegui (que ya expuso en la edición de 1998), pero en esta ocasión los artistas emergentes no existen. De tal modo, hay que tener en cuenta algunos aspectos prácticos, tales como la construcción del nuevo Centro Botín, el edificio-ventana de Renzo Piano que mirará a la bahía de Santander y cuya inauguración está prevista para finales de este año. El nuevo museo alojará, así nos lo transmitió su director, además de las obras de la colección Botín, otras muchas, no todas, de las sucesivas ediciones de Itinerarios. Se trata de una maniobra altruista, también económica, de rentabilizar la producción artística en Santander: un museo que se amolda a la creatividad de los artistas a los que ofrece solvencia financiera para producir.
En este sentido, habría que hacer mención a las distintas modalidades de becas y talleres que la Fundación alberga año tras año. Una es la beca de Artes Plásticas, en la que precisamente se apoya Itinerarios; la otra -convocatoria abierta hasta el 8 de mayo- es la de Comisariado de exposiciones y Gestión de museos, cuyo programa, orientado a artistas y personas formadas en Humanidades, tienen la oportunidad de especializarse en gestión cultural en instituciones europeas (entre otras Apple Arts Centre de Ámsterdam, Whitechapel Gallery o Royal College of Art, ambas en Londres); y, por último, el Taller de la Fundación Botín que este año, y ya van 22, impartirá la artista etíope Julie Mehretu. Desde hace años reside en Nueva York, pero del 29 de junio al 10 de julio se trasladará a Villa Iris, una antigua residencia de verano en Santander, junto con los 15 artistas que ella misma seleccionará. Atentos y atentas todos, la fecha límite de convocatoria para esta formidable propuesta se cierra el 15 de mayo.
Resta hacer una sencilla reflexión. Es posible que en España echemos en falta más infraestructura de gestión, probablemente estemos ahogados en recortes culturales, desgraciadamente y por defecto la administración pública no es todavía lo que muchos tenemos en mente que debería ser, tal vez la hacienda del Estado sea la peor parada con tanto mangante impune suelto y así un blablabla infinito. Aunque para ello sea necesario una fuerte vocación de comunidad, ciudadanía y libertad que remita en última instancia al Gobierno, al ente público, no debemos olvidar que la iniciativa privada ofrece una alternativa, en ocasiones generosa y real, a este pantano que es la realidad política. Hace poco me preguntaba quién necesita becas mientras existan mecenas. Cuando regresé de Santander me contesté que todos nos necesitamos a todos. Apliquémonoslo.
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