César Aira y la realidad perdida
En junio de 2015, Random House inició la publicación de una Biblioteca César Aira con cuatro títulos que acompañaban a la primera edición de un quinto, El santo. Hasta junio de 2016, con Las noches de Flores, han aparecido cuatro libros más, entre ellos una reedición de los Relatos reunidos, que incluye tres textos nuevos y tiene el nombre (equívoco) de El cerebro musical.
POR CARLOS POTT
La inauguración de la Biblioteca no se ha resuelto todavía con una ampliación sustancial de la oferta de obras de Aira en las librerías españolas (casi todas estaban editadas ya en Mondadori), aunque la operación editorial de difusión ha hecho proliferar los lomos negros de la casa que, acumulados en las estanterías, dotan de cierta pesantez (quizás la del prestigio) a un nombre, Aira, que podría sostenerse sin ayuda de consonantes. En un gesto hueco y traidor, en Las curas milagrosas del Doctor Aira se hacinan tres novelitas que, de tan dispares, subrayan por fin una decisión feliz de la Biblioteca, y la única posible: la renuncia a cualquier orden.
En Argentina, desde sus comienzos, César Aira ha publicado en más de dos decenas de sellos editoriales distintos en un proceso de expansión epidémica con el que se ha apropiado de una pluralidad de colores y tamaños que alegorizan dos atributos esenciales de su trabajo: la individualidad atómica de las novelitas y la dispersión tentacular de su imaginación. Cada novela de Aira es una arquitectura que se apresura a descubrir las claves de su desmoronamiento (siempre breves porque aprovechan cualquier receso de las tensiones narrativas para acabar, o renuncian a continuar ante la aparición de alguna ambición expresiva estrictamente impracticable) y exige aparecer bajo una forma diferente a la de todas las otras, porque cada una lucha por ser (y por decir) la manifestación específica, concreta, casi física, de la operación intelectual que la produce (y la perfección “solo se realiza en el individuo”). Por eso la aparición de una Biblioteca dedicada a su obra despierta una felicidad tan sombría: porque es el primer paso hacia la futura recopilación de sus obras completas en tomos que serán los símbolos groseros de la connivencia entre la realidad y la cultura en su lucha infatigable contra la imaginación.
En efecto, la imaginación de César Aira es “monstruosa” (una certeza que solo una serie de repeticiones un poco menos que infinita podría banalizar) y la forma que tiene de extenderse, nueva. En su página 63, Los fantasmas adopta el aspecto de un ensayo antropológico sobre el simbolismo de las casas en tres tribus africanas diferentes y Aira aprovecha, antes de regresar con la Patri y los robustos espectros maricas, para proponer una definición de la literatura como arquitectura no-construida e insinuar el funcionamiento espacial (onírico), y no temporal (novelesco, realista), de su imaginación narrativa.
Independientemente de los sucesos extravagantes, la mayor disensión de los relatos aéreos de Aira respecto a la vieja lógica narrativa es la de su temporalidad, que no está sometida en ellos a la sucesión de los acontecimientos (a lo que ayuda haber renunciado a una molesta rémora: la evolución psicológica de los personajes), sino al vigor de las hipótesis narrativas y de la potencia de escritura. Este término, la puissance, tomado de Lautréamont, representa el vínculo último, acaso el más profundo, entre la obra de este y el movimiento surrealista que lo rescatara: con él se evidencia la subsidiariedad del resultado frente al proceso y el alzamiento soberano de la escritura, dos principios básicos del surrealismo. Y como el nombre de Duchamp, estas referencias sirven para explicar la dimensión programática (vanguardista) de las novelitas de Aira y la preeminencia en ellas de una inteligencia procesual que explicita su funcionamiento y produce contenido a plena luz (y como la inteligencia aparece desvelada es un objeto que los narradores comentan y en ocasiones desprestigian). En cualquier momento puede surgir en cada texto de Aira una tesis, concentrada en una frase (como punto de partida: “Soy más pobre que los pobres y lo soy desde hace más tiempo”; o como revulsivo atroz: “La única salida era el Amor”), que lanza el relato a la especulación o lo fuerza a transformarse tras el colapso del verosímil (que puede ser sustituido varias veces en una página) o tras ser puesto bajo la tutela de una nueva idea (el Mal, la Modernidad, la Escritura…, pienso al azar), que a su vez obliga a nuevas prácticas y a la concurrencia de nuevos conceptos.
Novelas como La mendiga o, sobre todo, la elástica El error se extienden en “espacios puros” que hasta ahora estaban habitados por las operaciones intelectuales del ensayo (y alguna novela: de Roussel, de Perec…). De forma explícita, esos espacios quedan alegorizados en el edificio a medio construir en el que la Patri y su familia se han instalado ya, entre obreros y fantasmas. Antes de leer a César Aira, el término “alegoría” podía parecer viejo, pero ahora es irrenunciable: sus novelitas a menudo se proponen como “traducciones” (término recurrente en El congreso de literatura), pues el trabajo de su narrador es el de organizar series discretas en un universo caótico y sin nombres: distribuir en acontecimientos la átona sucesión temporal de la realidad. La alegoría no remite a un referente original que puede ser recuperado, sino a una ausencia, la de lo real, que al leer a Aira uno se pregunta si alguna vez existió. En Las curas milagrosas…, el Doctor Aira es convocado para salvar a un viejo rico al que los médicos han dado ya por muerto: solo cabe la posibilidad de un milagro, y el doctor tiene claro el procedimiento: bastará con volver a pensar todo el Universo de tal forma que queden descartados los hechos incompatibles con la curación de aquel hombre, que se dará entonces de forma natural. Pero hasta entonces solo Dios había conseguido hacer tal cosa: “la originalidad del Doctor Aira era postular que el hombre también podía”.
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Carlos Pott es un joven profesor de espíritu delicado, aunque robusto.
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