Cien fotografías con respiración propia de Tomoko Yoneda
La Fundación Mapfre expone por primera vez en España la obra de la fotógrafa japonesa Tomoko Yoneda en un recorrido por más de cien imágenes de sus proyectos más emblemáticos, incluyendo sus últimos trabajos y una nueva serie inédita sobre la Guerra Civil española y la figura de García Lorca. Sus imágenes son una paradoja del tiempo sin tiempo en un mundo en el que no parece suceder apenas nada y sin embargo quizá ya ha sucedido todo.
En 1890, con 30 años y debilitado ya por la tuberculosis, Chéjov viajó durante semanas –en tren, en barco, en coche de posta, en vapor y a caballo- hasta la isla de Sajalín en el gélido Pacífico norte, donde Rusia había establecido una colonia penitenciaria tras el acuerdo alcanzado 50 años antes con Japón para compartir el territorio. Nadie supo muy bien qué empujó al escritor a realizar lo que él mismo describió como un viaje al infierno; Chéjov pasó allí tres meses recorriendo los penales y las míseras aldeas donde vivían los deportados y sus familias, presenciando la corrupción de alcaldes y funcionarios y la crueldad de los carceleros, que empujaba a huir a través de la taiga a muchos de los presos para morir en el intento. Cuando volvió, tardó casi cinco años en escribir La isla de Sajalín, que es una larga crónica de todo aquello. La guerra ruso-japonesa de 1905 terminaría con los acuerdos de convivencia entre las dos potencias y la isla que vio Chéjov en su viaje se partió en dos por la línea del paralelo 50. Luego la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial la convirtió definitivamente en territorio soviético.
Aún se advierte la pátina de esa desolación que describió Chéjov hace más de un siglo en la fotografía El paralelo 50. Antigua frontera entre Rusia y Japón que Tomoko Yoneda (Akashi, Japón, 1965) tomó en Sajalín en 2012: una larga carretera pedregosa escarchada de nieve y flanqueada por árboles amarillos, rectos como soldados, por donde solo circula un viejo Lada que parece un extraño artefacto desgajado del tiempo. Esa tensión entre la memoria de los lugares y su significado histórico impregna la obra de esta artista japonesa, que la Fundación Mapfre exhibe por primera vez en España recorriendo 17 de sus proyectos fotográficos a través de más de cien imágenes en gran formato.
Tomoko Yoneda cambió sus estudios de periodismo por los de fotografía. Tras graduarse en Chicago, donde tomó contacto con la escuela de la New Bauhaus, se marchó a Londres para estudiar en el Royal College of Art y aquel tiempo coincidió con la caída del muro de Berlín. Quizá por eso los escenarios de la Guerra Fría son una constante en su trabajo y se refleja en proyectos como Después del deshielo (2004). En esta serie retrata el legado soviético en la arquitectura y el paisaje industrial de Estonia o Hungría: los barracones abandonados de la base naval de Paldiski junto a los que charlan unos niños sobre un árbol caído en la fotografía Jugando o la fría geometría del Vestíbulo del Linnahall en la ciudad estonia de Tallin. O como en Amantes, esa joven pareja que se besa en las aguas cloradas y azules de una piscina vacía en Dunaújváros, una antigua “ciudad de Stalin”.
Algunas de estas imágenes me recuerdan el modo en que Chéjov iluminaba las situaciones y personajes que viven en sus textos: un poco distante, con serenidad y cierta misericordia. Yoneda leyó al autor ruso para su serie de Sajalín, pero ya observaba de esa misma forma a los bañistas despreocupados de Playa (2002) disfrutando del sol en la costa normanda de Sword que fue escenario del famoso desembarco donde murieron cientos de soldados, y también a los que chapotean plácidamente en las piscinas del balneario húngaro de Hagdúszoboszló en Baño de barro (2004). En la inquietante Vista de un francotirador (2004), la luz transparente de una tarde cualquiera inunda desde el cielo un tranquilo cruce de calles en una plaza de Beirut, y Yoneda coloca su cámara en la antigua posición de un francotirador cristiano para tomar una panorámica en la que destacan a lo lejos un par de viandantes bajando despreocupados por la avenida.
Esa idea de ponerse en el punto de vista de otros inspira la serie Entre lo visible y lo invisible, donde la fotógrafa enfoca su objetivo a través de las gafas de destacados intelectuales como Sartre, Joyce o Le Corbusier e imaginar cómo leían sus documentos. Para las fotografías que componen la serie de 2008 Las vidas paralelas de los otros se diría que realiza un ejercicio de autoficción, y capta con una vieja cámara Kodak Brownie Hawkey –que se expone en una de las vitrinas con otros objetos de la autora– los lugares donde el espía soviético Richard Sorge pudo reunirse con la red secreta de agentes en Tokio para intercambiar mensajes. En las imágenes todo aparece casi velado tras una bruma blanquecina, apenas enfocado desde algún escondite como si el mismo Sorge las hubiera hecho apresuradamente antes de ser capturado y ejecutado en 1944.
También hay un relato en las fotografías de la serie Correspondencia. Carta a un amigo de 2017, tomadas con una vieja Olympus-Pen que perteneció a su padre y que expone dos imágenes verticales en un mismo fotograma de 35 mm, con la que Yoneda sigue la pista de la vida de Albert Camus en Argelia y Francia mientras escribía El extranjero y La peste. La estación y el monumento a la Resistencia en Saint-Brieuc, las palmeras en un jardín y la ninfa de piedra que descansa en el estanque, el sol sobre los tejados de Argel desde una ventana del hotel Saint-George, el sol abrasando las ruinas en Tipasa, iluminando con violencia el mismo mar que hería los ojos de Mersault a punto de malograr su vida para siempre en la emblemática novela de Camus: “Persistía el mismo resplandor rojo. Sobre la arena el mar jadeaba con la respiración rápida y ahogada de las olas pequeñas. Caminaba lentamente hacia las rocas y sentía que la frente se me hinchaba bajo el sol. Todo aquel calor pesaba sobre mí y se oponía a mi avance. Y cada vez que sentía el poderoso soplo cálido sobre el rostro, apretaba los dientes, cerraba los puños en los bolsillos del pantalón, me ponía tenso todo entero para vencer al sol y a la opaca embriaguez que se derramaba sobre mí.”
A veces Yoneda fotografía espacios vacíos en los que aún flota la respiración de sus moradores inexistentes, como las habitaciones de edificios abandonados en el East End londinense en su poética serie Analogía topográfica (1996-1998), protagonizada por los cercos oscuros que el tiempo dejó sobre el papel pintado de las paredes: mapas caprichosos de un pasado que quizá ya nadie recuerda. O como en la serie Casa japonesa (2010), donde retrata piezas de las casas que ocuparon los miembros del gobierno de Chiang Kai-Shek con sus familias en Taiwán tras la derrota nipona en 1945. En el cuarto de la hija del primer ministro japonés Kantaro Suzuki, quien firmó la rendición de las tropas aliadas en la Declaración de Postdam que puso fin a la guerra, aún cuelgan en un apretado collage las fotos de sus iconos musicales y cinematográficos.
En 2013 la fotógrafa captó en Finlandia las caprichosas constelaciones que el hielo va tejiendo sobre el vidrio de las ventanas, como una metáfora perfecta de nuestro sitio en el mundo: cristales que brillan y desaparecen en cuanto sube la temperatura. Somos efímeros pero al pasar dejamos huellas en los días que van trazando una topografía viva y cambiante de la historia humana. Tomoko Yoneda escoge con cuidado el emplazamiento para su cámara en los escenarios actuales de crueles acontecimientos del pasado –las guerras mundiales, Hiroshima, Corea, el desastre de Fukushima o la Guerra Civil española– y los muestra del mismo modo que expone Chéjov sus asuntos: sin ningún énfasis, sin juzgarlos. Y sus imágenes son una paradoja del tiempo sin tiempo en un mundo en el que no parece suceder apenas nada y sin embargo ya ha sucedido todo, ayer mismo.
Tomoko Yoneda. Fundación Mapfre Sala Recoletos, Madrid. Hasta el 9 de mayo
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