Ciervos liberados en el centro de Madrid
Mientras el PP se empecina en favorecer la caza y las aficiones de los millonarios dentro de los parques nacionales, un maravilloso rincón de Madrid, el Museo del Romanticismo, acoge una bella y sensible reflexión artística de Miguel Ángel Blanco titulada ‘El aura de los ciervos‘, que sirve de homenaje al espíritu libre de unos animales a los que ahora algunos se empeñan en criar como ganado.
«La caza me parece una actividad tan ordinaria como ruidosa. Y una de las intenciones de esta exposición es liberar a estos bellísimos animales de esas malas muertes y devolverles, como concepto, su espíritu de libertad. Son animales salvajes, pero ahora se están criando en los cotos de caza como ganado, sin respetar ningún equilibrio de la naturaleza». Así hablaba Miguel Ángel Blanco en la presentación de esta muestra el pasado jueves.
Blanco cuenta con una trayectoria artística de décadas, pero dio un salto muy especial a la fama hace un año cuando montó un maridaje entre obras maestras del Museo del Prado y elementos de la colección del Museo Nacional de Ciencias Naturales, dentro del propio edificio de Villanueva. Inolvidable aquel gorrioncito albino junto a Las Meninas. Un proyecto y un éxito sin precedentes (y no es una frase hecha).
El aura de los ciervos es una muestra más modesta, recogida, íntima…, romántica. Se despliega en una sola habitación del Museo del Romanticismo, la sala dedicada a exposiciones temporales, nada más entrar a la derecha. Blanco ha buceado en los fondos sin exponer de este museo -se está especializando en buscar joyas escondidas en los sótanos de los grandes museos- para sacarlas a la luz y darles nueva vida, una nueva lectura. Ha combinado piezas del museo -sobre todo grabados- con ocho de sus libros-caja de la Biblioteca del Bosque (tiene ya más de 1.100, una obra de titanes desarrollada durante más de 30 años, dedicada a intentar «atesorar la infinita riqueza natural»), realizados con piñas, líquenes, resinas, ramitas secas de encina… y, sobre todo, y volviendo a los protagonistas, pedazos de cornamentas de ciervo y sus rosetas (piezas mágicas del cráneo del animal, a partir de las cuales crecen las astas).
Según Begoña Torres, subdirectora general de Promoción de las Bellas Artes y que antes fue directora del Museo del Romanticismo (de 1997 a 2010, con ella se acometió su gran reforma), esta exposición «se enmarca en el programa Nuevas Miradas, que se desarrolla desde 2011 para ofrecer un nuevo enfoque en las lectura de las colecciones históricas de los museos estatales bajo el prisma de la creatividad contemporánea».
Entre las piezas rescatadas de los fondos del Museo del Romanticismo para El aura de los ciervos, llaman poderosamente la atención el grabado de la tormenta sobre el Palacio de Riofrío, de Fernando Brambilla, con los venados huyendo despavoridos; la estampa de Ciervo acosado por perros, el famoso cuadro de Paul de Vos, que tantas veces, repetido en reproducciones más o menos chuscas, hemos visto en casas de nuestros padres y abuelos; el Albúm de cuadrúpedos, parte del Diccionario pintoresco de Historia Natural, del año 1841, y dos litofanías (lamparillas con motivos de venados en sus pantallas).
Pero hay algo que destaca, que preside la muestra y en torno a lo que gira toda la escenografía. Una especie de altar -la forma de la sala recuerda una cripta- en la que 30 cornamentas de ciervos se han escapado de sus correspondientes metopas -paneles de madera que sirven de base para colocar las cornamentas como trofeos en la pared-. Piezas todas traídas del Museo Nacional de Ciencias Naturales, en una nueva colaboración de Blanco con el que llama su «más querido museo». Una metafórica instalación que es la que, para Blanco, significa ese deseo, esa intención, de devolver al ciervo su espíritu libre. La instalación va acompañada de una grabación de berrea en los Alpes italianos, que da ambiente y profundidad a toda la sala.
Una mezcla, en fin, de ciencia, arte y naturaleza en un rincón de este centro del centro de Madrid, que recibe unos 90.000 visitantes al año, y que se presta a la reflexión sobre el poder de la naturaleza y nuestra relación con ella. Una escapada intelectual al campo sin abandonar el asfalto. Un tributo a un animal fascinante, según Blanco, «con una gran carga simbólica ancestral». «Ascienden la montaña y escuchas el bramido de los ciervos», ha escrito para esta instalación Blanco, que subraya que necesita soledad y naturaleza para definirse como artista. «Encontraos con ellos en la oscuridad. Desentrañad el lenguaje cifrado de sus cornamentas y admirad su misterio. Sed testigos de su liberación».
Sed testigos de su liberación.
Por cierto, ya que os acercáis a ver los ciervos, no dejéis de visitar el abigarrado y encantador museo, reinaugurado en 2009, tras una concienzuda reforma, lleno de abanicos y pistolas, arpas, pianos y vajillas, lienzos de Villaamil, Esquivel y Federico Madrazo, recuerdos de Bécquer y Larra, retratos de Fernando VII e Isabel II, representaciones de bandidos, toreros y folclóricas, los tópicos, en fin, del siglo XIX sobre los que se construyó buena parte de la imagen que se quiso proyectar de España al mundo.
Y por cierto, ya que visitáis el museo, no dejéis de tomar un café o té, con tarta o bizcocho, en su cafetería o, si el clima lo permite, en su recoleto y romántico jardín, con palmera, magnolio y ciprés. Un oasis de delicadeza en medio de un Madrid cada vez más sucio, caótico y descuidado en la parte de responsabilidad pública. (Para mí, con leche de soja o avena, por favor).
‘El aura de los ciervos’. Museo del Romanticismo. Calle de San Mateo, 13. Madrid. Hasta el 1 de marzo de 2015. Entrada gratuita a la exposición.
Comentarios
Por Paloma Ctrl, el 04 noviembre 2014
Me encanta!
Iremos a verla 🙂