Cosas de cigüeñas: traen bebés, cuidan ancianos y curan envenamientos
Sí, hoy es San Blas, y aunque ya no es tan exacto eso de que este día veremos las cigüeñas, pues muchas ya no emigran al Sur, en ‘El Asombrario’ queremos rendirles homenaje a través de extractos del capítulo ‘Una cigüeña llamada Stonelis’, del libro ‘Mirad las aves del cielo’ (Volcano), del polaco Stanislaw Lubieński, que ya trajimos ayer a nuestra revista. Aquí vais a descubrir cien anécdotas, historias y leyendas en torno a estas aves que tanto cariño despiertan.
“En todas las tierras eslavas, un nido de cigüeña siempre ha sido señal de buena suerte. Se suponía que protegía a los dueños de la casa de los rayos y del fuego. El pájaro en sí era obviamente un símbolo de fertilidad. Al fin y al cabo, llega a nosotros cuando la muerte invernal se retira y la tierra está lista, una vez más, para dar fruto. Las alas de las cigüeñas son “la primera insignia de la primavera”, escribe Mickiewicz. Y, por supuesto, el pájaro trae a los niños, casi siempre arrojándolos por la chimenea (con la connotación lúdica de un agujero negro y un pico rojo fálico). Las cigüeñas han convivido con las personas durante siglos, por lo que no es de extrañar que se les haya atribuido características humanas. En la antigua Grecia, y más tarde en Roma, se creía que estas aves cuidaban de sus padres ancianos, ya decrépitos. Por ello, el deber de cuidar a los padres se denominó Lex ciconaria, la ley de la cigüeña”.
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“Existe una vieja leyenda que dice más o menos así: Dios creó el mundo, con todos los cardos, las garrapatas y las personas. Y mientras descansaba el séptimo día, se dio cuenta de que en su perfecto jardín se multiplicaban algunas inmundicias: los anfibios babosos, los reptiles y los gusanos. Todo lo que se arrastra frotando el vientre sobre la arena está cerca de la oscuridad y del diablo. Al fin y al cabo, el hombre tampoco vuela sobre el suelo, por lo que debe luchar por su salvación. Así que Dios se arremangó una vez más, bajó a la tierra y recogió todas las criaturas repugnantes en un saco. (Cómo no creer que hemos sido creados a su imagen y semejanza; al fin y al cabo, nos gusta ordenar todo a nuestra manera. Nos gusta fumigar con Roundup las flores de maíz, las margaritas y sobre todo los molestos dientes de león).
Pero no perdamos de vista la obra de Dios. Entregó la bolsa con las alimañas a un hombre de confianza y le ordenó que la arrojara al agua. Para ahogarse. Al igual que los cachorros que se multiplican inconscientemente por el campo. Sin embargo, parece que el Señor nuestro Dios no conocía a su criatura, porque su hombre de confianza no tenía intención de deshacerse del saco tan rápidamente. “¡La basura de Dios puede ser un material de primera!”, pensó, y se palmeó el muslo con placer, pues se olía el negocio. Abrió el saco, pero antes de que pudiera meter la cabeza dentro, todos los sapos, tritones y serpientes salieron de dentro.
Se dispersaron por la hierba y el hombre se quedó mirando como un estúpido, con la boca abierta. Dios se enfadó. “Desde ahora y hasta el fin del mundo recogerás, tonto, lo que has soltado”, dijo. Sacudió la mano, y el hombre se convirtió en una cigüeña. O más bien en un prototipo muy peculiar de cigüeña, todavía dotado de voz humana, por lo que empezó a protestar. Se lamentó, invocando algunas leyes y convenciones inexistentes, pero al Señor nuestro Dios se le había agotado la paciencia. Un segundo más y el pájaro habría dejado de existir. “No tiene sentido destruir algo que acaba de ser creado”, pensó Dios, y decidió quitarle la lengua a la cigüeña. Desde entonces, este pájaro solo es capaz de crotorar. Es una historia triste, porque hace derivar a la cigüeña de un pícaro inmundo. Al parecer, según el investigador del folclore lituano Ludwik Adam Jucewicz, ese hombre se llamaba Stonelis”.
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“Las cigüeñas suelen pelearse por un buen emplazamiento donde situar su nido. Y aquí se ha revisado el terreno; puede que dos nidos no se alimenten, pero uno seguro que sí. El río no está lejos y los campos con roedores se encuentran justo detrás de la valla. En temporada, una cigüeña adulta se desvive por alimentar a sus crías. Cada día, durante más de diez horas, persigue los restos con los que llenar el saco. Para cuatro crías, una pareja de adultos aporta hasta tres kilos de comida diarios. Las crías se alimentan con lombrices durante sus primeros días de vida. Además de la tierra que tiene el tracto digestivo de las lombrices, los polluelos asimilan metales pesados (los estudios de las aves jóvenes pueden decir mucho sobre el grado de contaminación de la zona). Más tarde los absorben disueltos en los cuerpos de roedores, reptiles, anfibios e insectos. Las cigüeñas no deshuesan a sus víctimas, sino que se las tragan enteras, porque sin el calcio de sus huesos y plumas los esqueletos de las cigüeñas serían débiles y quebradizos. De los restos no digeridos, al igual que los búhos, forman bolitas cilíndricas en el estómago. Contienen los restos de las criaturas que comen: caparazones de insectos quitinosos y huesos de vertebrados”.
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“Acosar, dejar caer un nido y, sobre todo, golpear a una cigüeña se ha considerado como un pecado grave en muchas culturas. En Mazovia, el responsable podía esperar la muerte de su hijo. También existía la superstición popular de que las cigüeñas se vengaban quemando los tejados de paja de las casas (podían encender el fuego con su pico). Supuestamente, también podían provocar un aguacero continuo, que hacía que el heno se pudriera, o una larga sequía, que convertía el suelo en una cáscara agrietada. O, de una vez por todas, una solución concreta y saludable: una poderosa tormenta de granizo que arrasara cosechas enteras.
Los chicos de la capilla también están muy versados. Conocen los nidos de Broncin y Łękawica. Rara vez tengo esta sensación reconfortante de que, después de todo, la gente es buena. Los hombres se alegran de que las cigüeñas sigan viviendo en la zona, y se preocupan por su desaparición. Pero no creo que por eso estén dispuestos a verter menos productos químicos en los campos ni tampoco a recuperar la laboriosa forma tradicional de los cultivos. Después de media hora de vagar por caminos de tierra, escuchando los crujidos que salen de la carreta, llego a Broncin. Hay dos cigüeñas jóvenes en un poste de hormigón solitario. En el granero, una plataforma para otro nido está lista, según la idea del anfitrión. “Mi marido, señor, es el ingenioso Dobromir”, dice con orgullo una dama con un pañuelo de flores.
Sale el sol, vuelve a hacer calor, los grillos cobran vida. Un aguilucho cenizo planea a baja altura sobre las hierbas, mientras que en algún lugar por encima, un alcotán europeo con las alas en forma de hoz caza insectos. En Łękawica, el nido anunciado está junto a la vicaría. Una de las crías está en pie, la otra probablemente esté deambulando por los campos con sus padres. La que estoy viendo es probablemente más débil, los adultos todavía le traen comida. En el nido, con cada ráfaga, veo moverse el ala negra de un polluelo muerto. Es extraño que los padres no hayan tirado el cadáver; un cadáver en descomposición es un gran peligro. ¿Se enredó tal vez el pájaro con alguna cuerda que trajeron al nido? Esa es una causa común de muerte o mutilación de las cigüeñas jóvenes”.
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“Afortunadamente, la cigüeña no tiene muy buena carne. Mateusz Cygański, el bisabuelo de la ornitología polaca, describió este hecho en un poema de su obra del siglo XVI Myślis-two ptaszym (La caza de aves): “Es un ave doméstica: consume gusanos venenosos y asquerosos. Y por ello, el cazador rara vez la persigue, no le regocija comerla de almuerzo”.
El Antiguo Testamento clasificaba a la cigüeña como ave impura y prohibía comer su carne. Así, podemos considerar que la protección de la naturaleza comenzó varios cientos de años antes de nuestra era, cuando Yahvé ordenó a los hijos de Israel: “Rechazaréis las siguientes aves y no las comeréis, porque las consideraréis animales inmundos: el águila, el quebrantahuesos, el águila marina, toda clase de milanos y gavilanes, toda clase de cuervos, el avestruz, la lechuza, toda clase de gaviotas, el búho, el avetoro, el cisne, la lechuza nocturna, el pelícano, el buitre, la cigüeña, toda clase de garzas, la abubilla y el murciélago”.
La cigüeña no acabó en un plato, sino que fue víctima de la medicina humana. Janota señalaba que las vísceras del ave eran “una cura para la gota y la nefritis”, la grasa “se utilizaba para frotar los miembros afectados por la gota o los temblores” y el corazón “hervido en agua fue recomendado para la epilepsia”. Su repugnante carne también se comía para mejorar la salud: “incluso Aldrovandi la consideraba eficaz en la parálisis y la apoplejía”. La bilis se administraba para el dolor de ojos, y el estómago (“seco y pulverizado”) curaba el envenenamiento. Incluso se comía caca de cigüeña disuelta en agua. En las estribaciones de los Sudetes, a principios del siglo XX, se informó de un caso en el que se tomaron fragmentos de un nido de cigüeña (que era una mezcla de excrementos y barro) para dárselos a un niño que padecía epilepsia. Parece que este tratamiento se ha desestimado. (…) En los inviernos africanos se sigue cazando a las cigüeñas por su carne”.
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“Antes se creía que las cigüeñas se reunían en bandadas para llevar a juicio a un pájaro que había cometido una infidelidad matrimonial. El segundo punto del orden del día era un examen de vuelo para los jóvenes. A finales de agosto, las cigüeñas emprenden juntas su viaje a África. En un solo día recorren varias decenas de kilómetros, otro incluso varios cientos. Todo depende del tiempo: la cigüeña vuela principalmente planeando, por lo que necesita corrientes de aire cálidas y ascendentes. De este modo, únicamente puede volar entre las diez y las dieciséis horas (cuando la tierra está suficientemente caliente). Las cigüeñas pasan casi cuatro meses al año migrando. Ahora, a finales de julio, las crías aún no están preparadas para ir a las zonas de invernada.
Cada año vuelven menos. Polonia ya no es el refugio de cigüeñas más importante, sino que la mayoría de ellas se quedan en España. En la región de Opole, la población ha disminuido un 40% en solo una década. Hay muchas razones para ello: pesticidas, monocultivos, recuperación de tierras y deforestación de terrenos baldíos”.
‘Mirad las aves del cielo’. De Stanislaw Lubieński (Volcano Libros). Traducción de Amelia Serraller.
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