Circo De Sastre: ese chamizo infantil donde nos protegíamos del mundo

La enigmática carpa del Circo De Sastre. Foto de Ryo Mitamura.

La enigmática carpa del Circo De Sastre. Foto de Ryo Mitamura.

La enigmática carpa del Circo De Sastre. Foto de Ryo Mitamura.

La enigmática carpa del Circo De Sastre. Foto de Ryo Mitamura.

Circo De Sastre son cuatro artistas japoneses -dos músicos, un sastre y un iluminador- que crean un espectáculo inclasificable que mezcla música electrónica, nuevo circo, lección de sastrería y performance. Durante dos horas logran transportar al espectador a lugares lejanos de sentimientos conocidos. 

¡Chas! ¡Chas, chas, chas! ¡Chas! No las escuchas todo el tiempo. Sólo de vez en cuando. Unas veces hablan a ritmo. La mayoría, no. Son unas tijeras gigantes y deben de estar afiladísimas. ¡Chas! ¡Chas, chas, chas! Gritan rápidas sobre una pieza de tul ingeniosamente doblada y, de pronto, aparece una flor. ¿O tal vez sea una mariposa blanca? ¿Quizás otro insecto casi transparente?

Las maneja un hombre vestido de negro. Pantalones negros. Camiseta negra. Gorro de lana negra. Solo una pieza de tela blanca anudada en la pernera negra de su muslo derecho. El bigote y la barba, también negros. Se llama Suzuki Takayuki y es sastre. Sastre y artista. ¡Chas! ¡Chas, chas! ¡Chas! Sus enormes tijeras no están fabricadas para ser parte de la música, pero aquí es inevitable. Suzuki es uno de los cuatro chamanes que invocan, sin uno quererlo, recuerdos que se tienen tan olvidados y que no se sabe muy bien sin son recuerdos o imágenes inventadas. Eso es lo que ocurre en ese lugar.

Ese lugar es bajo una carpa que no es carpa. De acuerdo. Posee la redondez, en la planta, de una pista circense y las curvas como de entoldado que fugan hacia el mismo punto elevado a unos siete u ocho metros del centro del redondel. Pero en ese lugar la única materia prima es la tela. Kilos y kilos de algodón, raso, cretona, crespón, fieltro o felpa se desparraman por el escenario. Siempre de color blanco, salvo contadas excepciones rojas para incrementar el dramatismo. Y hacia ese punto en lo alto suben decenas de cadenetas confeccionadas con trapos, también blancos, anudados unos con otros, como lo haría con las sábanas un preso de dibujos animados para descolgarse desde la ventana de la cárcel buscando la libertad.

Alrededor de ese lugar, en plataformas o sillas plegables, se sienta el público que asiste durante dos horas a un espectáculo inclasificable. A Suzuki, mientras confecciona o destruye la escenografía -en este espectáculo nunca se sabe por dónde comienza la circunferencia- le acompañan en escena los músicos: Daigho Soga y Gandhi Nishigaki. Escondido, entre bambalinas, evoluciona el iluminador Takashi Watanabe, que sólo asoma la nariz fugazmente para cambiar una bombilla de luz blanca por otra encarnada. Los cuatro tejen una red de imágenes y sonidos con poderes y hechizos similares a los de las magdalenas proustianas. “Utilizamos manualmente todo lo que existe a nuestro alcance: el espacio, la luz, la sombra, la ropa, etc, para conquistar el instante que mueve el corazón de una persona”, explican. “Buscamos raíces de métodos expresivos universales (y novedosos) que puedan mantenerse durante siglos incluso después de que desaparezcamos”.

“Queremos que nuestro público se divierta sin que sepa poner palabras a lo que ha visto o experimentado. Que regresen a la infancia. Queremos hacer que la gente se sienta libre y salga queriendo vivir su vida con libertad”. Es una declaración de intenciones ambiciosa y arriesgada. Sin embargo, funciona. Se trata de un espectáculo en el que a un cuerpo premeditadamente analógico se le instala un sampler como corazón para que bombee música a todos sus miembros. Armónica, voz, ukelele, trompetillas, xilófonos, contrabajo, sonidos pregrabados… tejen una arquitectura acústica para envolver el espacio. Algunos podrían decir que esto no es más que un concierto de música electrónica con mucha prosopopeya, pero, desde luego, va mucho más allá.

Ese lugar se transforma, en ocasiones, en esa especie de chamizos que confeccionábamos con cuerdas, sábanas, toallas y trapos cuando éramos niños para aislarnos del ya de por sí cómodo hábitat del cuarto de estar de la casa de nuestros padres. O en el espacio bajo una mesa vestida con un buen mantel hasta el suelo que, no se sabe muy bien por qué extraño encantamiento, se convertía en un territorio mágico. En otros momentos parece que estuvieras asistiendo a la celebración de una ceremonia festiva bajo guirnaldas monocromas en las alturas junto a un templo en las cumbres el Himalaya. En cualquier caso, ese lugar siempre destila protección. Ellos lo saben y por eso invitan al público a ponerse lo más cómodo que pueda. A cambiar de lugar en el momento en que quieran. A acurrucarse y dormir. A dejar la mente en blanco. A no preocuparte por nada, ni siquiera por tratar de etiquetar en algún género artístico el espectáculo que están presenciando.

Los integrantes del Circo De Sastre en plena actuación. Foto: Ryo Mitamura.

Los integrantes del Circo De Sastre en plena actuación. Foto: Ryo Mitamura.

Ocurrió el pasado domingo. Cerca, alguien aprovechó para improvisar una pequeña sesión de yoga y meditación trascendental. Los hubo que terminaron por tumbarse sobre las telas del redondel. Los niños, unos cuantos entre el público por cierto, se revolcaron a placer y siguieron embobados el vuelo de aquellas tijeras -¡chas! ¡chas! ¡chas!- cortando telas con las que más tarde el sastre improvisó fantásticos vestidos casi animales para sus compañeros músicos taladrados por los cientos de puntos de luz que desprendía una magnífica bola de espejos encañonada por un foco.

El Circo De Sastre se fundó en 2014 por dos músicos del grupo CINEMA dub MONKS al que se unieron el sastre y el experto en luz. Tras cosechar un gran éxito en Japón, esta es la primera vez que enseñan su espectáculo en Europa. Y lo hacen en las Naves de Matadero de Madrid, en el Centro Internacional de Artes Vivas de Madrid. Solo quedan tres funciones: esta noche, mañana sábado y pasado domingo. Les aseguro que es una experiencia y el mejor lugar de la ciudad para desaparecer durante al menos dos horas. No es que uno se olvide de sus problemas. Simplemente desaparecen, porque lo que no se piensa, no existe. Como bajo aquellos chamizos, cuando éramos niños.

El Circo De Sastre en pleno funcionamiento.

El Circo De Sastre, a todo funcionamiento.

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