La ciudad, para quien la camina
Devolver la calle, la ciudad, a las personas es invertir en salud e invertir en ciudadanía. El modelo de ciudad lleno de humos y ruidos, al servicio del coche privado, es algo obsoleto en el siglo XXI. Conseguir entornos saludables para niñas y niños en su camino hacia la escuela es un primer escalón imprescindible por el que debemos apostar ya. En el mundo hay gente que lo tiene muy claro, como la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, en su propuesta para las elecciones municipales de marzo: Reducir desplazamientos, reducir contaminación, reducir estrés. ‘La ciudad, a un cuarto de hora’. En España, ciudades como Madrid han vuelto a mirar hacia otro lado.
La contaminación del aire causa 10.000 muertes al año en España, cifra muy superior a la que se asocia con accidentes de tráfico. Nueve de cada diez personas respiran en el mundo aire insalubre de acuerdo con datos de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica. Según la OCDE, la contaminación atmosférica causará en 2060 de 6 a 9 millones de muertes prematuras y supondrá económicamente –parece que el lenguaje económico lo entendemos mejor–, el 1% del PIB. Frecuentemente se confunde cambio climático con contaminación atmosférica y, si bien ambos problemas están relacionados, el primero afecta a nivel general, a nivel global, y el segundo, a nivel local. Así, el CREA (Center for Research on Energy and Clean Air) publicaba el 16 de enero que la emergencia climática era también una emergencia de calidad de aire y contaminación.
La idea de urbes entregadas a los coches comenzó en la reconstrucción de las grandes ciudades tras la Segunda Guerra Mundial, imponiéndose así un sistema urbanístico que ha llegado hasta nuestros días y condiciona nuestro modo de vida. En las últimas décadas, varias han sido las ciudades españolas que han decidido empezar a tomar medidas en un proceso que intenta devolver los espacios a los ciudadanos y luchar a la vez por la descarbonización. Barcelona inauguró 2020 con su ZBE (zona de bajas emisiones) y pasó a convertirse en la ciudad europea con mayor número de kilómetros cuadrados en los que no se puede circular sin distintivo medioambiental. Palma se propone un nuevo modelo y para ello ha sido visitada por el arquitecto danés Jan Ghel, quien ha dedicado su carrera a mejorar la calidad de vida de las personas mediante la reorganización urbanística que prioriza a viandantes y ciclistas. Algunas ciudades han hecho simulacros en este sentido, pero se resisten a apuestas de verdad por la peatonalización, véase el caso de Madrid, que a pesar de haber tenido más de 20 episodios catalogados de alta contaminación en un solo año, el equipo del PP y C’s en el gobierno municipal sigue sin creérselo tras desmantelar el sentido de Madrid Central.
Pero si hay una ciudad que ha ido por delante y a la que siguen invitando en Europa para compartir su experiencia, esa es Pontevedra. El pasado octubre viajaban a Glasgow representantes de la ciudad para compartir su proceso de peatonalización en el International Healthy Streets 2019 , una cumbre internacional de ciudades saludables. El evento reunió a unos 300 expertos de todo el mundo para debatir cómo caminar hacia ciudades limpias, sostenibles, inclusivas y que permitan a personas de todas las edades y condiciones moverse activamente por ellas. La transformación de la ciudad gallega comenzó en 1999, año en el que Miguel Anxo Fernández Lores, médico y político del BNG, ganó la alcaldía; su apuesta fue firme y la reducción de CO2 por habitante se redujo rápidamente en un 70%.
Pontevedra es una de las pocas ciudades que no sobrepasa los 40 microgramos por metro cúbico de dióxido de nitrógeno de media anual, tal como recomienda la OMS. ONU-Habitat le concedió en 2014 el Premio Internacional Dubai a las “mejores prácticas para mejorar las condiciones de vida de las personas”. Veintiún años después, sigue recibiendo menciones; de hecho, en diciembre National Geographic le dedicaba su apartado Explora-sostenibilidad en su edición impresa. Pontevedra es un ejemplo de ciudad amable para su población que mejora no solo la salud mejorando la calidad del aire, sino que permite llenar las calles de vida; un modelo que, aunque se exporta a otras partes del mundo, sigue sin extenderse por España. La calidad de vida es perfectamente medible en algo tan frío como los datos estadísticos y médicos sobre salud en relación a la polución. En Galicia, otro pequeño ayuntamiento, Gondomar, donde yo vivo, hizo lo propio en el centro del pueblo, y frente a los que ven las calles llenas de vehículos como un sinónimo de progreso, se consiguió la peatonalización de la plaza central del pueblo que antes se veía atravesada por dos viales. Incluso en los pueblos pequeños estos cambios son necesarios y significativos, primero por una cuestión de salud y, en segundo lugar, porque no se puede crecer con el sentimiento de que los vehículos tienen preferencia. En Galicia, mi comunidad, como en muchos otros lugares, puedes desplazarte de un pueblo a otro en coche aunque esté a menos de un kilómetro, pero no puedes hacerlo andando sin correr el riesgo de ser atropellada. Se planificó la infraestructura para los vehículos, pero a nadie se le ocurrió crear aceras y ofrecer la posibilidad de desplazarse caminando de forma segura.
Cuando hablamos de contaminación y los efectos sobre la salud, debemos tener en cuenta que hay un rango de edad especialmente vulnerable, las niñas y niños. En torno a unas 40.000 personas mueren cada año de edades inferiores a los 5 años por la exposición a micropartículas procedentes de la combustión de combustibles fósiles, según el estudio publicado el pasado noviembre por The Lancet Countdown. Dicho informe analiza un total de 41 indicadores, desde la exposición de las personas a los fenómenos extremos hasta los compromisos políticos, para demostrar qué repercusiones tiene para la salud pública mundial cumplir las metas del Acuerdo de París. Además del aumento de casos de asma y problemas respiratorios, esta polución provoca problemas en las funciones básicas del cerebro, como en la atención o memoria, según el investigador catalán Jordi Sunyer.
Luchar contra la descarbonización, recuperar los barrios, el espacio para la ciudadanía, los paseos y las bicicletas requiere inversión y educación. Hubo un tiempo en el que la bicicleta como transporte era símbolo de pobreza, hoy la bicicleta va tomando cada vez más espacio en las sociedades avanzadas, y aunque hay apuestas por parte de las autoridades locales, son escasas o sin las infraestructuras necesarias para que triunfen. Sin embargo, una vez más es la iniciativa ciudadana la que está tomando la delantera, aunque con mucho esfuerzo. A la iniciativa individual se le suman iniciativas de asociaciones que animan a ir al cole en bici o a pie y a fomentar los caminos escolares seguros. Devolver las niñas y niños a la calle es algo que lleva reclamando el pedagogo italiano Francesco Tonucci, autor de numerosos libros y artículos sobre el papel de los niños en los ecosistemas urbanos; reclama que la infancia llene las calles, que vayan a las escuelas andando o en bici como forma de cobrar autonomía e independencia de forma progresiva y de recuperar la seguridad. Para Francesco Tonucci los coches han ido comiendo terreno a los juegos y a la seguridad.
Pepe Pérez es maestro y activista en la asociación ConBici; para él, uno de los mayores problemas es que los gobernantes piensan en centros urbanos y no en barrios, con la consecuente gentrificación; no pensar en las peatonalizaciones como prioridad resulta incompatible con fomentar una movilidad sostenible. Como propuestas están las intervenciones blandas (no definitivas y de bajo coste) y con participación, donde los entornos escolares son excelentes espacios para intervenir de manera comunitaria y en servicio de la sociedad: infancia-adolescencia, familias, educadores, instituciones municipales, vecindario, comerciantes, asociaciones. En esto trabaja activamente la Asociación Española de Pediatría y el Comité de Salud Medioambiental, quienes destacan como valor que todos los niños con enfermedades medioambientalmente relacionadas tienen derecho a una cuidadosa historia clínica medioambiental que les ayude a mejorar su calidad de vida.
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