Claudio Tolcachir, el director que crea ‘familias’
El dramaturgo y director argentino estrena ‘Emilia’ en los Teatros del Canal de Madrid, una obra sobre la relación entre un hombre y la que fuera su niñera, hilvanada a partir de sus obsesiones: la empatía, la responsabilidad y el vínculo que se genera entre las personas.
No es un director escaparatista ni un iconoclasta compulsivo. Crea textos que permiten que la obra vaya creciendo, que vayan apareciendo cosas nuevas. Es un tipo inteligente, que sabe guiar al actor y sabe muy bien crear equipo. Sus montajes ayudan a superar los sinsabores de esta profesión; están llenos de humanidad, eso es lo que tiene Claudio.
Tales halagos hacia el dramaturgo y director teatral Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975) proceden de Albert Boadella y los actores Malena Alterio, Gloria Muñoz y Alfonso Lara. Todos ellos repiten hasta la saciedad las mismas palabras: es un creador de compañerismo, de complicidad, de familias teatrales. Y eso es, al fin y al cabo, lo que parece que mejor se le da, no solo como persona sino también como escritor. Suyos son textos en los que el núcleo familiar está llamativamente presente, como La omisión de la familia Coleman (2005), que fue un absoluto fenómeno en la cartelera bonaerense y madrileña; la adaptación de Todos eran mis hijos, de Arthur Miller; Tercer cuerpo;El viento en un violín y el nuevo montaje, Emilia, la primera obra que ha escrito “en completa soledad” y que ha estrenado este jueves en los Teatros del Canal de Madrid.
La familia, entendida, eso sí, como un grupo de personas que se quiere, independientemente de su consanguinidad. “Yo no sé si la familia existe, como no sé si existe la pareja. La familia la constituyen grupos humanos, y a veces es el refugio de determinadas personas que te pueden hacer bien. Mi obsesión es la recreación de los vínculos entre las personas”, garantiza el propio Tolcachir, que ve, no obstante, en el terreno familiar el lugar “donde más crudos estamos para encontrarnos”.
El territorio de la infancia
En Emilia, este director, que llegó a España en 2007 tras una espectacular carrera en Buenos Aires, traslada la acción al diálogo que se produce entre Walter, un tipo de 40 años (interpretado por Alfonso Lara), y la que había sido su niñera (Gloria Muñoz). El texto se introduce en los recuerdos de la infancia y en la relación que se estableció entre aquel niño y aquella mujer. “En una ocasión, para el cumpleaños número 40 de mi hermano mayor me tocó recoger con mi auto a una mujer que nos cuidó de niños, y durante aquel viaje me fue relatando historias de mi infancia que yo no recordaba y que en realidad, aún no recuerdo. Lo que más me conmovió era lo vivo de esas historias. El detalle con que ella los recordaba me hacía sentir tan desagradecido”, explica el director sobre la génesis de esta historia que le llevó un año de escritura.
La infancia se conjura aquí como ese espacio vital “en el que se genera todo”, asegura. Y es muy posible que su propia formación infantil pueda explicar su forma de escribir y hacer teatro. “Para mí, de niño era muy difícil relacionarme con los otros. Me gustaba el juego, la imaginación, que se revive ahora en el teatro. La infancia es todo un universo, no sabes quién sos y el lugar que ocupas en el mundo”, manifiesta Tolcachir, quien, por otra parte, asegura que sí está agradecido a unos padres que le dieron la libertad de “vivir en la naturaleza, de leer libros e ir al teatro”.
Los recuerdos infantiles que se entreven en Emilia son, sin duda, ráfagas de amor, de un tipo de sentimiento en su estado más puro, algo casi imposible de hallar. Como dice el personaje de Walter, “nadie es tan puro, no existe un amor sin condicionamientos”. Y Tolcachir añade: “Todos se aman, y esa razón no siempre es el amor. Puede enredarse en la costumbre, la conveniencia, el cansancio, la culpa, el miedo a la soledad, la esperanza perdida, la muerte que se asoma”.
Saber qué siente el otro
La obra, como lo que ocurre en todos su montajes, reflexiona mucho sobre la empatía, sobre las conexiones entre unos y otros, pero también sobre las desconexiones que sufrimos frente al dolor de los demás. Emilia ha sentido hacia ese niño “el amor más grande de su vida y, posiblemente, el más intenso”, sostiene el director. Y aquel niño jamás se dio cuenta. Por ello, para Tolcachir, una de sus obsesiones es “saber lo que le pasa al otro, lo que siente”. Para desarrollarlo, en esta ocasión partió de varios interrogantes incómodos: ¿Cómo se genera la afectividad? ¿Qué ocurre cuando hay una relación contractual de por medio como la que, al fin y al cabo, tiene esta niñera? ¿Para querer hay que pagar?
En este sentido, todo el espectáculo está tejido a partir de la idea de solidaridad –la misma que Tolcachir impuso a sus actores- y de responsabilidad hacia los otros. Dos valores que ahora, impelidos por la crisis que nos rodea, parecen estar de nuevo en boga, y no solo porque se hayan convertido en el vademécum del nuevo Papa Francisco. “Creo que tenemos una responsabilidad hacia los que nos rodean. Una vez una mujer que no tenía muchos recursos me dijo: ‘nosotros compartimos lo que no tenemos, no damos lo que nos sobra’. Esa sería la idea”, sostiene el director.
El teatro durante el ‘corralito’
Esta red colaborativa es la que, por otra parte, también se dio en la escena teatral del Buenos Aires del corralito de principios de los 2000. De allí salió precisamente Tolcachir con su compañía Timbre 4, nacida en una casa, como hoy han surgido en Madrid varios espacios teatrales del estilo (La Casa de la Portera, La Pensión de las Pulgas, La Trastienda…). “Recuerdo que cuando llegué a Madrid en 2007 muchos me preguntaban cómo lo hacíamos allá. Y yo les decía que era lo más fácil del mundo: te juntabas y ya. Yo creo que era una forma de producción que la gente quería probar y tenía ganas. Hubiera pasado aunque no hubiese habido crisis. Creo que es muy necesario que haya un teatro emergente, que permita la libertad y meter la pata. Para nosotros fue una forma de aprender de lo que nos salió mal”.
La complicidad, la humanidad que ha trazado el trabajo de este director y autor argentino también se alza sobre su enorme estatura. Ahora ofrece sus servicios en Emilia. Como dice Malena Alterio, otra de las actrices del montaje, “es una obra sobre la responsabilidad”. La de todos hacia todos.
‘Emilia’. Hasta el 9 de febrero en los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid.
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