El collage de memorias, miedos e ilusiones de Clara Morales

La escritora Clara Morales. Foto: Jairo Vargas.

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Comienza la Feria del Libro de Madrid y aquí arrancamos nuestras recomendaciones –cada día, un libro, por lo menos– de lecturas que encajan con las miradas al mundo de ‘El Asombrario’: Todo cabe en la memoria: lo recóndito y escondido, la ilusión de una primera vez, la algarabía y esperanza que recorre el cuerpo cuando la revolución se puede tocar, la lejanía familiar ante el exilio infinito, las dudas de la inocencia. Si poesía es hacer universal mediante la belleza en la escritura de un sentimiento o estado propio, Clara Morales ha logrado convertir su primer libro de relatos en poemas agudos y finos. En ‘Ya casi no me acuerdo’ (Tránsito, 2024), esta bibliotecaria y antigua periodista se estrena en el noble arte de escribir desde la sinceridad y la ternura, inmortalizadas en 13 relatos que únicamente han podido ser compuestos a partir de una pluma consciente del mundo en el que moja su tinta.

“El relato es un formato que me gusta mucho, me siento muy cómoda ahí. Me parece que está un poco apartado respecto a la novela comercial, y eso hace que se deje de lado cuando hablamos de prestigio literario”, comenta la autora, antigua encargada de la sección de Cultura en Infolibre. Es ahí, en estos relatos, donde Morales ha encontrado el lugar en el que retozar su ajustado verbo, un compendio de palabras que guían de la mano a cualquier lector que se atreva a asomarse a este balcón repleto de flores que, como la vida misma, también sufren periodos de oscuridad.

La escritora, desde el primer momento, lo tuvo claro: la idea de memoria, los efectos del pasado sobre el presente, vertebrarían el compendio de relatos. “Un libro así se prestaba especialmente a ello porque la memoria es algo fragmentario, tanto a nivel íntimo como colectivo. No recordamos un río caudaloso de recuerdos, sino imágenes cogidas de aquí y allá”, cuenta esta onubense. No le falta razón: en sus textos, voces distintas y hasta contradictorias entre sí, ubicadas en diversos periodos temporales, marcan el camino de la narración.

Sin artificios innecesarios, Morales escribe desde su cuerpo, bien sabedora de que lo que ha vivido es inevitable que se plasme en su obra. De todas formas, como ella afirma, la dimensión autobiográfica no tiene tanta importancia en el libro. “Me interesa más mirar a otras personas. Yo tengo una vida muy común, sin apenas interés literario. Sí creo que las memorias de otras personas que distan mucho de ti pueden ser tu memoria también de alguna manera”.

El relato más antiguo, Nísperos dulces en invierno, es de 2018, aunque la mayoría de ellos están escritos entre 2019 y 2022. El hecho de que unos textos y otros sean tan variopintos entre sí no es óbice para que todos ellos estén unidos por una especie de corriente eléctrica que mantiene al lector en una dulce y continua tensión. “Hay una dimensión de misterio entre lo que te interesa a nivel personal y lo que se acaba convirtiendo en una referencia literaria. Una cosa es más estrecha que la otra y, afortunadamente, nos interesan más cosas que las que luego utilizamos en el trabajo creativo, así que realmente no sé qué me inspira”, se sincera.

Morales se muestra aquí como lo que es, una amalgama de recuerdos y referentes que salen a la palestra de la forma más sutil, pero también encarnizada: desde un discurso de Federica Montseny hasta Manolito Gafotas. Como ella dice, “nuestra vida no deja de ser un collage de referentes y cosas variadas, y eso es lo que nos acaba construyendo como personas”.

La memoria, decíamos, se yergue en sus textos como un espacio al que volver y desear, volver y aprender, volver y luchar; lo que en muchas ocasiones también significa volver a luchar. Así queda demostrado en Aquí, un relato reproducido en diferentes momentos temporales sobre lo que sucedió en un mismo lugar. En un momento, una mujer trans encarcelada en la prisión de Carabanchel protagoniza la historia, y dice: “El cuerpo que se transforma y se pudre, esa alegría de la carne yéndose día tras día por el sumidero de las duchas mientras los hombres del fondo del patio trazan sus planes, conquistan el mundo, dibujan mapas nuevos en los que ella tampoco existirá”.

Morales ni se esconde en los relatos ni al hablar de ellos: “Me mueve la idea de escribir la memoria que me construye, no solo aquella que consideramos familiar por lazos de sangre y que supuestamente te debería atañer de manera personal. Formo parte del colectivo LGTBI y esta es una alianza política maravillosa, y sus historias son las mías”. Por eso, su libro también es el vivo ejemplo de cómo, cada día más, es necesario ensanchar lo que hasta hoy se considera memoria histórica. “Tenemos que dejar de pensar que las historias de las minorías solo atañen a las minorías”, reitera.

En este sentido, la revolución también es una tónica repetida en los textos. Sin ir más lejos, Morales buceó en su propia historia familiar para llegar a su bisabuelo, masón, quien protagoniza el epílogo, titulado Causa 105. “Mucha gente de este país venimos de represaliados políticos. Los podemos tener en nuestra familia, pero también en nuestro imaginario ideológico y cultural. Yo no quería dejarlo de lado, no tanto por un ejercicio de memoria, que también, sino de consciencia”.

Como dice uno de sus personajes, “la memoria habita una masa lechosa que oculta las figuras, amortigua los sonidos y suaviza las aristas para que pueda caminar sin arañarme”. Otro, más adelante, parece que responde: “Quizá fui cobarde, pero no nos podíamos permitir la valentía”. Un personaje más rompe el espejo: “Se pregunta qué es lo que todo el mundo debe ver, quiénes son los suyos, qué es lo que quiere conservar”.

Otro de los principales puntales de los relatos está íntimamente relacionado con la infancia y adolescencia, “momentos fundacionales de nuestra vida que tienen todo que ver con quienes somos y con la identidad que consideramos como propia”, tal y como lo describe Morales.

Lejos de esa idea tan asentada de que este tipo de recuerdos se limitan a un nombre, una cara o una experiencia muy concreta, la autora indaga en infancias viciadas por los deseos y las acciones de los adultos, en infancias construidas en ese estado en el que uno no sabe qué ocurre, pero sí sabe que no le gusta, que ojalá eso no volviera a ocurrir.

Morales también se reconoce en A dónde me voy a ir yo, la historia de un desahucio contada por la vecina afectada a través de una reportera que no habla, pero está. “Los periodistas son testigos privilegiados de muchas historias, y con ese permiso acceden a sitios vetados a los demás. También pueden ser intrusivos, cotillas y metomentodo”, explica. En cambio, tampoco se olvida que “aquellos que contaron esta fatídica realidad, de personas suicidándose porque les van a quitar la casa, eran periodistas, y muchos ni quiera de los grandes medios, sino freelance que comenzaban su carrera, y eso también es importante decirlo”.

En definitiva, el estreno de Morales como escritora con Ya casi no me acuerdo confirma que miles de vidas vividas y a la vez por vivir caben en 197 páginas, 13 textos, un epílogo, unas pequeñas notas y los sinceros agradecimientos que cierran la obra.

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