Colores de otoño, la resistencia civil de Thoreau y Gabriel Celaya
VENTANA VERDE
RAFA RUIZ / Fotos: BAKARTXO ANIZ
Hoy esta Ventana Verde muda a suaves tonos ocres, de amarillos tiernos, granates, púrpuras y rojos encendidos. Nos teñimos de la melancolía de la nueva estación, pero también, en este afán constante de El Asombrario que muchos apreciáis, de nuevas referencias que nos dignifiquen frente a tanta mezquindad. Hoy se asoman a esta primera ventana otoñal uno de los escritores españoles de poesía social más comprometida, el vasco, de Hernani, Gabriel Celaya, y Henry David Thoreau, ese norteamericano inspirador, con mucha antelación, en el siglo XIX, del inconformismo, de los movimientos de resistencia civil, de Gandhi y del ecologismo.
«La lluvia llueve
tiembla.
Todo el bosque
es una transparencia.
Octubre.
La playa desierta.
Los árboles desnudos
entre la niebla.
Las gaviotas
gritan.
Y el mar, después,
queda callado y solo.
Golpean las olas.
Golpean.
No quieren decir nada.
No llaman. Suenan».
Escribo desde el Norte. Este fin de semana comenzó el otoño. Todo sigue apresurado, en espiral acelerada. Las noticias, las opiniones. Twitter, Facebook, Instagram. Me llegan 20 whatsapp juntos. Con sus correspondientes campanitas. Me llegan 40 mails, todos con sus prisas y urgencias y requerimientos. Me despiertan y me adormecen. Cierro todo. Y me concentro en escribiros esta Ventana Verde desde un pequeño pueblo del Norte. Leyendo los Versos de Otoño, de Gabriel Celaya (1911-1991) (Ediciones Vitruvio). Y pienso: ¿qué les importa a los lectores de El Asombrario, de eldiario.es, qué importan estos cortos versos de Gabriel Celaya en la lucha por arañar lectores y huecos en portada y retuits? La duda me desconcentra. ¿Cómo desconectarme para conectar con la gente? No puedo evitarlo. Hoy quiero que esta Ventana Verde sea así, de los colores grisáceos y azules apagados, y algún violeta, de comienzos del otoño.
Y veo esas gaviotas que gritan. Y nos veo, a nosotros, como ese mar callado y solo de Celaya. Las gaviotas gritan, ajenas al runrún masivo del mar, que podría ser tan poderoso, pero está ahí rítmico y apaciguado, lamiendo las playas. Hasta que, quizá, estalle la tormenta.
«No, no se puede pensar,
ni llorar;
solo estar, estar ahí, realmente en lo real».
Termina así Octubre en el Norte. No, uno no puede abstraerse de la realidad solo cerrando los ojos. Ese superpoder solo fue otorgado a los niños.
Me conmueve el poema A Rafael Alberti:
«A veces -lo confieso-, como un niño
lloro a solas y pienso en el fracaso: esta vida gastada en calderilla…».
Es otoño.
«La cólera y el miedo
juntos:
ese vagido de un niño
que anda perdido».
Son versos de Suena el viento.
Y termina Celaya su A Rafael Alberti:
«Mas nos queda también una amargura
porque un día nacimos como dioses
y todo lo que dimos ha quedado
en nobleza de solo pobres hombres.
Entonces renunciamos a la lucha
y para ser felices como Lope
pedimos, y es bastante si se sabe,
«dos libros, tres pinturas, cuatro flores».
Siempre me estremecieron estos versos. Nacemos como dioses; y al final solo podemos aspirar a la nobleza de solo pobres hombres.
Decidido. Hoy no leeré noticias, solo versos.
«La poesía es un arma cargada de futuro», nos dejó escrito Celaya.
«Octubre es el mes de las hojas pintadas. Su opulento resplandor destella alrededor del mundo. Mientras los frutos, las hojas y el día en sí adquieren un matiz brillante justo antes de su caída, el año también está a punto de ponerse. Octubre es el cielo del atardecer; noviembre, la última luz crepuscular».
Decidido. Hoy elegiré cuatro flores, tres pinturas, dos libros. Uno de ellos es Colores de otoño, de Henry David Thoreau (delicioso minilibro de José J. de Olañeta Editor), al que pertenecen las frases anteriores. Y las posteriores.
«Qué bello resulta cuando todo un árbol es como un fruto grande y rojo lleno de jugos maduros, y cada hoja, desde la que está en la rama más baja hasta la más alta de su copa, todo resplandor, especialmente si se lo mira a contraluz. ¿Hay acaso otro objeto más extraordinario en el paisaje? Es visible desde kilómetros, demasiado hermoso para creerlo. Si un fenómeno semejante sucediera sólo una vez en la historia, la tradición lo haría pasar a la posteridad, y al fin acabaría entrando en la mitología».
Cuánta delicadeza para saber mirar la naturaleza en uno de los pensadores más encumbrados de EE UU. ¿Imagináis a un político o a un tertuliano o a un periodista muy influyente, de estos que abundan hoy día de corazón endurecido, escribiendo cosas así?: «Los nidos de los pájaros en los arándanos y otros arbustos, y en los árboles, ya están llenos de hojas marchitas. Han caído tantas en el bosque, que una ardilla no puede correr tras una nuez sin que la oigan».
Regresemos siempre a Thoreau, como han hecho tantos movimientos históricos frente a férreos poderes establecidos, hasta el reciente 15-M. Volvamos a él, como él regresó al bosque y vivió dos años en una cabaña construida por él mismo, experiencia que luego registró en Walden.
Me llama el banco para ofrecer un crédito, una teleoperadora para tentarme con una oferta, un canal de televisión de pago para proponer una oferta.
Y digo: no, no, no.
Les contesto que estoy leyendo a Thoreau. Siguen con su cantinela. Les cuelgo.
«En cuanto a diversidad de belleza no hay cultivo que pueda comparársele. Aquí no se trata sólo del mero amarillo de los granos, sino casi de todos los colores que conocemos, sin exceptuar el azul más brillante: el arce temprano ruborizado, el zumaque venenoso enarbolando sus pecados escarlata, la morera, el rico amarillo cromado de los álamos, el rojo brillante de los arándanos que pinta el fondo de las montañas».
Thoreau (1817-1862) desarrolló una crítica radical de la civilización occidental, a la que oponía la Naturaleza como depósito de la vida; en ella encontraba el sentido de la existencia y durante toda su vida se esforzó en lograr una profunda compenetración con ella para buscarle también sentido al sí mismo: «Este ejemplar perfecto y vigoroso que se alza en un prado abierto, de doce metros de altura, y que el día doce aún tenía un color verde lustroso, se ha tornado ahora, día veintiséis, rojo escarlata oscuro y brillante, como si cada hoja que se interpone entre uno mismo y el sol hubiera estado sumergida en un tinte. El árbol en conjunto parece un corazón, tanto por la forma como por el color. ¿No vale la pena esperar para algo así? ¿Quién iba a pensar hace diez días que ese árbol verde y frío adoptaría semejante colorido? Aún tiene todas las hojas, mientras las de los otros árboles están caídas alrededor. Es como si dijera: «Soy el último en ruborizarme, pero me ruborizo más que todos vosotros».
Dos semanas contemplando, con emoción, cómo un roble cambia del verde al rojo. ¿Cuántos haríamos hoy lo mismo?
¿Hemos dejado de buscarnos a nosotros mismos?, ¿hemos dejado de reivindicarnos a nosotros mismos como individuos?, ¿estamos dejando que nos borren no a favor de una sociedad igualitaria, como proponía Celaya, sino por una masa deforme, injusta y desigual?
«El roble colorado necesita un cielo despejado y el resplandor de los días de octubre, que sacan a la luz los colores. Si el sol se oculta tras una nube, se convierten en algo poco definido».
Regresemos siempre a Thoreau, como bandera de la liberta individual frente a gobiernos monolíticos e ideas preconcebidas; como defensor de seres que pertenecemos a la tierra, como reivindicación de Hacia lo Salvaje. Y llegados a este punto, alarguemos un poco más el tiempo dedicado a este artículo precisamente con esa canción de Amaral y su emotivo vídeo, plenamente ecológico, protagonizado por una pequeña tortuga.
Me esperan mil pequeños recados. Hoy no. Hoy solo quiero versos y árboles virando al otoño.
Celaya nos inspira el compromiso social y solidario. Thoreau, la responsabilidad con nosotros mismos y la naturaleza. Sin lo uno y sin lo otro, no tenemos sentido.
Una canción más: Revolución, también de Amaral.
Inventemos nuestra propia geografía.
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Comentarios
Por juliopenas, el 24 septiembre 2013
Que maravilloso texto!! me ha emocionado.. Gracias Rafa!!, de lo mejor que he leído últimamente.
Por Ruth Toledano, el 24 septiembre 2013
Qué delicia leer a Rafa Ruiz. ¿Y te preguntas, Rafa, qué es lo que importa a los lectores? Importa lo que tú escribes: los árboles, las gaviotas, la lluvia, el mar, la poesía, el pensamiento, Thoreau, Celaya. Gracias por traernos todo esto.
Por Susana, el 01 octubre 2013
Precioso texto! Invita a la pausa, a la introspección. Me ha emocionado
Por Alicia, el 29 octubre 2013
Estoy leyendo el libro y es una pequeña joya.