Cómo educar en la amabilidad, democracia y cohesión social

Miriam Campos Leirós, autora del libro ‘Educación Ecosocial. La respuesta a los retos del siglo XXI’.

Miriam Campos Leirós –maestra, educadora ambiental y experta en gestión social del hábitat y diseño participativo, coordinadora del colectivo Teachers for Future Spain y colaboradora de ‘El Asombrario’– publica ‘Educación Ecosocial. La respuesta a los retos del siglo XXI’ (editorial Tébar Flores). En ‘El Asombrario’ hemos seleccionado varios extractos del libro como aproximación a este acertadísimo, claro y directo enfoque sobre cómo plantear la educación de las nuevas generaciones. Mañana, jueves 23, lo presenta en Madrid.

“Frente a la situación de multicrisis que vivimos, civilizatoria, ecológica, social, etc…, podemos seguir adelante con una educación que persigue esa zanahoria del éxito social individual o promover una educación que fomente la colaboración, la recuperación de valores humanos, de solidaridad y empatía, de ayuda mutua, de cohesión social. Partiendo de diferentes áreas de vida podemos ver cómo implantar propuestas educativas que nos lleven a aprendizajes significativos, pero también a entender la vida no como una lucha constante contra los demás, sino como un camino de construcción personal y social para un mejor bienestar emocional, físico y social en un mejor entorno construido conjuntamente”.

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“Así que para generar una ciudadanía solidaria y democrática que ayude a construir sociedades con buena calidad de vida para todo el grupo, debemos enseñar a participar en la sociedad, a participar de forma activa, pero sobre todo de manera colaborativa y cooperativa, y este aprendizaje debe ser gradual, no como un contenido, sino como forma didáctico-pedagógica. Es decir, se enseña a cooperar mediante unas bases teóricas, pero especialmente dando espacio para ejercer la participación y colaboración. Ese es el cambio fundamental que debemos llevar al aula y a las formas de relación en los espacios educativos para que puedan ser extrapolados a las relaciones sociales y, por ende, a la sociedad”.

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“Si hablamos de la necesidad de partir de la colaboración y participación como base para una educación ecosocial, tenemos que enseñar al alumnado a cooperar, a trabajar en equipo, que no es lo mismo que trabajar en grupo. No podemos pretender que el estudiantado desarrolle su capacidad de participación y acción en una sociedad de forma espontánea, ya que es algo que hay que trabajar de manera gradual. La participación es uno de los principios rectores de la Convención sobre los Derechos del Niño. Este tratado dice que los menores de edad (todas las personas menores de 18 años) tienen el derecho a hacer oír su voz cuando los adultos están tomando decisiones que les afectan, y a que sus opiniones se tengan debidamente en cuenta, en función de la edad y la madurez del niño. Además, tienen el derecho a expresarse libremente y a recibir y compartir información. La Convención reconoce la capacidad de los niños de influir en la toma de decisiones relevantes para cada uno de ellos, de compartir sus opiniones y, por lo tanto, de participar como ciudadanos y actores del cambio”.

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“¿Cómo abordamos esto desde el aula? Fomentando el trabajo colaborativo y cooperativo, generando situaciones de aprendizaje o escenarios que permitan el diálogo, el acceso a la información, el planteamiento de dudas, cuestiones y problemáticas del entorno inmediato o próximo; y que, mediante la reflexión y la enseñanza entre iguales, junto a la guía de la persona docente, el alumnado pueda organizar la información y plantear una solución en forma de un producto final.

La interacción y el intercambio de información son fundamentales en el aprendizaje colaborativo, por lo que cambiar la disposición del aula, generando agrupamientos de pupitres que faciliten el diálogo e interacción, es imprescindible. Este cambio de la estructura física del aula es el punto de partida, puesto que la comunicación en mesas dispuestas mirando al frente es prácticamente imposible entre iguales. También es recomendable poseer o fomentar espacios más informales, como alfombras con cojines, lo que crea un ambiente más distendido para favorecer el diálogo”.

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“Por otro lado, en relación con las familias, me gustaría señalar que, frente a la confrontación social y polarización, deberíamos recordar que docentes y familias compartimos un objetivo común: la mejor educación para nuestros estudiantes.

Por ello, desde el respeto y el diálogo deben buscarse los lugares comunes para el encuentro y entendimiento mutuo, lo que facilita no solo la labor docente, sino que hará que las familias sean cómplices para ayudarnos a alcanzar los objetivos educativos deseados, que son más que los objetivos curriculares. Hablo de esos objetivos que se buscan en la educación holística, de la creación de una persona en todas sus dimensiones, con valores, actitudes y comportamientos que constituyan la base de una ciudadanía mundial responsable con un compromiso en favor de la paz, los derechos humanos y el desarrollo sostenible, tal y como se promueve en la Educación para la Ciudadanía Global.

Para generar ciudadanía hay que fomentar el trabajo en el pensamiento crítico y la participación social, pero también la colaboración entre asociaciones, instituciones, vecindad, etc…; el tejido social cohesionado se crea desde el buen trato y el trabajo por los intereses comunes y el bien común. Pero participar socialmente requiere de habilidades y competencias, de la construcción de la persona en el respeto y la aceptación de otros modos de pensar diferentes a los propios. Es trabajar en cultura democrática también, aceptando la pluralidad de pensamientos y la diversidad de puntos de vista desde la predisposición a entender y respetar”.

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“Son muchos los estudios que evidencian los beneficios de la interacción con la naturaleza; se ha demostrado que la exposición a entornos naturales mejora el rendimiento en las áreas de memoria, flexibilidad cognitiva y atención. En un estudio llevado a cabo por Bratman, en la Universidad de Stanford, California, se demostró el impacto de las experiencias en la naturaleza en el afecto y la cognición. A 60 participantes se les asignó una caminata de 50 minutos en un entorno natural o urbano en Stanford, y sus alrededores. Antes y después de su caminata, los participantes completaron una serie de evaluaciones psicológicas del funcionamiento afectivo y cognitivo. En comparación con la caminata urbana, la caminata por la naturaleza resultó en beneficios afectivos (disminución de la ansiedad, la rumia y el afecto negativo, y preservación del afecto positivo), así como en beneficios cognitivos (aumento del rendimiento de la memoria de trabajo).

Otro estudio del que se hizo eco la revista The New Yorker evidencia que incluso los árboles de las aceras de las ciudades tienen un beneficio en la salud psicológica de la ciudadanía. El estudio Naturaleza sana, gente sana: el «contacto con la naturaleza», como intervención previa de promoción de la salud en la población ha demostrado que la naturaleza tiene efectos sobre la presión arterial, la frecuencia cardíaca o los niveles de cortisol, hormona relacionada con el estrés”.

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“Jacques Delors se refería a los cuatro pilares de la educación en torno a cuatro aprendizajes que se estructuran a lo largo de la vida de cada persona. El primero de ellos sería aprender a conocer, el segundo, aprender a hacer, y el tercero, aprender a vivir juntos para participar y cooperar. El cuarto sería un compendio de coincidencias de los anteriores para concretarse en aprender a ser. Es por ello que, si deseamos una ciudadanía no hostil, no enfrentada y no polarizada, debemos educar en el buen trato para no caer en el mal trato. Ese enseñar a ser debe ser un enseñar a conocer la amabilidad, el cuidado del otro, que fomente el tercer aprendizaje: vivir juntos para participar y cooperar, lo que supone aprender a ser amable.

Aprender a ser amable es un saber que se adquiere desde el ejemplo, en la forma de actuar, de agradecer, de recuperar la humildad de que nadie es independiente, y en la forma en que se resuelven conflictos.

La infancia y la adolescencia son épocas de construcción de la persona, momentos de aprendizaje para adquirir estrategias de interacción y establecer bases para relacionarnos con otras personas. Mediar en el conflicto para que se adquieran estrategias de resolución pacíficas es fundamental”.

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“Patino describe muy bien cómo esto hace especialmente vulnerables a la adolescencia e infancia, dado que la capacidad de tomar decisiones en esas franjas de edad no está plenamente formada. Cuando los estímulos son demasiado numerosos, se crea cierta fatiga en la toma de decisiones y el sujeto se entrega al placer inmediato, este es muchas veces un like. Esta satisfacción instantánea produce dopamina, un neurotransmisor responsable del placer y que despierta deseos de repetir la experiencia. Cada vez que recibimos un «me gusta», nuestro cerebro libera dopamina y nos hace sentir bien, eso nos motiva a seguir interactuando en redes buscando esa aprobación y cayendo en el círculo vicioso de la gratificación instantánea; es así como las redes sociales se convierten en adictivas. Y es por eso que la adolescencia es más proclive a caer en estas adicciones, puesto que es la franja de edad en la que la personalidad todavía está en construcción y se buscan formas de identidad y aceptación.

Tristan Harris, ex diseñador y responsable de ética de Google, reconocía en la entrevista hecha para The Economist que el verdadero objetivo de las grandes tecnológicas es buscar nuestra dependencia y que para ello se emplea la vulnerabilidad psicológica”.

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“No es sencillo ser una persona perfectamente coherente en cada acto y acción, pues el sistema está pensado para hacernos caer en las fisuras. Por consiguiente, es lógico tener contradicciones como seres humanos en un sistema planteado desde el punto de vista de la producción masiva y el beneficio económico como objetivo principal.

La cuestión es mejorar, hacer lo que se pueda, aportar y recordar la importancia de reivindicar aquello que está fuera de nuestro alcance a quienes poseen la potestad para ejecutar el cambio.

Muy fácilmente nos encontraremos con un dedo acusador que señale nuestra más nimia contradicción; hay incluso quien está con toda su atención puesta esperando el mínimo fallo para justificar su inacción, no importa. Cada cual que mire hacia atrás y evalúe sus huellas”.

Miriam Campos Leirós presenta mañana, 23 de enero, su libro ‘Educación ecosocial. La respuesta a los retos del siglo XXI’. Espacio Ecooo (Escuadra, 11, Madrid). 19 horas.

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