Cómo la guerra puede convertirnos en personas que ni imaginábamos

La escritora Agota Kristof. Foto: Ulf Andersen.

Desde hace muchos años me aguardaba en la estantería la trilogía de Agota Kristof, en su edición de bolsillo (Libros del Asteroide lo ha reeditado con la pulcritud de siempre). He leído varias veces su obra autobiográfica, ‘La analfabeta’, un libro brevísimo pero inmenso que he trabajado en clase muchas veces, un ejemplo de cómo la literatura puede sustentar la vida, por trágica y difícil que esta sea, sin alharacas. Cuando la gente se queja de que no tiene tiempo para escribir y que por eso no escribe, digo: lee La analfabeta. Consciente de que iba a sumergirme en una especie de pozo brillante, iba demorando año tras año la lectura de su obra (breve por otro lado) más conocida. Tras leer ‘Klaus y Lucas’ hace un mes, aún estoy conmocionado. ¿Cómo no me atreví a leerla antes? ¿Qué leer después?

Cuando los tanques soviéticos aplastaron la revolución húngara de 1956, Kristof abandonó el país con su marido y su hija de cuatro meses. Se refugiaron en Suiza y, mientras realizaba trabajos mecánicos como obrera en varias empresas, retomó la escritura, pero esta vez en francés. Como Nabokov o Conrad, Kristof es uno de esos casos de escritores que se crecen y alcanzan su maestría en otra lengua. En una entrevista para El País con Javier Rodríguez Marcos, la autora confesaba que la literatura como tal no le interesaba y que escribir en otra lengua le había permitido pulir su estilo, esa prosa limpia y austera, sin adiposidades ni grasas, que solo alcanzan los grandes. El arte de contar mucho con poco.

Klaus y Lucas cuenta la historia de dos gemelos unidos por un inquietante vínculo, en tres tiempos y con voces narrativas distintas. La primera de las novelas, El gran cuaderno, quizás la más impactante y lograda de las tres, está contada por un yo colectivo, por un nosotros, por Lucas y Claus. En la segunda, La prueba, la autora opta por una narración en tercera persona, aunque desde el punto de vista de Lucas, el gemelo que se queda y no cruza la frontera. Estamos en guerra. Una guerra que parece no acabar nunca, incluso cuando los fusiles se callan. Lucas regresa a la casa de la abuela, donde los había dejado la madre para que pudieran sobrevivir y espera el regreso de Lucas. La tercera mentira es la última novela y, a su vez, se divide en dos partes, narradas desde distintas perspectivas.

Hacía mucho que una obra de ficción no me atrapaba de esa manera. He pasado dos días de verano casi febriles, sumergido en la historia de estos dos gemelos. Klaus y Lucas es una novela alegórica que nos sitúa frente al horror de la guerra, de lo que la barbarie puede hacer con nosotros, con la inocencia, cómo puede convertirnos en personas que ni imaginábamos.

El trasfondo de la invasión soviética de Hungría, aunque nunca se mencione, es evidente, como lo es también el horror del totalitarismo. Pero es sobre todo una novela sobre la capacidad de supervivencia de los humanos, sobre la identidad personal y colectiva de un continente, sobre la pérdida de la inocencia. Kristof no juzga a sus personajes, por crueles que puedan ser, pues parece decirnos que el horror está dentro de nosotros. Tiene esa pulsión narrativa que consigue atrapar al lector desde las primeras líneas, meterle en su mundo y no soltarle ya hasta el final.

Ha pasado más de un mes desde que la leí y confieso que aún estoy conmocionado. ¿Cómo no me atreví a leerla antes? ¿Y qué leer ahora?, me pregunté después.

Opté por otro autor que sigo desde siempre, uno de los escritores europeos más importantes de la actualidad, también con una prosa escueta pero lírica, con imágenes muy poéticas que uno tarda en olvidar. Hablo de Erri de Luca. No había leído Tres caballos (Seix Barral) y, aunque no alcanza la maestría de otras obras anteriores como Montedidio, leer a de Luca es siempre un placer y diría que una manera de afrontar el mundo.

En esta breve novela, como todas las suyas, el autor italiano nos cuenta la historia de un obrero que decide dejar Argentina y regresar a su tierra natal. Allí se encuentra con Laila, una prostituta, con quien descubre de nuevo el amor, y con Selim, un inmigrante que le muestra hasta dónde puede llegar la amistad y la gratitud. ¿Puede haber amistad sin esa gratitud?, me pregunto. Creo que la novela alcanza sus mejores momentos cuando el narrador en primera persona se adentra en los horrores de la dictadura argentina, de la que huyó, siempre con esa manera elíptica y plástica que tiene de Luca de narrar, y también en su encuentro con Selim, quien le transmite una sabiduría despreciada desde Occidente, quien le regala una mirada. El hilo narrativo de Laila, el más importante quizás, es también el más previsible desde mi punto de vista. Eso no quita para leer esta novela contenida y potente, que nos abre los ojos a través de imágenes poéticas que solo es capaz de construir Erri de Luca.

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Comentarios

  • Felicitas

    Por Felicitas, el 05 septiembre 2022

    Me costó leer este libro.
    No debí entenderlo,capté la atmósfera de la que hablas.
    Leeré enseguida La Analfeta.

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