Como si fuera esta noche la última vez

Uno pensaba que categorizar los besos formaba parte del rito de un juego infantil. Como cuando frotamos las puntas de las narices, en un inocente combate de Cyranos, y lo llamamos beso de esquimal. Como revolotear tus pestañas en los párpados de la persona que tienes enfrente y etiquetarlo como beso de mariposa. Pero si en ese gesto, casi siempre afectuoso cuando no romántico, empleamos los labios, con todas sus terminaciones nerviosas atentas, no hay tipología posible. Es un beso. Puede ser largo o corto, intenso o superficial, pero es, pura y llanamente, un beso.

Hasta ese día en el que te besan mal. Esa interferencia. Solo tiene tres oportunidades para teclear correctamente el número secreto, piensas. Si no lo haces bien, el cajero se tragará tu tarjeta y si te he visto, intentaré recordar que no me acuerdo. Pocas cosas existen más disuasorias que un mal beso. Es la estrategia decisiva para enfriar un cuerpo. El beso ignífugo. Entonces, después de soltar la excusa 127-A y regresando solo a casa, empiezas a pensar que quizá sí existan categorías en el noble arte de besar. Exactamente dos: el beso bueno y el beso malo. No hay besos franceses, ni opuestos, ni de tornillo. Únicamente buenos y malos.

Pero en las vísperas de Eurovisión leo que Turquía no iba a emitir el festival. La noticia hubiese pasado totalmente desapercibida de no haber sido por el titular: “Turquía no emitirá Eurovisión por el beso lésbico”. Sabrán ustedes que la representante de Finlandia, Krista Siegfrids, concluía su actuación besándose con una de sus bailarinas, celebrando así la llegada del matrimonio igualitario a su país. Eso a Turquía no le gustó nada y decidió no emitir el festival. Podemos quitarle relevancia a esa decisión pero lo que subyace detrás de ese gesto es el afán de determinados países por invisibilizar al colectivo lgtb. Aquello que no se ve, no existe. Pero mi sorpresa creció a medida que iba escuchando -y leyendo- a algunos comentaristas españoles, eurofans y demás infraestructura festivalera argumentar que en las normas del festival no se permiten letras, discursos o gestos de índole político o similar y que Eurovisión no era el lugar apropiado para reivindicar nada más allá de una canción ligera. Incluso, en el postfestival, hubo quien se atrevió a decir que el beso de las dos mujeres acabó perjudicando a la canción en las votaciones.

Y antes de que me parase a analizar si un beso era un gesto de índole política o similar, el gran Carlos Pérez Cruz, compañero de este Asombrario y con el que también he compartido Carne Cruda, me hizo la gran pregunta: “Paco, ¿mis besos son hetero?”

En primer lugar, y para desinflar cualquier curiosidad, manifiesto que Carlos y yo no nos hemos besado. Era una pregunta retórica.

En segundo lugar, si existen besos lésbicos o besos gays, ¿hay por tanto besos heterosexuales? Yo pensaba que solo había besos buenos o malos pero no, resulta que los besos también son diferentes si los comparten dos hombres, dos mujeres, o un hombre y una mujer. Y recordé la serie Herederos y el beso entre dos hombres que La Primera censuró en la reposición de las cuatro de la tarde. En aquel momento, desde TVE se justificó la supresión de la secuencia en el socorrido horario infantil. La culpa no era del beso entre dos hombres sino de que la secuencia también contenía un lenguaje soez, venta de drogas y una pelea, tres cosas que podemos ver, tranquilamente, con nuestros hijos al lado, en el Telediario, que es la vida real, no una dramatización de la vida real.

Tanto en ese caso como cuando un festival cataloga un beso como un ‘gesto de índole política’, o piensa que debe evitarse su emisión porque estamos ante un espectáculo ‘para toda la familia’, se está cometiendo un error digno de un 0 en ciencias y, posiblemente, una matrícula de honor en religión. Ustedes sabrán qué abre más puertas. No me trago la evidente estrategia de utilizar la excusa de la infancia para limitar la visibilidad, y por lo tanto, la libertad del colectivo lgtb que, por cierto, también tiene niños.

Vamos a aprovechar que la nota de religión aún no computa como la de ciencias para aclarar algunas cosas. Hay científicos que estudian los besos. La Iglesia solo estudió el de Judas pero el partido que le ha sacado al beso tiene mérito, las cosas como son. Creo que esos científicos se llaman filematólogos. Sospechan que el beso tiene su origen en la supervivencia de la especie, ya que la unión de los labios, en un tiempo muy remoto, precedía al paso de comida masticada de un ser a otro ser. Lo de convertirse en un símbolo del amor y el afecto vino después. En cualquier caso, en el origen del beso está la vida. No los sexos. La vida, con todo lo que eso significa.

El acto de besar puede llegar a involucrar 29 músculos. Reduce el estrés. Aumenta la vinculación social. Quema calorías. Es tan estimulante como un gramo de cocaína. No lo digo yo, lo dicen los científicos. Pero sobre si el beso entre un hombre y una mujer provoca tormentas bioquímicas diferentes al de dos mujeres o dos hombres, de eso no hay estudios. O sea que, superados los prejuicios (el verdadero nutriente de la religión, porque si fuera realmente el amor, esto no pasaba), solo nos queda el beso. Sin etiquetas, sin categorías, sin tabúes. Un país que invisibiliza un beso es un país condenado a la miseria. Además de visibilizar uno de los síntomas de la estupidez humana más escandalosos que existen. Porque censurar un beso es censurar un gesto de amor. El beso no tiene culpa de nada. Quizá si los que censuran un beso se besaran apasionadamente antes de tomar esas decisiones, creo que subirían un peldaño en la pirámide de la evolución humana.

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Comentarios

  • paula

    Por paula, el 26 mayo 2013

    Es increíble lo que puede conseguir un beso

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