Cómo votar ante la emergencia (climática)
Ahora se abre una oportunidad para dejar de perder el tiempo ante el mayor desafío de nuestra civilización. Nos referimos al nuevo período electoral marcado por las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo y las posteriores elecciones generales. Proponemos convertir la emergencia climática y, sobre todo, las medidas que debemos poner en marcha para adaptarnos al nuevo escenario y mitigar sus peores consecuencias, en el gran tema electoral. El grave caso de la desecación de Doñana, planteado por el Gobierno andaluz y puesto sobre la mesa política como prioridad en los últimos días, es un buen ejemplo de que ya no vale todo. O no debería valer.
Tras un marzo acentuadamente cálido y seco –el segundo en todo el siglo XXI y el tercero desde el inicio de la serie histórica en 1961– y un abril igualmente preocupante, ya empieza a notarse en el ambiente una preocupación más que razonable ante el verano que está empezando a dibujarse en el horizonte. Pero tenemos buenas noticias: el verano de 2023 no va a ser tan malo si lo miramos en perspectiva. A nuestros ojos de abril de 2023, el verano del pasado año, con sus 42 días bajo olas de calor, lo cual significa multiplicar por siete el promedio, nos pareció terrible. Dentro de tres meses, quizá firmemos no superar estos registros. Y muy probablemente, en menos de una década, daríamos parte de nuestro sueldo por un verano así.
Es cierto que probablemente sea incluso más cálido que el de 2022, como ya predijeron desde la NASA y desde la Oficina Meteorológica del Reino Unido. O como anticipa el final del fenómeno de la Niña –que provoca un enfriamiento de las aguas del Pacífico ecuatorial que también sirve para evitar una subida todavía mayor de las temperaturas globales– lo cual ha desembocado en un aumento récord de la temperatura del mar que no augura nada bueno para 2023 ni tampoco para 2024.
Pero, insistimos, lo importante es la perspectiva. A nuestros ojos de abril de 2023, el verano del pasado año, con sus 42 días bajo olas de calor, lo cual significa multiplicar por siete el promedio, nos pareció terrible. Dentro de tres meses, quizá firmemos no superar estos registros. Y muy probablemente, en menos de una década, allá por el año 2030, daríamos parte de nuestro sueldo por un verano así.
Esta fecha de 2030 no es aleatoria: es el límite para detener las peores consecuencias de la emergencia climática, según los expertos del IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU), cuyos científicos afirman que, si para entonces no hemos actuado de forma contundente, será imposible no rebasar el famoso umbral de los 1,5 grados del Acuerdo de París. Eso significa una catástrofe para la Humanidad. Si hemos logrado prosperar como especie humana, ha sido en buena medida gracias a que nuestro planeta ha reunido durante cientos de miles de años unas condiciones óptimas para la vida humana. Pero nuestra acogedora casa común está en peligro de derrumbe. Y bajo los escombros solo nos quedará, como dice el libro de David Wallace Wells, un planeta inhóspito de condiciones climáticas extremas y amenazantes para nuestra supervivencia.
Hasta aquí las malas noticias, que por sí solas solo sirven para paralizarnos cuando, precisamente, lo que hace falta es que estemos más activos y más activistas que nunca. Los ya mencionados científicos del IPCC lo han dejado muy claro: la situación está muy lejos de ser favorable, claro que sí, pero eso no significa que todo esté perdido. Todavía hay tiempo. Siempre y cuando dejemos de perderlo.
Y ahora se abre una oportunidad para dejar de perder el tiempo ante el mayor desafío de nuestra civilización. Nos referimos al nuevo período electoral marcado por las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo y las posteriores elecciones generales. Lo que proponemos en este sentido es convertir la emergencia climática, y sobre todo, las medidas que debemos poner en marcha para adaptarnos al nuevo escenario y mitigar sus peores consecuencias, en el gran tema electoral.
La pujanza de los movimientos y organizaciones ecologistas, alentada en los últimos años por el surgimiento de nuevas formas de activismo climático que representan colectivos como Juventud Por el Clima, Rebelión Científica, Extinction Rebellion o Futuro Vegetal, sin duda están sirviendo –pese a las críticas y los intentos de criminalización de su estrategia, basada en gran parte en acciones de desobediencia civil no violenta– para introducir en la agenda mediática y política el debate sobre qué debemos hacer o hasta dónde debemos llegar.
Solo hace falta un poco más de apoyo por parte de la sociedad civil, de la ciudadanía, que es la gran afectada por la emergencia climática, en definitiva, para que todos los partidos políticos, o al menos los que no abrazan directa o indirectamente tesis negacionistas o retardistas, incorporen los compromisos de la agenda climática en sus programas electorales.
Por otro lado, los partidos políticos realmente comprometidos con la emergencia climática deben realizar una profunda reflexión sobre una cuestión que no es en absoluto menor, sobre todo cuando hablamos de una convocatoria electoral: si son capaces de formular la cuestión en clave positiva y propositiva, la actuación contra la emergencia climática es un caballo ganador.
Según el último barómetro del CIS del pasado mes de marzo, hasta un 72,6 % de los españoles afirma estar “mucho” o “bastante” preocupados por el cambio climático, un problema en el que la acción de los seres humanos ha influido “mucho” o “bastante”, en opinión del 86,7 %. Y no solo eso: el 80 % de los encuestados afirma haber modificado algunas de sus prácticas cotidianas para tratar de frenar, o al menos disminuir, el cambio climático.
¿Por qué no pensar que esta ciudadanía preocupada por el cambio climático y abierta a hacer cambios pueda cambiar también su voto? Sobre todo si le decimos a ese 80 % de la sociedad que esos cambios a los que está abierta no tienen por qué suponer un sacrificio. Al contrario: es una oportunidad para mejorar nuestras vidas. Aquí y ahora. Porque sí, porque hay que cambiarlo todo ya mismo, mejor hoy que mañana.
Afirmar que hay que cambiarlo todo ya mismo significa que también tenemos que cambiar nuestra propia manera de comunicar: ha llegado la hora de olvidarnos de ese abstracto y lejano futuro en el que situamos la clave del mensaje. Por supuesto que hay que pensar en las próximas generaciones. Pero la emergencia climática es un problema que nos afecta ahora mismo, a las generaciones presentes.
Por ello, ha llegado la hora de darle las gracias por los servicios prestados a la señora Brundtland para guardar para siempre en un cajón su concepto de desarrollo sostenible. Porque el futuro ya está aquí. La emergencia climática la estamos sufriendo ahora mismo las generaciones presentes. A las que nos va a tocar actuar en las calles desde hoy mismo y en las urnas en poco más de un mes.
Urnas en las que vamos a decidir sobre asuntos que están relacionados no solo con la emergencia climática, sino que también conectan con otras preocupaciones y necesidades ciudadanas. Y esta es otra de las fortalezas de votar por el clima, siempre que se sepa comunicar: actuar contra el cambio climático significa poner en marcha un completo programa de reformas que, además de ambientalmente, nos benefician también a nivel social y económico.
Reformas que no tienen por qué llevar consigo, insistimos, un sacrificio para la mayoría de la población. Todo lo contrario. Proponemos en este sentido un nuevo modelo de fiscalidad verde bajo una justificación irrebatible: si deben pagar más impuestos los que más ganan, empezando por las grandes compañías –cuestión en la que están de acuerdo dos de cada tres españoles, según una encuesta de 40dB– también es muy sencillo que la mayoría social entienda que el coste de estas medidas debe ser asumido por los que más contaminan y también por los que financian a los grandes contaminadores. Son los que están poniendo en peligro el futuro de todos. También el suyo propio.
Recordamos además que España sigue siendo uno de los países de la UE que menos recauda por impuestos ambientales. Los cuales solo representaron en 2021 un 4,5 % de los ingresos fiscales procedentes de tasas y contribuciones sociales. Al mismo tiempo, se calcula que una fiscalidad verde más avanzada podría aumentar la recaudación en hasta 15.000 millones de euros adicionales, según expertos de Hacienda.
Estamos hablando de unos recursos adicionales que se sumarían a los ya existentes y procedentes de Ayuntamientos, Comunidades Autónomas, Presupuestos Generales del Estado y fondos europeos. También habría que contar con las empresas. Y no nos referimos solo a su aportación tributaria. Además, será fundamental su papel como agentes dinamizadores de la innovación económica y tecnológica, también en materia de sostenibilidad, donde se han realizado importantes avances, greenwashing aparte, por supuesto.
Con todos estos recursos y voluntades resultado de la colaboración público-privada, dirigida siempre por los intereses de la mayoría social, se podrían poner en marcha multitud de iniciativas. Para renaturalizar nuestras ciudades y pueblos, por ejemplo. Recordamos que el 92% de las población mundial vive en lugares en los que se excede la contaminación atmosférica, según la OMS. Por tanto, necesitamos más árboles y más infraestructura verde en general que nos sirva para respirar sin envenenarnos, capturar más CO2 y contar con mejores refugios climáticos cuando llegue el verano. Porque si hay algo que no tiene sentido es defendernos de las olas de calor talando árboles y llenándolo todo de hormigón.
Parece difícil que alguien pueda estar en contra de estas medidas. También pensamos que serían muy bien acogidas iniciativas que profundicen en la apuesta por nuestros servicios públicos. No podemos combatir las consecuencias para la salud del cambio climático si no contamos con más y mejores centros de salud y hospitales correctamente atendidos por unos profesionales sanitarios de alta cualificación, gracias a una educación pública de calidad y guiada por criterios ecosociales. Que nos permitan formar a generaciones conscientes y mejor preparadas para afrontar los desafíos del presente y del futuro.
En conclusión, votar por el clima es votar también por más centros de salud públicos, por más escuelas públicas y por una mayor presencia de la naturaleza en nuestro entorno. Equipamientos e infraestructuras conectadas idealmente a través de redes más densas e intermodales de transporte público y electrificado. Porque movilidad significa el derecho a moverse de las personas en su entorno, y no el privilegio del coche privado para invadir y contaminar el espacio común.
Por último, y como breve esbozo de lo que debería constituir un programa de acción consensuado a nivel colectivo, que evidentemente no puede ser el objeto de este texto, pensamos que una amplia mayoría de la población estaría de acuerdo en profundizar en la transición ecológica de nuestra economía. Pero esto no significa simplemente darle un lustroso barniz verde a un sistema claramente insostenible. Es necesario que este nuevo modelo productivo quepa dentro de los límites de nuestro planeta. Y que al mismo tiempo resulte justo y equitativo, tanto con las personas como con los territorios. Sin zonas de sacrificios ni greenwashing. Sin paraísos fiscales ni guerras por recursos.
Apostamos por un Green New Deal que no solo cambie el modo de producir riqueza, sino también la distribución de la misma. Y cuyo objetivo no sea mantener el crecimiento infinito dentro de este pequeño, finito y amenazado planeta. Sino construir un nuevo modelo de prosperidad. Porque riqueza nos sobra; lo que nos falta es prosperidad. Y actuar contra la emergencia climática es actuar a favor de una nueva prosperidad. Está a nuestro alcance. Es lo que queremos. Atrevámonos a exigirlo. Nobody Expects The Spanish Climate Revolution. Pero todas la necesitamos. En la calle, pero también en las urnas.
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