¿Qué tienen en común la tristeza, la covid19 y VOX?

Foto: Pixnio.

Pesimismo y extrema derecha se alimentan mutuamente. La ultraderecha juega con la tristeza, se alimenta de la frustración. Y en tiempos de pandemia, es fácil jugar a remover emociones y miedo –sin programas, sin propuestas–, para obtener votos. Eso sí, cuando toca hacer cosas para enfrentarse a la tristeza, te dice “¡vete al médico!”. Hoy, en esta sección quincenal a dos voces, prestamos atención a la frustración del presente y la trampa que nos puede jugar la clausura de unos futuribles amables. Estos son diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado, que abordan el amor o su imposibilidad en tiempos de turbocapitalismo.

“Vivimos una época de frustración”, me dijo un amigo hace poco. Habré escuchado esa frase una docena de veces el último mes.

Mes a mes, el tema de la depresión va cobrando protagonismo. El último caso: hace unos días veíamos cómo se viralizaba la intervención de Iñigo Errejón en el Congreso de los Diputados sobre la necesidad de abordar desde la Salud Pública los problemas de salud mental que derivan de la pandemia.

A la palabra de Errejón, un diputado de la derecha respondió con mofa gritando “¡vete al médico!”, trivializando y bromeando con la salud mental de todas. Esto permite entender que, más allá de una evidente problemática social, nos enfrentamos a un problema político. En este artículo, abordo el tema de la tristeza, el deseo y la extrema derecha.

El deseo y la melancolía

El deseo, en un sentido etimológico, implica una falta. Deseo conecta con el desiderare latino (del que provienen directamente el désirer francés y el desire inglés), que implica anhelar lo que no tenemos. En esa línea, el deseo es una máquina que nos hace salir de nosotras mismas para ir al mundo en busca de eso que nos falta. El deseo es búsqueda, es fuerza de cambio y futuro.

Es bastante lógico pensar que, en nuestra situación, donde las cosas del mundo que nos rodea no cambian y solo cambian abstractas estadísticas, números y situaciones de países lejanos, el deseo se ve en jaque. No podemos salir al mundo a buscar, porque el mundo está lleno de restricciones.

Esa ausencia de deseo viene porque, al no poder anhelar nada del mundo (incluso las imaginaciones de un futuro en el que los viajes son posibles parecen tan irreales que se vuelven anodinas), el deseo pierde su llama. Mi queridísima Beatriz Cerezo, psicóloga del espacio Indàgora, con la que hablo siempre de estas cosas, me comentaba que cuando el deseo se apaga, la mirada que nos lleva fuera se gira hacia dentro y se fija en la necesidad. La necesidad es esa percepción que busca la conservación del sujeto y la supervivencia individual. Si el deseo es cambio, la necesidad es preservación.

Es lógico que, en una época de cambio tan radical, donde nada es parecido a hace un poco más de un año, nuestro deseo de cambio se torne sentimiento defensivo. El problema es que el enfoque de las necesidades puede verse como potencialmente conservador.

El pesimismo conservador

La raíz de esta posición conservadora es el miedo. Un miedo que es bastante lógico si vemos la situación de crisis social, económica, laboral, de futuro, ecológica y sanitaria en la que nos encontramos. Y todas sabemos que una situación de miedo continuada nos sume en un bucle de pesimismo y más frustración. Y esa situación de frustración es la sopa favorita de una línea política que se alimenta del miedo. El miedo al cambio puede fácilmente tornarse en una indignación defensiva: nos están quitando lo que tenemos, nos están tratando de manera indigna.

Esto es un peligro: Cas Mudde, profesor de la Universidad de Georgia y experto en extrema derecha, comentaba hace unas semanas que con la pandemia no se ha cumplido nada de lo que pensábamos que pasaría con los partidos de extrema derecha. No han perdido casi apoyos, cuando se esperaba que sus gritos de odio se encontrasen con una sociedad unida frente a una causa común pandémica. Pero no, en el estudio que Mudde y Jakub Wondreys sacaron a finales de 2020 analizan cómo muy pocos partidos de extrema derecha perdieron apoyo en Europa. La mayoría permanecen con el mismo apoyo, lo cual es preocupante…

La gente no vota a la ultraderecha únicamente por un sentimiento nacionalista, por racismo o xenofobia. También hay un voto muy fuertemente emocional. Hace nada salió un libro en el que participo, El toro por los cuernos. VOX, la extrema derecha europea y el voto obrero, y ahí analizamos cómo la forma en la que el partido ultraderechista español se liga a las emociones y a las pasiones sociales resulta una de sus armas más eficaces.

Según la investigación de la Fundación Bertelsmann, los votantes de la extrema derecha suelen ser los más pesimistas. En el caso español se mantiene: el 57% de los votantes de VOX se muestra pesimista con su futuro, y 76% se muestra aún más pesimista con el futuro del país. Pesimismo y extrema derecha se alimentan mutuamente.

Deseo perverso

En algunos países europeos, como Alemania, la ultraderecha pinchó porque había un apoyo muy fuerte a las políticas del gobierno de Merkel. Pero en España, las actuaciones del Gobierno tienen mucho menos apoyo y generan un mayor disenso social.

Este descontento, basado en el miedo y la indignación conservadora, intenta salir al mundo. Cansados de mirar hacia dentro y tener miedo, la tristeza puede convertirse en enfado (algo parecido a lo que comentaba Analía en su último artículo, respecto al juego anestesiante, y compulsivo). Sin embargo, lo que propone la derecha de VOX (aunque también PP y Ciudadanos, pero con menos desfachatez) es un movimiento atolondrado que, más que deseo, genera otra cosa.

La raíz etimológica de deseo también está ligada a desidium, desidia. La desidia es la negligencia en la acción, es falta de cuidado. Tenemos desidia cuando actuamos sin cuidado, con despreocupación. La indignación de la ultraderecha, más preocupada por acabar ya con el confinamiento y con atacar al gobierno que por proteger a la sociedad, lleva a actuar por rabia para salir de la tristeza. Intenta desear, pero no lo consigue porque no desea nada en concreto, no tiene nada que proponer, solamente rabia e indignación.

El problema de futuro

Esto no parece que vaya a ir a mejor. Me decía Beatriz también que la crisis del deseo está relacionada con la incapacidad de ver un buen futuro. Si no podemos proyectarnos en futuros donde planificamos nuestra vida, solo vivimos un permanente presente que no puede generar deseo. El deseo está ligado a futuribles que anhelamos. Si estamos en un permanente presente desesperanzado, no podemos proyectar más allá de nosotras.

Esto alimenta no solamente una cultura de lo inmediato (ligada a las redes sociales, ¿casualidad que según tenemos menos y menos futuro, las redes sociales son cada vez más y más presentes y fugaces, como TikTok o Twitch?), sino una crisis de ideología. La movilización de valores de justicia necesita proyectar en futuros (la “revolución”, la “utopía” siempre es futura). En el presente solo están la responsabilidad (tenemos que trabajar hoy codo con codo por compromiso) y la indignación (me siento ultrajado hoy y actúo en consecuencia). La izquierda puede actuar hoy más acertadamente cuando sabe dibujar un futuro de dignidad y alegría al que dirigirse. Pero cuando se cancela el futuro como dimensión pensable, reina el presente, y el pasado. Y ahí la derecha juega con ventaja.

Para recuperar la dimensión del futuro, para poder desear, la indignación y el pesimismo del pasado son malos compañeros. Sin embargo, estamos en una situación muy complicada para proyectar futuribles amables. Para pararles los pies a una ebullición conservadora, se vuelven prioridades, entonces, calmar la tristeza y cuidar que, al intentar desear, no lo hagamos tan atolondradamente que nos olvidemos que no hay deseo sin futuro, y no hay futuro sin cuidado.

La derecha juega con la tristeza, se alimenta de la frustración que esta genera para ganar votos, pero cuando toca hacer cosas para enfrentarla, te dice “¡vete al médico!”.

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