Confesiones de ‘la única lesbiana de Ávila’
Laura Terciado (Ávila, 1989) es una periodista y comunicadora digital muy conocida por dar visibilidad a la existencia y las circunstancias de las mujeres lesbianas durante años en el exitoso podcast lesbofeminista ‘Maldito Bollodrama’. ‘La única lesbiana de Ávila’ (Aguilar, 2024) es su primer libro, donde reflexiona sobre la soledad y el desamparo del colectivo y las consecuencias del pensamiento católico tradicionalista en la vida de las personas LGTBIQA+. Hemos hablado con ella.
Llevas años hablando sobre lesbianas y feminismo, ¿qué te ha llevado a querer plasmar por escrito todas las vivencias y reflexiones sobre el hecho de ser lesbiana? ¿Por qué este libro?
Gracias a la labor de divulgación que llevo haciendo estos años me he dado cuenta de que tenía problemas más radicales que pertenecer al colectivo LGTBIQA+: problemas sociales, de salud mental…, y gracias a hablar de cosas que, en su momento, me parecían superficiales, la gente me empezó a decir: “Esto a mí también me pasa y no entiendo por qué”. Incluso gente de Ávila me decía: “Escuchándote hablar, comprendo por qué no quiero ir ahí, por qué no tengo relación con gente de mi entorno y no conservo amigos del instituto, etcétera”. La editorial Penguin contactó conmigo para que escribiera sobre los temas que había estado tratando y pensé que era un buen momento para contar mi historia, que es un poco la de todas. No creo que sea valiente por hacerlo, pero tampoco tengo nada que perder.
¿Estás contenta con la acogida que está teniendo el libro?
Estoy muy contenta, porque muchas personas me han contado que han vivido situaciones parecidas, aunque no hayan ido a un colegio cristiano o provengan de un entorno diferente; hay gente heterosexual que, gracias al libro, se ha dado cuenta de cómo ha tratado a otras personas, o madres que estaban intentando ayudar a sus hijas, pero eran incapaces de entender lo que les pasaba. También es un ejercicio de reconciliación con el mundo, porque estamos muy enfadadas y muy tristes. Aunque pretendamos ser normales y que todo va bien, la mayoría tenemos un dolor muy hondo; hay que animarse a abrir esa puerta para hablar de las cosas que nos pasan y por las que estamos jodidas.
En tu libro afirmas que cuando una lleva mucho tiempo en el armario, al final se acostumbra a ver a oscuras. ¿Tardaste mucho en aceptarte tal y como eres?
Yo creo que no dije abiertamente que era lesbiana hasta los 25 años. Lo que más pánico me daba era que los demás lo contasen. Me hacía sentir expuesta y desprotegida, aunque no lo dijeran desde el insulto. Tardé mucho en aceptarlo, por supuesto. Sabía que me gustaban las chicas, pero me negaba a ponerme la etiqueta de lesbiana, la veía como una losa. La etiqueta pesa más aún cuando a tu alrededor la gente tampoco se atreve a decirlo y es como un elefante en la habitación. Una de las cosas que más nos ha encerrado en el armario es que te pidan que no lo cuentes, que sean incapaces de decir “lesbiana” o que se refieran a tu novia como “tu amiga”. Una piensa: “Si los demás no lo dicen, debe de ser algo muy terrorífico”.
En el libro cuentas que devorabas los libros con ansia y que las bibliotecas eran como minas de oro de páginas (…) llenas de pensamientos, teorías, historias e identidades? ¿Qué libro o libros tuvieron un impacto tan profundo en ti que te salvaron la vida?
La primera vez que pensé “a lo mejor me pasa algo” fue con Middlesex (Anagrama, 2003), de Jeffrey Eugenides. Con 13 o 14 años solo tienes un palo y una piedra, es decir, no sabes construir una casa. Con los conceptos tan básicos que teníamos sobre educación sexual en esa época, una podía pensar: “Si me gustan las chicas y me confunden con un chico, a lo mejor es que soy un chico, pero yo no soy un chico, pero tampoco me siento chica…”. Y creo que ese libro me ayudó a darme cuenta de que no era la única que tenía pensamientos de ese tipo.
Tampoco había muchos más libros, así que me refugié sobre todo en el cine; me descargaba películas de Internet compulsivamente. Una vez me bajé sin querer But I’m a cheerleader (Jaime Babbit, 1999) y cuando la vi dije: “Ostras, soy yo”. Pero también vi Get real (Simon Shore, 1998), que cuenta la historia de un chaval que se enamora del quarterback del instituto y es todo sufrimiento y terror, y una acaba pensando que ser homosexual te convierte en un paria y lo único que te espera es la muerte o que te engañen para darte una paliza.
¿Y cuándo descubriste que no eras la única lesbiana de Ávila?
Me di cuenta hace unos años gracias a Instagram, donde empecé a ver gente. Y luego en Chueca me las empecé a cruzar y nos reconocimos. A raíz de exponerme en una esfera un poco más pública, me han escrito muchas personas para contármelo. Siempre ha habido habladurías sobre muchas de ellas, al igual que las hubo sobre mí, aunque algunas, por desgracia, se lo han seguido negando.
¿Te has enfrentado a alguna situación lesbófoba desde que eres una lesbiana visible?
Muchísimas veces, por la calle sobre todo. Siempre digo que el eje de la lesbofobia es la misoginia. Con las mujeres hace tiempo que no me pasa, ahora me ocurre más con los hombres y es una lesbofobia bastante más violenta, porque suele implicar acoso sexual. Hace tres meses, en mi barrio, un señor nos persiguió a mí y a mi novia con un carrito de un bebé a las 4 de la tarde un domingo para proponernos un trío.
¿Pero había bebé?
Sí, sí, había bebé. Empecé a grabarle y le dije: “Quiero que sepas que esto es un delito, voy a imprimir tu cara y a decir que eres un depredador sexual”, a lo que contestó: “Perdona, perdona, perdona, perdona…”. Sigue pasando. Ya no hay tanta lesbofobia con insultos, pero nos siguen molestando con comentarios inapropiados, del tipo: “Pero tu novia no es un tío” o “pues tu novia antes tenía un novio”.
Imagino que crear un libro así ha sido completamente liberador, pero ¿hubo algún capítulo o alguna parte que te resultara especialmente difícil de escribir?… ¿O todo?
(Risas). Todo, pero más específicamente la parte del instituto, sobre todo por las conversaciones en las que sabía que podría derivar. Muchas amigas me han escrito para decirme: “A mí me ha pasado esto y era superviolento”, “a mí me han hecho esto y no te lo he contado”… No he puesto ni la mitad de las cosas para evitar ciertas conversaciones, pero algunas de las que he tenido me han venido muy bien. Da mucho fastidio destapar la olla de los monstruos, pero te das cuenta de que no eres la única que ha sufrido, ya no por ser lesbiana, sino por el ambiente violento en el que vivimos. A pesar del pánico que me daba, lo ha entendido la gente que lo tiene que entender.
Las personas nacidas en la década de los 80 hemos crecido con una gran falta de referentes LGTBIQA+. ¿Consideras que todavía existe una falta de representación lésbica en el panorama cultural o la cosa ya no está tan mal? ¿Por qué es importante que haya más lesbianas visibles y más libros sobre lesbianas?
Sigue habiendo un hueco muy grande ahí. Hay letras que tienen muy poca representación, como, por ejemplo, las personas intersexuales. Está Mer Gómez, autora de La rebelión de las hienas (Bellaterra, 2022), y poco más. También a determinadas personas del colectivo se las ha manipulado y se las ha usado mucho en política, como si fuéramos solo una cuota. El hecho de pensar en lesbianas y que solo se te ocurran una o dos es una movida. Lleva habiendo lesbianas a cholón desde hace muchísimo tiempo, pero, sin embargo, en la esfera pública no somos tantas o no llaman a tantas. ¿Por qué?
Las personas que hemos sufrido ‘sexilio’ a veces tenemos una relación de amor-odio con nuestro lugar de origen. ¿Cómo te sientes a día de hoy respecto a Ávila? ¿Has presentado o tienes la intención de presentar el libro allí?
Todavía no ha contactado conmigo nadie de Castilla y León para que lo presente. Tampoco sé si me apetece hacerlo. Juraría que no está en ninguna librería de allí y dudo que se pueda encontrar en alguna biblioteca, lo cual me parece más grave.
¿Y si te lo piden?
Me lo pensaría un poco, pero creo que debería hacerlo. Mi amigo Josué, que es mi ex psicólogo y pertenece a la Fundación Eddy, me ha hablado muy bien del Orgullo Rural, pero ¿por qué tendría que ir yo? Tengo sentimientos encontrados y cierto orgullo, porque no me fui de Ávila solo por sexilio, sino porque tampoco hay oportunidades laborales para mí ni tengo el capital necesario para irme a montar nada allí, lo cual favorece que siempre se queden los mismos: los señores cisheterosexuales de una familia equis. Hace unos años sufrí un accidente (me partí la mandíbula y las manos) y tuve que volver a Ávila para recuperarme. Estuve buscando trabajo y no encontré absolutamente nada. Muchos se preguntan: ¿por qué la gente de Madrid o de Barcelona no ha sufrido sexilio? Creo que está atravesado por muchas más cosas, aparte de la diversidad sexual.
Es también un exilio laboral y cultural.
A lo mejor me voy a vivir ahí y no tengo nadie con quien hablar, no hay asambleas, no hay ciclos de cine LGBTIQA+… La palabra sexilio me escama un poco; yo no me he ido a Madrid para follar con alguien o encontrar pareja, sino porque estaba completamente sola.
¿Cómo crees que ha evolucionado la mentalidad de Ávila (o de las comunidades pequeñas en general) hacia la diversidad sexual en los últimos años?
Creo que ha evolucionado; de hecho, en Ávila lleva tres años celebrándose el Orgullo LGTBIQA+, independientemente de qué partido político esté al mando. Creo que ser LGTBIQA+ no es una ideología y, sin embargo, nos han metido a la fuerza en una agenda política. El colectivo es, de alguna manera, víctima del partidismo. Hay gente de derechas que piensa que representamos a la ideología contraria, que nos ve como unos rojos que quieren quitarles sus privilegios, pero también hay homosexuales de derechas (lo que habría que plantearse es por qué votan a gente que no quiere promulgar sus leyes). Pero sí creo que hemos avanzado; de hecho, este libro hace cinco años no habría sido posible.
¿No ha habido denuncias por la cubierta?
La cubierta da mucho miedo, pero ¿qué hay en ella que sea malo?
Que pone lesbiana y que aparece una imagen que evoca a Santa Teresa de Jesús.
Es que ni siquiera es blasfemo. Yo no quiero faltar el respeto a los sentimientos religiosos, porque sé que hay personas LGBTIQA+ que creen en Dios y no quiero que piensen que les estoy atacando. Esas imágenes pertenecen a la Historia de la Humanidad (y a mí también).
Yo he ido leyendo el libro en el metro y lo cierto es que acapara todas las miradas.
Una chica me dijo el otro día que iba a ver a su novia en el Alsa (¡qué lesbiano esto!) y que lo había tenido que forrar porque iba a un pueblo de Ávila. A lo mejor esto sirve para que nos demos cuenta del miedo que nos da la simbología cristiana, cuando, en realidad, no es nada blasfemo ni terrorífico. ¡Es una monja!… y unos querubines tatuados.
Y unos coños pintados en la pared. (Risas) Los grafitis siempre son de pitos y me gusta que aquí sean coños. Yo no he visto nunca algo así.
(Risas). Ni lo vas a ver probablemente. También te digo que cada vez se ven menos pitos, menos mal.
¿Qué mensaje darías a las jóvenes lesbianas que, al igual que te sucedió a ti, puedan sentirse solas o excluidas en sus pueblos o pequeñas ciudades?
Les diría que no todos los espacios que se asumen como seguros (la familia, el entorno…) lo van a ser, que no tiene mucho sentido exponerse si sienten que va a ser peligroso para ellas, sobre todo siendo tan pequeñas, pero que siempre hay alguien que las ve. Hay gente que ha sufrido mucho y no se deja ayudar (a mí me pasó), pero ahora hay internet, libros…, y muchas formas de encontrar ayuda. Es muy fácil decir “vete a un psicólogo” (yo tuve la suerte de que no me cobraran, pero eso es muy difícil de encontrar), pero creo que hay que hacerlo. Les diría: “Siempre hay alguien que te va a ayudar”.
En el libro cuentas que, tras ver ‘Stigmata’ (1999, Rupert Wainwright), desarrollaste miedo a que el diablo te poseyese por ser lesbiana. ¿A qué demonios has tenido que enfrentarte como adulta?
Se lo tenía antes, pero Stigmata me lo reforzó… (Risas). A los seres humanos. Llevo un tatuaje que dice: “Todos los monstruos son humanos”. Me costó mucho tiempo darme cuenta de que la gente que se me acercaba no era necesariamente buena y diferenciar lo que hacían de lo que decían. Lo peor no es la gente que te insulta, sino las personas que se te acercan ofreciéndote ayuda, pero luego abusan de tu confianza y aprovechan para machacarte. Sé que suena desesperanzador, pero a veces pasa. Esos son los monstruos más terroríficos que me he encontrado.
Existe ese riesgo, sí. Hay gente a la que no ves venir.
Más de la que pensamos. Y muchas señoras también.
¿Cuándo se va a acabar la violencia sexual contra las mujeres? ¿Por qué siguen sucediendo atrocidades como el caso Pelicot o los asesinatos? ¿Podremos salvarnos algún día como sociedad o estamos condenados ‘per secula seculorum’ al infierno machista?
Pues mira, llevo días preguntándomelo. Por un lado, tengo esa parte esperanzadora de pensar que la gente está cambiando y cada vez se señalan más cosas. Creo que la base es la educación y que estamos aprendiendo, pero no sé si nosotras lo vamos a llegar a ver.
Ya, nos vamos a morir antes.
Creo que ha habido un cambio radical en estos últimos años. Yo con 15 años (y también con 28) no pensaba que se iba a poder denunciar a una persona por hacer ciertas cosas y que iba a haber espacios de los que se pudiera echar a los agresores a patadas. No creía que fuese a llegar esa defensa de la gente cuando te está pasando algo y, sin embargo, ha sucedido. La putada es que siempre son las víctimas las que tienen que esconderse. Gisèle Pelicot ha sido muy valiente y muy generosa socialmente, pero es escalofriante pensar que, si nos ponemos a tirar de la cuerda, no deja de salir mierda.
Después de lo de Errejón, ¿se puede confiar en esos hombres que se autoproclaman aliados feministas? ¿Qué herramientas tenéis las mujeres para luchar contra los abusos sexuales y una misoginia que parece no tener fin?
Creo que no debemos fiarnos de la primera persona que nos diga que nos quiere ayudar, porque puede que no sea verdad. Hay muchos falsos aliados y muchas falsas aliadas, y tenemos que pararnos y preguntarnos por qué hay cosas que no han salido hasta ahora y por qué hay tanta gente aprovechándose de esto.
En el libro comparas la identidad de la gente ‘armarizada’ con una matrioska que contiene versiones de nosotras mismas. Ya para terminar, ¿qué le dirías a esa figurita que se esconde en la capa final, que, como bien defines, es la más pequeña, la más tierna, la que siempre oyes al agitar la matrioska?
Todavía no lo sé, estoy trabajando en ello. Creo que esa pequeña matrioska la tenemos todas y ninguna hablamos con ella, tú seguramente tampoco. Cuesta mucho mirarle a la cara.
Es que es muy fea…
Es muy fea, pero a la vez es muy pequeña y nos recuerda a nosotras mismas con seis años, metidas debajo de la mesa. Lo que le diría es: “Por favor, ten paciencia, que estoy trabajando para poder meterme debajo de la mesa contigo”. Da mucho más miedo que cualquier otra cosa, porque cuando abras esa puerta…, ¿qué va a salir
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