#Confesionesdeverano ‘Del viento y del polvo’
Llegamos a la entrega número 11 de ‘Confesiones de Verano’, la serie de relatos de agosto de ‘El Asombrario’, a cargo de la filóloga Ángela López. Nos invita a una confesión que se rebela, una verdad inesperada que desafía el letargo cotidiano. Una mujer, un matrimonio y todo lo que nadie quiere contarse.
POR ÁNGELA LÓPEZ
“Una confesión se susurra o se escribe para transformar la vida gracias a una verdad». Esa era la maldita frase que Sara tuvo la mala suerte de oír en la radio esa misma mañana, una frase que ya no pudo desoír ni borrar.
Bajó de la furgoneta de un salto. Era un día bochornoso y polvoriento de final de verano; la tormenta no acababa de romper. Miguel la dejó en un descampado.
– Venga, bájate aquí. No quiero que nos vean. Ya te llamaré, a ver si nos vemos pronto y repetimos, preciosa.
Sara comenzó a caminar sin mirar atrás. Estaba despeinada, llevaba la blusa a medio abrochar y las zapatillas a la chancla. Apretaba el bolso contra su pecho y andaba de manera decidida pero tambaleante, como si quisiera disimular una borrachera. Miguel la observaba desde la furgoneta. Observaba el cuerpo maduro y sensual de Sara, su contoneo compacto, las piernas entre las que había gozado hacía unos minutos. Sus manos gruesas y rudas acariciaban el volante y sintió que se excitaba de nuevo.
Sara apresuró el paso. Por fin llegó al centro del pueblo, entró en un bar y pidió un café. Fue al baño, se quitó las bragas y las tiró a la basura. Volvió a la barra, el café la reconfortó. Encendió un cigarro. Suspiró y relajó los hombros. Le gustaba verse envuelta por el humo. Se sentía observada. Sara encendió otro cigarro. Dejó unas monedas sobre la barra y se fue.
Sara sentía que era todavía una niña sin responsabilidades. Por eso nunca había podido ser mujer de un solo hombre; no era capaz de tomarse una relación en serio, ni siquiera su matrimonio. Intentaba evitar el desgaste físico y disfrutaba de los halagos de aquellos hombres rudos que la rodeaban y que la admiraban con la intensidad con la que se admira algo inalcanzable. Sara salía de su letargo cotidiano y se dejaba querer. A menudo pensaba confesarle la verdad a Antonio y decirle que ella no era lo que parecía, que él vivía una vida que no era verdadera y que estaba casado con una persona a la que no conocía. Pero Antonio no sabría qué hacer con esa verdad. No entendería la confesión.
***
Sara llegó a casa después de dejar a las niñas en el colegio. La casa estaba tranquila, silenciosa, todavía con olor a café y a tostada. Se desplomó en el sofá y se encendió un cigarro. Apoyó su melena rubia en el respaldo y puso los pies sobre la mesa. Pensó en Antonio. Añoró una vida más simple al lado de su familia y sintió un asco repentino hacia sí misma.
El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos. Miró la pequeña pantalla del móvil y vio el nombre de Miguel. Dudó unos instantes y al final contestó.
– ¿Qué tal está mi chica favorita?
– Bien, muy liada…
– Oye, mira, mañana por la mañana tengo un rato libre. Te voy a buscar y nos damos una vuelta.
– No, mañana no puedo. Tengo muchas cosas que hacer –Sara encendió otro cigarro.
– Venga, anda, que vamos a pasar un buen rato. Podemos ir a mi casa del campo… ya sabes que ahí no nos va a molestar nadie…
Sara tardó unos segundos en responder.
– Miguel, no quiero ir. No quiero verte más. Esto se acabó.
– ¿Por qué no quedamos de todas maneras y lo hablamos tranquilamente? No vamos a acabar así, sin más, ¿no?
A Sara nunca se le habían dado bien los finales definitivos, no podía evitar dejar un resquicio de esperanza, una pequeña posibilidad que mantuviera la relación en una especie de limbo. Le costaba desligarse de las personas con las que había tratado de manera íntima.
– Hasta mañana.
***
Sabía que no debía ir. Hacía un viento incómodo. Sara se montó en la furgoneta. Tenía el pelo alborotado. Miguel la miraba, le resultaba difícil controlar su deseo. Intentó besarla en los labios y ella se apartó.
– Estás muy guapa –dijo él intentando frenar su irritación.
– Venga, Miguel, vamos, no tengo mucho tiempo. Si quieres hablamos aquí y ya está…
En la sonrisa canalla de Miguel Sara entrevió la dulzura perdida, el aire desértico de su rostro surcado, la profundidad de lo auténtico, de lo básico. Entendió por qué su confesión debía ser otra. Miguel giró la llave, cogió el volante con fuerza y arrancó. Miró a Sara y le puso la mano sobre la pierna. Sara le dejó. Miguel le pasó un cigarro encendido y ella se sintió libre, lejos de la mediocridad, protegida del viento y del polvo.
* * *
La colaboradora de ‘El Asombrario’ Elena Castelló nos trae como invitada a esta serie de relatos de agosto a:
Ángela López García nació en Madrid, en 1970. Es licenciada en Filología Inglesa y profesora de esta asignatura en un Instituto madrileño. Especialista en la literatura anglosajona decimonónica —Bronté, Jane Austen, George Eliot, Dickens-, uno de sus relatos ha sido publicado en el volumen La isla, antología de nuevos narradores compendiada por Clara Obligado.
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