Lo confieso, señor Rajoy, yo también padezco ‘turismofobia’

La playa de la Concha en San Sebastián abarrotada en verano. Foto: Manuel Cuéllar.

La playa de la Concha en San Sebastián abarrotada en verano. Foto: Manuel Cuéllar.

La playa de la Concha en San Sebastián abarrotada en verano. Foto: Manuel Cuéllar.

La playa de la Concha en San Sebastián abarrotada en verano. Foto: Manuel Cuéllar.

El columnista lo confiesa avergonzado, y se encuentra ante uno de sus principales retos de esta sección: ir a la playa. Padece turismofobia a la española. ¿Es grave, señor Rajoy, usted que sabe tanto de masificar y llenarlo todo de franquicias, precarizar empleos, crear desigualdad y acojonar a los emprendedores? ¿Es grave estar en contra del modelo ‘Paellador’? ¿Tendrá cura nuestro columnista?

 1) “Turistas, respetad el silencio portugués o iros a España”, reza la pintada que me enseña una amiga. Es cierto, todo está más silencioso en Portugal, incluso hay cierto silencio entre los chiringuitos y tómbolas de las fiestas populares de los marineros de Santa Luzia, Tavira, y en la playa, y en las almas que arrulla el fado en los cafetines. En este rinconcito del Algarve no hay el vocerío español y la gente es educada y pausada. “El portugués es un idioma que se dice dentro de una nebulosa”, me dice mi amigo Txavi, “aun así, aquí nadie te va intentar timar o engañar”. Estoy al borde del bravo océano Atlántico, si me arrojara al mar hallaría la civilización perdida de la Atlántida, si nadase llegaría a La Florida, a Cuba, joder, a Venezuela. Ahí enfrente el horizonte es el mismo horizonte de todos los mares y todos los cielos, como el fuego que es siempre el mismo fuego. El sol es el mismo sol de todos los veranos.

2) Para comernos la olla nos vinieron con el término “turismofobia”, una nueva perversión del lenguaje propia de un spin doctor, que denota mal (porque el problema no es el turismo) y que connota peor (porque remite a cosas tan chungas como la homofobia, la xenofobia o la aracnofobia). A mí me gusta el turismo y lo practico en este rincón no turistificado de la costa portuguesa. Me gusta que en Madrid haya turistas porque traen nuevos rasgos y acentos, aportan cosmopolitismo y pingües ingresos (dan de comer al Spiderman Gordo de la Plaza Mayor), y permiten conocer la audaz combinación de la chancla y el calcetín, no por tópica menos real. Me recuerdan que mi ciudad es un sitio interesante, que merece la pena visitar incluso viniendo de muy lejos, cosa que a veces olvidamos los que frecuentamos diariamente estas calles, estos barrios, y nos volvemos ciegos al prodigio.

La llamada turismofobia no es una enfermedad mental que padece cierta parte de la población ante un espejismo, como sugiere el nombre, sino una reacción legítima contra una realidad que se nos ha ido de las manos. El problema, pues, no es el turismo sino la proliferación salvaje e incontrolada que destruye las ciudades, el litoral, que sube el precio de los alquileres, que precariza el empleo, que expulsa a los vecinos de sus casas y que convierte todo en resort y cartón piedra para beneficio de unos pocos y maleficio de la mayoría. El turismo silvestre, sin regular, produce malas hierbas y provoca el modelo de las paellas congeladas Paellador, que para la foto dan el pego, pero que en el backstage esconden su falsedad. Pero además, este tipo de turismo puede acabar con el propio negocio, como han señalado asociaciones del sector nada sospechosas de turismofobia, y poner en un brete a la economía española. Igual molaba invertir en investigación y ciencia y dejar de depender tantísimo del dinero extranjero que trae el turismo, del que somos cada vez más yonkis.

En el pueblo portugués de Santa Luzia tratan al turismo como se merece: con el debido respeto pero sin bajarse los pantalones. Los restaurantes del pequeño puerto son tradicionales (no como los del puerto de Málaga, donde se nos ofrece Burger King, Gino’s y Fosters Hollywood), se come a la hora que se come y se come lo que hay, pescado rico. No hay franquicias. A las fiestas patronales, por cierto, se entra pagando una pequeña entrada, de forma que los que no están verdaderamente interesados en el concierto pasan de asistir. Todo parece sostenible, los beneficios del turismo, fundamentales aquí, se combinan con el mantenimiento de la idiosincrasia local. Aunque me dicen que en otras zonas del Algarve la cosa está más masificada, así como en Lisboa, donde se habla más español que en Salamanca y casi no se puede estar en el barrio de Alfama.

3) Playófobo sí que soy: el otro día casi me come un enorme pez entre las olas, al curiosear por lo que parecía la zona de cruising (las dunas) me atacó un escarabajo pelotero. Lo de ir a la playa no siempre fue cosa común: a finales del XIX monarcas y aristócratas comenzaron a ir a la playa en Biarritz y por ahí, renunciando a la pálida piel que mostraba su sangre azul por el bronceado que era más propio de jornaleros y otros currelas. Una vez Coco Channel se puso morena por despiste y el moreno se puso de moda. Los primeros pescadores que vieron acercarse a semejante tropa a la playa debieron flipar: en su época era un territorio hostil, lleno de peligros, que solo frecuentaban ellos mismos y los cadáveres que el mar devolvía de los naufragios, es decir, ellos mismos muertos.

La playa, en efecto, está llena de peligros: los rayos ultravioletas que producen melanomas, las traicioneras corrientes marinas, las algas que se enredan en los pies, las plagas de medusas (como las que picaron a Mario Vargas Llosa en Indonesia), los monstruos subacuáticos como el Kraken o el Leviatán, la pringosa crema solar que te mancha el móvil, la paella de ciertos chiringuitos. La brisa trae con frecuencia el olor a genitales sucios, que es un olor propio del mar. La gente acude, de todas formas, y se atrinchera bajo su sombrilla como si fuera una batalla de la Primera Guerra Mundial. La gente viene en masa a la playa a pelear contra los elementos, así descansan.

Lo curioso de la playa es que es al mismo tiempo un supuesto placer para todos, los ricos y los pobres, que comparten su naturaleza gratuita, y un fenómeno producto de las mejoras en la calidad de vida en los trabajadores, que gracias a la lucha sindical conquistaron los periodos vacacionales y los sueldos dignos para viajar, es decir, la clase media. Ahora dicen que el 40% de los españoles no puede veranear. Yo de niño pensaba que eso del veraneo era algo natural y eterno, pero está visto que es algo coyuntural, que puede existir o no, y que se consiguió gracias a cosas tan vintage como la lucha organizada de los que producen.

Los playófobos, por lo demás, debemos organizarnos y emprender nuestra propia lucha como lo han hecho otras minorías arrinconadas. La mayoría lo somos en silencio, víctimas de la incomprensión de una sociedad obsesionada por la orilla de la mar salada, y muchos acudimos fielmente a las costas cada año solo por no hacerle el feo a nuestros seres queridos que, por lo general, acaban quemados como centollos. Vivimos acojonados.

4) Portugal es nuestro adorable vecino y al mismo tiempo un profundo enigma. El español de a pie, como yo, tiene que mirar Wikipedia para saber quién gobierna aquí. Sabemos poco de este país (al contrario que de Venezuela), el tópico de las toallas o el bigote para él y para ella, los futbolistas galácticos, el gallo, la samba y la bossa nova, ah no, que eso ya es Brasil. Nosotros miramos arrobados, con envidia, a Francia o a Alemania, y pasamos de nuestro occidente, al que tenemos rodeado por todos los costados y al que podríamos echar al mar, como quieren hacer algunos árabes con Israel. La entente cordial solo suele funcionar en la geopolítica de Eurovisión, cuando ambos países se dan buenos puntos mutuamente, haya lo que haya en el escenario.

Pero Portugal está aquí, en melancólico silencio, haciendo las cosas mejor que nosotros muchas veces. Es hermoso este país que todavía conserva algo de desvencije y no está totalmente hiperdiseñado, homologado, modernizado (en el mal sentido de la palabra). Hay lusófilos en España, por ejemplo muchos poetas asturianos que conozco o la Sociedad de Amigos de Portugal, cuyo primer presidente fue Mesonero Romanos y a la que pertenecieron Gómez de la Serna o Valle-Inclán. También les gusta mucho esto a los indies lánguidos y decadentes, los que también alucinan bellotas con la Nouvelle Vague, de hecho una de las canciones más notables de los seminales Family iba precisamente sobre Portugal. Hay quien quiere hacer de toda la península un solo país, un pack España + Portugal, los iberistas, como decía José Saramago. Según una encuesta de 2006 son el 28% de los portugueses, y el 43% de los españoles, según otra. Ok, me han dicho por aquí, pero mejor ponemos la capital en Lisboa.

5) Se pone el sol y regresamos de la playa al pueblo en el ferry, el turisteo nos damos cuenta de que el sol se está cayendo, todos sacan las cámaras reflex con hiperobjetivo, el smartphone para el Instagram, la mínima Go Pro, todos apuntan al Oeste, qué rojo está, dice uno, es por la difusión de Rayleigh, instruyo en sueños, inversamente proporcional a la cuarta potencia de la longitud de onda de la luz (creo recordar), es decir, la luz roja se dispersa menos y llega más directa del astro, la azul se difunde y tiñe el cielo de azul, que por eso es azul, una se fotografía a sí misma con el sombrero de paja, las gafas de sol y los morritos jamón york, otros componen un bodegón con los dos churumbeles, otros posan en pareja, con el pelo pleno de salitre y lascivia estival, otro dice que solo quedan tres minutos para que caiga el sol, astrónomo aficionado, el sol sigue cayendo como un pomelo sobre la frontera entre el cielo, la tierra y el mar, en el Algarve sucede el ocaso, todo se mermeladea y yo veo esa mermelada pringando el reflejo de las Ray Ban de la joven sevillana que tontea con un joven de crepusculares brackets y ojos marihuaneros, un muslo es sobado en Portugal y en un plis se generan cientos de instantáneas del sol, que lleva ahí no sé cuántos millones de años, la celebrity más fotografiada por la especie humana, dios influencer de la vida terráquea, pero de pronto el astro rey habla / se queda en silencio todo el sistema solar / Plutón y Caronte (el barquero) se giran en la lejanía / la voz solar atrona / rompe tímpanos llenos de olas / eterno emperador de fuego / cortarrollos. / Cuando el sol dice FOTOS NO.

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Comentarios

  • Normadrá

    Por Normadrá, el 17 agosto 2017

    Hola Sergio, Me encanta la columna, qué estilo para poner las cosas en su sitio y llamarlas por su nombre. Sólo un detalle: en Israel han convivido durante siglos varias religiones, hasta que occidente decidió dársela a los sionistas -sintiéndose culpable por el holocausto-, y decidieron echar a los árabes musulmanes (algunos árabes son judíos, otros cristianos…) para hacer sitio al nuevo país.

    • Ana

      Por Ana, el 17 agosto 2017

      Eso mismo le iba a contestar yo.

  • Daniel L.

    Por Daniel L., el 17 agosto 2017

    como siempre, los turistas son los demás.

    • Turistologa

      Por Turistologa, el 18 agosto 2017

      Totalmente!!!! No lo podría haber dicho yo mejor. Yo, viajero, no turista. Los demás – los extranjeros – unos borrachos, los estudiantes españoles que van a Benidorm a emborracharse, esos, esos no. Los que ven una puesta de sol en Portugal, turismo sostenible, alternativo, amigable. Los que están en una playa, en La Alhambra, en la Sagrada Familia, turismo masificado. Y así con todo.

      Por cierto, yo soy Doctora en Turismo. Y sí, también pedimos más recursos para la investigación de nuestro objeto de estudio. Y no, no soy el diablo.

  • Manuel

    Por Manuel, el 17 agosto 2017

    Me ha encantado como lo has expresado Sergio, lo único que del punto 3 te has ido al 5, ¿y el 4?

  • Uzuri

    Por Uzuri, el 17 agosto 2017

    Un placer leerte, Sergio C. Fanjul.

  • Prisciliano

    Por Prisciliano, el 17 agosto 2017

    El turismo de masas: El triunfo de la clase media
    El triunfo de la clase media: La derrota del socialismo.

  • Noelia

    Por Noelia, el 17 agosto 2017

    Silencio!!! Que no se entere demasiada gente del paraíso que es Portugal y de la buena educación de sus gentes,sino acabarà convirtiéndose en España!!
    Como decimos l@s galleg@s,sobre todo l@s del sur: Menos mal que nos queda Portugal!!!

  • Sebastian Triay Olmos

    Por Sebastian Triay Olmos, el 18 agosto 2017

    Veamos, supongo que todos estos turismofóbicos no serán de esa izquierda tipo Colau y Oltra de Valencia cuando se quejaban porque hay Concertinas y Vallado en Ceuta y Melilla, está en hemeroteca. Es decir, pasad y café para todos. Concertinas que no las puso el PP, como les está acusando Podemos. Si no tuviésemos esas fronteras, ríete tú de los 75 millones de turistas. De los 1.216 millones de africanos y de los intentos de asalto a las vallas se estimarían que entrarían en España un goteo de 20.000 ilegales diarios, y ese turismo no viene a gastar y ocupa lugares de espacio igual que cualquier otro. En 10 años tendríamos ya los 75 millones. Por lo tanto, a esta progresía farragosa de izquierda que se asusta con los turistas le pediríamos que se metieran entonces sus manías donde les quepa. Y esto no tiene que ver nada con la xenofobia.

  • Sara

    Por Sara, el 18 agosto 2017

    He pinchado el enlace por curiosidad y he leído el artículo hasta el final. Con verdadero placer, por el tema y por las palabras, por el sutil humor, por la dulzura con que has pintado el paisaje, por la certeza con que describes lo que sucede y lo que ha sucedido..
    tienes talento Sergio

  • Jose

    Por Jose, el 18 agosto 2017

    No comparto tu visión de la Arcadia. Comparas un pequeño pueblo con una gran urbe. Atribuyes males al turismo ( degradación de barrios y encarecimiento de ellos, etc…) que se deben a factores variados y no sólo al turismo.
    Por otra parte te vas de turismo y te ves como algo ajeno a los males que provoca.

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