Confusión e inseguridad, así nos doma el capitalismo

‘Tractorada’ del 26 de febrero de 2024 por las calles de Madrid, organizada por la Unión de Pequeños Agricultores. Foto: UPA.

POR FERNANDO VALLADARES Y CAROLINA BELENGUER HURTADO

El principio de Hanlon reza: Nunca atribuyas a la maldad lo que se pueda explicar adecuadamente por la estupidez. Esta regla rige con fuerza lo que ocurre en nuestros tiempos algorítmicos y quizá la prueba más evidente radica en cómo esa pretendida maldad, el egoísmo estúpido de las élites, está fomentando deliberadamente la confusión a través de bulos y campañas de desinformación. Uno de los sectores en los que este incremento de la confusión resulta más grave e insostenible es el sistema agroalimentario global. A partir de su análisis, vamos a ver cómo la confusión y la inseguridad son dos armas fundamentales del capitalismo para facilitar la explotación y destruir la empatía y la solidaridad.

Se trata de un sistema complejo cuyo propósito ya no es proveer de alimento a la humanidad. Prueba de esta pérdida de rumbo acelerada es que mientras se tira un tercio de la comida que se produce para mantener los precios de mercado, un tercio de la humanidad sufre inseguridad alimentaria y 11 millones de personas al año mueren de hambre. Una indicación de que hay estupidez y no solo maldad en la disfunción alimentaria es que mientras esto ocurre, mayoritariamente en el sur global, en el norte global, además de tirar mucha comida, se come en exceso generando, cada día en mayor proporción, problemas de sobrepeso y todas las enfermedades asociadas a él.

El sistema alimentario tanto global como local está tensionado por intereses contrapuestos, y sufre la tiranía de la búsqueda de un rendimiento económico a toda costa que se lleva por delante las condiciones sociales y sanitarias de los trabajadores del sector, de la protección del medio ambiente y de la justicia más elemental.

Una justicia necesaria no ya por cuestiones éticas, sino por cuestiones funcionales prácticas y concretas: la desigualdad rampante sale carísima en todo tipo de unidades, desde monetarias hasta energéticas, desde ambientales hasta sanitarias. El hecho de que la mitad de la cosecha española de limones 2023-2024, por ejemplo, se haya destruido para estabilizar los mercados nos ha costado tiempo, dinero y, sobre todo, mucha agua. Producir un kilo de limones requiere 435 litros de agua, y no andamos sobrados de agua precisamente.

Globalmente empleamos un 23% de toda el agua para regar cultivos cuyos frutos vamos a tirar, ocupamos un 11% de la superficie y generamos un 8% de las emisiones de gases de efecto invernadero criando estas plantas que vamos a descartar y destruir. El sector agrícola no se queja tanto de esto como de que no le salen las cuentas. Aunque dentro del sector agrícola hay muchos actores, desde los trabajadores del campo hasta los grandes grupos inversores pasando por toda una cadena de intermediarios. Y lógicamente cuanto más abajo en el escalafón, peor te van las cosas. Es el mercado, amigo. El mercado como reflejo de los valores materialistas, del espíritu individualista y de los principios neoliberales que prevalecen en la sociedad y que para muchos son incuestionables.

Sin embargo, cada vez más agrupaciones ciudadanas reclaman una agricultura ecológica, libre de agroquímicos y más saludable. Pero la agricultura industrial no entiende ni quiere entender de estas cosas. Y lo mismo podríamos decir de la ganadería. Muchos trabajadores del sector primario se encuentran atrapados en esta producción industrial, endeudados, sufriendo las críticas de una ciudadanía preocupada por la salud planetaria, sin obtener grandes beneficios económicos, generando mucha comida de dudosa calidad que, en un gran porcentaje, no hace falta y se la pagan mal. Es lógico que nos estemos quedando sin agricultores y sin ganaderos. En España y en los países de nuestro entorno, el 50-60% se habrá jubilado sin que esté a la vista un proceso claro de recambio.

El estrés de agricultores y ganaderos

El sector primario está sometido a fuentes de estrés notables ya que por una parte tienen poco control sobre los productos que producen, sus precios, y su distribución y comercialización, y por otra se enfrentan en primera línea al cambio climático. Presencian los cambios en las temperaturas, los patrones de lluvia o la productividad de la tierra con graves consecuencias para la salud, no solo física sino mental: ansiedad climática, preocupación y angustia emocional.

En un estudio realizado en Nueva Zelanda encontraron que el bienestar de los agricultores y granjeros se está reduciendo significativamente. En otra investigación se destaca la relación de los eventos climáticos extremos con las tasas de suicidio en el sector agrícola. En Estados Unidos, la organización Farmland cuenta con un teléfono de atención ante las situaciones de eco ansiedad. La Fundación Británica por la Seguridad Agrícola (FSF) encontró que el principal problema que enfrentan el 95% de los agricultores menores de 40 años es de salud mental. La Unión Europea ha financiado un proyecto llamado SafeHabitus en el que se anima a todos los países miembros a indagar en los desafíos psicológicos y sociales que impactan en las vidas de las personas que trabajan en este sector.

El abordaje de una situación como esta, compleja y tensionada, lejos de hacerse desde la reflexión y la lógica se hace apresuradamente desde la emoción, el egoísmo y el cortoplacismo. Lejos de invitar al diálogo democrático se promueve la creación de enemigos y se despierta la agresividad y la polarización.

Precisamente esta manera de abordar los problemas complejos, tan característica de nuestros tiempos, es lo que nos está llevando a la gran confusión. Cuanto más complejo se hace un problema, como en el caso del sistema alimentario, menor es la reflexión y el diálogo, y mayor la crispación y la creación violenta y artificial de oponentes a los que descartar, derribar o destruir. Con este abordaje, la confusión crece y crece, alejándonos velozmente de la resolución de los problemas.

Ante un problema complejo, la gran confusión

La gran confusión se lee y se escucha en todas partes. Se puede observar confusión en las declaraciones tanto de políticos como de agricultores. También en los propios carteles que cuelgan sobre los tractores que bloquean periódicamente las ciudades de Europa. Basta leer los manifiestos y exigencias que acompañan las manifestaciones que han recorrido el continente desde el comienzo de 2024 para detectar una gran confusión. ¿Qué tiene que ver la agenda 2030, los chemtrails, los precios del mercado de frutas y verduras, la burocracia, el precio de los combustibles, el cambio climático, las elecciones europeas y los pesticidas? Pues todo. Y nada. Todo guarda relación, pero en la confusión reinante se establecen causas y efectos de todo tipo, sin tiempo ni intención de comprobarlas, entenderlas y explicarlas. Por supuesto, sin tiempo ni intención, no surgen más soluciones que pequeños ajustes cosméticos que llegan incluso a encender más los ánimos al resultar insuficientes y hasta insultantes.

No se explican ni se comprueban bien las denuncias y acusaciones porque la gran confusión es buena para unos pocos y muy poderosos actores del sistema. De hecho, la confusión resulta muy buena. La confusión es una circunstancia idónea para hacer dinero. Esconder la verdad entre un embrollo de falsedades con apariencia de verdad cada vez más difícil de desenredar es un método perfecto para que los beneficios económicos de unos pocos puedan extenderse mucho en el tiempo. Empobreciéndonos y enfermándonos a todos.

Precisamente porque no se resuelve el embrollo, los grandes inversores, accionistas y entidades agroindustriales, así como las grandes superficies y la larga cadena de intermediarios continúan y continuarán sacando beneficios de un sector que hace aguas, atenazado por crisis como la climática, la sanitaria, la geopolítica y la social. No podemos esperar soluciones de aquellos que obtienen ganancias de esta situación porque para ellos no hay problema. Al menos en lo económico. Tampoco podemos esperar soluciones del sector político, un sector atrapado por compromisos con unos y con otros, atemorizado por perder apoyos y elecciones, e incapaz de regular una economía descontrolada que se lleva todo por delante. Un sector, el político, que solo plantea soluciones de miras cortas, como descartar la reducción del uso de pesticidas y calmar así, aunque sea momentáneamente y con dramáticos efectos en el medio plazo, las iras del sector agrícola. Una medida que choca con la evidencia de que no reducir los pesticidas es a la salud de los trabajadores del campo a quien amenaza en primer lugar.

Lógica y trágicamente, toda esta confusión deriva en prácticas mafiosas. Como las del llamado cártel de la leche. La Sala de lo contencioso-administrativo de la Audiencia Nacional ha confirmado la existencia de este cártel en el que diez empresas y asociaciones de la industria láctea se coordinan para comprar la leche en España, perjudicando a miles de ganaderos y disminuyendo su capacidad de negociar los precios. Vivimos tiempos en los que cada vez hay más vacas, cerdos y gallinas, pero menos granjas. Tiempos en los que el ganadero ya no pilota la ganadería. Tiempos en los que el 70% del cerdo que se produce en nuestro país se exporta, mientras que el 100% del consumo insostenible de agua y de la contaminación de suelos y acuíferos se queda dentro de nuestras fronteras. Tiempos en los que producir carne no es producir alimento, sino dinero. Dinero para unos pocos; tensión, contaminación y pobreza para muchos. Inseguridad ambiental para todos.

Una creación esencial del capitalismo: que nos sintamos inseguros

Del capitalismo se ha dicho de todo. La confusión es uno de sus ingredientes esenciales, del mismo modo que la insostenibilidad ambiental, social y política son algunas de sus principales consecuencias. Lo que pocas veces se analiza es su conexión con la inseguridad. La escritora, activista y artista Astra Taylor teje una red de causalidades que le lleva a concluir que la inseguridad no es un subproducto del capitalismo ni una consecuencia secundaria de la concentración de la riqueza; es, directamente, una de las creaciones esenciales para el capitalismo.

La seguridad promueve la empatía, la solidaridad entre vecinos y la colaboración, estimulando la ambición intelectual y espiritual sobre la económica. Todo esto entra en conflicto con los principios fundamentales del sistema capitalista, un sistema que pivota sobre la competencia, la exclusión y la individualidad. Por ello Taylor habla de que vivimos en la era de la inseguridad, una inseguridad buscada y trabajada, no simplemente sobrevenida. Ya lo avisó Ulrich Beck en su visionaria obra La sociedad del riesgo. Seguridad para unos pocos e inseguridad para muchos es lo que permite que el producto interior bruto crezca y crezca. No hay margen para que esto se diga con claridad porque, al violar varios derechos humanos, ofende. Ofende al lector y a los que escribimos, pues vivimos y aceptamos las normas de este sistema confuso e inseguro.

La inseguridad está diseñada para facilitar la explotación

Hemos normalizado la revolución constante de la producción, la perturbación ininterrumpida de todas las condiciones sociales. La incertidumbre y la agitación eternas son la seña de identidad del último siglo y medio de la humanidad. La inseguridad está diseñada para facilitar la explotación y socavar la solidaridad. La inseguridad es tanto física como psicológica ya que nuestra cultura fomenta la autoculpabilización y la vergüenza por las dificultades económicas, explotando sin descanso nuestros miedos y vulnerabilidades. Las personas necesitamos algo más que un salario más alto, necesitamos tranquilidad y un clima de confianza para planificar el futuro. En contraste con la concepción individualista y centrada en la empresa del New Deal, e incluso del Green Deal (el Pacto Verde Europeo), necesitamos diseñar un sistema de seguridad generalizado que se oriente a redistribuir no sólo la riqueza, sino también el riesgo.

Construir un mundo más seguro para todos es posiblemente uno de los mayores retos de la civilización actual, por ir contracorriente y por enfrentarse a las bases del sistema socioeconómico imperante. Abordar ese reto tiene riesgos. Hay mucho esfuerzo implicado y también incertidumbres conceptuales y científicas. Pero en esta sociedad de riesgo creciente, el mayor riesgo es no hacer nada diferente.

Afortunadamente, no todos caen en la trampa de la gran confusión. Volviendo a la situación del sistema alimentario, una buena parte del sector agrícola es consciente de que “casi todos los problemas que tienen derivan del cambio climático” y que los problemas no son económicos, sino políticos, sociales y ambientales. Y que es necesario crear espacios de encuentro que permitan la expresión de las emociones, las inquietudes, las ambigüedades y angustias existenciales que el caos climático está sembrando.

La ciencia procura medirlo todo. La inseguridad global se mide, desde hace 75 años, con el llamado reloj del apocalipsis. A varios premios Nobel y algunos de los mejores científicos del mundo se les plantea anualmente la pregunta “¿Está la humanidad más segura o en mayor riesgo que en los años anteriores?”. La respuesta es corta y preocupante, nunca hemos estado en tanto riesgo. La gran confusión nos está trayendo, con toda seguridad, más inseguridad que nunca.

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Comentarios

  • Jordi Moliné.

    Por Jordi Moliné., el 13 febrero 2025

    Este artículo es un puñetazo en toda la conciencia de los Ciudadanos, que tienen los ojos abiertos ante la situación, político-económica de nuestro país (ESPAÑISTÁN).
    No se, si ka densidad del artículo impacta pir igual a todos los lectores, pero sin duda, si el primer sector, tanto el agrícola como el ganadero, tuviera acceso a este artículo, tengo claro, que la ausencia generalizada de capacidad intelectual, no les permitiría comprenderlo. Entenderlo si, pero comprenderlo no.
    Hay que hacer mucha pedagogía en este país (y en muchos otros también), pero cuando se puede ver que los políticos, solo se preocupan de sus intereses, demasiadas veces espúreos, y de las mentiras, engaños y distorsiones de la vida Ciudadana, es difícil llegar a buen puerto. Lo único real, es que no vamos a llegar a puerto, el naufragio está asegurado.

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