‘Cool fiction’

El actor Steve McQueen en 'La gran evasión'.  MIRISCH / UNITED ARTISTS / THE KOBAL COLLECTION.

El actor Steve McQueen en ‘La gran evasión’. MIRISCH / UNITED ARTISTS / THE KOBAL COLLECTION.

¿Qué, quién, es ‘cool’ y qué, quién, no? Es acción, actitud, complicidad, código. En sus inicios, el concepto tenía que ver con la transgresión, la contracultura, el desapego por las normas dominantes y la creación de un mundo artístico propio. Hoy, se refiere más a esa cualidad de distanciamiento, de seducción y de secreto que nos hace perdernos en nuestras ensoñaciones, una mezcla de perdición y brillo, que encarna todo lo que un día quisimos ser… Y ya no seremos.

¿Qué significa ser cool? La exposición inaugurada hace ya unos meses en el Smithsonian Museum de Washington, abierta desde febrero hasta primeros de septiembre, ha suscitado en estos meses disquisiciones varias sobre este concepto, íntimamente ligado a la cultura pop norteamericana. La galería de Retratos del Smithsonian traza un viaje, desde principios de los años veinte hasta hoy, a través de 100 imágenes icónicas de actores, músicos, escritores y artistas. La selección fue muy dura, según sus comisarios, que decidieron mostrar otro grupo de 100 retratos que habían sido descartados pero que, a pesar de todo, encerraban, de una forma u otra, el misterio de esas cuatro letras. Entre los elegidos sin dudar están Billie Hollyday, Frank Sinatra, Deborah Harry o Steve McQueen. Sólo con escuchar estos nombres, uno siente qué significa ser cool. Entre los padres de lo cool, Walt Whitman, Ernest Hemingway, Fred Astaire, Lester Young y los grandes de la era del jazz.

Era, en sus inicios, una acepción masculina, más que femenina. Tenía que ver con la transgresión, la contracultura, el desapego de las normas dominantes y la creación de un mundo artístico propio, con un legado durable para las siguientes generaciones, explican los comisarios en la presentación del Smithsonian. Buscaban también un debate generacional –por qué es cool hoy Jay Z y por qué lo era hace 50 años Gene Krupa. Porque ellos también creen que el significado de la palabra ha cambiado radicalmente desde sus orígenes, lo que equivale a decir que la cultura pop ha sufrido una mutación cuya naturaleza contiene sin duda las claves de lo que somos ahora, tras el 11-S, la guerra de Irak y una crisis económica en la que quienes más tienen parecen haber impuesto su punto de vista.

Cool, pronunciado por supuesto en slang (el lenguaje popular, del que procede), escondiendo la “l” bajo el paladar: cuu. Algo parecido a guay, “lo que mola”. Es casi una interjección. Un sello, un plácet. Un comodín del idioma adolescente, huérfano de adjetivos porque, en realidad, expresa ante todo pertenencia. Se es o no se es cool. Y eso legitima ante los iguales. ¿Qué hay que explicar?

Pero cool es mucho más que un pilar del universo adolescente, de su sentido grupal (yo diría casi tribal) de pertenencia. Cool es una categoría estética, ética y cultural, como lo fue, en el Renacimiento, discreción, compendio de todas las virtudes de la nueva ética que nacía con la era moderna y que disecciona la filósofa marxista Hellen Keller en el clásico El hombre del Renacimiento. 

“Precisamente, lo más pertinente de la cuestión es que definitivamente no es cool escribir una columna preguntándose qué significa cool. Y, por extensión, no es cool intentar serlo”. Lo dice Luke Barrat, director editorial de la revista de la Universidad de Oxford Cherwell Newspaper. Y añade:  “Por tanto, si cool es algo que queremos ser, pero a lo que está prohibido aspirar para serlo, quizá definirlo sea imposible. No solo es un adjetivo subjetivo, sino también un concepto subjetivo. Se ha convertido en algo tan intrínsecamente definitorio de nuestra cultura, que es imposible entender qué significa”. Lo indefinible por definición. Aquello de lo que están hechos los mitos: esas estructuras inconscientes que explican por qué creemos en lo que creemos y actuamos como lo hacemos ante determinadas circunstancias.

Cool, en realidad, parece un no lugar del lenguaje: no es casualidad que la exposición del Smithsoniam sea un recorrido visual. Uno sabe lo que es cool o no cuando lo ve. Uno sabe lo que no es cool, pero no tanto aquello que lo es. Es una emoción, más que un concepto. Nace en un contexto donde, en realidad, no hay conceptos, sólo vivencias, y esa es su esencia. Es acción, actitud, complicidad, código. Lo que la cultura popular del siglo XX nos enseñó a expresar con una mirada, un gesto y, pronto, aprendió a capturar en una imagen. Tiene todos los ingredientes de la cultura pop, es lo pop por esencia: indecible, visual, icónico, ensoñador, colectivo, generacional, subjetivo. Y, sobre todo, comercial. No hay pop culture sin grandes almacenes.

Si es subjetivo, empecemos por los recuerdos personales: cuando yo tenía 15 años y ni siquiera sabía que existía la palabra, cool eran los compañeros de 17 que andaban desgarbados con un cigarrillo en la mano y las Confesiones de Rousseau en la otra. Que empleaban su tiempo escuchando a los Depeche Mode, no estudiaban pero eran los mejores de la clase. Hablamos de Filosofía y Literatura. Los alumnos de matemáticas y ciencias no eran cool a nuestros ojos. Tenía que ver con desafiar las normas sin escándalo, con ser inteligente o, más bien, intelectual, pero no pedante. También con drogas, alcohol y sexo. Y con un atractivo que no nacía de la belleza física sino del estilo, esa otra palabra de nuestro tiempo, cuya definición precisamente nadie conoce, aunque todos llenan de palabras y, sobre todo, de imágenes. Como cool.

Desde luego, cool no era obedecer a papa y mamá, llevar faldas escocesas o tener todos los deberes organizados. Tampoco lo era no conocer quién era Demian –el personaje de Hermann Hesse— o la poesía de Rimbaud. El primer cool avant la lettre.

El profesor alemán de filosofía Thorsten Botz-Bornstein, especializado en filosofía de la cultura contra “el provincialismo filosófico”, según explica en su web, escribe un interesantísimo artículo en la revista digital Philosophy Now del mes de junio sobre el asunto. Botz-Bromstein recuerda que cool significa, en principio, permanecer en calma en situaciones de estrés. “Pero esto no explica por qué existe en la actualidad una cultura global de lo cool y por qué es cool ser cool”, dice. El concepto nació, originalmente, como una forma de denominar la ética y la estética de los esclavos negros norteamericanos, a mediados del siglo XIX. La esclavitud hacía necesario adoptar una actitud de ironía y desapego para sobrevivir. Suponía ser desafiante, para conservar la dignidad, pero no demasiado, para no perder la vida, porque cualquier provocación se castigaba con la muerte. Por eso cool es algo que está en el filo: representa una paradójica fusión entre sumisión y subversión. Es el clásico caso de resistencia a la autoridad a través de la creatividad y la innovación. Es esa dinámica ente lo activo y lo pasivo, la resistencia y la sumisión, lo que define intrínsecamente lo cool. Es una paradoja. Una ficción.

En la actualidad, la estética asociada a lo negro cool se ha extendido a través de la cultura hip-hop, sobre todo, y se ha convertido en el centro de una potente industria cultural juvenil, una forma de desafío a la homogeneidad dominante de la masculinidad WASP. Pero, al mismo tiempo, se ha convertido en una forma de escapismo, porque en su significado contemporáneo ha prevalecido la necesidad de “integrarse” en el grupo de colegas, lo gregario para defender la identidad cultural, por encima de la necesidad de romper las normas y ser uno mismo como individuo. Lo que convierte cool en una actitud pasiva antes que activa, y sumisa antes que transgresora.  “El mensaje de una actitud cool fascina por su inherente misterio. Y la manera estilizada contemporánea de ser cool insiste más en la estética que en la ética, en la apariencia que en la sustancia, lo que convierte a la gente cool en inalcanzables objetos de deseo”, afirma Botz-Bromstein.

La cultura juvenil contemporánea, asimilada por los valores del mercado, ha sido absorbida en su estética y su ética desde los sesenta por aquello a lo que pretendía desafiar. Algo que también ha ocurrido con la cultura afroamericana actual: “El autocontrol del comportamiento negro antes de 1960 está ligado a la incapacidad de obtener el control político y escapar a la opresión cultural”, dice Botz-Bromstein. Y concluye: “La paradoja de esa necesidad de autocontrol frente a una situación en la que no se controla nada es la que ha nutrido lo cool.  En resumen: la persona cool vive en un constante estado de alienación”.

Un estudio de la Universidad de Rochester (Nueva York) concluye, a su vez, que lo que en un tiempo significó estar en forma, hacer lo correcto y defender a los desprotegidos, hoy ha acabado siendo el contenedor de todo tipo de actitudes autodestructivas, con una apariencia de desinhibición. “Lo que empezó siendo una forma de infiltrarse en la cultura dominante para destruirla, se ha convertido hoy en la manera en que los privilegiados y los ricos manipulan y someten a sus “inferiores sociales”, añade en otro artículo The New York Times. O eres cool o no eres nada. Y, hoy, quien dicta sus normas es el dinero. Nada hay más cool que hacer lo que a uno le da la gana porque no está sometido a la esclavitud de la cuenta corriente, un contrato abusivo o un horario para fichar. Es difícil serlo cuando uno debe decir “sí señor” todo el rato y no puede mostrar ni un ápice de creatividad en lo que hace.

No estábamos pues tan alejados del fondo del asunto, al mencionar a Hellen Keller. Su tesis en El hombre del Renacimiento es que es precisamente en la era de la Florencia del Cuattrocento cuando surge como tal la reflexión sobre lo humano, la antropología. Y que ese surgimiento es el punto de partida de la utopía sobre la libertad, la creatividad y la grandeza del hombre como constructor de su destino y de su entorno. El nacimiento de la era moderna, la llegada del desarrollo capitalista, convierte, sin embargo, esa era de utopía en un “amanecer sin mañana”: el desarrollo de la sociedad contemporánea necesita como condición de posibilidad la alienación del ser humano, su sometimiento para producir más y más.

Demasiada filosofía quizá. Pero, no por casualidad, ese código de conducta que intenta aunar la supervivencia con la dignidad nos remite a la época dorada de la reflexión sobre lo que significa ser humano, sobre la dignidad.

Detengámonos, sin embargo, una vez más, en la exposición del Smithsonian. En la mirada de Steve McQueen, a través de sus gafas de sol mientras conduce un deportivo descapotable; en la expresión de desafío de Debbie Harry a principios de los ochenta; en la inaprensible dulzura de Audrey Hepburn; o en Frank Sinatra, mirando la partitura en la grabación de un disco sin ni siquiera quitarse el sombrero. Observemos a James Dean y a Lauren Bacall fumando un cigarrillo. Sin necesidad de ver las imágenes, seguro que ya saben a qué me refiero. Esa cualidad de distanciamiento, de seducción y de secreto que nos hace perdernos en nuestras ensoñaciones, enamorados de un ideal de contención y desafío, una mezcla de perdición y brillo, que encarna todo lo que un día quisimos ser y ya no seremos, porque en realidad no existe en el mundo de la vida real, nuestro mundo, el único donde uno puede comerse un filete, Woody Allen dixit.

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Comentarios

  • maniasmias

    Por maniasmias, el 12 julio 2014

    muy interesante la disección de lo cool. Quería apuntar que en «West Side Story» el número musical «Cool» es el más vanguardista, con aires jazzies (ampliamente homenajeado por Jacko en su videoclip «Bad») y que aún tratándose de pandilleros malos (los Jets, que eran los polacos, eran los racistas y representaban el lado oscuro de la historia) son los que ponen el toque de modernidad más rebelde (frente a los Sharks, los latinos, que eran los más conservadores) de este clásico del musical. Un saludo

  • maniasmias

    Por maniasmias, el 12 julio 2014

    por cierto, el fragmento de la peli con el tema «Cool» se puede ver aquí:
    https://www.youtube.com/watch?v=wugWGhItaQA

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