Crisis climática, una oportunidad para tender puentes y no tumbas en el Mediterráneo
Estos últimos días de la COP25 han acogido varios eventos coorganizados por la Unión por el Mediterráneo (UpM), que hace dos meses alertó del gran impacto que la crisis climática y ambiental tendrá en la cuenca (más sequías, inundaciones, plagas…) en un informe científico de tintes bíblicos. Unos días después el Mar Menor se cubría de peces muertos. El espejo marino de Europa le devuelve un reflejo incómodo, y con frecuencia la llamada cuna de la civilización parece representar su tumba. La UE de dos velocidades rinde escaso tributo al mar del que desciende, mar de contradicciones entre el reclamo del sol y playa y la crisis de refugiados. Como si Europa olvidara sus raíces. La crisis despierta la oportunidad de identidad EuroMed que persiguen muchas iniciativas.
El problema de desdeñar la causa eco o ambiental por la hipocresía y las contradicciones que la rodean es atribuirlas a ella y no ver que ya vivimos sumidos en un mar de incoherencias, pero las normalizamos tanto que es precisamente la causa ambiental lo que las delata y desafía. Normalizar las incoherencias no las hace desaparecer o nos hace más realistas (asumir que el mundo es complejo), las alimenta, y se trata de vencer aquéllas al menos que alimenten una falsa ilusión de progreso (insostenible). Hay por eso quien cree que hay momentos de la Historia en que el progreso es reaccionario y lo reaccionario, progreso (Schopenhauer), y quien directamente cree pervertido o idealista el término progreso y pide aspirar a una noción más realista: prosperidad. En cualquier caso, el proyecto de la Europa Norte tiene al Sur un frente abierto en la guerra climática. El Mediterráneo es también la válvula a presión del equilibrio geopolítico con Oriente, y una alfombra bajo la que barrer un problema social que nadie parece saber abordar pero que esta crisis transversal también agita.
Aquel viejo equilibrio entre natura y cultura
El desierto nos parece tan ancho e innato a la cultura árabe como su exótica escritura o el sonido a viento y arena de su lengua. Olvidamos por omisión el valor del agua, que en la tradición islámica es considerada el origen de la vida, símbolo de equidad y pureza. Testimonio de ello es la huella de tantas palabras de origen árabe referentes al agua que refrescan nuestro idioma (aljibe, acequia, albufera) o todas las infraestructuras hidráulicas (sistemas de regadío, decorativos, higiénicos) que nos dejó a su paso por la península y ya forman parte del patrimonio universal. Cuando Europa pasaba una de sus noches más oscuras, los musulmanes eran la luz de la civilización mediterránea, igual que antes lo habían sido griegos o egipcios, que también veneraron el agua. Los griegos como símbolo del devenir y el fluir eterno. Los egipcios, como símbolo de la fertilidad.
Un bien sagrado que junto al sol, la tierra y el aire, era y es la fuente de la vida. A esta orilla del mundo, las aguas del Mare Nostrum alumbraron la agricultura, la pesca y grandes civilizaciones, a menudo forjadas a sangre y fuego, pero también por relaciones comerciales, artísticas o filosóficas, grabando en el imaginario colectivo el azul que en mosaicos o frescos iluminó las bóvedas de templos y palacios desde Gibraltar a Constantinopla, desde la Antigüedad al Renacimiento. El fanatismo religioso a uno y otro lado del mar, liderado por élites clericales, consumió el equilibrio espiritual entre la curiosidad científica y la humildad ante la naturaleza que nos sostiene, equilibrio que por breves destellos de tiempo fue la clave del progreso y el entendimiento entre Oriente y Occidente. Y que debería seguir siéndolo.
Einstein creía que la ciencia sin religión está coja y que la religión sin ciencia está ciega, entendiendo por religión no la creencia en un dios personal sino en una cosmovisión de tipo espiritual o panteísta. Hoy, en Occidente, la ciencia se ha quedado coja precisamente por perder el contrapeso de respeto o simple asombro y gratitud ante la naturaleza que la ciencia le debe (y que la religión personifica), escupiendo en el plato que le da de comer. En Oriente, la religión se ha quedado ciega, por sacrificar la ciencia y la ética. Ambas culturas han perdido la clave de su integración: el equilibrio. ¿Y en el medio? En el medio este mar de dudas universales, de sangre y palabras: Mediterráneo, Al-Bahr al Mutawāsiṭ, Mesogelos Thalassa… “En medio de la tierra”. Distintos nombres para un mismo paisaje cultural milenario cuyas aguas se vuelven frontera o puente, pero hoy también tumba. Ni Europa ni los países árabes le están lo bastante agradecidos al mar del que descienden -literalmente-, y demasiado tiempo han perdido por culpa de excesos. En un contexto tan crispado como saturado de información e ideología, conviene distinguir y reordenar prioridades con perspectiva, saber dónde estamos y adónde queremos ir.
La crisis climática también es una crisis cultural y del sistema
Lejos de la equidistancia, Occidente es un baluarte de paz, seguridad y libertad al que se emigra para prosperar. Y lidera el progreso social con la razón, descifrando el idioma de la naturaleza (de Dios o su creación para los creyentes). Pero al hacerlo pecó de vanidad olvidando que la naturaleza es más grande que nosotros, es decir, que hay límites, como el clima nos recuerda. Dicho de otra forma, olvidó que la naturaleza es sobrehumana (o divina, para quien crea). De nuevo, distintas formas de nombrar lo mismo. El racionalismo explica esto con lingüística desde el Deus sive Natura de Spinoza. La cultura occidental es compatible con la oriental desde el momento en que ambas descienden y dependen de las mismas fuerzas.
La crisis climática no es más que la punta de una crisis ecológica, pero también cultural y sistémica que revela la necesidad de repensar nuestras relaciones geo(eco)políticas, apostar por soluciones conjuntas en el provecho racional de recursos, y acabar con el despilfarro y competitividad de combustibles fósiles, causa de tantos intereses y conflicto. Reivindicando si es preciso las raíces del mestizaje cultural que nos parió, y los pilares civilizatorios en los que todos, de una forma u otra, hundimos nuestras ideas y neuras.
Una oportunidad para tender puentes entre Oriente y Occidente
En su reciente informe la UpM revela que todo este patrimonio es y será una de las grandes víctimas de la crisis climática. El aumento de la temperatura respecto a la era preindustrial ya alcanza los 1,5 grados, acelerando el calentamiento sobre la media del planeta, lo que amenaza con desestabilizar la región condenando ecosistemas y alimentos. En otro reciente artículo publicado por el Foro Económico Mundial, ¿La lucha contra el cambio climático puede acercar al mundo árabe?, Neeshad Shafi, director ejecutivo del Movimiento Juvenil Árabe por el Clima de Qatar, señala que, pese a las diferencias que persisten en el mundo árabe, “su vulnerabilidad al cambio climático es real y los desafíos ambientales comunes presentan oportunidades para mejorar la formulación de políticas y una cooperación más estrecha a nivel regional y subregional en el mundo árabe (…). Marruecos ha jugado un rol activo desde la COP22 en Marrakech pues ha estado invirtiendo activamente en energía renovable y ha pedido una mayor cooperación regional para compartir redes en la región del Magreb”.
El desarrollo sostenible lleva años tendiendo puentes entre Occidente y Oriente sobre el Mediterráneo, con iniciativas que no por discretas dejan de remar en la buena dirección. Med-O-Med, con sede en Madrid, nos da un ejemplo. En su web se presenta como una red de 23 países que promueve el desarrollo sostenible de la cuenca mediterránea mediante el encuentro, la convivencia y la paz entre culturas. Impulsada por la Fundación de la Cultura Islámica (FUNCI), institución española sin ánimo de lucro, apolítica, aconfesional y científica, lo consigue a través de intercambios o trabajos de recuperación del patrimonio natural y cultural con enfoque a derechos humanos, diversidad y género en países como Argelia, Líbano, Marruecos, Palestina o Siria. Entre sus trabajos de conservación sobresalen los jardines islámicos, muestra de la sensualidad con que los musulmanes concebían la naturaleza: fragancias, sombras, movimiento, sonidos…
Es una de las ventajas del intercambio: dar a conocer otras formas de mirar o sentir la naturaleza. Alternativas al utilitarismo y los estereotipos que tanto nos lastran al contemplar un paisaje. Med-O-Med está compuesto por expertos en conservación de la biodiversidad, cooperación al desarrollo y patrimonio cultural, e intenta transmitir esta visión mediante cuatro redes e inventarios patrimoniales dentro de su área, que certifica e invita a descubrir: bellos jardines botánicos, ricos centros de diversidad vegetal, históricos paisajes culturales e iniciativas sostenibles, además de divulgar la cultura de los oasis, el valor para la tradición islámica de la noche, las estrellas o la astronomía, amenazadas por la contaminación lumínica, la poesía floral, la botánica o la gastronomía (recordemos que el movimiento Slow Food nace a medida de la dieta mediterránea).
La naturaleza no es pues el único lugar de encuentro. Con enfoque académico, artístico y sociocultural (cursos, exposiciones, club de cine y literatura árabe o actuaciones de fusión musical), en España destacan la Fundación Euroárabe, en Granada, la Casa Árabe, en Córdoba y Madrid, o la Fundación Tres Culturas, en Sevilla. Estas tres, a iniciativa de la Fundación Centro Persona y Justicia, patrocinaron en 2018 la mesa redonda Hacia una red euro-árabe-africana de dialogo interreligioso y acción social para incentivar el papel de las relaciones culturales, religiosas o espirituales como motor del cambio socioeconómico y político de los pueblos de Europa, África y Oriente Medio.
En esa línea, Karen Armstrong, escritora inglesa especializada en religión comparada y premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales 2017, propuso un gran pacto espiritual que ponga la compasión (regla de oro de las religiones), en el centro de las relaciones. La compasión, reivindicada por uno de nuestros grandes filósofos de la ciencia, Jesús Mosterín, quien sostenía que “el conocimiento facilita la empatía”. Citaba para ello a Giacomo Rizzolatti, descubridor de las neuronas espejo, a los padres de la Ilustración y a Darwin, cuya idea “del círculo en expansión de la compasión” explicaba el progreso moral de la humanidad: “Los hombres más primitivos sólo se compadecían de sus amigos y parientes; luego este sentimiento se iría extendiendo a otros grupos, naciones, razas y especies. Darwin pensaba que el círculo de la compasión seguirá extendiéndose hasta que llegue a su lógica conclusión, es decir, hasta que abarque a todas las criaturas capaces de sufrir”.
Otro premio Príncipe de Asturias, el escritor franco-libanés Amin Maalouf hace precisamente una llamada a la responsabilidad colectiva en su último libro, El naufragio de las civilizaciones, preocupado por la radicalización del mundo árabe y un orden mundial donde el cinismo, la ignorancia y la falta de liderazgos morales está dejando el progreso a la deriva.
El Mediterráneo en el Norte de Europa
Las previsiones señalan que la población musulmana seguirá creciendo en Europa en las próximas décadas. En ese contexto hay quienes ven estos proyectos como un caballo de Troya bajo el miedo a Eurabia (la islamización de Europa), tildando de buenista el diálogo con una cultura de raíz intolerante que ha demostrado en zonas con fuerte presión migratoria ser incapaz de integrarse y tensar la convivencia por imponer sus costumbres sin respetar las locales. Sin duda la integración no será fácil y habrá ejemplos de radicalización e intolerancia, como en cualquier comunidad que exacerbe su identidad, nacional, religiosa o étnica, pero de ahí a cuestionar el diálogo hay un trecho. Porque si la democracia deja que el extremismo la divida en vez de unirse para aislarlo, cede y pierde su fuerza: la voluntad de dialogo.
La sociedad global, de la que tan poca pedagogía se hace, implica diversidad mal que pese a los nacionalistas (globalizadores cuando les convino), pero también firmeza moral: la condena de la violencia, el respeto a las leyes y valores laicos o la secularización son el límite de la libertad religiosa. La mejor forma de fortalecer la tolerancia es definir sus límites, porque a grandes rasgos todos coincidimos en lo que es tolerar, pero la libertad de expresión desafía los márgenes del consenso para hacerlo progresar o retroceder.
¿Cuáles son las condiciones de posibilidad reales del dialogo o de la integración? ¿La necesidad y falta de recursos nos volverá más egoístas y populistas, polarizando todo? Ni idealismos ni utopías bastan llegados al encontronazo cultural, solo más racionalidad y eficacia, porque la alternativa al diálogo es la imposición. Más allá del asociacionismo se requieren políticas que intervengan de raíz el conflicto identitario, sea en el terreno o en la industria cultural.
En el Norte de Europa es donde se concentra la mayor parte de la población musulmana, por eso sorprenden iniciativas que a escala pequeña, en medio de la tensión, apelan a la razón. El café librería Lagrange Points, en Bruselas, lo hace desde hace un año. Uno de sus responsables, el politólogo Feras Abo Dabboseh, señala que el proyecto nació en febrero de 2018 por crowfunding con apoyo de instituciones, librerías, personal universitario y ONGs. Conciertos, exposiciones, recitales… Lo define como un “espacio de creatividad para todos, con selección de literatura árabe (filosofía, historia, novelas, poesía), en árabe, francés, inglés y holandés”, con una red de colaboradores y socios centrados en feminismo y derechos LGTBI en el mundo árabe, inclusión laboral, inmigración y emprendimiento.
Consignas populistas frente a multiculturalismo y diálogo
Feras explica que Bruselas es una ciudad donde conviven 182 nacionalidades y casi el 20% habla árabe, “experiencia enriquecedora, pero también difícil ya que el debate sobre multiculturalismo, migración e integración está condicionado a menudo por la narrativa populista (…). Pese a la apertura y las discusiones honestas, los extremos se polarizan y es más urgente que nunca la necesidad de diálogo. Lagrange Points ofrece un espacio a la cultura e identidad árabe que persiga una opción alternativa, donde no haya prejuicios sino un interés genuino por entender nuestras diferencias y similitudes. Algo que nunca se ha intentado bajo este formato en Bruselas”.
Karsten Xuereb, investigador en relaciones culturales del Mediterráneo en la Universidad de Malta, trata de poner algo de luz sobre el terreno. Desde su perspectiva coordinando proyectos de la UE en la educación superior, en el desarrollo de capacidades, el medioambiente y la cultura con enfoque a jóvenes y comunidades en la zona Euro-Med, señala: “Creo en la importancia de la política y los políticos para facilitar misiones y trabajar por objetivos, pero tengo más esperanza y satisfacción al trabajar en proyectos pequeños o medianos basados en la cooperación de la gente, con pequeños pero significativos resultados”. Un ejemplo, pese a su fragilidad institucional, es BJCEM, bienal para el intercambio de jóvenes artistas del Mediterráneo. “El miembro maltés al que represento en BJCEM, Inizjamed, hace algo similar a nivel nacional con su festival anual de literatura (…). O “La ruta de los fenicios”, red de turismo cultural reconocida por el Consejo de Europa que atrae a personas de todo el Mediterráneo que comparten una pasión por la historia y la arqueología a través de formas innovadoras y sostenibles”.
Un ejemplo de cómo la integración migratoria y el diálogo intercultural es posible según Xuereb se observa en la comunidad cristiana de Malta: “Está en constante contacto con migrantes de todo el mundo árabe, pero más profundamente del África subsahariana y América Central o de Irán y Filipinas (…). Cuando estas comunidades se encuentran, es a menudo gracias a los voluntarios como se rompe cualquier estereotipo fácil de los que generan enfrentamientos religiosos. Creo que todo depende del liderazgo y las personas, y de poner la teoría en práctica”.
La crisis de refugiados
En cuanto a la crisis de refugiados “es una crisis si la definimos como tal”. “También podemos optar por verlo como uno de los comportamientos humanos más naturales: buscar un lugar mejor donde vivir. No estoy sorprendido por la forma en que ciudades y pueblos fronterizos como Lampedusa, Sicilia, Malta o muchas ciudades en Grecia, o grandes áreas del territorio libanés con respecto a los sirios, pueden reaccionar negativamente de vez en cuando hacia flujos migratorios que terminan en su puerta. Tampoco estoy demasiado sorprendido por lo que percibo como un abrumador sentimiento positivo en miembros de la sociedad civil y ONG que se acercan activamente a sus hermanos del otro lado del mar. Más bien, lo que me enfada son aquellos políticos, grandes conversadores, burócratas y habitantes de ciudades y pueblos que están a kilómetros de distancia y protegidos de cualquier crisis humanitaria real, pero que quieren protegerse a sí mismos y sus tradiciones, sin querer reconocer el infierno que los demás están pasando. Pero no me sorprende, ya que, después de todo, esa es la naturaleza humana, y es comprensible que las personas defiendan lo que tienen y lo que son. Nuestro desafío es el de todos esos operadores culturales, profesionales y activistas, incluidos escritores e investigadores, que tratan de escuchar todas las caras de las historias que nos rodean, y de encontrar caminos que nos unan”.
Comentarios
Por José María Silva Alvarez, el 15 diciembre 2019
Gran artículo, con un estenso conocimiento sobre los temas.