Cristina Iglesias: enigmáticos bosques y cascadas
VENTANA VERDE
RAFA RUIZ / Fotografía: MANUEL CUÉLLAR
Eduardo Chillida, Jorge Oteiza, Agustín Ibarrola… A estos tres grandes escultores vascos, de inspiración emanada desde las entrañas de la tierra, debemos sumar ahora a Cristina Iglesias, la artista nacida en San Sebastián en 1956, que está demostrando en los últimos años una capacidad creativa de resonancia mundial y enraizada en la poética de la naturaleza.
Chillida peinó el viento en la capital donostiarra, elogió el horizonte en Gijón y con sus lurras, como escribió Kosme de Barañano, resumió en piedras-manos la fuerza de lo orgánico. Oteiza viajó desde la identidad de su pueblo hasta un diálogo esencial y metafísico entre la materia y el espacio. E Ibarrola ha pintado los pinos del bosque de Oma y los cubos de memoria y hormigón del puerto de Llanes. Ahora Cristina Iglesias retoma con sensibilidad ese entroncamiento del arte vasco con la energía que surge de la arquitectura, pero también de la naturaleza prístina. Se hizo popular para el gran público en 2007 con las puertas diseñadas para la ampliación del Museo del Prado. Y ahora, con su muestra ‘Metonimia’, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (abierta hasta el 13 de mayo), comisariada por Lynne Cooke y que incluye medio centenar de obras, alcanza el reconocimiento que se merece. La traemos a esta Ventana Verde porque en el recorrido por esta retrospectiva, la muestra más amplia dedicada a esta artista, encontramos pozos, bosques vegetales, ríos y arroyos, cascadas, raíces, hojarasca, manantiales, fango y pantanos. Grutas y refugios. Conversan el aluminio, el hierro y el bronce con las sombras, el agua y la luz. Con ella viajamos a naturalezas vírgenes e inquietantes, a paisajes no adulterados por el ser humano. Una naturaleza prehistórica. A follajes que nos absorben.
Nos asomamos a sus pozos -de 2011-, estratégicamente colocados en ese jardín decimonónico del Reina Sofía -un remanso de belleza y paz en la ajetreada zona de Atocha, con tres esculturas maestras, de Calder, Miró y Chillida- y, como si fueran vídeos en bucle, nos quedamos hipnotizados, observando el juego y murmullos del agua con las raíces y hojas de bronce. Entramos luego a sus juegos de sombras, celosías y laberintos que nos trasladan a África, a Afganistán, a Yemen. Paisajes bucólicos y reinos inaccesibles en tapices. Miramos -aunque quizá en esa escala de intensidad del sentido de los ojos que va desde ver y mirar hasta observar y contemplar; deberíamos optar por este último verbo-…, contemplamos sus bosques vegetales de bronce, sus habitaciones de eucalipto en aluminio; y comprobamos cómo hace leve el fibrocemento y alado el acero. Convierte un pesado techo en un fondo marino encostrado. Con poesía. Trenza el hierro y lo suspende. «Tenemos problemas muy acuciantes», ha señalado Cristina Iglesias en las entrevistas que se le hicieron a partir de la inauguración, «como el paro y los recortes bestiales. Pero tenemos que trabajar desde la base de que esto no puede instalarse en nuestras vidas para siempre. Y, como creadores, hacer el esfuerzo de fabular más a largo plazo; sin olvidarnos de lo que pasa, pero sin poner plomo en las alas de la imaginación. Sería bueno crear espacios de paz en estos momentos, para que el espíritu se serene».
Como explica el catálogo del Reina Sofía, Cristina Iglesias explora la interfaz de lo natural y lo cultural. «La naturaleza es uno de los territorios de referencia más fértiles, para hablar de ciertos conceptos», ha dicho la artista a la periodista Fietta Jarque en una entrevista publicada en ‘Babelia’. «Pero también lo hago en el territorio poético de los sueños. Las puertas del Prado tienen que ver con eso. Combinan cierta invención vegetal con el tránsito entre la ciudad y el templo de lo imaginado. Es como el estudio donde trabajo, situado en un monte, pero desde donde veo el perfil de la gran ciudad».
Comentarios
Por luisMi Garcıa, el 02 abril 2013
Un trabajo bárbaro, felicidades Rafa y vaya fotazas, Manu!!, Jodó!
Abrazos y Salud!