Cruising, el desafiante ‘¡jódete!’ al sistema puritano
En Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical (Dos Bigotes, 2020), el escritor norteamericano Alex Espinoza nos sumerge en un interesante viaje por el mundo del sexo entre hombres en espacios públicos. A caballo entre el ensayo sociológico, el análisis histórico desenfadado y la biografía personal, Espinoza traza un recorrido esclarecedor sobre la práctica del ‘cruising’, su papel como revulsivo político contra el patriarcado y el sistema capitalista, y su poder democratizador en el sexo.
“El homosexual promiscuo es un revolucionario sexual. En cada momento de su existencia prohibida se enfrenta a leyes represivas, a ‘morales’ represivas. Parques, callejones, túneles subterráneos, garajes, calles… son los campos de batalla” (John Rechy).
El cruising es una práctica mucho más antigua de lo que creemos. Lo complicado, en realidad, es definir con concreción en qué momento ese término comenzó a asociarse de forma exclusiva con los encuentros sexuales anónimos de la comunidad gay.
Si rastreamos en el legado de las grandes civilizaciones antiguas –Egipto, Grecia, Roma–, en todas se pueden hallar pruebas de que tanto las personas LGTB+ como el sexo furtivo entre hombres ya existían. Como el propio Espinoza apunta en el libro, “las personas LGTB siempre han existido, pero ha variado la forma en la que han sido capaces de expresarse, casi de forma individual, y esto es tan diverso como la experiencia humana en sí misma”.
Práctica sexual desconocida por la mayoría de personas, Espinoza nos cuenta que el cruising ha estado históricamente asociado con la promiscuidad, la falta de cuidado en las relaciones íntimas y lo alternativo y underground. A lo largo del libro, él viene a demostrarnos que no: el cruising no es un hábito asociado a un tipo de vida ni de hombre concretos, sino una práctica que facilita la exploración sexual y que genera un espacio de libertad y empoderamiento en las personas que lo ejercen. Una forma de vivir la propia sexualidad que libera a los hombres de las dinámicas de poder típicas del heteropatriarcado y que permite poner en perspectiva las condiciones y los límites del propio deseo, ampliando para todos las satisfacciones del sexo.
El cruising como fenómeno social
A la hora de definir las circunstancias y condicionantes que han motivado y sostenido esta práctica, el autor lúcidamente señala una de las más importantes: la necesidad de gente. Para hacer cruising es imprescindible que haya personas alrededor, gente desconocida y anónima, variedad de hombres, movimiento. ¿Es entonces el cruising un fenómeno eminentemente urbano? Por supuesto. Y no solo eso: su auge está directamente ligado al auge de las ciudades, hasta el punto de que casi siempre genera una tensión inevitable con los barrios donde se practica y con las personas que normalmente residen y hacen vida en él.
Otro factor determinante en el desarrollo del cruising es el grado de permisibilidad o prohibición por parte del poder y sus fuerzas represoras. Es evidente que, a lo largo de los siglos, esta práctica ha sido hostigada con ferocidad por los Estados: desde la persecución de las Molly Houses inglesas –casas privadas donde los hombres gays se reunían en el siglo XVIII– hasta casos tan mediáticos como el del cantante George Michael en 1998, arrestado en un parque de Beverly Hills por “actos lascivos”. Y esto solo empeora cuando analizamos la situación de aquellos países donde la homosexualidad está prohibida, penada o castigada socialmente, como Rusia o Uganda.
Pero como Espinoza señala, incluso en estas desesperanzadoras situaciones, el cruising sobrevive: cuanto más se intenta controlar su expansión, con más fuerza resiste. Los intentos por acabar con él, al final, no solo confirman que es un fenómeno que está ahí, sino que además dotan al acto de una determinada identidad y de un aura de leyenda que solo sirven para cimentar su pervivencia. Las pleshkas rusas y los grupos cerrados de contacto entre hombres gays en Uganda dan fe de ello: incluso cuando te tienes que jugar la vida, su práctica persiste.
El tercer y último elemento clave para entender la evolución y la naturaleza actual del cruising como fenómeno social y cultural es la proliferación de las nuevas tecnologías: el uso de internet, los smartphones y las apps de contactos han transformado radicalmente el comportamiento de los usuarios del cruising. En el pasado, sus practicantes tenían que confiar en habilidades personales como la discreción, la paciencia o la observación. Las nuevas tecnologías lo han hecho todo “más rápido, menos aleatorio, más planificado” y, sobre todo, menos espontáneo. Se ha discutido incluso si quedar con alguien a través de internet –con apps como Grindr o Scruff– puede ser realmente considerado cruising, pero es innegable el impacto que ha tenido en su devenir.
La transgresión detrás del acto sexual
Si una idea queda clara tras leer Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical es que este hábito es mucho más que un intercambio sexual entre dos o más hombres adultos. El cruising es sexo, placer y deseo, por supuesto, pero también es transgresión, ruptura del orden, reivindicación, libertad. Un lugar donde las personas menos normativas, y aquellas excluidas socialmente, pueden encontrar mayor aceptación, menor discriminación y una mayor paridad. Espinoza es tajante: “El cruising está basado en la igualdad”.
Practicando cruising todas las personas son iguales: anónimas, ávidas de experimentación y sexo, promiscuas rupturistas del orden, transgresoras de la norma establecida. La democracia, aquí, llega a ser prácticamente total: nadie queda relegado. En palabras del propio autor: “[El cruising] fue un desafiante ‘jódete’, en muchos sentidos, a los sistemas que nos sometían y nos acosaban. Fue nuestra forma de decirle a los poderes fácticos que, a pesar de las barreras establecidas para evitar que nos encontrásemos, podíamos hacerlo. Podíamos tener sexo en estos espacios prohibidos y que no pasara nada”.
Qué ironía que lo único que haya podido detener temporalmente la práctica de algo tan revolucionario como el cruising hayan sido estos tiempos de reclusión obligada en casa, de individualidad forzada, de encierro sanitario… de pandemia
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