Cuando cierra una librería continúa el deshielo de la Cultura
Nos echan. Cuando cierra una librería –y asistimos a un continuo goteo de cierres–, hay pena y poco más. A veces, una oleada de solidaridad que llega desde los clientes logra el milagro y la librería se salva. Son las menos. El dolor es nostalgia, pero es una gota en un mar de pérdidas que desde siempre ha abatido a la cultura, acostumbrándola a jugar a perder. Pero, cuidado. El cierre de una librería no es solo eso; significa el deshielo de todo un iceberg de cultura, de sociedad, de historia, de gente que ama la libertad y el progreso que nos dan las letras.
Hoy es un día triste y desgraciadamente no será el último. Anoche saltó la noticia del cierre de una librería emblemática, La Gavina de Palamós, en la Costa Brava. Pero la tristeza no es solo porque duela en lo personal ni por el amor que le tengo a la que es en parte mi casa desde hace años y a su dueña, que es también mi amiga. La tristeza va más allá y os diré por qué.
El cierre de una librería no se limita al cierre de una persiana metálica y la desaparición de un local lleno de libros y de historia, no es eso. La persiana cerrada es la puerta de salida de una miríada de consecuencias e hilos secundarios que desde fuera no se aprecian, porque todo va demasiado deprisa, porque lo emocional es más fácil y pasa más deprisa y porque en el fondo vivimos a golpe de “lo siento” y a otra cosa. La vida, la nuestra, se vive en lo efímero, en el “qué pena” de rigor –sentido, sin duda- y en el consiguiente “hay que seguir, podría ser peor”, yo el primero. Pero, ay, lo injusto sigue pateando los finos zarcillos que sujetan la cultura a las paredes del sistema que somos todos. Una librería no es solo un negocio del que viven los/as libreros/as que la gestionan. Ellos/as son la cabeza pensante y trabajadora del iceberg. Debajo, sin embargo, coexiste un mundo en el que nadie repara, porque se maneja en un silencio al que desgraciadamente vive acostumbrado.
Cuando una gran empresa cierra y sus trabajadores se van a la calle, hay en muchos casos revuelo mediático: “300 trabajadores/as despedidos/as, 500 pre-jubilaciones, reducción de 800 empleados/as…”. Hay ruido necesario. Y movilizaciones. Y negociaciones. E intervención de sindicatos. Hay noticia, hay telediarios a veces. Hay alarma. Cuando la que cierra es una librería, hay pena y poco más. A veces, una oleada de solidaridad que llega desde los clientes logra el milagro y la librería se salva. Son las menos. El dolor es nostalgia, pero es una gota en un mar de pérdidas que desde siempre ha abatido a la cultura, acostumbrándola a jugar a perder. Pero, cuidado. El cierre de una librería no es solo eso: cuando cae la persiana metálica y la cubren los adhesivos de anuncios de cerrajerías y las firmas de grafiteros que empiezan, quienes se van a la calle son cientos, a veces miles de personas, algunas con nombre y apellidos reconocibles, anónimas las más. Autores y autoras nos vamos a la calle, se van a la calle las imprentas, las editoriales, los/las correctores/as, editores/as, distribuidoras, repartidores, conductores/as, jefes/as de prensa, periodistas, diseñadores, comerciales, traductores/as, agentes literarios…
Cuando una librería cierra, el tejido que subsiste debajo del iceberg se deshiela un poco más y la vida muere a su alrededor.
Nos echan, esa es la verdad. No es nostalgia, es realidad y nosotros/as somos trabajadores y trabajadoras que necesitamos esa red que nos defienda del vacío para no morir. No basta con lamentar. Somos trabajadores/as que deben unir esfuerzo y complicidad para que cuando uno/a de los/as nuestros/as se vea amenazado/a, el grupo salga a hacer ruido y a defender, no a despedir con el corazón. Si seguimos así, despidiendo a los/as que se nos van sin movilizarnos por ellos/as –y por nosotros/as-, estamos condenados a seguir viendo cómo el iceberg se deshace por culpa del calor que alimentan quienes desde siempre han condenado la cultura al territorio perdedor.
Si seguimos así, saqueados y desnutridos por la nostalgia de que lo nuestro está perdido y de que “podría ser peor”, siempre será peor. Somos muchos/as y juntos/as somos ruido, mucho. Cuando una librería cierra nos echan a todos/as. Y “todos/as” somos legión. No podemos perder.
Comentarios
Por Beatriz, el 26 julio 2019
Soy simplemente una lectora, casada y madre de dos hijas, ahora ya mayores, somos todos grandes lectores.
Desde que eran muy pequeñas siempre me gustó llevarlas a la librería del pueblo y allí podíamos ojear con calma y cuidado los cuentos hasta encontrar uno que nos gustaba. La visita era una o dos veces al mes.
Las chicas de la librería Vilafer aconsejaban, buscaban y escuchaban lo que en ese momento deseábamos leer.
Yo creo que es el mejor regalo que se le puede hacer a un hijo porque disfrutan, enriquecen su vocabulario (al principio los padres tenemos que estar dispuestos a irle enseñando el uso de un diccionario), y son independientes una vez que leen correctamente.
Enseñarles el amor a la lectura es algo que se debe hacer en casa y sin prisa.
Si en mi pueblo llega a cerrar la Librería Vilafer en Cangas del Morrazo sería una gran perdida no solo para todos los que dicen en este artículo si no también para nosotros los lectores y creo que no está pasando un buen momento. Es una librería familiar que creció con el pueblo y deseo que no cierre.
Por José Otero, el 26 julio 2019
No quiero ser vulgar, pero Fahrenheit 451 se hace real… cada días más, simbólica y factualmente.
Debemos vigilar que el «sistema» deje a los bomberos usar agua y no gasolina.
Por Angeles, el 27 julio 2019
Que razón tienes!!! La de autores que me ha descubierto Rosa en Yerma, Sevilla y que yo a su vez he compartido con amigos, familiares y estudiantes. La de actividades que hemos organizado juntas para difundir sus obras porque tenían un carácter educativo.
Con ella de mano cada año he viajado a distintos países y he descubierto su gastronomía, su cultura. Entre los lectores hay un profundo sentimiento de orfandad pero esto va más allá