Cuando nos convertimos en unos cínicos
Miguel Serrano Larraz firma en ‘Autopsia’, su primera novela, un retrato sobre la generación que creció con ‘Crónicas marcianas’, con un mundo vulgar en el que estaba permitido reírse de todo el mundo que fuera más feo, más bajo y más pobre que tú. Un estupendo relato sobre el cinismo y el sarcasmo dañino de una época que vibraba con el ‘España va bien’ de Aznar
En 1997 comenzó a emitirse en Telecinco Crónicas marcianas. El late night pronto se ganó a toda la audiencia televisiva con chistes mordaces y con personajes de los que uno se podía reír tranquilamente porque eran, o bien enanos, o tenían chepa, o les faltaban varios hervores. Incluso te podías carcajear de un antiguo bellezón –fascista, pero bellezón- como Carmina Ordoñez, que aparecía gorda y hasta las cejas de somníferos (o a saber de qué). Eso ocurría a finales de los noventa y sucedería hasta 2005. Años de risas sin culpas, años de bonanza, años en los que todo nos daba igual. Los años en los que nos volvimos unos cínicos.
El programa Crónicas marcianas viene a colación porque en esta tesis se apoya Autopsia (Candaya), la primera novela de Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977), autor hasta la fecha del libro de relatos Órbita y varios poemarios. El escritor se adentra en la historia de un chico que se llama como él, que vivió su infancia y juventud en su misma ciudad (Zaragoza), y que, aunque él señale que “es todo un 10% verdad y un 90% ficción”, la atmósfera política, social, cultural es tan certera para todo aquel que tuviera 20 años hacia 1997, que es imposible no pensar en cómo a través de la literatura también podemos hacer una radiografía perfecta de nosotros mismos.
Atentos a este párrafo de la página 386: “Durante mucho tiempo culpé a ese programa, y a su presentador, Sardá, el gran cínico, del comportamiento de mis compañeros de universidad, de algunos de los amigos de mi edad, de mis primos, de la sociedad en general. Un pensamiento reaccionario, pero que tal vez sea, a pesar de todo, certero. Con aquel programa se abrió la veda. Ese programa permitió que mi generación se riera de todo el mundo. No de todas las cosas, sino de todas las personas”. ¿Y nos es curioso que todo aquello coincidiera con lo-bien-que-estábamos-económicamente? “Sí, de alguna manera hay una especie de conexión”, afirma este escritor. Y es inevitable redundar algo más en ello: el cinismo impone una cierta jerarquía. Y aquellos eran los tiempos del coche más grande, el viaje más largo y la hipoteca más gorda.
Hay mucha violencia en esta novela también. Esa violencia sutil, la de la risa que humilla, el dardo envenenado. No es una mirada nostálgica hacia el pasado, la adolescencia y la primera juventud, sino más bien una especie de “mira qué capullos éramos”. “La ironía no es sino mediocridad”, es una de las frases que podemos encontrar en el libro. “Siempre me ha asombrado el talento de los imbéciles para hacer daño”, es otra. El autor o el personaje, porque a veces el lector puede perderse en la voz, hace un ajuste de cuentas y no siente pudor al señalarse como un acosador en el colegio (ya, sabemos que es mentira, pero podría haber sido verdad), y cómo se rió de la niña flaca, fea y con gafas. Cómo todos pudimos ser ese agresor o también el agredido. Y nada importaba. El ser humano es violento y puede pisotear. Morir o matar. Y todo aquello estaba permitido.
Y ciertamente todo está permitido mientras chorrea el champán. En el libro hay un personaje llamado Hans Castorp, que podría ser un émulo del músico zaragozano Sergio Algora, a través del cual se describen los desmanes noventeros. En la página 101, Miguel Serrano escribe: “Yo registraba mi tarareo superpuesto, dice Hans, lo registraba como arreglo en la SGAE […] y si un bar pinchaba la canción en mi versión, o si una radio emitía mi versión y, en general, por las ventas de los recopilatorios, de las sesiones en directo. ¿Qué te parece? […] Me siguen pagando derechos, en realidad, vivo de eso […] Esos arreglos pagan mis facturas”. Esto es lo que ocurría en aquellas fechas y durante buena parte de los 2000. De ahí los lodos de la SGAE u otras instituciones. Demasiado champán y demasiado gorroneo. Y ahora no es fácil expiar la culpa.
FNAC: los Grandes Almacenes de la Modernidad
La novela, que según su autor empezó a tomar cuerpo tras una pelea con unos rockers (¿o fueron unos skin-heads, o unos punkis?), también apunta a otro de los grandes acontecimientos de finales de los noventa y principios de los 2000: la aparición de ‘los Grandes Almacenes de la Modernidad’, esto es: la Fnac. De repente, aquel lugar nuevo, con una estética que no tenía nada que ver con la naftalina que desprendía El Corte Inglés, y que era más cool que cualquier tienda de discos (aunque ahora sea al contrario) o librería (antes de que vendieran vino y cerveza), se convirtió en el primer centro hipster hiper guay para comprar CDs, libros y cualquier aparatito tecnológico. Ir a la Fnac molaba y Miguel Serrano pone ahí a su personaje precisamente para indicarnos que estábamos muy equivocados: “Si quienes trabajaban allí eran los hijos de cierta burguesía de Zaragoza. Lo hacían mientras estudiaban y antes de empezar a trabajar en las empresas de sus padres”, reconoce.
Autopsia se convierte así también en un retrato de clases sociales: estaban los niños que venían de los barrios burgueses cuyos padres eran abogados, profesores, periodistas, arquitectos (“profesionales liberales que hoy no podrían pagarse aquellos pisos con piscina”, afirma Miguel), y los que vivían en barrios mucho más pobres. Eso ocurría en los ochenta. En los noventa nos hicieron creer que todos éramos iguales. Ahora muchos lo somos, pero quedándonos en la base de la pirámide.
Miguel Serrano ha escrito una novela incómoda en la que sopla el cierzo. Olvídense de la mirada multicolor al pasado. También hay ecos de un presente cercano, de cómo por ejemplo aparecieron las redes sociales –Facebook y esos amigos de la infancia que vuelven 20 años después, a qué- de cómo finalmente esta generación que ya nació en democracia pero que no recuerda nada del 23F perdió la inocencia. Un trago para el que Crónicas Marcianas no nos había preparado: éramos nosotros los que nos íbamos a reír de todo el mundo.
Comentarios
Por Marmota, el 07 marzo 2014
¿»mucho más paupérrimos»? Querrás decir «mucho mas pobres». Lo otro es una redundancia como una casa. Siento ponerme pedante pero expresiones así me chirrían y no lo puedo evitar.
Por El Asombrario & Co., el 07 marzo 2014
Tienes toda la razón. Pedimos disculpas… Ya lo hemos corregido. Muchas gracias por la advertencia. Que tengas un buen día.
Por Holden Caufield, el 07 marzo 2014
Hans Castorp es el protagonista de «La Montaña Mágica» de Thomas Mann.
Por Sharkasmo, el 10 abril 2014
Novela corta por entregas Los Hijos del Porno.
Orden de lectura: JOTA día 1, MARISA, SILVIA, JOTA día 2, JULIO, JAIME, JOTA día 3, JOAQUÍN, JACOBO.
Gracias por leer!!
@sharkasmo
http://loshijosdelporno.blogspot.com.es